5. EL REINO DE DIOS

INTRODUCCIÓN

Lucas señala una declaración interesante de nuestro Señor respecto a la relación de la ley y los profetas con el reino de Dios:
Y oían también todas estas cosas los fariseos, que eran avaros, y se burlaban de él. Entonces les dijo: Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación.
La ley y los profetas eran hasta Juan; desde entonces el reino de Dios es anunciado, y todos se esfuerzan por entrar en él. Pero más fácil es que pasen el cielo y la tierra, que se frustre una tilde de la ley (Lc 16: 14-17).
La fuerza de este último versículo no se puede de ninguna manera disminuir. «Los escribas y fariseos habían estado manipulando con la santidad de las leyes que no eran de hoy ni de ayer —fijas como colinas eternas y se les dijo que su casuística no podía marginar lo que afirman esas leyes en ni una sola instancia, tal como, por ejemplo, lo que sigue de inmediato»1. Claro, el versículo 17 deja en claro que la ley no se descarta en ningún sentido; sigue en plena vigencia. Geldenhuys comenta sobre los versículos 17 y 18:
17. Aunque es en verdad con su venida un nuevo orden, una nueva dispensación a la que se entra, esto no quiere decir que la revelación de Dios bajo el antiguo pacto se margina o se rechaza. Aunque es de naturaleza preparatoria, permanece (naturalmente en un sentido espiritual y moral y a la plena luz de la revelación divina en Jesús y por Jesús) absolutamente autoritativa.
18. Las leyes morales, por ejemplo, se pueden violar; el adulterio sigue siendo adulterio, aunque el tiempo de la preparación se haya reemplazado con el tiempo del cumplimiento.
El problema es respecto a la primera parte del versículo 16: «La ley y los profetas eran hasta Juan», o como la Biblia de Jerusalén lo dice: «La Ley y los profetas llegan hasta Juan». Esto no puede querer decir que la ley y los profetas ya no sean válidos ni que ya no estén vigentes, porque eso estaría en conflicto con el final del versículo 17. Si «más fácil es que pasen el cielo y la tierra, que se frustre una tilde de la ley» (v. 17), la ley no ha caducado y es otra cosa lo que quiere decir el versículo
16. La siguiente cláusula del versículo 16 deja en claro lo que era la intención: «desde entonces el reino de Dios es anunciado». Hasta Juan, la predicación era de la ley y los profetas; ahora es Dios el Rey, en la persona de Cristo, el que predica.
NOTA: Con respecto a Lucas 16:18, muchos sostienen que esto prohíbe el divorcio o por lo menos el nuevo matrimonio de divorciados. Así, Algunos eruditos sostienen que «el nuevo matrimonio de divorciados se prohíbe en las Escrituras»
[«Acerca de las regulaciones de matrimonio para sacerdores en Levítico»], The Standard Bearer, vol. XLVII, no. 5 [1 dic., 1970], p. 115). La ley mosaica que permite el divorcio en ningún lado se deja al margen; 1ª Co 7: 15, lo confirma.
El punto de Lucas 16:18 es que los divorciados inicuos del día, tales como los que condenaban los fariseos por su perversión de la ley, no tienen posición ante Dios. Mt 19: 9 deja en claro que el permiso para el nuevo matrimonio se niega sólo a los que carecen de base bíblica para el divorcio; el divorcio y un nuevo matrimonio no están prohibidos para los que tienen bases santas.
Ambas cláusulas tienen que ver con una proclamación; la una con una predicción, la otra con un advenimiento. Cristo el Rey ha venido; y el Rey es el Legislador y el gran Impositor. Como Rey, viene para reunir a su pueblo y a poseer para ellos su herencia.
La consecuencia es que «todos se esfuerzan por entrar en él» (v. 16). Lenski traduce este versículo de esta manera: «La ley y los profetas, hasta Juan, desde entonces sobre el reino de Dios se predica como buenas noticias, y todos enérgicamente se esfuerzan por entrar en el». Esto quiere decir, como Plummer señaló, que «el judío ya no tiene ningún derecho exclusivo». Todas las naciones están llamadas a un nuevo pacto ahora. Este cambio, sin embargo, no invalida la ley.
«Hay varios dichos judíos que declaran que cualquiera que intercambie cualquiera de estas letras parecidas (las iotas y las letras que ellas diferencian) en ciertos pasajes del AT destruirán toda la palabra». De estos dichos Cristo hace eco en el versículo 17.
Los que «se esfuerzan» por entrar en el reino no incluyen los dirigentes del pueblo, como Jesús dejó en claro en la «parábola» de Lázaro y el rico (Lc 16: 19-31). En ninguna otra parte se da el nombre de una persona en una parábola. Tertuliano, en De Anima (vii) sostuvo que el nombre es evidencia de que la narración no es una parábola, sino un relato.
Lo que el relato enseña con claridad es que los hombres prominentes de Judea no creerían: «tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos» (v. 31), como Cristo pronto lo hizo. Por otro lado, personas de todo el mundo se esforzaban por entrar en el reino y someterse a su ley.
Así que, por un lado, los escribas y fariseos rechazaron a Jesucristo y sustituyeron la ley con la tradición humana; por otro lado, muchos se esforzaban por entrar en el reino, recibiendo a Cristo como su Redentor y Rey y sometiéndose a su ley. Edersheim notó que «la parábola en sí misma es estrictamente en cuanto a los fariseos y su relación con los “publicanos y pecadores” a quienes menospreciaban, y cuya mayordomía ellos oponían a su propia condición de propietarios».
Del versículo 17, Edersheim observó: Sí; era cierto que la ley no podía fallar ni en un solo acento. Pero, notoriamente y en la vida cotidiana los fariseos, que así hablaban de la ley y apelaban a ella, eran los que de manera constante y abierta la violaban. Se atestigua aquí la enseñanza y práctica respecto al divorcio, que en realidad incluía un quebrantamiento del séptimo mandamiento.
El Rey había venido, y por consiguiente el reino de Dios ahora era manifiesto en un sentido que no era posible cuando Dios gobernaba desde el tabernáculo. El Rey, al declarar su condición de Rey universal, y al llamar a todas las personas de la tierra a esforzarse por entrar, estaba quitándoles el reino a sus falsos encargados (Mt 21: 43). Edersheim dijo de los pasajes del reino en el Nuevo Testamento:
De hecho, un análisis de los 119 pasajes del Nuevo Testamento en que aparece la expresión «reino», muestra quieren decir el gobierno de Dios; que fue manifestado en Cristo y por medio de Cristo; es evidente en la iglesia; gradualmente se desarrolla en medio de estorbos; es triunfante en el segundo advenimiento de Cristo («el fin»); y finalmente, perfeccionado en el mundo venidero.
Visto así, el anuncio de Juan del próximo advenimiento de este reino tiene el significado más profundo, aunque, como es tan a menudo el caso en el profetismo, las etapas intermedias entre el advenimiento de Cristo y el triunfo de ese reino parecen haber estado ocultas del predicador. Él vino para llamar a Israel a someterse al reino de Dios, a punto de ser manifestado en Cristo.
De aquí, por un lado, él los llamó a un arrepentimiento un «cambio de parecer» con todo lo que esto implicaba; y, por otro, les señaló a Cristo, en la exaltación de su Persona y oficio. O, más bien, las dos cosas combinadas se pudieran resumir en el llamado: «cambien de parecer»; arrepiéntanse, que implica, no solo un volverse del pasado, sino un volverse a Cristo en novedad de mente.
Y así la acción simbólica por la que esta predicación iba acompañada se pudiera llamar «bautismo de arrepentimiento».
En Mateo 11:20-24 Jesús denunció a las ciudades de Israel por rechazarlo. A Sodoma y a Tiro les iría mucho mejor en el día del juicio que a aquellas ciudades donde el fariseísmo estaba entronizado. A diferencia de los dirigentes de Israel, Jesús ofrecía un «yugo» fácil (Mt 11: 29-30).
La expresión se refiere a una expresión judía común de aquellos días, «tomar el yugo del reino de los cielos», o sea, «prometer obediencia a la ley»9. La ley de Israel había llegado a ser un yugo insoportable de tradición humana que dejaba sin ningún efecto la ley de Dios. En su lugar, Jesús ofreció el yugo fácil de la ley de Dios.
 «En su enseñanza, el reino una vez más llega a ser un reino de gracia y de ley, y así el equilibrio tan hermosamente mantenido en el Antiguo Testamento se restaura». El término «reino de los cielos» es sinónimo de «reino de Dios»; el hábito judío de evitar el uso de nombre de Dios condujo al uso frecuente de aquella frase.
En el Padrenuestro la gran petición al principio es: «Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra» (Mt 6:10). La oración concluye:

«Porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén» (Mt 6: 13). La entrada a ese reino es por la gracia electora de Dios; las reglas de ese reino son los mandamientos de Dios, su ley. Para los que están en la gracia, el yugo es fácil, y la carga es ligera, porque la gracia responde a la ley.