1. CRISTO Y LA LEY

INTRODUCCIÓN

Una de las declaraciones bíblicas más importantes y peor comprendidas de todas respecto a la ley es la declaración de nuestro Señor en el Sermón del Monte:
No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido (Mt 5: 17, 18).
Dos palabras diferentes se usan para expresar la idea de cumplimiento. La palabra que se traduce «cumplir» en el versículo 17 es plerosai, relativa a pleroma; quiere decir hacer completo, rebosar, llenar, derramar, hacer que abunde, penetrar.
Se dice que los cristianos son plervustai, llenos del poder del Espíritu Santo (Col 2: 10; Ef 3: 19). Cristo «llena» el universo con su poder y actividad (Ef 4: 10, pleroun). La palabra quiere decir llenar y mantener lleno, o sea, poner en vigencia como algo continuo. Nuestro Señor declaró que había venido para poner la ley en vigencia y mantenerla vigente.
En el versículo 18 la palabra que se usa es genetai, de ginomai, llegar a ser, hacer que pase, suceder. La ley llega a ser la realidad de la vida del mundo hasta el fin del mundo. Esto nos da una perspectiva muy diferente del significado de «cumplir» que las de aquellas interpretaciones que ven que su significado ha terminado, o sea, el cumplimiento de la ley como el fin de la ley. No hay indicios de tal significado en el texto.
Más bien, Cristo como el Mesías o Rey, debido a que ha venido, declaró de nuevo la validez de la ley y su propósito de ponerla en vigencia. Esto fue poderosamente enunciado en «A Sermon Preached Before the House of Commons in Parliament at their Public Fast, November 17,1640» [«Un sermón predicado ante la Cámara de los Comunes en el Parlamento en su ayuno público, el 17 de noviembre de 1640»], por Stephen Marshall:
Primero. Este es el cetro por el cual Cristo gobierna: Que Su Palabra more con un pueblo es la prueba más grande de que ellos lo tienen como su Príncipe, y.
Él los reconoce como sus súbditos. ¿Hay alguna nación estimada como parte del dominio de un Príncipe, que no esté gobernada por sus leyes? Tampoco puede ser considerada reino de Cristo ninguna tierra donde la predicación de la Palabra, que es la vara de su poder, no está establecida.
Y el Señor ha considerado siempre que los que obstaculizan su Palabra son los hombres que no quieren que Cristo los gobierne.
En segundo lugar, si todas las buenas leyes del mundo fueron hechas, sin esto, no llegarán a nada; hagan lo que hagan, nunca llegarán a aquello a lo que apuntan. Los magistrados y ministros de justicia no las ejecutarán, y el pueblo no las obedecerá. Los lugares oscuros de la tierra están siempre llenos de las habitaciones de maldad.
Pero si Cristo golpea la tierra con la vara de su boca, el lobo morará con el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito, el novillo y el cachorro de león pacerán juntos, y un niño pequeño los conducirá. No habrá nada que haga daño o destruya donde gobierna el cetro de Cristo; sus leyes no pueden darles nuevos corazones a los hombres, ni nueva fuerza; eso es el privilegio de la ley de Cristo.
El hecho de que el Rey vendría para imponer su reinado y su ley lo dijo de manera contundente Juan el Bautista. Habló de «la ira que vendrá» (Mt 3: 7; Lc 3: 7), es decir, los veredictos del rey. «Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego» (Mt 3:10; Lc 3:9).
El Rey se proponía juzgar y «purgar por completo» su reino (Mt 3: 12). Cuando los creyentes le preguntaron a Juan: «Entonces, ¿qué haremos?» (Lc 3: 10), Juan contestó que debían hacer dos cosas: primero, obedecer la ley, y, segundo, manifestar bondad a los necesitados (Lc 3: 11-14).
La tentación de Cristo no se puede entender separada de la ley. Las tentaciones que le presentó Satanás requerían una declaración de independencia de Dios y su ley y la decisión de la voluntad de la criatura como ley suprema.
La respuesta de Cristo a cada tentación fue una cita de la ley: Deuteronomio 6: 16; 8: 3, y 10: 20 ( Jos 24: 14; 1ª S 7: 3). El rumbo de la historia tenía que derivarse no de la voluntad del hombre, sino de la ley de Dios. Como Rey, Jesús declaró el camino de Dios o «Tora»; y como Rey, echó fuera demonios (Lc 4:31-37). Los demonios reconocieron su calidad de rey en el proceso (Lc 4:34; cf. Is 49:7). Jesús declaró ser «el Hijo del hombre» y «Señor» del sabbat (Mt 12:8; Lc 6:5; Mr2:28).
El Sermón del Monte en particular identifica a Cristo como Rey y Legislador. Invitó a una comparación con Moisés al declarar la ley desde un monte (Mt 5: 1); dijo con toda claridad que era más grande que Moisés, y que él era Dios Rey, al no declarar «así dice el Señor», sino: «Yo os digo» (Mt 5:18).
En Deuteronomio, Dios pronuncia las maldiciones y bendiciones; en el Sermón del Monte Jesús mismo pronuncia las bendiciones o bienaventuranzas (Mt 5: 3-11). Como Rey soberano y universal, Jesús también es la fuente de toda ley, y él mismo la ley u orientación de la existencia.
Como principio de la ley y fuente de toda bendición, declaró ser el nuevo shibolet por el cual los hombres son probados y juzgados.
San Pedro identificó a Jesús como el shibolet de Dios: «Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos» (Hch 4: 12).
Como Rey, Jesús enfáticamente subrayó su ley soberana:
De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos. Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos (Mt 5: 19-20).
Puesto que es el Legislador, Jesús también determina las maldiciones y las bendiciones de la ley; aquí habló de las consecuencias temporales y eternas de la misma y declaró que Él era quien determinaba esas consecuencias. Esto fue una identificación implícita de Dios y la ley con Cristo.
Cristo luego procedió a desarrollar las plenas implicaciones de la ley, sus implicaciones personales y civiles, sus exigencias al corazón y a la mano. Enojarse «sin causa» con un hermano del pacto es cometer homicidio en el corazón (Mt 5: 21-24). El adulterio se prohíbe tanto de pensamiento como de acción (Mt 5: 27-28). Contra las prácticas lenitivas del día, se vuelve a enunciar la ley bíblica del divorcio (Mt 5: 31-32).
El tercer mandamiento se refuerza y recalca contra el uso descuidado de los juramentos (Mt 5: 33-37). Las limitaciones de la ley al tratar con una potencia extranjera que controla la legalidad se citan en Mateo 5:38-42; la Ley no puede ser implementada por sus enemigos. Nuestra obligación incluso entonces es cumplir la ley, y el amor es el cumplimiento de la ley, hacia nuestros enemigos (Mt 5: 43-48).
Las leyes de benevolencia también se analizan en términos de su obediencia interna, así como también los requisitos de adoración y oración (Mt 6: 1-23).
Se requiere confianza en el gobierno del Rey (Mt 6:24-34). Dios el Rey sabe nuestras necesidades; no nos atrevemos a dudar de su gobierno, ni a ser «de poca fe» (Mt 6:30).
No se puede hacer de los estándares personales un principio de juicio; la ley de Dios es el único criterio (Mt 7: 1-5). Se nos dan advertencias para capacitarnos para juzgar, y se nos ordena confiar en Dios, que es más fiel a nuestro favor que nuestros padres humanos.
La prueba de la ciudadanía en el reino de Dios es obediencia a «estas palabras» (Mt 7:24). Construir sobre Cristo y su Ley y Palabra es construir sobre una «Roca» (antiguo símbolo de Dios), pero construir sobre la palabra del hombre es construir sobre la arena. Un derrotero conduce a la seguridad, el otro al desastre (Mt 7: 21-27).
Se nos dice el asombro de sus oyentes, «porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas» (Mt 7: 29). La palabra que se traduce «autoridad» es exousía, que quiere decir poder de elección, autoridad, la libertad de hacer como a uno le place, poder de derecho. Jesús enseñaba con autoridad; declaró ser el principio de las maldiciones y las bendiciones; los hombres se levantan o caen según Sus condiciones. Deuteronomio 28 queda reforzado en su persona, porque él es la ley encarnada, Dios encarnado, el «camino» (Jn 14: 6).
Los fariseos y gobernantes entendían todo esto mejor que los discípulos y el pueblo. A diferencia de la interpretación laxa que aquellos le daban a la ley, Jesús se declaró como defensor de la ley en su plena fuerza, y como Legislador.
Por eso procuraron abochornarlo obligándolo a una decisión impopular en el caso de la mujer sorprendida en adulterio (Jn 8: 11). Con respecto a los impuestos, trataron de nuevo de acorralarlo y llevarlo a una declaración que dañaría su posición como campeón de la ley (Mt 21: 15-22;  Mr 12: 14; Lc 20: 22).
Los saduceos trataron de reducir a contrasentido la doctrina de la resurrección, así como la ley del levirato, y de nuevo Jesús los dejó perplejos con las Escrituras (Mt 22: 23-33).
Los retos repetidos a Jesús de parte de los dirigentes del pueblo fueron en términos de la ley. Se hizo un esfuerzo determinado para negarle el estatus de campeón de la ley, porque las afirmaciones de Cristo eran una acusación contra ellos como orden legal establecido, como los gobernantes de su día.
La contraparte de las bienaventuranzas del Sermón del Monte fue la maldición sobre los dirigentes del pueblo que pervertían la ley, que Cristo muchas veces mencionó, especialmente en Mateo 23. Sobre estos pervertidores de la ley de Dios descendería «toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra» (Mt 23: 35), exigiendo la plena venganza de la ley.

No se podía pronunciar una maldición más aterradora; la sentencia más severa de toda la historia: «Habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá» (Mt 24: 21). Este fue el juicio del Rey que declaró: «Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra» (Mt 28: 18). Ese poder trae maldición total a los que se oponen a Él, su reino y su ley; pero Él es la bienaventuranza de su pueblo del pacto.