INTRODUCCIÓN
Lucas señala una declaración
interesante de nuestro Señor respecto a la relación de la ley y los profetas
con el reino de Dios:
Y oían también todas estas cosas
los fariseos, que eran avaros, y se burlaban de él. Entonces les dijo: Vosotros
sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios
conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime,
delante de Dios es abominación.
La ley y los profetas eran hasta
Juan; desde entonces el reino de Dios es anunciado, y todos se esfuerzan por
entrar en él. Pero más fácil es que pasen el cielo y la tierra, que se frustre
una tilde de la ley (Lc 16: 14-17).
La fuerza de este último
versículo no se puede de ninguna manera disminuir. «Los escribas y fariseos
habían estado manipulando con la santidad de las leyes que no eran de hoy ni de
ayer —fijas como colinas eternas y se les dijo que su casuística no podía
marginar lo que afirman esas leyes en ni una sola instancia, tal como, por ejemplo,
lo que sigue de inmediato»1. Claro, el versículo 17 deja en claro que la ley no
se descarta en ningún sentido; sigue en plena vigencia. Geldenhuys comenta sobre
los versículos 17 y 18:
17. Aunque es en verdad con su venida un nuevo orden, una nueva dispensación
a la que se entra, esto no quiere decir que la revelación de Dios bajo el antiguo
pacto se margina o se rechaza. Aunque es de naturaleza preparatoria, permanece
(naturalmente en un sentido espiritual y moral y a la plena luz de la
revelación divina en Jesús y por Jesús) absolutamente autoritativa.
18.
Las leyes morales, por ejemplo, se pueden violar; el adulterio sigue siendo adulterio,
aunque el tiempo de la preparación se haya reemplazado con el tiempo del
cumplimiento.
El problema es respecto a la
primera parte del versículo 16: «La ley y los profetas eran hasta Juan», o como
la Biblia de Jerusalén lo dice: «La Ley y los profetas llegan hasta Juan». Esto
no puede querer decir que la ley y los profetas ya no sean válidos ni que ya no
estén vigentes, porque eso estaría en conflicto con el final del versículo 17.
Si «más fácil es que pasen el cielo y la tierra, que se frustre una tilde de la
ley» (v. 17), la ley no ha caducado y es otra cosa lo que quiere decir el
versículo
16. La siguiente cláusula del
versículo 16 deja en claro lo que era la intención: «desde entonces el reino de
Dios es anunciado». Hasta Juan, la predicación
era de la ley y los profetas; ahora es Dios el Rey, en la persona de
Cristo, el que predica.
NOTA: Con
respecto a Lucas 16:18, muchos sostienen que esto prohíbe el divorcio o por lo
menos el nuevo matrimonio de divorciados. Así, Algunos eruditos sostienen que
«el nuevo matrimonio de divorciados se prohíbe en las Escrituras»
[«Acerca
de las regulaciones de matrimonio para sacerdores en Levítico»], The Standard Bearer, vol. XLVII, no.
5 [1 dic., 1970], p. 115). La ley mosaica que permite el divorcio en ningún lado se deja al margen; 1ª Co 7: 15,
lo confirma.
El
punto de Lucas 16:18 es que los divorciados inicuos del día, tales como los que condenaban los fariseos por
su perversión de la ley, no tienen posición ante Dios. Mt 19: 9 deja en claro que el permiso para el nuevo
matrimonio se niega sólo a los que
carecen de base bíblica para el divorcio; el divorcio y un nuevo matrimonio no
están prohibidos para los que
tienen bases santas.
Ambas cláusulas tienen que ver
con una proclamación; la una con una predicción, la otra con un advenimiento.
Cristo el Rey ha venido; y el Rey es el Legislador y el gran Impositor. Como
Rey, viene para reunir a su pueblo y a poseer para ellos su herencia.
La consecuencia es que «todos se
esfuerzan por entrar en él» (v. 16). Lenski traduce este versículo de esta
manera: «La ley y los profetas, hasta Juan, desde entonces sobre el reino de
Dios se predica como buenas noticias, y todos enérgicamente se esfuerzan por
entrar en el». Esto quiere decir, como Plummer señaló, que «el judío ya no
tiene ningún derecho exclusivo». Todas las naciones están llamadas a un nuevo
pacto ahora. Este cambio, sin embargo, no invalida la ley.
«Hay varios dichos judíos que
declaran que cualquiera que intercambie cualquiera de estas letras parecidas
(las iotas y las letras que ellas diferencian) en ciertos pasajes del AT
destruirán toda la palabra». De estos dichos Cristo hace eco en el versículo
17.
Los que «se esfuerzan» por entrar
en el reino no incluyen los dirigentes del pueblo, como Jesús dejó en claro en
la «parábola» de Lázaro y el rico (Lc 16: 19-31). En ninguna otra parte se da
el nombre de una persona en una parábola. Tertuliano, en De Anima (vii) sostuvo que el nombre
es evidencia de que la narración no es una parábola, sino un relato.
Lo que el relato enseña con
claridad es que los hombres prominentes de Judea no creerían: «tampoco se
persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos» (v. 31), como Cristo
pronto lo hizo. Por otro lado, personas de todo el mundo se esforzaban por
entrar en el reino y someterse a su ley.
Así que, por un lado, los
escribas y fariseos rechazaron a Jesucristo y sustituyeron la ley con la
tradición humana; por otro lado, muchos se esforzaban por entrar en el reino,
recibiendo a Cristo como su Redentor y Rey y sometiéndose a su ley. Edersheim
notó que «la parábola en sí misma es estrictamente en cuanto a los fariseos y
su relación con los “publicanos y pecadores” a quienes menospreciaban, y cuya
mayordomía ellos oponían a su propia condición de propietarios».
Del versículo 17, Edersheim
observó: Sí; era cierto que la ley no podía fallar ni en un solo acento. Pero,
notoriamente y en la vida cotidiana los fariseos, que así hablaban de la ley y
apelaban a ella, eran los que de manera constante y abierta la violaban. Se
atestigua aquí la enseñanza y práctica respecto al divorcio, que en realidad
incluía un quebrantamiento del séptimo mandamiento.
El Rey había venido, y por
consiguiente el reino de Dios ahora era manifiesto en un sentido que no era
posible cuando Dios gobernaba desde el tabernáculo. El Rey, al declarar su
condición de Rey universal, y al llamar a todas las personas de la tierra a
esforzarse por entrar, estaba quitándoles el reino a sus falsos encargados (Mt
21: 43). Edersheim dijo de los pasajes del reino en el Nuevo Testamento:
De hecho, un análisis de los 119
pasajes del Nuevo Testamento en que aparece la expresión «reino», muestra
quieren decir el gobierno de Dios; que
fue manifestado en Cristo y por medio de Cristo; es evidente en la iglesia; gradualmente se desarrolla en medio de estorbos; es
triunfante en el segundo advenimiento
de Cristo («el fin»); y
finalmente, perfeccionado en el mundo
venidero.
Visto así, el anuncio de Juan del
próximo advenimiento de este reino tiene el significado más profundo, aunque,
como es tan a menudo el caso en el profetismo, las etapas intermedias entre el
advenimiento de Cristo y el triunfo de ese reino parecen haber estado ocultas
del predicador. Él vino para llamar a Israel a someterse al reino de Dios, a
punto de ser manifestado en Cristo.
De aquí, por un lado, él los
llamó a un arrepentimiento un «cambio de parecer» con todo lo que esto
implicaba; y, por otro, les señaló a Cristo, en la exaltación de su Persona y
oficio. O, más bien, las dos cosas combinadas se pudieran resumir en el
llamado: «cambien de parecer»; arrepiéntanse, que implica, no solo un volverse
del pasado, sino un volverse a Cristo en novedad de mente.
Y así la acción simbólica por la
que esta predicación iba acompañada se pudiera llamar «bautismo de
arrepentimiento».
En Mateo 11:20-24 Jesús denunció
a las ciudades de Israel por rechazarlo. A Sodoma y a Tiro les iría mucho mejor
en el día del juicio que a aquellas ciudades donde el fariseísmo estaba
entronizado. A diferencia de los dirigentes de Israel, Jesús ofrecía un «yugo»
fácil (Mt 11: 29-30).
La expresión se refiere a una
expresión judía común de aquellos días, «tomar el yugo del reino de los
cielos», o sea, «prometer obediencia a la ley»9. La ley de Israel había llegado
a ser un yugo insoportable de tradición humana que dejaba sin ningún efecto la
ley de Dios. En su lugar, Jesús ofreció el yugo fácil de la ley de Dios.
«En su enseñanza, el reino una vez más llega a
ser un reino de gracia y de ley, y así el equilibrio tan hermosamente mantenido
en el Antiguo Testamento se restaura». El término «reino de los cielos» es
sinónimo de «reino de Dios»; el hábito judío de evitar el uso de nombre de Dios
condujo al uso frecuente de aquella frase.
En el Padrenuestro la gran
petición al principio es: «Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el
cielo, así también en la tierra» (Mt 6:10). La oración concluye:
«Porque tuyo es el reino, y el
poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén» (Mt 6: 13). La entrada a ese
reino es por la gracia electora de Dios; las reglas de ese reino son los
mandamientos de Dios, su ley. Para los que están en la gracia, el yugo es
fácil, y la carga es ligera, porque la gracia responde a la ley.