7. EL MANDATO CULTURAL

INTRODUCCIÓN

Nosotros, los miembros del 34º Sínodo General de la Iglesia Presbiteriana Bíblica, reunidos en Cape May, Nueva Jersey, en octubre de 1970, deseamos expresar nuestra oposición a la doctrina falsa, a veces llamada «el mandato cultural».
El mandato bajo el cual los cristianos obedecen a su Señor es la Gran Comisión de Mateo 28: 19-20, que requiere que enseñemos y honremos todas las cosas «que yo os he mandado». Este llamado «mandato cultural» erróneamente edifica su caso sobre Génesis 1: 28 antes de la caída y la promesa de redención en la simiente de la mujer. Las condiciones de Génesis 1: 28 nunca más volverán a estar disponibles para el hombre hasta después del retorno de Cristo y la remoción del pecado. El mandato cultural declara que es obligación del cristiano procurar estas realidades previas a la caída, tanto como es su deber predicar el evangelio.
Este mismo mandato fue renovado a Noé (Génesis 9) después del diluvio sin ninguna referencia a la palabra «y sojuzgadla». Además, el versículo no tiene nada que ver con cultura, en el presente sentido de la palabra. El llamado «mandato cultural» se basa por entero en una palabra del versículo, la palabra que se traduce «y sojúzguenla».
Como todas las palabras de las Escrituras, esta palabra se debe interpretar en contexto. Aquí el contexto es el de llenar con personas la tierra vacía. Dice que la tierra se debe cultivar, para permitir que las personas sobrevivan y se multipliquen. Eso, y solo eso, es lo que quiere decir.
Calvino no vio en este versículo ni un mandato ni nada relativo a la cultura, y lo mismo es válido para los otros grandes exégetas de la historia cristiana.
Nos oponemos al «mandato cultural» también porque da una idea falsa del lugar del cristiano en esta edad de pecado, y le resta empuje a la verdadera obra misionera y la evangelización.
Los cristianos tienen el derecho de disfrutar de los frutos de los varios desarrollos culturales bajo la gracia común y de participar en todas las cosas buenas que Dios ha creado. Pero la obligación más alta de los cristianos entre la caída y el retorno de Cristo es testificar de la justicia de Dios en todas las cosas, vivir vidas santas, y usar todo esfuerzo para llevar a los individuos al conocimiento del Salvador, para que puedan ser redimidos mediante su sangre preciosa y crecer en gracia y en el conocimiento de Su Palabra.
Unánimemente adoptado el viernes, 9 de octubre de 1970, por el Trigésimo Cuarto Sínodo General de la Iglesia Presbiteriana Bíblica, reunida el viernes, 9 de octubre, en el hotel Christian Admiral, Cape May, Nueva Jersey, 5-9 de octubre de 1970.
Antes de analizar esta medida, examinemos el término mandato cultural. Cultura quiere decir «Educación, refinamiento.
1. Cultivo de plantas o animales, especialmente con vistas a mejorar.
2. Entrenamiento, mejora, y refinamiento de la vida, moral, o un gusto; iluminación».
Mandato quiere decir «un requisito autoritativo; una orden; mandato; encargo». El mandato cultural es, pues, la obligación del hombre del pacto de sojuzgar la tierra y de ejercer dominio sobre ella bajo Dios (Gn 1: 26-28).
La ley es el programa para ese propósito y provee los medios que Dios ha ordenado para mejorar y desarrollar plantas, animales, hombres e instituciones en términos de su obligación de cumplir el propósito de Dios. En toda época, los hombres han tenido la obligación de obedecer a Dios y entrenarse y mejorarse, o sea, santificarse conforme a la ley de Dios. A todos los enemigos de Cristo en este mundo caído hay que conquistarlos. San Pablo, al exhortar a los creyentes a su llamamiento, declaró:
Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo, y estando prontos para castigar toda desobediencia, cuando vuestra obediencia sea perfecta (2ª Co 10: 4-6).
La Versión Latinoamérica traduce el versículo 6 así: «Y estamos dispuestos a castigar toda desobediencia en cuanto contemos con la total obediencia de ustedes».
Moffat, en inglés, destaca la fuerza de este versículo incluso con mayor claridad: «Estoy preparado para seguirle corte marcial a cualquiera que siga insubordinado, una vez que la sumisión de ustedes sea completa». Moffat, en inglés, traduce el versículo: «Demuelo teorías y todo baluarte levantados para resistir el conocimiento de Dios, y llevo todo proyecto prisionero para hacerlo obedecer a Cristo».
San Pablo estaba hablando del mandato cultural. Antes de la caída, la tarea era menos complicada. Ahora el hombre necesita regeneración.
Por eso, el primer paso en el mandato es llevar a los hombres a la palabra de Dios para que Dios los regenere.
El segundo paso es demoler todo tipo de teoría, humanista, evolucionista, idólatra o de otra naturaleza, y todo tipo de fortaleza u oposición al dominio de Dios en Cristo. Al mundo y a los hombres hay que llevarlos a la cautividad de Cristo, bajo el dominio del reino de Dios y la ley de ese reino.
Tercero, esto requiere que, como Pablo, sigamos corte marcial o «administremos justicia a toda desobediencia» en todo aspecto de la vida en que la encontremos. Negar el mandato cultural es negar a Cristo y entregarle el mundo a Satanás.
No se puede igualar el mandato cultural con el concepto del hombre natural de la cultura y el progreso. No hay que resumirla en manipulaciones, comodidades materiales o indulgencias infantiles. Clemente de Alejandría nos da algunos ejemplos divertidos de los esfuerzos de los romanos decadentes para demostrar su cultura y riqueza con exhibiciones absurdas:
Es una farsa, y algo que le hace a uno desternillarse de risa, que los hombres lleven urinarios de plata y bacinillas de cristal al entrar a sus excusados, y que las mujeres ricas hagan fabricar receptáculos de oro para excrementos; así que siendo ricos, no pueden ni siquiera aliviarse excepto de una manera espléndida.
La cultura en la Unión Soviética, y cada vez más en el mundo occidental, se identificaba con el ballet, un teatro de ópera, y una galería de arte, lo que puede ser un poco mejor que las bacinillas de oro de las mujeres romanas, pero sigue siendo falso.
La cultura es religión externalizada, y es el desarrollo del hombre y su mundo en términos de las leyes de su religión. Las leyes de Roma no tenían ningún cimiento último y absoluto; eran relativistas y pragmáticas; eran producto de los eventos, no el forjador de eventos que Dios ha dado. Al hablar de este ambientalismo romano de la fe en el Destino, Taciano, un cristiano asirio de mediados del siglo 2, declaró:
Pero nosotros somos superiores al Destino, y en lugar de demonios ambulantes, hemos aprendido a conocer a un Señor que no deambula; y, puesto que no seguimos la guía del Destino, rechazamos a sus legisladores.
Y, ¿cómo es que a Cronos, a quien se encadenó y expulsó de su reino, se le constituye gerente del destino? Y ¿cómo, también, puede dar reinos quien ya no reina por sí mismo?
Taciano puso el dedo sobre la llaga del dilema romano con su cita de Cronos: ¿cómo pueden los hombres o dioses que son por sí mismos productos del destino y gobernados por el destino y el medio, gobernar ese medio? ¿Son algo más que títeres o una acción refleja? La psicología del marxismo se derivó de Pavlov; es condicionamiento; el hombre está gobernado por acciones reflejas y está condicionado socialmente.
La filosofía del marxismo es el materialismo dialéctico; los hombres e ideas son productos socioeconómicos. La ley soviética, de este modo, era una contradicción radical en sí misma; insistía, en la práctica, en la culpa individual mientras que afirmaba, en teoría, el condicionamiento total. A los hombres en la práctica se les consideraba responsables, en tanto que en teoría eran por entero víctimas. Un jurista soviético dijo:
Solo cuando cada uno esté plenamente consciente de lo que significa ser un ciudadano soviético no habrá crimen.
No existe la naturaleza humana. El hombre es el producto de sus entornos, del sistema social y económico que lo moldea. Cámbiese el molde y se cambia al hombre. Y eso es lo que estamos haciendo. Ustedes saben que la iglesia solía hablar fuerte y largo en cuanto al pecado original; es una buena manera de mantener a las masas en sus lugares desdichados. Pero nosotros echamos a la basura esa idea hace mucho.
Estamos haciendo algo, estamos haciendo mucho, en cuanto a remover los arreglos sociales artificiales que promueven el delito; y en esto es donde pienso que el socialismo muestra su mayor ventaja sobre el capitalismo.
Como ven, el hombre es esencialmente bueno; solo la propiedad privada y todo lo que aprendió de ella lo corrompe. Nosotros estamos restaurando su bondad y al mismo tiempo haciéndolo infinitamente más rico en toda manera.

¿NO VEN LA GLORIA DE ESO?

La ley humanista occidental ha adoptado básicamente las mismas premisas de la ley soviética y en algunos casos las practica más rigurosa y sistemáticamente. Por todo esto se revela su religión; la cultura del hombre moderno es de sometimiento al medio, al Destino. La ideología humanista, sea en sus forma liberal o marxista, no tiene mandato cultural, sino más bien sometimiento cultural; es la filosofía agresiva del sometimiento.
La declaración Presbiteriana Bíblica no es mejor; también pide que se le entregue el mundo al diablo.
Las implicaciones del sometimiento son, no obstante, anarquía y caos social. Donde el hombre es el que quebranta el pacto, la anarquía es un problema serio y aterrador. La perspectiva del hombre entonces es una guerra de todo hombre contra todos los demás. Su respuesta es el estado.
El imperium es una necesidad, de otra manera el mundo del hombre se destrozaría en un bellum omnium contra omnes. Eso, por así decirlo, fue el testamento político de los imperios mundiales orientales hasta el mismo tiempo de Alejandro, testamento que fue ejecutado de una manera nueva y singular en el imperio mundial de Roma. Adondequiera que fue el imperium romanum, también fue la pax romana.
En tanto que el imperium duró, el mundo estuvo protegido contra el caos. Por eso el imperium tenía que permanecer mientras el mundo mismo permaneciera, y también por eso el imperio romano iba a ser eterno.
Debido a que el hombre ha negado de nuevo el mandato cultural, ha buscado protección contra el caos mediante el imperio: el imperio soviético, las Naciones Unidas, y varias otras alianzas y esfuerzos. La agresión ha reemplazado a la fe y a la ley como defensa del hombre contra la anarquía.
La respuesta de Dios a esta crisis del hombre es su acto soberano de gracia, la encarnación. El comentario de Stauffer aquí es acertado:
Hay dos demandas que el relato pre-cristiano del concepto del destino tiene que hacerle a la soteriología de la iglesia. Todo el mundo está tan involucrado en el pecado de Adán que la situación puede ser redimida, si acaso, solo por Dios mismo. Entonces el destino de este mundo está tan radicalmente ligado al del hombre que la obra real de liberación puede ser efectuada solo en las condiciones de una vida humana. Ambos requisitos se cumplen en la venida de Cristo.
Pero este honor del Cristo no es un atrincheramiento de autoglorificación, ni el apoderamiento demónico del honor de Dios, sino al contrario, un servicio a la gloria dei que Dios mismo ha deseado.
Mateo y Lucas en los prefacios a sus evangelios tratan de expresar de otra manera el interés doble de la cristología del NT. La Navidad es el día de la nueva creación, y la hora del nacimiento de Cristo es la hora crítica de la historia cósmica tan largamente esperada. ¿Por qué? El Espíritu de Dios mencionado en Gn 1: 1 entra en acción en un nuevo Génesis (Mt 1: 18) y un milagro divino (Lc 1: 37) crea un nuevo hombre que realiza las promesas de Gn 3: 15 y cumple la esperanza frustrada de Gn 4: 1. Como el primer hombre, Adán (Lc 3. 38), el nuevo hombre viene directamente de Dios.
Pero no es solo el receptor del aliento divino de vida, como Adán lo fue. Fue concebido por el Espíritu Santo en la virgen María (Lc 1: 35; Mt 1: 18). Por eso Jesús es al mismo tiempo hijo de Adán e hijo de Dios.
El propósito del nuevo Adán es deshacer la obra de la caída, restaurar al hombre como cumplidor del pacto, hacer del hombre de nuevo un ciudadano fiel del reino de Dios, y capacitar al hombre de nuevo para cumplir su llamamiento a sojuzgar la tierra bajo Dios y restaurar todas las cosas a la ley y el dominio de Dios.

LOS QUE SE SOMETEN A ESTE LLAMAMIENTO Y DOMINIO HEREDAN LA TIERRA (MT 5:5).

Las gozosas noticias del nacimiento de Cristo son esta restauración del hombre a su llamamiento original con la seguridad de la victoria. Esto ha sido celebrado en los villancicos por mucho tiempo. Isaac Watts en 1719 escribió, en «Al mundo paz».
¡Al mundo paz, el Salvador en tierra reinará!
Ya es feliz el pecador, Jesús perdón le da.
Johannes Olearius en 1671, en «Consolaos, consolaos pueblo mío», escribió: Porque la voz del heraldo está clamando En el desierto lejano y cercano, Llamando a todos los hombres al arrepentimiento, Puesto que el reino ahora está aquí. ¡Oh, ese clamor de advertencia obedezcan!
Ahora preparen para Dios un camino; Que los valles se levanten a su encuentro, Y que las colinas se postren para saludarlo.
Enderecen lo que por mucho tiempo estuvo torcido, Allanen los lugares ásperos; Que sus corazones sean fieles y humildes, Como conviene a su reino santo.
Porque la gloria del Señor Ahora sobre la tierra se derrama ampliamente; Y toda carne verá la señal,
De que su palabra jamás se rompe. El mandato cultural y el postmilenarismo está explícito o implícito en los villancicos.
Edmund H. Sears, en 1850, compuso «Vino en una medianoche clara», que concluye así:
Porque miren, los días se apresuran, Por bardos profetas predichos, Cuando con años siempre circundantes Llega a la edad de oro; Cuando la paz sobre toda la tierra Sus antiguos esplendores lanza,
Y todo el mundo devuelve el canto. Que ahora los ángeles cantan.
Los compositores de himnos, al reflexionar en la gloria de Navidad y las profecías al respecto, reflejan a veces una teología de mayor contenido que la que ellos mismos sostenían.
En su ascensión, Jesús subrayó de nuevo el mandato de la creación, declarando:
Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén (Mt 28: 18-20).
Lenski tradujo «haced discípulos a todas las naciones» como «discipulen a todas las naciones». Dos dominios se citan en que la total autoridad real de Cristo prevalece: el cielo y la tierra. «La universalidad de la comisión se dice con claridad por “todas las naciones” de la tierra. Aquí tenemos el cumplimiento de todas las promesas mesiánicas respecto al reino venidero».
En la ascensión, «el Cristo exaltado ascendió a su trono». Stauffer dijo:
Leemos que la sujeción final de los enemigos de Dios tendrá lugar solo al fin de los días, aunque se presupone, al decir esto, que el principio fundamental ya está hecho (Mr 14: 62; Ap 3: 21; 14: 14). Leemos además que la sujeción ya ha tenido lugar, aunque aquí la celebración del triunfo se contiene hasta el tiempo del fin (Ef 1: 20; He 1: 13; 10: 12; 12: 2).
Pero en dondequiera que caiga el énfasis, esto es claro: el Señor tiene desde ahora toda autoridad en el cielo y la tierra, y él está «con» su iglesia siempre, hasta el fin del mundo (Mt 28: 18)8.
A todas las naciones hay que sojuzgarlas con el bautismo y la enseñanza, o sea, con la regeneración y la Palabra de Dios. Originalmente, el primer Adán enfrentó un mundo por naturaleza bueno y no caído que tenía que sojuzgar; el segundo y postrer Adán enfrentó naciones rebeldes y caídas y un mundo caído, un desierto que hay que hacer fértil y productivo para Dios.
Algo más que un huerto había que sojuzgar ahora; las naciones e imperios del mundo debían ser puestos bajo el dominio de Cristo y sus miembros.
Este mundo caído se moviliza contra Cristo y su pueblo. Niega a Cristo y lo maldice, primero en la masacre de Belén, más adelante por la crucifixión, y desde entonces por sus condenaciones. En lugar de aceptar la transfiguración de Cristo como la revelación de Dios y su orden legal por medio de su Hijo unigénito, el mundo trata de transfigurarse a sí mismo, a veces exaltándose en las personas más terribles.
Por ejemplo, en Roma, una basílica subterránea de una hermandad sectaria helenista presentaba a una lesbiana deificada. «En el ápice llevaba un cuadro de la transfiguración de Safo».
Pero Cristo convirtió la maldición de la cruz en victoria, y las condenaciones del mundo en sentencias contra el mundo.
La iglesia, perseguida por el dragón expulsado y sin embargo libre de una tremenda carga, canta sus himnos a Cristo: «Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche. Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero» (Ap 12: 10). Esta es la nueva situación para el mundo, que se remonta a la ascensión.

Si Cristo no regenera a los hombres, y si no se someten a su llamamiento, al mandato cultural, serán aplastados por su poder.