1. LA AUTORIDAD DE LA FAMILIA
Antes de analizar la ley bíblica
con respecto a honrar a los padres, y su autoridad, es necesario notar el
extenso socavamiento de la doctrina bíblica de la familia.
En los diez mandamientos, cuatro
leyes tienen que ver con la familia, tres de ellas directamente: «Honra a tu
padre y a tu madre», «No cometerás adulterio»,
«No hurtarás», y «No codiciarás
la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni
su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo» (Éx 20: 12,
14, 15, 17). El hecho de que la propiedad (y de aquí el robo) se orientaba a la
familia aparece no solo en toda la ley, sino en el décimo mandamiento: codiciar,
sea la propiedad, la esposa o los criados de otro, era un pecado contra la
familia del prójimo. La familia es claramente central a la forma bíblica de la
vida, y es la familia bajo Dios lo
que tiene esta centralidad.
Pero se debe añadir que esta
perspectiva bíblica es ajena a la cosmovisión darwiniana. El pensamiento
evolucionista concede la centralidad de la familia, pero solo como hecho
histórico. Se ve a la familia como la gran institución primitiva que ahora
rápidamente está siendo superada, pero que es importante para los estudios del
pasado evolucionista del hombre.
Se ve a la familia como la
antigua colectividad o colectivismo que debe dar paso a «la nueva
colectividad». Como el antiguo colectivismo que resiste el cambio, científicos
sociales, educadores y clérigos evolucionistas atacan continuamente a la
familia.
La antropología evolucionista que
sirve de base de este ataque le debe mucho, después de Darwin a William
Robertson Smith (1846-1894), La
religión de los semitas. Darwin
y Smith a su vez le dieron a Sigmund Freud (1856-1939) sus premisas básicas. En
términos de esta perspectiva, según lo presenta Freud (pero también popularizados
por La rama dorada, de Sir
James G. Frazer), los orígenes de la familia están en el pasado primitivo del
hombre antes que en el propósito creador de Dios.
La «horda primitiva», o sociedad
primitiva, estaba dominada por el «padre primitivo violento», que expulsaba a
los hijos y tenía posesión sexual exclusiva de la madre y las hijas. «El origen
de la moralidad en cada uno de nosotros» viene del complejo de Edipo.
Los hijos rebeldes, que
envidiaban y temían al padre, se unían, mataban y se comían al padre, y luego
poseían sexualmente a la madre y a las hermanas. Su remordimiento y cargo de
conciencia por sus acciones produjo tres tabúes básicos para el hombre: el
parricidio, el canibalismo y el incesto. Para Freud, en el cristianismo, el
hijo hace expiación en la cruz por matar al padre, y el canibalismo se
transforma en sacramento: la comunión.
Con esto en mente, podemos
entender por qué los antropólogos pueden decir:
«La familia es el más fundamental
de todos los grupos sociales, y es universal en su distribución». La próxima
oración nos informa, sin embargo, que la familia es una forma social
«determinada culturalmente», o sea, es en su totalidad un producto evolucionista
de la cultura del hombre. De igual forma, el tema de la «religión y ritos» se
introduce en el curso de un análisis de la «extensión del parentesco».
El poder del padre y la seguridad
de la familia están en la religión proyectada contra el medio ambiente
hostil para darle al hombre un parentesco y favor participante.
De igual manera, se nos dice, hay
dos clases de religiones, la religión de la madre, y la religión del padre.
Por esto, Van der Leeuw escribió:
«No hay nada más sagrado en la
tierra que la religión de la madre, porque nos lleva de vuelta al secreto más
profundo del alma, a la relación entre el hijo y su madre»; en estos términos
Otto Kern ha cristalizado la esencia de nuestro tema. Creyendo que detrás de
Poder se puede ver el bosquejo de una Forma, el hombre reconoce los rasgos de
su propia madre; su soledad al verse confrontado con el Poder se transforma por
tanto en la relación íntima con la madre.
El origen de los cultos de la
fertilidad se ve en la adoración de la madre, una invocación a la fertilidad y
también a un retorno a la seguridad del vientre. El culto a la madre conduce
con el tiempo al culto del padre. Según Van der Leeuw, «para todo hombre su
madre es una diosa, tal como su padre es un dios».
Todavía más, «la madre crea vida;
el padre historia»; o sea, las religiones del culto a la fertilidad son
cuestiones de prehistoria, y de culturas primitivas, en tanto que el padre como
dios es una etapa del desarrollo del hombre en la historia. Van der Leeuw
admitió, al comentar sobre Isaías 63: 16 y 64: 8, que el Dios bíblico «no es la
figura del generador sino de un creador, cuyas relaciones con el hombre son el
preciso opuesto del parentesco, y ante las cuales el hombre se postrará en
dependencia profunda pero confiada», pero, habiendo notado esto, volvió a su
tesis evolucionista.
La
religión, pues, se ve como una proyección de la familia, y la familia debe, por
consiguiente, ser destruida a fin de que la religión también pueda ser
destruida. Pero eso no es todo. También se ve de manera similar a la
propiedad privada como un resultado de la familia, y la abolición de la
propiedad privada requiere la destrucción de la familia. Van der Leeuw
habló de la relación entre la familia y la propiedad:
Entre muchos pueblos, todavía
más, la propiedad también juega
una parte en el elemento común de la familia. Porque la propiedad no es solo el
objeto que el dueño posee. Es un poder, y en verdad un poder común. Así que hallamos
el elemento común de la familia ligado a la sangre y a la propiedad; pero no
está confinado a esto, porque es sagrado, y por consiguiente no se puede
derivar sin ningún resto de lo dado.
Según Hoebel,
La naturaleza esencial de la
propiedad se debe hallar en las relaciones sociales antes que en cualquier
atributo inherente de la cosa u objeto que llamamos propiedad. La propiedad, en otras palabras, no es una cosa, sino
una red funcional de relaciones sociales que gobierna la conducta de las personas
con respecto al uso y disposición de las cosas.
Este es un truquito típico del
intelectual humanística moderno: ¡deshacerse de un problema eliminándolo por
definición! Para Hoebel, la propiedad no es «una cosa, sino una red funcional
de relaciones sociales». Y, ¿qué gobiernan estas relaciones sociales? La última
palabra de Hoebel lo dice claramente: ¡gobiernan cosas! ¿Qué son estas cosas
si no propiedad?
Pero fue Federico Engels el que
indicó más claramente el caso humanístico (y la tesis «marxista») respecto a la
relación entre la propiedad y la familia. La familia monógama, sostenía, «se
basa en la supremacía del hombre, y su propósito expreso es producir hijos de
paternidad indisputable; tal paternidad se exige porque estos hijos deben más
tarde llegar a la propiedad de su padre como sus herederos naturales».
La monogamia ha reducido la
importancia de las mujeres y ha conducido a «la brutalidad hacia las mujeres
que se esparce desde la introducción de la monogamia». La monogamia, y la
familia individual moderna, descansa o «se basa en la esclavitud doméstica
abierta u oculta de la esposa».
El matrimonio de grupo original
ha dado lugar al matrimonio de pareja, y, finalmente, a la monogamia, cuyos
concomitantes son «el adulterio y la prostitución». El comunismo quisiera
abolir tanto la monogamia tradicional como la propiedad privada:
Nos estamos acercando a una
rebelión social en la cual los cimientos económicos de la monogamia según ha
existido hasta aquí desaparecerán con tanta certeza cómo los de su complemento:
la prostitución. La monogamia surgió de la concentración de riqueza
considerable en manos de un solo individuo un hombre y de la necesidad de legar
esta riqueza a los hijos de ese hombre y a nadie más.
Habiendo surgido de causas
económicas, ¿desaparecerá entonces la monogamia cuando estas causas
desaparezcan? 0 Uno pudiera responder, y no sin razón: lejos de desaparecer,
por el contrario, se realizará por completo. Porque con la transformación de
los medios de producción en propiedad social desaparecerá también el trabajo
pagado, el proletariado, y por consiguiente la necesidad de un cierto número
estadísticamente calculable de mujeres que se entreguen por dinero.
La prostitución desaparece; la
monogamia, en lugar de colapsar, por lo menos se vuelve una realidad también
para los hombres. Con la transferencia de los medios de producción a propiedad
común, la familia individual deja de ser la unidad económica de la sociedad.
LOS QUEHACERES DOMÉSTICOS PRIVADOS SE
TRANSFORMAN EN INDUSTRIA SOCIAL.
El cuidado y educación de los
hijos se vuelve un asunto público; la sociedad cuida a todos los niños por
igual, sean legítimos o no. Esto elimina toda la ansiedad en cuanto a las
«consecuencias» que hoy es el factor social más esencial moral tanto como económico
que impide que una muchacha se entregue por completo al hombre que ama.
¿No será eso suficiente para producir
un crecimiento gradual de relaciones sexuales sin cortapisas y con una opinión
pública más tolerante respecto al honor de una doncella y a la vergüenza de una
mujer? Y, finalmente, ¿no hemos visto que en el mundo moderno la monogamia y la
prostitución son en verdad contradicciones, pero contradicciones inseparables,
polos del mismo estado de la sociedad?
¿Puede la prostitución
desaparecer sin arrastrar consigo a la monogamia al abismo?.
El concepto de Engels del
matrimonio era que es un lazo de fácil disolución basado solo en el amor, con
libertad para toda asociación sin castigo. Queda muy claro que el matrimonio
bíblico quedaría abolido con la abolición de la propiedad privada.
Se hace evidente entonces por qué
la educación humanística moderna, y en especial la educación marxista, es tan
hostil a la familia, tan claramente dedicada a reemplazar la «vieja
colectividad» de la familia con «la nueva colectividad»: el estado. Destruir la
familia bíblica monógama quiere decir, desde su perspectiva, la destrucción, primero, de la religión, y segundo, de la propiedad privada. El
marxista quiere «emancipar» a la mujer haciéndola una obrera industrial. Esto
es «emancipación» por definición, porque liberta a la mujer del complejo
bíblico de propiedad-religión-matrimonio.
A fin de contrarrestar estos
conceptos humanísticos de la familia y del papel de los padres, hay que
entender y recalcar la doctrina bíblica de la familia que muy claramente se centra en Dios. La doctrina
humanística de la familia se centra en el hombre y se centra en la sociedad. Se
ve a la familia como una institución social, que, en el curso de la evolución,
proveyó la original y «vieja colectividad» y que ahora debe dar paso a la
«nueva colectividad» conforme la humanidad se vuelve la verdadera familia del
hombre.
Como ya se señaló, la primera característica de la doctrina
bíblica es que a la familia se le ve en términos de una función y origen
centrados en Dios. La familia es parte del propósito de Dios para el hombre, y su
función para la gloria de Dios en su verdadera forma, así como también para permitirle
al hombre su autorrealización bajo Dios.
Segundo,
Génesis
1:27-30 deja en claro que Dios creó al hombre para que domine la tierra y
ejerza dominio sobre ella bajo Dios. Aunque originalmente solo Adán fue creado
(Gn 2:7), el mandato de la creación claramente se da al hombre en el estado
casado, y con la creación de la mujer en mente. Entonces, el llamado a subyugar la tierra y ejercer dominio sobre ella es esencial
para la función de la familia bajo Dios, y para el papel del hombre como cabeza
de la familia.
Esto le da a la familia una
función posesiva: subyugar la
tierra y ejercer dominio sobre ella incluye a las claras la perspectiva bíblica
de la propiedad privada. El hombre debe llevar a toda la creación el orden-ley
de Dios, ejerciendo poder sobre la creación en nombre de Dios. La tierra fue
creada «muy buena» pero todavía estaba sin desarrollarse en términos de
subyugación y posesión por el hombre, el gobernador que Dios designó.
Este gobierno es particularmente el llamado del hombre como esposo y
padre, y el de la familia como una institución. La caída del hombre no ha alterado este llamado, aunque ha hecho su
cumplimiento imposible aparte de la obra regeneradora de Cristo.
Tercero,
este
ejercicio de dominio y posesión es claro que incluye responsabilidad y autoridad. El hombre es responsable ante Dios
de su uso de la tierra, y debe,
como gobernante fiel, desempeñar su llamado solo en términos del decreto o palabra real de su Soberano. Su
llamamiento le confiere también autoridad por delegación. Dios le da al hombre autoridad sobre su familia y
sobre la tierra. En el esquema
marxista, la transferencia de la autoridad de la familia al estado ridiculiza toda idea de la familia como una
institución.
La familia es, para todo
propósito práctico, abolida
cuandoquiera que el estado determina la educación, vocación, religión y disciplina del hijo. La
única función restante para los padres es la procreación, y, mediante regulaciones del control
de los nacimientos, esto también está
sujeto ahora a un papel decreciente.
La familia en tal sociedad no es
más que una reliquia del viejo
orden, manteniéndose solo subrepticia e ilegalmente, y sujeta en todo momento a la autoridad del estado que
interviene. En todas las sociedades
modernas, la transferencia de la autoridad de la familia al estado se ha logrado en varios grados.
En la perspectiva bíblica, la
autoridad de la familia es básica para la sociedad, y es autoridad que se
centra en Dios. De aquí la división común de los mandamientos en dos tablas, o
dos lados, de cinco cada uno, con el quinto mandamiento colocado junto a los
que tienen que ver con el deber del hombre a Dios.
El
significado de la familia, pues, no se debe buscar en la procreación sino en la
autoridad y la responsabilidad centrada en Dios en términos de llamado del
hombre a subyugar la tierra y ejercer dominio sobre ella.
Cuarto,
la función
de la mujer en este aspecto del orden ley de Dios es ser una ayuda idónea para
el hombre en el ejercicio de su dominio y autoridad. Esta provee compañerismo
en su llamamiento (Gn 2: 18) de modo que hay una comunidad en la autoridad, con
la preeminencia clara del hombre.
El pecado del hombre es intentar
usurpar la autoridad de Dios, y el pecado de la mujer es intentar usurpar la
autoridad del hombre, y ambos esfuerzos son una futilidad mortal. Eva ejerció
el liderazgo al someterse a la tentación; guió a Adán en lugar de dejarse guiar;
Adán sucumbió al deseo de ser como Dios (Gn 3: 5), en tanto que actuaba menos
que hombre al someterse al liderazgo de Eva.
Pero la autoridad de la mujer
como ayuda idónea no es menos real que la de un primer ministro ante el rey; el
primer ministro no es un esclavo porque no sea un rey, ni tampoco la mujer una
esclava porque no sea un hombre.
La descripción de la mujer
virtuosa, o esposa consagrada, en Proverbios 31:10-31 no es la de una esclava
impotente ni de una parásita hermosa, sino más bien la de una muy competente
esposa, administradora, mujer de negocios, y madre; una persona de autoridad
real.
La clave, por consiguiente, para
la doctrina bíblica de la familia se debe hallar en el hecho de su autoridad
central, y el significado consecuente.
2. LA PROMESA DE VIDA
El quinto mandamiento lleva una
significativa promesa al obediente, la promesa de la vida:
Honra a tu padre y a tu madre,
para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da (Éx 20:12).
Honra a tu padre y a tu madre,
como Jehová tu Dios te ha mandado, para que sean prolongados tus días, y para
que te vaya bien sobre la tierra que Jehová tu Dios te da (Dt 5:16).
Éxodo lo indica, y Deuteronomio,
en forma ampliada, repite esta promesa de vida. Antes de analizar el
significado de esta promesa, es necesario entender la condición, honrar a los
padres. El comentario de Rylaarsdam es un ejemplo divertido de la
interpretación modernista. Su interpretación de Éxodo 20: 12 dice:
El quinto (cuarto) mandamiento se
halla en el punto de transición de la ley social a la civil. Honrar a los
padres es una forma de piedad, aunque no una observancia cúltica. En Dt 5: 16
se añade la prosperidad a la promesa de largura de días en la tierra que se ofrece aquí. Los hijos menores estaban obligados
a la obediencia estricta (21: 15, 17; Lv 20:9; Pr 30: 17).
Este mandamiento se refiere más
especialmente al tratamiento de los ancianos impotentes que estaban a cargo de
la persona. No se les debe enviar para que se los coman las bestias o mueran
por la inclemencia del tiempo, como era el caso en algunas sociedades. La
posesión de la tierra que tu Dios te da («está dando», «dará»,
puesto que en Deuteronomio el lugar es el Sinaí) depende del mantenimiento de
los estándares de familia.
EN OTRAS PALABRAS, A LOS PADRES SE LES
«HONRA» ¡SI NO SE LES EXPONE A LA MUERTE!
Por cierto, las costumbres de los
esquimales no eran las costumbres del Cercano Oriente antiguo, y esta
interpretación es en todo respecto errada a propósito. El requisito aquí es, primero, un honrar religioso a los
padres, y, segundo, incluye un respeto
general por los ancianos. Esto se exige con claridad en Levítico 19: 32:
«Delante de las canas te
levantarás, y honrarás el rostro del anciano, y de tu Dios tendrás temor. Yo
Jehová». El respeto por los ancianos era característico; según
Proverbios 16: 31: «Corona de
honra es la vejez que se halla en el camino de justicia». Pero, como Levítico
19:32 dice con claridad, sin que importe el carácter moral de la generación más
vieja, se les debe un básico respeto y honor. La justicia añade una «corona de
gloria» a la generación de mayor edad.
La edad exigía respeto. Pablo
pudo apelar a su edad como factor al tratar de persuadir a Filemón: «Más bien
te ruego por amor, siendo como soy, Pablo ya anciano, y ahora, además,
prisionero de Jesucristo» (Flm 9). El amor, la edad, y su encarcelamiento por
Cristo le daban a Pablo autoridad moral.
Debido a este respecto exigido
para la edad, es mucho más imperativo que con la edad crezcamos en sabiduría.
Así, Pablo aconsejó «Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en
la fe, en el amor, en la paciencia. Las ancianas asimismo sean reverentes en su
porte; no calumniadoras, no esclavas del vino, maestras del bien» (Tit 2: 2,
3).
Esto nos lleva al primer principio general inherente en
esta ley: honrar a los padres, y a todos los mayores que nosotros mismos, es un
aspecto necesario de la ley básica de la herencia.
Lo que heredamos de nuestros padres es la vida en sí misma, y también la
sabiduría de su fe y experiencia conforme nos las trasmiten.
LA CONTINUIDAD DE LA HISTORIA DESCANSA
EN ESTE HONOR Y HERENCIA.
Una edad rebelde rompe con el
pasado y se vuelve contra los padres con hostilidad y veneno; se deshereda a sí
misma. Respetar a nuestros mayores aparte de nuestros padres es respetar todo
lo que es bueno en nuestra herencia cultural. Por cierto, el mundo no es
perfecto, y ni siquiera se sujeta a la ley, pero, aunque venimos desnudos al mundo, no entramos a un mundo vacío.
Las casas, los huertos, los
campos y los rebaños son labores del pasado, y somos más ricos por este pasado
y debemos honrarlo. A nuestros padres especialmente, que proveyeron para
nosotros y nos cuidaron, se les debe honrar por sobre todos los demás, porque,
si no lo hacemos, pecamos contra Dios y también nos desheredamos.
Como veremos más adelante, hay
una conexión estrecha entre desheredar una propiedad de familia y deshonrar a
los padres y rechazar su honor y su herencia cultural. La herencia básica y
cultural de la cultura y todo lo que ella incluye fe, educación, sabiduría,
riqueza, amor, vínculos comunes, y tradiciones se cercenan y se niegan en donde
no se honra a los padres y ancianos. El hecho trágico es que muchos padres se
niegan a reconocer que sus hijos se han desheredado.
Un segundo principio general inherente en esta ley es el del progreso enraizado en el pasado, de
la herencia como cimiento para el progreso. El mandamiento, hablando a los adultos, pide honor, no obediencia. Para los hijos, el requisito es obediencia: «Hijos, obedeced en el
Señor a vuestros padres, porque esto es justo» (Ef 6: 1). «Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque
esto agrada al Señor» (Col
3:20). La interpretación de Hodge de Efesios 6: 1 es excelente:
LA NATURALEZA O CARÁCTER DE ESTA
OBEDIENCIA LO EXPRESAN LAS PALABRAS EN
EL SEÑOR.
Debe ser religioso; brotando de
la convicción de que tal obediencia es la voluntad del Señor. Esto lo hace un
servicio más alto que si se lo rindiera por temor o por mero afecto natural.
Asegura que será pronto, cordial y universal.
Que Kurios aquí se refiere a Cristo es claro por todo el contexto.
En el capítulo precedente, v. 21, tenemos una exhortación general bajo la cual
se incluye esta dirección especial a los hijos, y la obediencia que allí se
requiere se la debe rendir en el temor
de Cristo. En el siguiente versículo también Kurios constantemente tiene esta referencia, y por consiguiente
también debe tenerla aquí.
La base de la obligación a la
obediencia filial se la expresa en las palabras porque esto es justo. No se debe al carácter personal del padre,
ni debido a su bondad, ni debido a que sea conveniente, sino porque es justo; una obligación que surge de la
naturaleza de la relación entre padres e hijos, y que debe existir siempre que
exista la relación.
Muchas culturas han tenido un
honrar religioso de los padres, pero esto por lo general ha estado conectado
con la adoración a los antepasados y ha sido un factor agobiante, mortal en la
sociedad. El largo fracaso de China en cuanto a avanzar se debió por un lado a
su relativismo, y, por otro, a la parálisis social producida por su sistema de
familia.
EN LA FE BÍBLICA, LA FAMILIA HEREDA
DEL PASADO A FIN DE CRECER FIRMEMENTE AL FUTURO.
Esposo y esposa llegan a ser una carne; tienen en su matrimonio un
vínculo físico común, sexual, que los hace una carne. De aquí, las Escrituras declaran: «Por tanto, dejará
el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola
carne» (Gn 2: 24).
El matrimonio exige que el hombre
y su esposa avancen hacia adelante; rompen con la vieja familias para producir
una nueva. Siguen vinculados a las familias viejas en que ambos representan una
herencia cultural de dos familias específicas. Siguen unidos todavía más por el
deber religioso de honrar a los padres. El crecimiento es real, y la
dependencia es real; lo nuevo clara y llanamente crece y alcanza la
potencialidad de lo viejo.
Por esto, de la iglesia se habla
de buen grado como familia en las Escrituras.
San Pablo habló de sí mismo como
padre de los creyentes de Corinto: «Porque aunque tengáis diez mil ayos en
Cristo, no tendréis muchos padres; pues en Cristo Jesús yo os engendré por
medio del evangelio» (1a Co 4: 15). De nuevo, escribió en Filemón
10, «te ruego por mi hijo Onésimo, a quien engendré en mis prisiones».
La iglesia es la familia de los
fieles, y los vínculos de la fe son muy estrechos. Los lazos de familia son
incluso más fuertes si el lazo es a la vez sangre y fe.
Con todo, otro aspecto de honrar se considerará de manera
separada bajo el título de «La economía de la familia».
Lo que nos interesa ahora es la
última parte de esta palabra-ley: la promesa de larga vida y prosperidad.
Salomón repitió esta promesa de la ley, resumiéndola así: «Oye, hijo mío, y
recibe mis razones, Y se te multiplicarán años de vida» (Pr 4: 10). En verdad,
Proverbios 1—5 en su totalidad tiene que ver con esta promesa de vida.
Hodge, al analizar esta promesa,
observó:
ESTA PROMESA EN SÍ MISMA TIENE UNA FORMA
TEOCRÁTICA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO.
Es decir, tiene una referencia
específica a la prosperidad y largura de días en la tierra que Dios le había
dado a su pueblo como herencia. El apóstol la generaliza dejando fuera las
palabras de conclusión, y la hace una promesa no confinada a una tierra o
pueblo, sino a los hijos obedientes en todas partes.
Si se pregunta si los hijos
obedientes en verdad se distinguen por larga vida y prosperidad, la respuesta
es que ésta, como todas las demás promesas similares, es una revelación de un
propósito general de Dios, y da a conocer lo que será el curso usual de la
providencia.
El que algunos hijos obedientes sean
desdichados y de vida corta no es más inconsistente con esta promesa, que el
que algunos hombres diligentes sean pobres sería inconsistente con la declaración:
«la mano de los diligentes enriquece». La diligencia, por regla general, en
efecto consigue riquezas; y los hijos obedientes, por regla general, son
prósperos y felices.
La promesa general se cumple en
los individuos, así como «servirá para la gloria de Dios, y para su propio
bien».
Se ha planteado la pregunta en
cuanto a la aplicación de la promesa: ¿es para la nación, o es la promesa para
individuos? Como Rawlinson notó:
LA PROMESA SE PUEDE ENTENDER EN DOS
SENTIDOS MUY DIFERENTES.
(1)
Se puede tomar como que garantiza permanencia nacional al pueblo entre el cual
se practica en general el respeto y la obediencia filial; o
(2)
se puede entender en el sentido más sencillo y más literal de una promesa de
que los hijos obedientes, por regla general, recibirán como recompensa la
bendición de una vida larga.
En favor de la primera noción se
han propuesto los hechos de la permanencia romana y china, junto con la
probabilidad de que Israel abdicó su posesión e Canaán como consecuencia de su
ruptura persistente de este mandamiento.
En favor de la segunda se puede
aducir la aplicación del texto que hizo San Pablo (Ef 6:3), que es puramente
personal y no étnica; y la exégesis del hijo de Sirac (Sab. 3: 6), que es
similar. También vale la pena notar que un sabio egipcio, que escribió mucho
antes que Moisés, declaró como resultado de su experiencia que los hijos
obedientes en efecto alcanzaban la vejez en Egipto, y estableció el principio
ampliamente, de que «el hijo que atiende las palabras de su padre llegará a
viejo».
La referencia a Ben Sirac es a su
declaración: «El que respeta a su padre tendrá larga vida; el que obedece al
Señor será el consuelo de su madre» (Eclo 3:6). Esto no es solo una repetición
de la ley, sino una observación del hecho. La realidad de la vida es que el que
ama la vida, y honra al Dios que creó la vida, al reverenciar su ley y a sus
padres bajo Dios, de verdad vive más feliz y tiene una vida más larga como
regla.
Despreciar a los padres de uno, o
aborrecerlos y deshonrarlos es despreciar la fuente inmediata de la vida de
uno; es una forma de aborrecimiento propio, y es un desprecio voluntario de la
herencia básica de la vida. Por la experiencia pastoral, se puede añadir que
los que al ser reprendidos por su odio y actividad del deshonor hacia sus
padres, y arrogantemente dicen: «Yo no pedí nacer», tienen una duración de vida
limitada, o, en el mejor de los casos, muy desdichada.
Su curso de acción es suicida.
Están diciendo, en efecto: «Yo no pedí vivir».
Esta misma promesa de vida por
honrar a las fuentes inmediatas de la vida aparece en Deuteronomio 22:6, 7, y
en Levítico 22:28: Y sea vaca u oveja, no degollaréis en un mismo día a ella y
a su hijo (Lv 22:28).
Cuando encuentres por el camino
algún nido de ave en cualquier árbol, o sobre la tierra, con pollos o huevos, y
la madre echada sobre los pollos o sobre los huevos, no tomarás la madre con
los hijos. Dejarás ir a la madre, y tomarás los pollos para ti, para que te
vaya bien, y prolongues tus días (Dt 22:6, 7).
Una ley similar aparece en Éxodo
23:19: «No guisarás el cabrito en la leche de su madre». El lenguaje de la
promesa claramente conecta esto con el quinto mandamiento. De Deuteronomio
22:6, 7, se nota: «El mandamiento se coloca a la par con el mandamiento
relativo a los padres, por el hecho de que a la gente se le insta a la
obediencia por la misma premisa en ambas instancias».
Pero es más que un caso de ser
«colocado a la par»; el hecho se indica claramente que hay una ley básica
involucrada. De nuevo, eso no lo hará decir, como W. L. Alexander lo hizo, que
«estos preceptos tienen el propósito de promover sentimientos humanos hacia los
animales inferiores».
Una premisa básica se afirma en
el quinto mandamiento; en estas leyes que tienen que ver con aves, vacas,
terneros y ovejas este principio se afirma y se ilustra en casos mínimos para
ilustrar el alcance máximo de la ley. La tierra es del Señor y toda la vida es
obra del Señor. El hombre no puede en ningún nivel tratar a la vida excepto
bajo la ley, la ley de Dios. El
clamor de algunos persas oprimidos de otra generación, «Somos hombres, ¡y
tendremos leyes!», fue notable.
El hombre necesita la ley de
Dios, y la ley del Señor requiere que honremos nuestra herencia en todo nivel.
Desperdiciar nuestra herencia, sea en el mundo animal o a nivel de nuestra
familia, es negar la vida. Es hacerlas de dios; es dar por sentado que nosotros
nos hicimos a nosotros mismos y que podemos volver a hacer nuestro mundo. Pablo
pudo exigir obediencia de los hijos a los padres diciendo: «es justo», es por
naturaleza obligatorio y apropiado.
HONRAR A LOS PADRES SE COLOCA EN EL
MISMO NIVEL DE GUARDAR EL SABBAT, EN LEVÍTICO 19: 1-3:
Habló Jehová a Moisés, diciendo: Habla
a toda la congregación de los hijos de Israel, y diles: Santos seréis, porque
santo soy yo Jehová vuestro Dios.
Cada uno temerá a su madre y a su
padre, y mis días de reposo guardaréis. Yo Jehová vuestro Dios.
Como Ginsburg señaló, solo dos
veces en toda la ley se usa la expresión: «Habla a toda la congregación de
Israel», en Éxodo 12:3, en la institución de la Pascua, y aquí.
Del versículo 3 «Cada uno temerá
a su madre y a su padre», Ginsburg escribió:
El primer medio para alcanzar la
santidad, que es hacer que el israelita refleje la santidad de Dios, es
reverenciar de manera uniforme a sus padres. Por eso, el grupo de preceptos
contenidos en este capítulo empieza con el quinto mandamiento del decálogo (Éx
20:12), o, como el apóstol lo dice, el primer mandamiento con promesa (Ef 6:2).
Durante el segundo templo, las
autoridades espirituales ya llamaban la atención al hecho singular de que ésta
es una de las tres instancias en las Escrituras en donde, contrario a la
práctica usual, se menciona a la madre antes del padre; las otras dos son Gn
44: 20 y Lv 21:2. Puesto que los niños de ordinario temen al padre y aman a la
madre, dicen que aquí se da preferencia a la madre a fin de inculcar el deber
de temer a ambos por igual. La expresión «temer», sin embargo, la toman para incluir
lo siguiente:
(1)
no pararse ni sentarse en el lugar reservado para los padres;
(2)
no responder ni oponerse a sus afirmaciones; y
(3)
no llamarlos por su nombre de pila, sino más bien llamarnos padre o madre, o mi
amo, mi señora.
En tanto que la expresión «honrar»
que se usa en el pasaje paralelo de Éxodo 20: 12, entienden que incluye (1) proveerles comida y vestido, y (2) cuidarlos. Los padres son los
representantes de Dios en la tierra; de aquí que así como a Dios se le debe a
la vez «honrar» con nuestra sustancia (Pr 3:9), y se le debe «temer» (Dt 6:13),
a nuestros padres también se les debe «honrar» (Éx 20: 12) y «temer» (cap. 19: 3);
y así como al que blasfemaba el nombre de Dios había que apedrearlo (cap. 29: 16),
así al que maldecía a su padre o madre había que apedrearlo (cap. 20:9).
Como Ginsburg señaló, la
blasfemia a Dios y la maldición a los padres se igualan claramente en la ley.
Para reflejar la santidad de Dios, el hombre debe empezar reverenciado a sus
padres.
Ginsburg entonces notó, de la
segunda cláusula de Levítico 19:3: «mis días de reposo guardaréis»,
Unido a este quinto mandamiento
está el cuarto del decálogo. La educación de los hijos, que en sus primeras
etapas de la comunidad hebrea giraba alrededor de los padres, la realizaban
ellos especialmente por en los días del sabbat.
En este punto, Ginsburg se perdió
el sentido teológico del texto y recurrió a un accidente histórico. Claro, el
texto asocia a Dios y a los padres. A ambos hay que reverenciarlos: a Dios
absolutamente, a los padres bajo Dios. La blasfemia contra Dios y la maldición
a los padres merecen la muerte. Ambos son ataques contra la autoridad y orden
fundamental. Es más, el sabbat como reposo y seguridad en Dios tiene que ver
con el quinto mandamiento en que los padres proveen, aunque defectuosamente,
algún tipo de reposo y seguridad para el hijo. Al hijo se le da vida y cuidado.
El hogar representa un reposo, y el hogar piadoso es en verdad un reposo del
mundo, una seguridad y promesa de victoria frente al mismo.
Tanto el sabbat como los padres
representan una herencia de Dios de reposo, paz y victoria. Están por
consiguiente estrechamente asociados en esta ley.
Bajo esta luz, volvamos a
Deuteronomio 22:6, 7, al ave madre y sus huevos o pichones. Está claro que el
mismo principio básico se aplica incluso a la vida animal. El hombre no puede
explotar los recursos de la tierra de manera radical o total. La vida que le es
dada para comida, debe usarla bajo la ley.
Pero, incluso si el pájaro en
cuestión no es un ave apropiada para comida, se aplica el mismo principio. La
cuestión en juego no es la preservación de la provisión de comida para el
hombre, sino el uso reverencial de nuestra herencia en el Señor. No puede haber progreso sin respeto al pasado y a nuestra herencia en Él.
UN TERCER PRINCIPIO GENERAL QUE
APARECE ES LA PROMESA DE VIDA POR OBEDIENCIA.
Algunas interpretaciones de esta
promesa ya se han notado. La del Talmud también es interesante:
MISHNÁ. Un hombre no puede tomar
un ave madre con sus pichones ni para limpieza del leproso. (Por cuyos ritos de
purificación se requerían dos aves, una para ser sacrificada y la otra para ser
puesta en libertad en el campo abierto, (Lv 14: 4). Si respeto a un precepto
tan ligero —tiene que ver con algo que vale apenas un isar la Tora dice «para
que te vaya bien, y para que puedas prolongar tus días», ¡cuánto más (debe ser
la recompensa) la observancia de los preceptos más difíciles de la Tora!
Gemara.
Se enseñaba:
R. Jacob dice: No hay precepto en la Tora en donde la recompensa se indica por
su lado, del cual no se pueda inferir la doctrina de la resurrección de los
muertos. Por tanto, en conexión con honrar a los padres está escrito: «para que tus días se prolonguen, y que te
vaya bien». De nuevo en
conexión con la ley de soltar (leal ave madre) del nido está escrito: «para que te vaya bien, y se prolonguen tus
días».
Ahora, en el caso en que el padre
de un hombre le dice al hijo: «Sube a la terraza y tráeme algunos pichones», y
este subió a la terraza del edificio, y soltó a la madre y tomó a los pichones,
y a su regreso se cayó y murió, ¿dónde está la largura de días de este hombre,
y donde está la felicidad de este hombre? Pero «para que tus días se
prolonguen» se refiere al mundo que es totalmente largo, y «para que te vaya bien» se refiere al mundo que es totalmente bueno.
La nota del editor al pie de
página de esto dice: «La promesa de bendición se cumplirá en el mundo venidero,
y uno no debe esperar en este mundo recibir la recompensa de una buena obra».
Esto da una interpretación radical del otro mundo que hace injusticia a la ley.
Un examen de otras promesas de
vida en la ley indica con claridad cuán de veras terrenal es esta promesa:
Si oyeres atentamente la voz de
Jehová tu Dios, e hicieres lo recto delante de sus ojos, y dieres oído a sus
mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que
envié a los egipcios te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu sanador (Éx 15: 26).
No te inclinarás a sus dioses, ni
los servirás, ni harás como ellos hacen; antes los destruirás del todo, y
quebrarás totalmente sus estatuas. Mas a Jehová vuestro Dios serviréis, y él
bendecirá tu pan y tus aguas; y yo quitaré toda enfermedad de en medio de ti.
No habrá mujer que aborte, ni estéril en tu tierra; y yo completaré el número de
tus días (Ex 23:24-26).
Y guarda sus estatutos y sus
mandamientos, los cuales yo te mando hoy, para que te vaya bien a ti y a tus
hijos después de ti, y prolongues tus días sobre la tierra que Jehová tu Dios
te da para siempre (Dt 4: 40).
¡Quién diera que tuviesen tal
corazón, que me temiesen y guardasen todos los días todos mis mandamientos,
para que a ellos y a sus hijos les fuese bien para siempre! (Dt 5: 29).
Andad en todo el camino que
Jehová vuestro Dios os ha mandado, para que viváis y os vaya bien, y tengáis
largos días en la tierra que habéis de poseer (Dt 5: 33).
Y por haber oído estos decretos y
haberlos guardado y puesto por obra, Jehová tu Dios guardará contigo el pacto y
la misericordia que juró a tus padres.
Y te amará, te bendecirá y te multiplicará,
y bendecirá el fruto de tu vientre y el fruto de tu tierra, tu grano, tu mosto,
tu aceite, la cría de tus vacas, y los rebaños de tus ovejas, en la tierra que
juró a tus padres que te daría. Bendito serás más que todos los pueblos; no
habrá en ti varón ni hembra estéril, ni en tus ganados.
Y quitará Jehová de ti toda
enfermedad; y todas las malas plagas de Egipto, que tú conoces, no las pondrá
sobre ti, antes las pondrá sobre todos los que te aborrecieren. Y consumirás a
todos los pueblos que te da Jehová tu Dios; no los perdonará tu ojo, ni
servirás a sus dioses, porque te será tropiezo (Dt 7: 12-16).
Si no cuidares de poner por obra
todas las palabras de esta ley que están escritas en este libro, temiendo este
nombre glorioso y temible: JEHOVÁ TU DIOS, entonces Jehová aumentará
maravillosamente tus plagas y las plagas de tu descendencia, plagas grandes y
permanentes, y enfermedades malignas y duraderas; y traerá sobre ti todos los
males de Egipto, delante de los cuales temiste, y no te dejarán. Asimismo toda
enfermedad y toda plaga que no está escrita en el libro de esta ley, Jehová la
enviará sobre ti, hasta que seas destruido.
Y quedaréis pocos en número, en
lugar de haber sido como las estrellas del cielo en multitud, por cuanto no
obedecisteis a la voz de Jehová tu Dios.
Así como Jehová se gozaba en
haceros bien y en multiplicaros, así se gozará Jehová en arruinaros y en
destruiros; y seréis arrancados de sobre la tierra a la cual entráis para tomar
posesión de ella (Dt 28: 58-63).
Y les dijo: Aplicad vuestro
corazón a todas las palabras que yo os testifico hoy, para que las mandéis a
vuestros hijos, a fin de que cuiden de cumplir todas las palabras de esta ley.
Porque no os es cosa vana; es vuestra vida, y por medio de esta ley haréis
prolongar vuestros días sobre la tierra adonde vais, pasando el Jordán, para
tomar posesión de ella (Dt 32: 46, 47).
Incluso una simple lectura de
estos pasajes (y se pudieran citar más) deja en claro una serie de puntos. Primero, la promesa de vida se da
para la totalidad de la ley.
EL QUINTO MANDAMIENTO TIENE PRIMACÍA
EN ESTA PROMESA, PERO TODA LEY OFRECE VIDA.
Segundo,
la promesa
de vida es bien material y de este mundo. La promesa de vida eterna es bien
definida en otras partes de las Escrituras, pero no se puede leer en estos
pasajes. Tercero, la promesa no
es solo para el hombre del pacto si obedece, sino también para su ganado, sus
campos y sus árboles.
Quiere decir libertad de plagas y
enfermedades. Quiere decir fertilidad y alumbramiento seguro. Quiere decir
larga vida para el hombre del pacto y su familia. La ley, es, sin ninguna duda una
promesa de vida para el hombre del pacto cuando anda en fe y obediencia.
Cuarto,
la ley
también es una promesa de muerte, de enfermedad, esterilidad y plaga para el desobediente.
Reducir la ley, como algunos antinomianos lo hacen, a solo una promesa de
muerte es negar su significado y a la larga su castigo. La ley no es una mera
negación: su propósito es proscribir el pecado y proteger y cultivar la
justicia.
En este respeto solo, la ley es
una promesa de vida. Una ley contra el asesinato es una promesa de muerte para
el asesino, y una promesa de vida y protección en la vida para el bueno.
Eliminar la promesa de vida para el bueno quiere decir eliminar a la vez la
promesa de muerte para el asesino. Cuando se eliminan los ladrones y asesinos
de la sociedad, se protegen y se promueven la vida y la propiedad.
Cuando los antinomianos reducen
la ley a una función meramente negativa, a muerte al pecado, implícitamente
eliminan la pena de muerte también y preparan el camino para que el amor llegue a ser el redentor y el
que da la vida en lugar de que sea Dios. Lo eliminan haciendo de un nuevo
principio el dador de vida, el amor, el
amor de Dios por el hombre y el amor del hombre por Dios; la muerte entonces se
vuelve privación de amor, y el amor es el curalotodo para la privación.
Pero la doctrina bíblica de la
expiación declara con claridad que la salvación del hombre es por las obras de
Cristo de la ley, su perfecta obediencia como nuestro representante y cabeza
federal, y su aceptación sustitutiva de nuestra sentencia de muerte. La ley nos
sentencia a muerte, y somos hechos justos ante Dios por la ley, pero recibimos
este hecho por fe.
La fe no elimina la transacción legal
involucrada, ni tampoco el requisito de que nosotros ahora mostremos los frutos
de la salvación, obras buenas. La fe descansa en un cimiento de ley.
Quinto, la promesa de la vida que la ley
ofrece no es meramente una remoción de las condiciones de muerte, o sea, la
eliminación como si fuera de asesinos, aunque eso es importante. Es también el
hecho de que Dios, como el dador de vida, prospera nuestra vida y nos hace
florecer en ella. Como Cristo Jesucristo declaró: «Yo he venido para que tengan
vida, y para que la tengan en abundancia» (Jn 10: 10).
La promesa de vida por obediencia
es pues una premisa básica de la ley, porque la ley es inseparable de la vida.
La ley es una condición básica de la vida.
Un cuarto principio general implícito en el quinto mandamiento es
que deshonrar a los padres es deshonrarse uno mismo, e invitar la muerte; y de
manera similar, deshonrarse uno mismo es deshonrar a los padres. Según Levítico
21: 9, « la hija del sacerdote, si comenzare a fornicar, a su padre deshonra;
quemada será al fuego». Ginsburg comentaba:
En tanto que a la hija casada de
un laico que se había descarriado se castigaba con la muerte por estrangulación
(ver cap. 20: 10; Dt 22:23, 24), a la hija de un sacerdote que se desgraciaba
se le castigaba con la pena más severa de muerte por fuego. Aunque la
condenación del compañero culpable en el delito no se menciona aquí, su
sentencia era muerte por estrangulación.
El pecado de ella constituye,
pues, una triple ofensa, un pecado contra Dios, contra su padre y contra sí
misma. La ley en un sentido es una promesa de vida para los vivos; los muertos
se alejan de ella, porque su motivo no es la vida sino la profanidad.
3. LA ECONOMÍA DE LA FAMILIA
La palabra propiedad, en un tiempo una de las
palabras más prestigiosas del mundo, ha llegado en años recientes a tener una
mala connotación debido al ataque socialista deliberado contra el concepto. La
palabra, sin embargo, fue importante lo suficiente para ser un aspecto básico
de libertad para los hombres durante la Guerra de Independencia estadounidense,
cuando el clamor de arenga era «Libertad y propiedad».
Ahora, sin embargo, incluso los
que más defienden la propiedad se cohíben de su uso más amplio: la inclusión de
personas. La mayoría de mujeres se resentirían si se les describe como propiedad. Pero la palabra propiedad se debe considerar más bien
como un término altamente posesivo y afectuoso antes que frío.
Viene del adjetivo latino propius, que quiere decir «no común
con otros, especial, separado, individual, peculiar, particular, apropiado».
También tiene el sentido de «duradero, constante, permanente». San Pablo dice
claramente que el esposo y la esposa, respecto al sexo, tienen un derecho de
propiedad del uno al otro (1ª Co 7:4, 5).
Incluso más, se puede decir que
un hombre tiene a su esposa como su propiedad, y también a sus hijos. Pero
debido a que su esposa e hijos tienen ciertos derechos individuales,
particulares, especiales y continuos en él, ellos también tienen un derecho de
propiedad en él. Las leyes, en varias ocasiones, han subrayado estos derechos
de propiedad en las personas; por ejemplo, algunos estados no permiten que un
padre desherede a un hijo; a los hijos se les da un cierto grado permanente de
derechos de propiedad en el padre.
De modo
similar, la mayoría de estados no permiten que se desherede a la esposa; se
salvaguarda su derecho de propiedad en su esposo. El estado ahora afirma tener
derecho de propiedad sobre todo hombre por las leyes de la herencia. En un
tiempo, las leyes de Roma permitían que el padre vendiera a sus hijos en base a
sus derechos de propiedad, poder muy común en toda la historia. LAS RAZONES
FUNDAMENTALES DE ESTE PODER ERAN LA PROTECCIÓN DE LA FAMILIA:
para mantener la vida continua de
la familia en tiempo de crisis económica, se vendía a un miembro más joven, a
menudo una muchacha, sobre el principio de que era mejor que la familia
sobreviviera una crisis perdiendo un miembro y no que todos se murieran de
hambre.
En el Japón se ha practicado la
venta de hijas a casas de prostitución para sobrevivir una crisis económica. Tales
prácticas eran rutina y normales en tiempos bíblicos. La ley bíblica las prohibió
a los hebreos: No haya ramera de entre las hijas de Israel, ni haya sodomita de
entre los hijos de Israel (Dt 23: 17).
No contaminarás a tu hija
haciéndola fornicar, para que no se prostituya la tierra y se llene de maldad.
Mis días de reposo guardaréis, y mi santuario tendréis en reverencia. Yo Jehová
(Lv 19:29, 30).
De esta manera la ley prohíbe
fuertemente esta salida de una crisis económica. Incluso más significativo es
el hecho de que en Levítico 19:29, 30, esta prohibición de la prostitución
claramente va asociada con la observancia del sabbat y la reverencia al
santuario; los dos versículos son en efecto una ley, y están separados de los
demás versículos por la declaración: «Yo Jehová».
El reposo del hombre en el Señor
requiere un cuidado y supervisión santos con respecto a sus hijos, y la reverencia
por el santuario es incompatible con la venta de los hijos para la
prostitución.
Solo en un sentido podía un padre
«vender» una hija bajo la ley bíblica: en matrimonio. Esto aparece en Éxodo 21:
7-11:
Y cuando alguno vendiere su hija
por sierva, no saldrá ella como suelen salir los siervos. Si no agradare a su
señor, por lo cual no la tomó por esposa, se le permitirá que se rescate, y no
la podrá vender a pueblo extraño cuando la desechare. Más si la hubiere
desposado con su hijo, hará con ella según la costumbre de las hijas. Si tomare
para él otra mujer, no disminuirá su alimento, ni su vestido, ni el deber
conyugal. Y si ninguna de estas tres cosas hiciere, ella saldrá de gracia, sin
dinero.
El matrimonio normalmente era por
dote: el novio le daba una dote a la novia, lo que constituía protección de
ella y herencia de los hijos. Si no había dote, no había matrimonio, sino solo
concubinato. Pero aquí, es claramente el matrimonio lo que se tiene en mente, y
la palabra que se usa es matrimonio.
La muchacha es tomada como esposa
bien sea para el hombre o para uno de sus hijos. Ella queda legalmente
protegida de ser concubina o esclava; no se la puede enviar a los campos como
esclava. La muchacha tenía los privilegios de una esposa con dote, porque había
una dote. La dote en este caso iba a la familia de la muchacha, y no a ella ni
a sus hijos. Si el posible esposo decidía no casarse con ella, se le devolvía
la dote; la muchacha quedaba «redimida».
Si él o un hijo se casaba con
ella, y luego le negaba el derecho de esposa, ella tenía base legítima para el
divorcio, y se iba sin ninguna restauración de la dote. La referencia al «deber
conyugal» era su derecho a la cohabitación.
Si la muchacha en cuestión no
agradaba a la nueva familia después del desposorio, y antes de la consumación,
esta residía con esa familia hasta que su familia u otro posible esposo
devolvía la dote. Esto es evidente en Levítico 19: 20, en donde «no estuviere
rescatada» se traduce con mayor precisión, «no ha sido redimida por completo o
enteramente». Si durante ese tiempo la muchacha era seducida o fornicaba, «era
azotada», o, con mayor precisión, «debería haber visitación o interrogación» para determinar la
verdad del asunto. Este castigo (azotes) lo recibía «solo cuando se demostraba
que ella había consentido al pecado» (Lv 19: 20-22).
La dote era una parte importante
del matrimonio. La encontramos primero en Jacob, que trabajó siete años para
Labán para ganar la dote de Raquel (Gen 29: 18). El pago por este servicio le
pertenecía a la esposa como su dote, y Raquel y Lea pudieron decir indignadas
de sí mismas que su padre las había «vendido», porque él se había quedado con
la dote (Gn 31: 14-15).
Era capital de la familia; representaba
la seguridad de la esposa en caso de divorcio en el que el esposo era el
culpable. Si ella era culpable, perdía la dote. No podía negársela a los hijos.
Hay indicaciones de que la dote normal equivalía a unos tres años de salario.
La dote por tanto representaba
fondos provistos por el padre del novio, o por el novio mediante trabajo, usada
para estimular la vida económica de la nueva familia. Si el padre de la novia
añadía a esto, era su privilegio, y era costumbre, pero la dote básica venía
del novio o su familia. La dote era la bendición del padre al matrimonio de su
hijo, o una prueba del carácter del joven al trabajar por ella. Una dote nada
usual aparece en lo que Saúl le exigió a David: cien prepucios de filisteos (1ª
S 18: 25-27). Saúl exigió una prueba que pensaba que sería demasiado difícil
para David, pero que David cumplió.
La dote europea es lo inverso del
principio bíblico: el padre de la joven la da como obsequio al novio. Esto ha
llevado a una situación dañina respecto al matrimonio y a la familia. Las
muchachas llegan a ser, en un sistema así, una carga. En la Italia de los
siglos XIV y XV, «los padres llegaban a aterrarse por el nacimiento de una
niña, en vista de la ingente dote que tendrían que proveer para ella, y cada año
los precios en el mercado del matrimonio subían».
Esto llevaba a la destrucción virtual
de la familia, en tanto que la dote bíblica fortalecía a la familia. El novio
quería el precio más alto antes de aceptar a una joven, y el padre buscaba a alguien
que no lo dejara en bancarrota con sus exigencias. Las protestas del clero no
sirvieron para nada.
En su forma bíblica, la dote tenía
como propósito ser cimiento económico para la nueva familia. Este aspecto
permaneció por largo tiempo en los Estados
Unidos. «Según una antigua
costumbre estadounidense, el padre de la novia le daba a ella una vaca, que
sería la madre de un nuevo hato para proveer leche y carne para la nueva
familia».
En casos de seducción y
violación, la parte culpable tenía que darle a la joven la dote de una virgen.
Si seguía el matrimonio, el hombre perdía para siempre todo derecho a
divorciarse de ella (Éx 22: 16, 17; Dt 22: 28, 29). Si no, la joven en tal caso
iba a casarse con otro con una dote doble, una de 50 siclos de plata del que la
sedujo, y otra de su esposo.
La dote de la joven no era solo
lo que el padre le daba, y lo que el esposo le entregaba, sino también la
sabiduría, destreza y carácter que traía al matrimonio.
Como Ben Sirac escribió, «Una
hija juiciosa será un tesoro para su marido, la que se porta mal será el
sufrimiento de su padre» (Sab 22:4).
La importancia de una buena
esposa o una nuera piadosa para la familia es evidente en toda cultura, pero en
una sociedad centrada en la familia, su valor es mucho mayor. Ben Sirac comentó
muy bien sobre esas cosas:
La mujer malvada es como un yugo
suelto: poner la mano en él es tan arriesgado como agarrar un escorpión. Una
mujer bebedora es un gran escándalo, no podrá remediar su deshonor. Una mujer
sin pudor se reconoce en sus ojos, en su mirada descarada.
Mantén a raya a una muchacha
provocadora, no sea que se aproveche de tu complacencia. Ten cuidado con seguir
a una mujer seductora; no te hagas ilusiones: solo quiere ganarte. El viajero
sediento abre la boca y toma cualquier agua que encuentre: ella también se
coloca frente a cualquier palo y a cualquier flecha abre su aljaba.
La gracia de una esposa regocija
a su marido, pero su saber actuar lo reconforta hasta la médula de sus huesos.
Una mujer que sabe callarse es un don del Señor; nada es comparable con la que
es bien educada. Una mujer modesta es doblemente encantadora, la que es casta
es un tesoro inestimable.
Así como el sol se levanta sobre
las montañas del Señor, así es el encanto de una buena esposa en una casa bien
ordenada. Como la lámpara que brilla en un candelabro sagrado, así es un
hermoso rostro en un cuerpo armonioso.
Como columnas de oro en una base
de plata, así son unas lindas piernas en unos talones bien plantados (Sab 26: 7-18).
Esto, por supuesto, refleja un
estándar hebreo popular; la posición bíblica se indica mejor en Proverbios
31:10-31. Una diferencia conspicua es que Ben Sirac reflejaba una preferencia
común por una esposa silenciosa; esto
no es el requisito bíblico, que dice: «Abre su boca con sabiduría, Y la ley de
clemencia está en su lengua» (Pr 31: 26).
Ben Sirac pedía una esposa
callada; Dios habla más bien de una esposa que habla, pero que habla con sabiduría y bondad. Los hombres
como pecadores prefieren el estándar de Ben Sirac, y las mujeres como pecadoras
quieren el privilegio y derecho de hablar sin requisito de sabiduría y bondad.
Se debe añadir, antes de dejar el
tema de la dote, que, puesto que esto a menudo incluía a la familia, la familia
ejercía considerable autoridad y a menudo escogía a la esposa. En el caso de
Isaac, fue su padre quien escogió a Rebeca como esposa, y quien le dio la dote;
Isaac se deleitó en la esposa escogida.
En el caso de Jacob, Jacob
escogió a Raquel y proveyó su propia dote. El elemento de decisión paternal no
estuvo ausente en el caso de Jacob, puesto que Rebeca e Isaac enviaron a Jacob
a Padán-aram para que se casara (Gn 27:46—28:9). Tampoco el consentimiento del
novio estaba ausente en la decisión paternal en cuanto al arreglo matrimonial.
El punto principal en la ley de
Éxodo 21:7-11, la «venta» de una hija, tiene referencia a esto: la joven en la
familia de la nueva familia podía hallar o no aprobación del esposo en
perspectiva; y, si no, había que «redimirla».
Otro aspecto básico de la
economía de la familia es el hecho del sustento.
Esto tiene un aspecto doble. Primero,
los padres tienen la obligación de proveer para los hijos, y sustentarlos
material y espiritualmente. La educación cristiana es un aspecto básico de este
sustento. Los padres tienen la obligación de alimentar y vestir al hijo, tanto
el cuerpo como el alma, y son responsables ante Dios del desempeño de esta
obligación. Segundo, los hijos,
cuando adultos, tienen una obligación también este respecto de contribuir
material y espiritualmente para sus padres según sea necesario.
Ben Sirac se refirió a esta
obligación en Sabiduría 3: 12, 17. Esta obligación la subrayó enfáticamente
Jesucristo, quien desde la cruz puso el cuidado y sustento de su madre María en
manos de San Juan: «Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu
madre» (Jn 19:26, 27). Las declaraciones orales de un criminal moribundo eran
un testamento legal, como Buckler destacó:
Dalman ha mostrado que entre los
derechos y responsabilidades del criminal moribundo estaban la disposición
testamentaria de sus posesiones y derechos.
Por ejemplo:
La legislación marital judía
insistía en que todo se debía resolver de manera definitiva antes de que fuera
demasiado tarde. Sucedía, por ejemplo, que un crucificado le daba a su esposa,
poco antes de expirar, la libertad de casarse de nuevo, y así se podía redactar
el documento de divorcio, lo que le daba el derecho de casarse con otro hombre
antes de la muerte del presente esposo.
El caso de nuestro Señor fue
paralelo al de un hombre casado, en que lo que estaba en juego era un principio
de dominium. Cómo primogénito de
María, tenía la autoridad y la responsabilidad, que habría recaído en su
segundo hijo, Jacobo. Ese recaer automático era al parecer indeseable, así que
nuestro Señor usó la autoridad que poseía como criminal moribundo para ponerla
al cuidado de aquel en quien el más confiaba: el discípulo amado.
La implicación de esto es también
que, hasta ese momento, Jesús había cumplido con la responsabilidad de cuidar
de su madre viuda. Los otros hijos pueden haber ayudado, pero el manejo del
asunto estaba en manos de Jesús.
Jesús también condenó a los que le
daban a Dios, pero no cumplían con la responsabilidad de sustentar a sus
padres:
Respondiendo él, les dijo:
Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, como está escrito:
Este pueblo de labios me honra, Mas
su corazón está lejos de mí.
Pues en vano me honran, Enseñando
como doctrinas mandamientos de hombres.
Porque dejando el mandamiento de
Dios, os aferráis a la tradición de los hombres: los lavamientos de los jarros
y de los vasos de beber; y hacéis otras muchas cosas semejantes.
Les decía también: Bien
invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición. Porque Moisés
dijo: Honra a tu padre y a tu madre; y: El que maldiga al padre o a la madre,
muera irremisiblemente. Pero vosotros decís: Basta que diga un hombre al padre
o a la madre: Es Corbán (que quiere decir, mi ofrenda a Dios) todo aquello con
que pudiera ayudarte, y no le dejáis hacer más por su padre o por su madre,
invalidando la palabra de Dios con vuestra tradición que habéis transmitido.
Y muchas cosas hacéis semejantes
a éstas (Mr 7: 6-13). Jesús, como hijo mayor y principal heredero nombró a Juan
como el principal heredero en su familia y le dio la responsabilidad del
cuidado de María.
Esto ilustra muy bien un aspecto
central de la ley bíblica de la familia y de la herencia bíblica: el principal
heredero sostenía y cuidaba a los padres, según fuera necesario. Abraham vivió
con Isaac y Jacob, no con Ismael, ni con los hijos de Cetura.
Isaac vivió con Jacob, no con
Esaú; y Jacob vivió bajo el cuidado y supervisión de José, y por consiguiente
le dio a José una doble porción al adoptar a los dos hijos de José como sus
herederos en términos iguales con los demás hijos (Gn 48:5, 6).
Lo inverso también es verdad: el hijo que sustenta y cuida a los padres
ancianos es el heredero principal y verdadero. El que los padres o la
ley civil dictaminen otra cosa
es ir contra el orden santo. La herencia no es cuestión de compasión o
sentimiento sino de orden
santo, y hacer a un lado este principio es pecado.
La cuestión de herencia y
testamentos se puede entender mejor si examinamos la palabra bíblica que se usa
para testamento: bendición. Una
herencia es precisamente eso, una bendición, y para que el padre confiera una
bendición o la bendición central a un hijo que no es creyente, o a un hijo
rebelde y hostil, es bendecir el
mal. Aunque algunas porciones
de los testamentos bíblicos tienen un elemento de profecía divina así como
también disposición testamentaria, es importante notar que combinan bendiciones
y maldiciones, como atestiguan las palabras de Jacob a Rubén, Simeón y Leví (Gn
48:2-7). Desheredar a un hijo es una maldición total.
La regla general de la herencia
era la primogenitura limitada; o sea, el hijo mayor, que tenía el deber de
sustentar a la familia entera en caso de necesidad, o de gobernar el clan,
recibía una doble porción. Si había dos hijos, las propiedades se dividían en
tres porciones, y el hijo menor recibía una tercera parte. Los padres tenían la
obligación de dar una herencia, hasta donde sus medios se lo permitieran (2ª Co
12:14).
El padre no podía desheredar a un
primogénito piadoso debido a sentimientos personales, tales como disgusto con
la madre del hijo o preferencia por una segunda esposa (Dt 21: 15-17). Tampoco
podía favorecer a un hijo impío, un delincuente incorregible, que mereciera
morir (Dt 21:18-21).
Si no había hijo, la herencia iba
a la hija o hijas (Nm 27: 1-11). Si por motivo de desobediencia o incredulidad
un hombre en efecto no tenía hijo, la hija se convertía en heredera e hijo por
así decirlo. Si no habían hijos ni hijas, heredaba el próximo pariente
consanguíneo (Nm 27: 9-11). El hijo de una concubina podía heredar, a menos que
se le enviara lejos o se le diera una indemnización (Gn 21: 10; 25:1-6).
Una criada podía ser la heredera
de su patrona (Pr 30:23), y un esclavo también podía heredar (Gn 15:1-4),
puesto que en un sentido era miembro de la familia. Los esclavos extranjeros también
podían heredar (Lv 25:46). La herencia de una tribu no se podía transferir a
otra, o sea, la tierra de una región no se podía enajenar (Nm 36:1-12).
Un príncipe podía darle propiedad
a sus hijos como herencia, pero no a un siervo, para que esto no llegara a ser
un medio de recompensarlos a detrimento de su familia (Ez 46: 16, 17). Si un
príncipe le daba tierra a un criado, en el año de libertad esta revertía a los
hijos del príncipe. El príncipe no podía confiscar la herencia ni la tierra de
la gente; o sea, la propiedad no se podía incautar o confiscar (Ez 46:18).
ESTE ÚLTIMO ES UN PUNTO IMPORTANTE EN
VISTA DE LA SITUACIÓN CONTEMPORÁNEA.
Las leyes bíblicas de la herencia
son leyes de Dios; las leyes modernas de la herencia son leyes del estado. El
estado, todavía más, está haciéndose progresivamente el principal, y algunas
veces, en algunos países, el único heredero. El estado está diciendo en efecto
que recibirá la bendición por sobre todos los demás.
Sin embargo hay una justicia y
lógica perversa en la posición del estado: está apropiándose del doble papel de
padre e hijo. Ofrece educar a todos los hijos y sostener a todas las familias
necesitadas como el gran padre de todos. Ofrece sustento a los ancianos como el
verdadero hijo y heredero que tiene el derecho de apropiarse de toda la herencia.
En ambos papeles, sin embargo, es el gran corruptor y está en guerra con el
orden que Dios estableció: la familia.
Un aspecto final de la economía
de la familia: en toda la historia la agencia básica de beneficencia ha sido la
familia. La familia, al proveer para sus miembros enfermos y necesitados, al
educar a los hijos, al cuidar de los padres, y al enfrentar emergencias y
desastres, ha hecho y está haciendo más de lo que el estado jamás ha hecho o
puede hacer.
La intromisión del estado en el
ámbito de la beneficencia pública y la educación lleva a la bancarrota de las
personas y de la propiedad y a la deterioración progresiva del carácter. La
familia se fortalece al cumplir obligaciones que siempre llevan a la
declinación de los estados de beneficencia pública.
LA FAMILIA ES LA UNIDAD ECONÓMICA
BÁSICA DE LA SOCIEDAD, Y LA MÁS FUERTE.
No puede prosperar ninguna
sociedad que debilita a la familia, bien sea al eliminar las responsabilidades
de la familia en cuanto a la educación y el bienestar, o al limitar el control
de la familia sobre su propiedad y herencia por usurpación.
Un punto final. La ley bíblica de
la primogenitura estaba gobernada por el estándar previo de requisitos morales
y religiosos. Mientras en la historia de Europa occidental la primogenitura
gobernaba casi sin excepción, en la historia bíblica, las excepciones son casi
la regla. En el registro bíblico, la herencia por primogenitura sin
calificación moral es rara.
Vez tras vez, se hace a un lado
al primogénito en casos de fracaso moral. Por tanto, está bien claro que las
consideraciones espirituales y morales gobernaban la herencia, desde los días
de los patriarcas hasta la provisión testamentaria que Cristo hizo para María
desde la cruz.
4. LA EDUCACIÓN Y LA FAMILIA
Un aspecto fundamental del
sustento que los padres le debían al hijo es la educación en el sentido más
amplio de la palabra. Esto incluye, primero
que nada, castigo.
Según Proverbios 13:24: «El que
detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo
corrige». También: «Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza; Mas no se
apresure tu alma para destruirlo» (Pr 19: 18); los padres entonces se
inclinaban a ser tiernos de corazón tanto como ahora, pero la necesidad de
castigo no se puede hacer a un lado por lástima necia. El castigo puede ser un
salvavidas para el hijo: «No rehúses corregir al muchacho; Porque si lo
castigas con vara, no morirá. Lo castigarás con vara, Y librarás su alma del
Seol» (Pr 23: 13, 14).
El castigo es necesario, como
Kidner lo señala, porque Proverbios afirma:
Primero, «La necedad está ligada
en el corazón del muchacho»; exige más que palabras sacarla de allí (22:15). En
segundo lugar, el carácter (en el cual la sabiduría mismo se incorpora) es una
planta que crece más fuerte con alguna poda (cf. 15: 32, 33; 5:11, 12; He 12: 11);
y esto desde los días más tempranos (13:24b: «desde temprano»; cf. 22:6:
«Instruye al niño en su camino, Y aun cuando fuere viejo no se apartará de
él»). En «el muchacho consentido» el único producto predecible es la vergüenza
(29:15).
PERO EL CASTIGO NO ES SUSTITUCIÓN DE
LA INSTRUCCIÓN SÓLIDA, DE LA ENSEÑANZA APROPIADA.
Así que, segundo, los padres tienen la obligación de proveerle al hijo
educación santa. «El principio de la sabiduría es el temor de Jehová» (Pr 1:7);
«El temor de Jehová es el principio de la sabiduría» (Pr 9:10). La sabiduría
descansa en la fe, y el verdadero conocimiento tiene como presuposición al Dios
soberano. No puede haber neutralidad en la educación.
La educación por el estado tendrá
fines estatistas. La educación por la iglesia se dirigirá a promover a la
iglesia. La escuela no puede estar subordinada ni a la iglesia ni al estado. En
los días de Cristo se enseñaba a los hombres a ofrendar a Dios, antes que
proveer para sus padres (Mr 7:7-13). Por tanto, el pecado se enseñaba como virtud.
De los hijos se requiere que
obedezcan a sus padres. La contraparte de esto es la obligación de los padres
de enseñar a sus hijos los elementos fundamentales de la obediencia: la ley de
Dios. La misma ley requiere esto:
Porque ¿qué nación grande hay que
tenga dioses tan cercanos a ellos como lo está Jehová nuestro Dios en todo
cuanto le pedimos? Y ¿qué nación grande hay que tenga estatutos y juicios
justos como es toda esta ley que yo pongo hoy delante de vosotros? Por tanto,
guárdate, y guarda tu alma con diligencia, para que no te olvides de las cosas
que tus ojos han visto, ni se aparten de tu corazón todos los días de tu vida;
antes bien, las enseñarás a tus hijos, y a los hijos de tus hijos (Dt 4:7-9).
Y estas palabras que yo te mando
hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas
estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te
levantes (Dt 6: 6, 7).
Una vez cada siete años, en el
año sabático, los hijos y los adultos debían oír la lectura de la ley por
entero (Dt 31: 10-13).
Muy temprano, los dirigentes
religiosos de Israel asumieron la tarea de la educación. El profeta Natán llegó
a ser el instructor del joven Jedidías (Amado de Jehová) o Salomón (2ª S 12: 25).
Tercero,
debido a que
la ley es intensamente práctica, la educación hebrea era intensamente práctica.
La opinión común era que el que no enseñaba a su hijo la ley y un oficio, la
capacidad para trabajar, lo criaba para que fuera un necio y ladrón.
Se dice que Simeón, hijo del
famoso Gamaliel, observó: «No aprender, sino hacer es lo principal». Josefo, en
su obra Contra Apio, comparó la
educación de los hebreos con la de los griegos. La educación griega se desvió
de lo severamente práctico a lo abstracto y teórico, señaló, en tanto que la
ley bíblica tenía una relación saludable entre el principio y la práctica.
Cuarto,
la educación
bíblica, como estaba centrada en la familia y recalcaba la responsabilidad de
padres e hijos, producía personas responsables.
Una persona criada y educada en la doctrina de que tiene la
responsabilidad de cuidar de sus padres según surja la necesidad, proveer para
sus hijos, y, hasta donde pueda, dejar una herencia de disciplina y ejemplo
moral así como de riqueza material, es una persona altamente sintonizada con la
responsabilidad.
En un sistema educativo así, el
estado no es la parte responsable, sino la familia, y el hombre tiene la
obligación de ser jefe competente y proveedor de su familia, y la esposa una
ayuda idónea hábil para su esposo. El abandono de una educación orientada a la
familia lleva a la destrucción de la masculinidad, y deja a las mujeres como
lujos para los hombres o competidoras agresivas contra los hombres. Los hombres
y las mujeres, al perder su función, giran en la inestabilidad sin un sentido
legítimo de función.
La educación moderna abstrae el
conocimiento; el especialista se enorgullece de no saber nada fuera de su campo
y lleva su negativa de relacionar su conocimiento a otros aspectos como placa
de honor. Si el erudito busca relatividad social, de nuevo es sin un principio
trascendental, y el resultado es una inmersión en el proceso social sin una
estructura de valor. Todo lo demás se descarta como insulso excepto el proceso
que al momento llega a ser la estructura encarnada.
En la educación moderna, el
estado es el educador, y se estima que el estado es la agencia responsable
antes que el hombre. Tal perspectiva resulta en destrucción del alumno, cuya
lección básica se vuelve dependiente del estado. Se mira al estado, en lugar de
al individuo y a la familia, en busca de decisión y acción moral, y el papel
moral del individuo es asentir y postrarse ante el estado. La educación estatista
es, por lo menos implícitamente, contraria a la Biblia, aun cuando le dé a la
Biblia un lugar en su plan de estudios.
Quinto,
básico en el
llamamiento de todo hijo es ser un miembro de una familia. Casi todos los hijos
un día llegarán a ser esposos y esposas, y padres o madres.
La escuela estatista es
destructora de este llamamiento. Sus esfuerzos por atender la necesidad son
esencialmente externos y mecánicos, o sea, cursos de economía doméstica,
educación sexual y cosas parecidas. Pero la educación esencial para la vida de
familia es la vida de la familia y una escuela y una sociedad orientada a la familia.
Quiere decir educación bíblica. Quiere decir disciplina, y educación en la responsabilidad
santa.
La escuela estatista, todavía
más, básicamente entrena a las mujeres para que sean hombres; no en balde
tantas se sienten desdichadas por ser mujeres. Tampoco los hombres están más
contentos de que el dominio en la educación moderna se transfiera del hombre al
estado, y progresivamente al hombre se le priva de su hombría. La principal
víctima de la educación moderna es el estudiante varón.
Puesto que el dominio es según el
propósito creativo de Dios un aspecto básico del hombre, cualquier educación
que disminuye el llamamiento del hombre a ejercer dominio también disminuye al
hombre en algún grado.
SEXTO, LA EDUCACIÓN BÍBLICA HACÍA ÉNFASIS EN
EL APRENDIZAJE, APRENDIZAJE SANTO.
Los proverbios judíos recalcaban
esto. Ya nos hemos referido a uno: «Así como al hombre se le exigía que
enseñara a su hijo a la Tora, también se le exigía que le enseñara un oficio».
Todavía más: «El que le enseña al hijo de su prójimo la Tora, es como si lo
hubiera engendrado». Pero, sobre todo, «un ignorante no puede ser santo».
Puesto que la santidad no es un
acto de generación espontánea sino que requiere conformidad con la ley y
justicia de Dios, el ignorante no puede ser santo. Todavía más, puesto que el
conocimiento no es surge por sí mismo, y el significado de lo fáctico no viene
de hechos sino del Creador, el conocimiento requiere como presuposición en todo
aspecto el conocimiento de Dios, cuyo temor es el principio de la sabiduría y
el conocimiento.
Se necesita más que nunca
recalcar que los mejores y más fieles educadores son los padres bajo Dios. La
mejor escuela es la familia. En el aprendizaje, ninguna lección en una escuela
o universidad se compara a las tareas rutinarias de la madre que en poco tiempo
enseña la lengua materna a un bebé que no habla ninguna lengua.
Ninguna tarea en la educación se
iguala a esto. La educación moral del niño, la disciplina de buenos hábitos, es
una herencia de los padres al hijo que supera todas las demás. La familia es la
escuela primera y básica del hombre.
5. LA FAMILIA Y LA DELINCUENCIA
El problema de la delincuencia
juvenil aparece en una ley de importancia central, pero desdichadamente
descuidada por los comentaristas, en lo que tiene que ver con alguna
pertinencia a nuestra sociedad. La ley dice:
Si alguno tuviere un hijo
contumaz y rebelde, que no obedeciere a la voz de su padre ni a la voz de su
madre, y habiéndole castigado, no les obedeciere; entonces lo tomarán su padre
y su madre, y lo sacarán ante los ancianos de su ciudad, y a la puerta del
lugar donde viva; y dirán a los ancianos de la ciudad: Este nuestro hijo es
contumaz y rebelde, no obedece a nuestra voz; es glotón y borracho. Entonces
todos los hombres de su ciudad lo apedrearán, y morirá; así quitarás el mal de
en medio de ti, y todo Israel oirá, y temerá (Dt 21: 18-21).
LA LEY ES BIEN CLARA; ¡SI LOS
INTÉRPRETES FUERAN IGUAL DE CLAROS!
En este punto, vemos la
interpretación talmúdica en su peor aspecto. Hay mucha palabrería en cuanto a
lo que constituye un hijo; se le define en términos de barba y vello púbico.
Por ejemplo, R. Hisda dijo: «Si un menor engendra a un hijo, este último no cae
bajo la categoría de un hijo obstinado y rebelde, porque está escrito: Si un hombre tiene un hijo, pero no
si un hijo (es decir, uno que todavía no ha alcanzado la edad de hombre) tiene
un hijo».
También se informa de una discusión
en cuanto a la edad cuando la actividad sexual del muchacho deja de ser «inocente»
y se vuelve pecado. La discusión pornográfica que sigue no arroja ninguna luz
sobre el texto sino que refleja los esfuerzos legalistas para tergiversar el
significado de la palabra y forzar un sentido extraño.
Como juristas de nuestros días, y
como la Corte Suprema de los Estados Unidos, se hace todo esfuerzo para dejar nula
e inválida la ley limitando el alcance de su aplicación. El hijo no es culpable
de beber vinos costosos, porque no podía beber demasiado, ¡así que debe
referirse al vino italiano barato! De nuevo, si el delincuente quedaba
sexualmente incapacitado por un accidente en el nacimiento, por supuesto que no
era hijo, se nos dice.
Al analizar esta ley es preciso
reconocer ciertas cosas. Primero, indica
una limitación en el poder de la familia. Un padre romano tenía el poder de
vida y muerte sobre sus hijos. Podía dejarlos a la intemperie como infantes, ni
matarlos cuando jóvenes, y este poder aparece en muchas culturas.
El padre como dios daba vida, y
como dios la quitaba. Pero, como Kline notó, «el castigo era el límite de la imposición
de autoridad de los padres (v. 18)». De hecho, Las leyes hasta este punto no
apuntan solo a la defensa, sino también a la limitación, de la autoridad
paterna.
Si el hijo de alguien era
inmanejable y refractario, y no escuchaba la voz de sus padres, aun cuando
ellos lo castigaran, su padre y madre debían llevarlo y conducirlo a los
ancianos de la ciudad a la puerta del lugar. Los ancianos no son considerados
aquí como jueces en el estricto sentido de la palabra, sino como magistrados,
que tenían que defender la autoridad paterna y administrar la vigilancia local.
En la ley bíblica, toda vida está
bajo Dios y su ley. Bajo la ley romana, el padre era la fuente y señor de la
vida. El padre podía abortar al hijo, o matarlo después del nacimiento. El
poder de abortar, y el poder de matar, van mano a mano, sea en manos de los
padres o del estado. Cuando se aplica el uno, pronto también se aplica el otro.
Restaurar el aborto como derecho legal es restaurar el asesinato judicial o
paterno.
Es significativo que, conforme se
mata a víctimas inocentes, y no se les aplica la pena capital a sus asesinos,
los mismos hombres que abogan por la vida del asesino también demandan el
«derecho» al aborto. Gary North notó, en un plantel universitario de
importancia, que el mismo demostrador llevaba un día un letrero: «Abolición de
la pena capital», y «Legalización del aborto» al día siguiente. Cuando a un
profesor de ideología liberal se le llamó la atención a esto, su respuesta fue:
«No hay contradicción en eso». Tenía razón; la tesis es, condenar al inocente y
dejar libre al culpable.
Segundo,
la ley
requiere que la familia se alinee con la ley y orden en lugar de ponerse de
lado de un miembro criminal. Wright opinaba que «es altamente improbable que los
padres a menudo apelen a tal ley». Los padres no son testigos de queja en el
sentido normal, y como resultado no se les requiere que sean verdugos como los
testigos normalmente lo eran (Dt 17:7). Son «los hombres de la ciudad» los que
deben ser los verdugos, y de aquí que es una queja en un sentido muy real de la
comunidad contra un miembro criminal.
De nada sirve aducir
humanitarismo aquí. En esos días, en las culturas vecinas el padre tenía el
poder de matar a sus hijos y a menudo lo hacía. En tanto que los hebreos tenían
un estándar diferente, ni su ley ni sus vidas se movían en términos del
humanitarismo moderno.
Si los padres se negaban a
quejarse contra su hijo, se hacían culpables de condonar o participar en sus
crímenes. Su papel era por tanto formal pero necesario; ¿iba la familia a
alinearse con la justicia o en términos de sus vínculos sanguíneos?
En vista de la fuerte naturaleza
de las lealtades de familia, la participación de los padres era necesaria a fin
de asegurar la libertad del conflicto y también poner a la familia firmemente
en contra de sus miembros criminales. El que un padre se negara a presentar una
queja en un caso así sería convertirse en parte de la transgresión y defensor
de la transgresión. El principio requerido era tajante: no la sangre sino la
ley debe gobernar.
TERCERO, LA LEY BÍBLICA ES NORMA JURÍDICA , Y
ESTA LEY NO TRATA SOLO DE LOS HIJOS.
Quiere decir que si a un hijo, a
quien sus padres aman y es el heredero, se le debe denunciar su transgresión,
¿cuánto mucho más a otros familiares? Una familia que entrega a su hijo a la
ley, entregará a cualquiera. De este modo, las hijas quedaban claramente
incluidas. La ley dice: «No haya ramera de entre las hijas de Israel, ni haya
sodomita de entre los hijos de Israel» (Dt 23: 17).
«No contaminarás a tu hija
haciéndola fornicar, para que no se prostituya la tierra y se llene de maldad» (Lv
19: 29). La evidencia indicaría que ninguna joven hebrea podía convertirse en una
delincuente incorregible, y, en período de ley y orden, seguir viva. Es
significativo que el término que se usa en Proverbios para prostituta es mujer
extraña, una extranjera.
Esto tiene dos interpretaciones
posibles. Posiblemente, la hija que se hacía prostituta era excluida de la
familia y de la nación y ya no era miembro del pueblo del pacto sino una
extranjera. Más probable, como la lectura literal claramente indica, la
prostituta era una extranjera.
Está claro entonces que el
propósito de esta ley era que se ejecutara a todos los criminales incorregibles
y habituales. Si había que ejecutar a un hijo criminal, ¿cuánto mucho más a un
prójimo u otro hebreo que se había vuelto criminal incorregible? Si la familia
debe alinearse con la ejecución de un hijo delincuente incorregible, ¿no va a
exigir la muerte del criminal habitual de la comunidad?
El que esa era la intención de la
ley aparece en el propósito indicado, «así quitarás el mal de en medio de ti, y
todo Israel oirá, y temerá». El propósito de la ley es eliminar por entero de
la nación al elemento criminal, una clase criminal profesional. A la familia no
se le permite el privilegio perverso de decir: «Vamos a respaldar a nuestro
muchacho, venga lo que venga»; la familia misma debe unirse en la guerra contra
el delito. Puesto que la ley es un plan para el futuro, ese plan claramente
significa la eliminación toda transgresión como un factor significativo en la
sociedad piadosa.
Esta ley ha tenido su efecto en
la ley estadounidense, en que los criminales habituales todavía técnicamente
son culpables de prisión vitalicia después de tantas convicciones, pero estas
leyes son un reflejo debilitado y en declinación de la ley bíblica.
Originalmente, en los Estados Unidos se podía ejecutar a los criminales habituales,
y algunos estados todavía tienen tal legislación en sus libros.
Puesto que la ley bíblica no
tiene sentencia de prisión sino solo de restitución, su opinión del delito es
que el acto del delito lo comete, no un delincuente profesional, sino un
ciudadano débil, que debe restaurar los bienes robados más por lo menos una
cantidad igual, a fin de que él mismo sea restaurado a su ciudadanía en la
comunidad. La ley bíblica no reconoce a un elemento delictivo profesional; al delincuente
potencialmente habitual hay que ejecutarlo tan pronto como dé clara evidencia de
serlo.
CUARTO, EN ESTE PUNTO VIENE A LA VISTA EL
FACTOR DE LA COMPASIÓN.
La noción común humanística es
que tal ley es inmisericorde. La perspectiva bíblica es que no lo es, y que, de
hecho, la perspectiva moderna no refleja ninguna compasión, sino compasión
errada. ¿Se debe tener compasión del criminal o de la comunidad?
LA LEY BÍBLICA EXIGE COMPASIÓN PARA EL
OFENDIDO, NO PARA EL OFENSOR.
La compasión, de hecho, se
prohíbe específicamente como mal en algunos casos. Claro, en la ley respecto al
hijo delincuente, se prohíbe la compasión por el hijo. Pero en otras leyes
específicamente se tiene la compasión como prohibida:
Y consumirás a todos los pueblos
que te da Jehová tu Dios; no los perdonará tu ojo, ni servirás a sus dioses,
porque te será tropiezo (Dt 7: 16).
Si te incitare tu hermano, hijo
de tu madre, o tu hijo, tu hija, tu mujer o tu amigo íntimo, diciendo en
secreto: Vamos y sirvamos a dioses ajenos, que ni tú ni tus padres conocisteis,
de los dioses de los pueblos que están en vuestros alrededores, cerca de ti o
lejos de ti, desde un extremo de la tierra hasta el otro extremo de ella; no
consentirás con él, ni le prestarás oído; ni tu ojo le compadecerá, ni le
tendrás misericordia, ni lo encubrirás, sino que lo matarás; tu mano se alzará
primero sobre él para matarle, y después la mano de todo el pueblo (Dt 13: 6-9).
Pero si hubiere alguno que
aborreciere a su prójimo y lo acechare, y se levantare contra él y lo hiriere
de muerte, y muriere; si huyere a alguna de estas ciudades, entonces los ancianos
de su ciudad enviarán y lo sacarán de allí, y lo entregarán en mano del
vengador de la sangre para que muera. No le compadecerás; y quitarás de Israel
la sangre inocente, y te irá bien (Dt 19: 11-13).
Y no le compadecerás; vida por
vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie (Dt 19:21).
Si algunos riñeren uno con otro,
y se acercare la mujer de uno para librar a su marido de mano del que le hiere,
y alargando su mano asiere de sus partes vergonzosas, le cortarás entonces la
mano; no la perdonarás (Dt 25:11-12).
En Deuteronomio 7:16 se prohíbe
la compasión para los perversos habitantes de Canaán; la compasión de Dios por
ellos, y su paciencia, había durado por siglos. Ya había pasado el tiempo para
la compasión; era tiempo para el castigo y la muerte.
En Deuteronomio 13:6-9 se prohíbe
la compasión para el que subvierte la fe, aun cuando esa persona sea un
pariente cercano y querido. Los cimientos del orden santo están en juego, y la
compasión aquí es un mal.
En Deuteronomio 19: 11-13, se
prohíbe la compasión para el asesino en caso de asesinato premeditado. No se
pueden aducir circunstancias mitigantes contra el hecho de asesinato
premeditado.
En Deuteronomio 19:21 se indica
la ley general de justicia; el castigo debe ajustarse al delito; debe haber una
restitución comparable o la muerte. No se puede usar la compasión para hacer a
un lado la justicia.
En Deuteronomio 25:11-12, ninguna
mujer, al defender a su esposo que está peleando con otro hombre, puede
intentar ayudar a su esposo mutilando la sexualidad del otro hombre. Tal ofensa
era particularmente aterradora. Es la única
instancia en la ley bíblica en donde la mutilación es el castigo, y su
significación es de importancia central. Una esposa debe ser, bajo Dios, ayuda
idónea para su esposo, pero solo y siempre bajo la ley de Dios.
En una pelea entre dos hombres, ella
no puede tener ventaja injusta contra el asaltante de su esposo. La ley requiere que se quede dentro de la ley de Dios, y una
mujer nunca puede ayudar a su esposo contra la ley. Si eso fuera permitido, el hombre pudiera hacerse
a un lado y dejar que su esposa rompa la ley por él con impunidad.
Un amor sin ley está bajo la sentencia
de la ley. Joab amaba a David como ningún otro aparte de Jonatán, y Joab a
menudo tenía razón cuando David estaba equivocado, pero el amor de Joab era a
menudo un amor fuera de la ley, y eso solo le ganó el odio de su pariente David,
y el castigo final.
En el caso de la esposa sin ley,
el hecho de la mutilación era una tétrica advertencia pública: una mano o
cónyuge sin ley no era ni mano ni ayuda para nada. Su brazo mutilado era un
tétrico recordatorio para todos de la prohibición del amor sin ley. No había
que compadecerla, porque la compasión siempre debe moverse en términos de la
ley, porque si no se vuelve condonación del mal. Sea una esposa, esposo, o hijo
involucrado, la compasión nunca debe salirse de la ley.
Quinto,
la falta del
hijo transgresor implica un ataque o guerra contra la autoridad fundamental. De
Deuteronomio 21:18, Schroeder escribió: «Este disputa la autoridad paterna y
divina en disposición y vida con pleno conocimiento y propósito aunque la tiene
ante él». En el v. 19, añadió: «Además de la autoridad paterna, la civil corre
peligro, y de aquí el caso pasa de aquello, a esto». Todavía más, como Manley
notó: «Viendo que los padres están como representantes de Dios para sus hijos,
la rebelión obstinada se considera equivalente a blasfemia, y se le aplica el
mismo castigo».
Sexto,
el principio
de la pena capital (de lo cual diré más después) interviene aquí. La vida es
creada por Dios, gobernada por su ley, y se debe vivir en términos de su
palabra-ley. Toda transgresión enfrenta el castigo máximo; las ofensas
capitales requieren la pena de muerte aquí y ahora aplicada por las autoridades
civiles.
Ni los
padres ni el estado son los creadores de la vida, y por consiguiente no pueden
fijar los términos de la vida. En este hecho se halla la mayor salvaguarda de la libertad del hombre; sí, el estado piadoso
trata severamente a los ofensores, pero limita estrictamente el poder del estado en los demás puntos en
términos de la palabra de Dios.
El poder de los padres de igual modo queda limitado bajo el orden piadoso; la familia bíblica nunca tiene los
poderes despóticos de la familia romana o china.
Los padres en todo momento están
limitados por la palabra-ley de Dios. La ley bíblica claramente favorece al
piadoso y trata con severidad al impío. Como Waller escribió de la ley respecto
al hijo delincuente, «manifiestamente esta imposición, si se aplica, sería una
gran protección para el país contra los personajes impíos, y lo libraría de uno
de los más grandes elementos de las clases peligrosas».
Séptimo,
Los cargos
formales contra el hijo son de interés especial. Hemos notado el ataque fundamental
a la autoridad, cubierto por las palabras «obstinado y rebelde». Según Waller,
«las palabras hebreas se volvieron proverbiales como la peor forma de
reproche». «Glotón y borracho» (cf. Pr 23:20-22, en donde se hallan las mismas
dos palabras) añade al cuadro de un delincuente rebelde, antisocial e
incorregible. El Talmud, con su reinterpretación de cada término, hizo que la
ley fuera virtualmente inaplicable a cualquier persona.
La ley, por su generalización, pinta
a un delincuente incorregible cuya conducta general confirma su naturaleza impía.
El carácter confirmado del hijo establece, entre otras cosas, esto: el hijo
delincuente y rebelde ha negado su herencia de fe y ley; en su significado
último, esta rebelión contra su herencia espiritual es una rebelión contra la
vida misma. De aquí, la sentencia de muerte. No es un personaje débil, es
fuerte, pero su carácter está dedicado al mal.
La familia es la cuna terrenal de
la vida, y la familia santa da una herencia de vida. Renunciar a esta herencia
es renunciar a la vida. No todo hijo rebelde va hasta este punto en su
rebelión, pero el principio de su rebelión es con todo un rechazo de su
herencia en el pleno sentido de esa palabra.
Octavo,
como hemos
visto, la ley es una forma de guerra. Por la ley, hay la abolición de ciertos
hechos, y a las personas que cometen esos hechos o se les ejecuta o se le lleva
a ajustarse a la ley. La ley así protege
a cierta clase, a los que cumplen la ley; y todo orden-ley es en efecto
un subsidio a las personas de la ley.
Si la ley no impone esa
protección, con el tiempo se destruye. Si la ley no ejecuta al criminal
incorregible y profesional, está creando una crisis social seria y conduciendo cada
vez más a la anarquía. En Los Ángeles, California, en 1968, por ejemplo, el uso
de las resbaladeras en los parques municipales se hizo difícil para los niños.
Algunos delincuentes juveniles
estaban enterrando botellas rotas con las puntas hacia arriba en la arena
debajo de las resbaladeras. Los delincuentes juveniles intervenían en tantas
otras actividades que las condiciones resultantes estaban más allá del control
efectivo de la policía. De nuevo.
El uso de marihuana está tan
extendido en el área de la Bahía que simplemente no está en el ámbito de
posibilidad para las agencias de imposición de la ley detenerla.
En Berkeley, un sábado por la
noche pueden haber más de 2000 fiestas de hierba en progreso; ¿puede haber un
informante o un agente de policía en cada una?.
Virtualmente en todo aspecto de
actividad criminal, el delincuente incorregible y el criminal profesional están
adquiriendo velozmente un mayor poder de ataque.
Son más numerosos que la policía,
son un ejército vasto de delincuentes dedicados. Las cortes, al hacer difícil
que se les declare convictos, están en efecto subsidiando la transgresión, y
haciendo la guerra contra los que acatan la ley.
6. EL PRINCIPIO DE AUTORIDAD
La educación estatista y la
intervención estatista en la vida de la familia conduce poco a poco al derrumbe
de la familia. No en balde el principio de autoridad está en juego en la
familia.
La familia no es solo el primer
medio ambiente del niño, sino también su primera escuela, donde recibe su
educación básica; su primera iglesia, en donde se le enseña sus primeras
lecciones fundamentales respecto a Dios y la vida; su primer estado, en donde
aprende los elementos de ley y orden y los obedece; y su primera vocación, en
donde al niño se le da trabajo que hacer, y responsabilidades en términos del
mismo. El mundo esencial de un niño pequeño es la familia, su padre y su madre
en particular. Meredith ha resumido el asunto de manera apta: «A los ojos de un
niño pequeño, ¡el padre está en el lugar de Dios mismo! Porque el padre es el proveedor, el protector, el
que lo ama, el maestro y el legislador del niño».
De aquí que son los teólogos los
que a través de los siglos han enseñado obediencia a los magistrados civiles, y
a todas las autoridades debidamente constituidas, bajo el encabezamiento del
quinto mandamiento. Se ha visto ya cuán profundamente involucrada en toda
autoridad está la autoridad de los padres. La destrucción de la posición y
autoridad de la familia es la destrucción de toda la sociedad y la introducción
de la anarquía.
Pero la introducción de la
anarquía radical es también lo que sigue sistemáticamente al ataque contra la
familia. La rebelión estudiantil de la década de 1960 tenía como su base el
anarquismo. Por eso Jorge Immendorff, de 23 años, de Alemania, pidió una
rebelión antes que una reforma, porque «no se puede mejorar la basura; así que
la rebelión es la única respuesta». La necesidad es «empezar de la nada» con un
solo estándar: «la vida misma».
Anthony Duckworth, de 21 años, de
Inglaterra, declara que «en Oxford y Cambridge los maestros jóvenes quieren
determinar las normas administrativas, decidir en cuanto a textos y cursos,
dormitorios y comidas. Quieren tomar las riendas». Es más, según John D.
Rockefeller III, de 62 años, «en lugar de preocuparnos sobre cómo suprimir la
rebelión juvenil; los de la generación mayor debemos preocuparnos de cómo
sustentarla». Según Rockefeller, este «idealismo» juvenil se debe sostener y
promover.
Pero, ¿qué es lo que Rockefeller
nos está pidiendo que sustentemos y aceptemos»? Primero, la rebelión estudiantil y juvenil tiene una premisa inmoral:
la afirmación de que los jóvenes tienen el «derecho» de controlar y gobernar
las propiedades de otros. Si una universidad le pertenece al estado, a una
iglesia, o a una corporación privada, el estudiante puede recibir una educación
allí en términos de esa institución.
Es libre para formar sus propias
instituciones, pero, como estudiante o instructor, está en una institución en
términos fijados por aquellos cuyos derechos de propiedad gobiernan la
institución. Los estudiantes se quejan de «coerción», pero sus movimientos
están entre los más coercitivos del siglo. El hijo no tiene derecho de gobernar
a sus padres, ni los alumnos a su institución educativa, ni los empleados a su
patrono.
Segundo,
la meta de
la rebelión estudiantil es el poder amoral, no esperanzas «idealistas». Hacer
de «la vida misma» el estándar quiere decir que no hay estándar excepto la
anarquía. Pedir que se «empiece de la nada» es pedir la destrucción de toda ley
y orden de modo que el anarquista pueda aprovechar lo que el dueño actual
posee. Tercero, este anarquismo
es inevitable en una generación de estudiantes a quienes no se les ha enseñado
a obedecer a sus padres ni a toda la autoridad debida, ni a honrar a quienes se
les debe honor. Para citar a Meredith nuevo.
El mandamiento original de
«honrar» a padre y madre se aplica a todos nosotros por toda la vida. Pero en
este lugar a los hijos específicamente
se les dice que obedezcan a sus
padres «en el Señor» (Ef 6:1, 2).
Debido a su total falta de
experiencia y juicio, es absolutamente necesario que al niño se le enseñe a OBEDECER a sus padres al instante y sin cuestionamiento. Explicaciones
y razones para esto se le pueden y se le deben dar al niño de tiempo en tiempo.
Pero al momento en que se da una orden paternal, ¡puede que no haya ni tiempo ni oportunidad para explicar por qué!
Por consiguiente, es imperativo
que al niño se le enseñe el HÁBITO de la obediencia
incuestionable a sus padres. Porque, hasta que el niño pequeño se
desarrolle, sus padres están para él en
lugar de Dios. Y Dios los considera RESPONSABLES de enseñar y dirigir
apropiadamente al hijo.
Por implicación directa, el padre
está obligado por el quinto mandamiento a hacerse a honorable. Para que se le honre a uno, uno debe ser honorable.
TODO PADRE DEBE DARSE CUENTA DE QUE
¡PARA EL NIÑO ÉL REPRESENTA A DIOS!.
El padre representa a Dios,
porque representa el orden-ley de Dios. A los jueces, en la ley, se les
menciona como «dioses», así como también a los profetas (Éx 21: 6; 22: 8; 1a
S 28: 13; Sal 82: 1, 6; Jn 10:35). Puesto que los padres representan el orden-ley
de Dios, deben, por un lado, ser obedientes a ese orden-ley, y por otro lado,
se les debe obedecer como representantes de ese reino.
En Éxodo 21:6, la versión Reina
Valera dice jueces en donde el hebreo
dice Elohim, dioses; lo mismo
es cierto en Éxodo 22:8. La Biblia de las Américas, y la versión del texto
masorético [en inglés], dice «dios» y en una nota al pie de página «jueces». En
1 Samuel 28:13, la hechicera de Endor, al ver a Samuel, exclamó: «He visto
dioses que suben de la tierra» o, en la LBLA: «Veo a un ser divino subiendo de
la tierra». Es claro que se refiere al profeta.
En el Salmo 82:1, 6, a las autoridades
civiles se les menciona como «dioses», uso confirmado por Jesucristo (Jn 10:35).
Por esto, debido a que todas las autoridades representan el orden-ley de Dios,
al quinto mandamiento a menudo se le ha asociado con la primera tabla de la
ley, o sea, con los que tienen referencia a nuestras obligaciones a Dios, en contraste
con la segunda tabla, los que tienen referencia a nuestras obligaciones para
con nuestro prójimo.
Hay validez en esta división en
dos tablas, aunque no se pueden llevar demasiado lejos y es hasta cierto punto
artificial, puesto que todos los mandamientos tienen referencia a nuestra
obligación a Dios.
Calvino consideró la
incorporación de este mandamiento en la primera tabla como tontería. Es
curioso, pero trató de usar Romanos 13:9 a favor de su posición, así como
también Mateo 19:19, pero estos pasajes no son concluyentes en este asunto. Más
pertinentes son las varias leyes, previamente tratadas, que relacionan la
obediencia a los padres a la observancia del sabbat y el evadir la idolatría (
Lv 19:1-4).
Pero, volvamos al punto más
importante: el asunto de la obediencia. La mentalidad humanística suele aducir
que la obediencia sin cuestionamiento y fiel que la ley exige de los hijos es
destructiva para la mente. La persona libre, dicen, es producto de rebelión, de
constante desafío a la autoridad, y la verdadera educación debe estimular a los
niños y adolescentes a romper con la autoridad y negar sus afirmaciones.
La «cultura» de la juventud hoy
es esta exigencia de realización instantánea combinada con un rechazo a la
autoridad. Ross Snyder, en Young
People and their Culture, escribe
que «los jóvenes de nuestro tiempo están muy convencidos de que todo es para ahora mismo, y en toda
la plenitud posible para ellos en su período de desarrollo».
Esta exigencia de realización
instantánea es característica del infantilismo. El nene llora cuando tiene
hambre y vacía su vejiga e intestinos a voluntad. Llora con frustración y
cólera cuando la gratificación no es instantánea. No sorprende que una
generación criada de manera permisiva tenga una alta aptitud para la cólera
destructiva y revolucionaria, a menudo acompañada por las acciones de orinar y
defecar alegremente en público, y una baja aptitud para el trabajo y estudio
disciplinados.
La esencia de la mentalidad
revolucionaria es la exigencia de la utopía instantánea, de la gratificación
instantánea, y una cólera destructiva, infantil, contra todo orden que no se lo
provee. Freud acuñó los términos personalidad oral y anal; los términos no
tienen relevancia en ninguna edad de madurez ni para los hombres de madurez;
son aptos para describir la personalidad ambivalente de una edad infantil y
permisiva y de sus personas.
Pero las raíces van más adentro.
John Locke formuló la psicología sin raíces de la fe humanística con su
concepto de pizarra limpia. La verdadera educación, sostenía, requería que se
borrara por completo de la mente todas las nociones preconcebidas, implícitas
en las enseñanzas de los padres, religión y sociedad.
En términos del concepto y la
psicología de Locke, la educación debe ser revolucionaria.
Añádase a esto el hombre natural
de Rousseau, y todas las nociones preconcebidas, todas las formas de herencia
del pasado, se vuelven cadenas que de Locke, Rousseau y Darwin. Darwin, por su
fe evolucionista, redujo todo en el pasado a un nivel inferior y más primitivo,
y así añadió justificación a la exigencia de un cambio total, de una
revolución.
Esta hostilidad a la disciplina y
obediencia ha invadido casi todas las disciplinas en el siglo XX. En el arte,
la capacidad de dominar y utilizar habilidades en el uso de pinturas en el
dibujo se hace a un lado a favor de la expresión «espontánea» e «inconsciente»
que carece de razón y forma.
En la religión, a la experiencia
se le da prioridad por encima de la doctrina o se reemplaza. En la política, la
autoridad viene desde abajo, del nivel más bajo, y el líder «carismático» es el
demagogo que satisface mejor a las masas. En la música, el emocionalismo
indisciplinado es el galardón más preciado, y así por el estilo. La animosidad
contra la obediencia y la disciplina es general y profunda.
PERO LA MENTE QUE FUNCIONA MEJOR ES LA
MENTE OBEDIENTE Y DISCIPLINADA.
El niño disciplinado y obediente
no es un adolescente servil sino un hombre libre.
En virtud de la disciplina de la
obediencia, tiene mejor dominio de sí mismo y puede dominar mejor su campo de
desempeño.
El antiguo humanismo, debido a
que creció en el contexto de una disciplina cristiana, podía producir una mente
disciplinada. Montaigne (n. 1533), al dar consejos sobre cómo educar al hijo,
habló sin ningún sentido de novedad al describir la buena educación de su día:
Unos pocos años de la vida están
reservados para la educación, no más de los primeros quince o dieciséis;
aprovecha bien estos años, adulto, si quieres educar al hijo para una madurez
correcta. Deja fuera los asuntos superfluos. Si quieres hacer algo
constructivo, confronta al niño con discursos filosóficos, esos que no son
demasiado complicados, por supuesto, y sin embargo los que valen la pena
explicar.
Trata esos discursos en detalle;
el niño es capaz de digerir este asunto desde el momento en que puede más o
menos manejarse por sí mismo [Montaigne en realidad escribió: «desde el momento
en que es destetado», pero probablemente no quiso decirlo demasiado
literalmente]; el niño, en cualquier caso, podrá recibir discursos filosóficos
mucho mejor que un intento de enseñarle a escribir y leer; esto es mejor que
espere un poco.
Puesto que en el día de Montaigne
no se destetaba al niño tan apresuradamente cómo en nuestros días, no hay razón
para dudar del enunciado de Montaigne. En los Estados Unidos puritanos, eran
las madres las que enseñaban a los niños a leer, cuando éstos tenían entre dos
y cuatro años.
Van den Berg cita dos ejemplos de
niños maduros de la era de Montaigne y después. Merecen que se citen con algún
detalle:
Tenemos en efecto alguna
información sobre la naturaleza del niño en tiempos de Montaigne: la vida de
Teodoro Agripa d’Aubigne, hugonote, amigo de Enrique IV, nacido en 1550.
Montaigne nació en 1533, así que había alcanzado la edad de la discreción
cuando d’Aubigne era todavía un niño.
Observando a jóvenes
contemporáneos de este d’Aubigne, Montaigne no notó nada en cuanto a la
maduración. De d’Aubigne se dice que leía griego, latín y hebreo cuando tenía
seis años, y que tradujo a Platón al francés cuando todavía no había cumplido
los ocho años.
Montaigne recomendaba la lectura
y explicación de discursos filosóficos a los niños; pues bien, si un niño de
ocho años puede traducir Platón, ¿qué objeciones puede haber para leerle una
versión traducida cuando tiene cuatro años?
Cuando d’Aubigne tenía todavía
ocho años, fue a la ciudad de Amboise, acompañado de su padre, poco después de
que habían ejecutado a un grupo de hugonotes. Vio los cuerpos decapitados; y a
petición de su padre juró vengarlos.
Dos años más tarde lo capturaron
los inquisidores; la reacción
del muchacho de diez años a la amenaza de muerte en la hoguera fue bailar de
alegría ante la fogata. El horror de la misa le quitó su miedo al fuego, fue su
propio comentario posterior, como si un niño de diez años pudiera saber lo que
quería decir con eso.
Y sin embargo, un niño que había
traducido a Platón y que había estado por cuatro años acostumbrado a leer
clásicos, ¿no podía tal niño saber lo que quiere, y saber lo que estaba
haciendo? Pero difícilmente se le podría llamar niño. Una persona que observa
de manera inteligente los efectos de una ejecución, que pronuncia un juramento
al que será fiel el resto de su vida, que se da cuenta por sí mismo del
significado de la santa comunión, y que se imagina el horror de la muerte en la
hoguera, no es un niño, sino un hombre.
Cuando Montaigne murió, otro niño
estaba en el umbral de grandes descubrimientos: Blas Pascal, nacido en 1623,
escribió cuando tenía doce años, sin ninguna ayuda, un tratado sobre el sonido
que los expertos contemporáneos tomaron en serio.
Más o menos al mismo tiempo
resultó que oyó la palabra matemáticas;
le preguntó a su padre lo que quería decir, y le fue dada la siguiente
respuesta incompleta (incompleta, porque su padre tenía miedo de que un interés
en las matemáticas pudiera disminuir su interés en otras ciencias):
«Matemáticas, acerca de lo cual te diré más tarde, es la ciencia que se ocupa
de la construcción de cifras perfectas y el descubrimiento de las propiedades
que contienen».
El joven Pascal rumiaba esta
respuesta durante sus horas libres, y sin ayuda, construyó círculos y
triángulos que lo llevaron al descubrimiento del tipo de propiedades que su
padre debe haber querido decir; por ejemplo, que la suma de los ángulos de un
triángulo es igual a dos ángulos rectos.
Debemos conceder que d’Aubigne y
Pascal fueron hombres destacados y niños prodigio. Pero se debe añadir que en
la música, las ciencias y en muchos otros campos, los niños prodigio eran mucho
más comunes entonces que ahora.
También debemos reconocer que el
nivel intelectual entonces era muy alto incluso entre las personas del pueblo.
El nivel de predicación es amplia evidencia de esto.
La capacidad de los miembros de
la iglesia para escuchar sermones largos de, a veces hasta dos horas, y
reproducir todos los treinta o cuarenta puntos fielmente más adelante en la
semana, y debatirlos y discutirlos, está bien documentado. No había falta de
iniquidad en esa era, pero también había un alto orden de disciplina, y esta
disciplina promovía el uso de la inteligencia.
Los hombres que, en los primeros
siglos de la era cristiana, y en la era de la Reforma y posteriores,
establecieron los cimientos de la civilización y libertad occidentales eran
hombres de fe y disciplina, hombres instruidos en la academia de la obediencia.
Las Escrituras exigen un respecto
santo por el poder y la autoridad como debidamente constituidos y ordenados por
Dios. Éxodo 22: 28 declara: «No injuriarás a los jueces, ni maldecirás al
príncipe de tu pueblo». De nuevo, la NVI traduce «jueces» como «Dios» y en las
notas al pie de página dice «los jueces».
Calvino notó, de este pasaje,
Levítico 19: 32, Deuteronomio 16: 18 y 20: 9 que «en el quinto mandamiento se
abarcan por sinécdoque todos los superiores, los que están en autoridad».
Primero, dice que debemos pensar
y hablar reverentemente de los jueces y otros que ejercen el oficio de
magistrado; tampoco se debe cuestionar que, en el uso ordinario del hebreo, Él
repite lo mismo dos veces; y consecuentemente que a las mismas personas se les
llama «dioses» y «gobernantes del pueblo».
El nombre de Dios en sentido
figurado, pero de lo más razonable se aplica a los magistrados, sobre quienes
Él ha puesto una marca de su gloria como ministros de su autoridad divina. Como
ya hemos visto, honor se debe dar a los padres, debido a que Dios los ha
asociado consigo mismo en la posesión del nombre, y aquí esa misma dignidad se
pide también para los jueces, a fin de que las personas los reverencien, porque
son representantes de Dios, sus subalternos y vicarios.
Cristo, el expositor más seguro,
lo explica así cuando cita el pasaje de Salmo 82: 6: «Yo dije: Vosotros sois
dioses, y todos vosotros hijos del Altísimo» (Jn 10: 34), o sea, «que se les
llama dioses a quienes vino la palabra de Dios», que se debe entender, no de la
instrucción general dirigida a todos los hijos de Dios, sino del mandamiento
especial para gobernar.
Es señal de exaltación de los
magistrados que Dios no solo los considera en lugar de los padres, sino que
también nos los presenta dignificados por su propio nombre; de donde también
parece claro que se les debe obedecer no solo por temor al castigo, «sino
también por causa de la conciencia» (Ro 13:5), y se les debe honrar con
reverencia, a fin de no menospreciar a Dios en ellos. Si alguien objeta que
sería incorrecto alabar los vicios de aquellos a quienes percibimos que abusan
de su poder, la respuesta es fácil: aunque a los jueces hay que respetarlos
aunque no sean lo mejor, ese honor con que están investidos no es para encubrir
el vicio.
Tampoco Dios ordena que aplaudamos
sus errores, sino más bien que todas las personas deploren con tristeza en
silencio, en lugar de levantar conmoción en un espíritu licencioso y sedicioso,
y así subvertir el gobierno político.
Que esta obediencia santa no
constituye endoso ni sumisión al mal es evidente en forma abundante por la
historia de los profetas del Antiguo Testamento, y la historia de la iglesia
cristiana. Más bien, la obediencia santa es la mejor base para resistir al mal,
porque se levanta primordialmente en términos de una obediencia más alta a Dios
y por consiguiente es, en obediencia independiente, y en resistencia a los
tiranos, obediente a la autoridad más alta de Dios.
Pero en un punto el comentario de
Calvino refleja (en la primera oración del segundo párrafo que antecede), no el
pensamiento bíblico, sino el romano, cuando compara a los gobernantes con los
padres y les adscribe autoridad paternal.
Lo que es común entre padres,
gobernantes, maestros y amos no es paternidad
sino autoridad. Es un
error serio adscribir poder paternal a un gobernante y al estado. Los padres representan ante
el niño la autoridad de Dios; el magistrado o gobernante civil representa la autoridad de Dios en términos de
un orden-ley civil para los
ciudadanos; ellos, padres y gobernantes, tienen autoridad en común, no paternidad,
e incluso con respecto a la autoridad, es de clase diferente.
La ley romana, debido a que divinizaba al estado,
hizo del estado y su gobernante en efecto
el dios del pueblo, y del pueblo los hijos de ese dios. El emperador era
el padre de su nación, y esto
es un serio aspecto de la teología civil.
La educación fuertemente clásica
de los eruditos medievales y de la Reforma a menudo los hizo descarriarse. Un
versículo que a veces se cita como evidencia del papel paternal del estado es
Isaías 49: 23. Pero este versículo se refiere al remanente de Israel, que sería
restaurado a Jerusalén y restablecido como estado bajo la protección de otros
estados, que serían como «nodrizas».
La referencia es al restablecimiento
de la comunidad hebrea bajo Nehemías, con la protección del Imperio Medopersa.
La imaginería no tiene nada que ver con un papel paternal del estado y sí con
el papel protector superior de un gran imperio hacia un orden civil pequeño que
estaba reconstituyendo.
LA AUTORIDAD PRIMORDIAL Y BÁSICA EN EL
ORDEN, LEY DE DIOS ES LA FAMILIA.
Todas las demás autoridades
debidas de modo similar representan el orden-ley de Dios, pero en diferentes ámbitos.
Si los hijos no obedecen a los padres, no se honrará ni obedecerá a ninguna
otra autoridad. Por lo tanto, la ley habla de la autoridad clave en términos de
aquellos cuyo orden de autoridad social persiste o cae. Básico a la autoridad
en todo campo es la representación del orden-ley de Dios.
El estado es así establecido a
fin de extender la justicia de Dios. Deuteronomio 16: 18-20 dice:
Jueces y oficiales pondrás en
todas tus ciudades que Jehová tu Dios te dará en tus tribus, los cuales
juzgarán al pueblo con justo juicio. No tuerzas el derecho; no hagas acepción
de personas, ni tomes soborno; porque el soborno ciega los ojos de los sabios,
y pervierte las palabras de los justos. La justicia, la justicia seguirás, para
que vivas y heredes la tierra que Jehová tu Dios te da.
Sería ridículo proponer la
paternidad como propósito de esta ley; su meta es la justicia civil. Básico
para el establecimiento de esa justicia es la autoridad.
Y el quinto mandamiento, al
hablar de los padres, y por implicación de todas las autoridades ordenadas por
Dios, está estableciendo, antes que nada, la autoridad de Dios. Dios
sabe, después de todo, que padres, gobernantes, clérigos, maestros y amos, son
pecadores. Dios no está interesado en establecer pecadores: la expulsión del
Edén, y el constante castigo en la historia, es evidencia elocuente de eso.
Pero la manera de Dios de
desestablecer a los pecadores y establecer su ordenley es exigir que se
obedezca a esas autoridades. Esta obediencia se le rinde primero a Dios y es
parte del establecimiento del orden de Dios. El pecado conduce a la anarquía
revolucionaria; la obediencia santa conduce a un orden santo.
7. LA FAMILIA Y LA AUTORIDAD
Los romanos conquistaron Judea,
pero, más tarde, cuando el cristianismo conquistó a Roma, los romanos dijeron
de esta fe bíblica de origen hebreo, Victi victoribus leges dederunt», «los
conquistados les dieron sus leyes a los conquistadores».
La ley bíblica ha alterado en
gran parte la ley del Imperio Romano posterior y del occidente cristiano, y
fundamental en este cambio es la alteración de la ley de la familia.
Justiniano y su emperatriz,
Teodora, instituyeron en el siglo VI la reforma legal básica cristiana.
Zimmerman ha resumido las reformas cristianas básicas con respecto al sexo y la
familia. Primero, «públicamente
se permitían solo las relaciones heterosexuales en el matrimonio».
Todas las demás relaciones
sexuales aparte de las relaciones maritales normales eran ahora ilegales y
pecado. Segundo, esta aplicación
de todas las demás formas de sexualidad como «objetables» se «aplicaba a toda
clase social» sin distinción. La familia llegó a ser la manera legal y normal de
la vida para todos. El prefacio a esta parte del código Novellae decía:
La
legislación previa había tratado de aspectos de estos asuntos de manera gradual.
Ahora tratamos de compilarlos y dar a las personas ciertas reglas claras de
conducta para hacer de la familia (de nupttis) la forma estándar de vida para
todos los seres humanos en todo tiempo y en todas partes. El propósito de esto
es garantizar la inmortalidad artificial de las especies humanas. ESTA ES LA MANERA
CRISTIANA DE VIVIR.
Tercero,
por ley se
declararon punibles las actividades sexuales prohibidas, especialmente en las
formas de sexo comercializado. Cuarto,
Zimmerman señala que «se hicieron ilegales los contratos fundamentales,
que incluían actividades sexuales fuera de la familia como pago por sustento o
regalos». Todas las partes en un contrato así estarían participando en un acto
ilegal. Entre otras cosas, el concubinato perdió su estatus legal. Quinto, estos pasos legales fueron
«parte de un movimiento más amplio para hacer de la familia la manera pública
definida de vida y estatus».
El resultado de esta legislación
fue la reorientación de la civilización. Fue la creación de un «sistema de
familia que encajaría mejor en la grandeza planeada. Los autores nunca
consideraron perfecto a un hombre. Procuraron inscribir al hombre promedio en
un sistema social que podría alcanzar una gran unidad mundial civilizada».
Los efectos de esta legislación
fueron extensos. Dos aspectos importantes de cambio fueron la herencia y la propiedad. Las consideraciones de familia gobernaban ahora las
leyes de la herencia y la propiedad, y la esposa legítima y sus hijos tenían un
estatus que no se le daba a una concubina o amante y sus hijos.
La limitación de la herencia a la
familia legítima hizo de la familia el agente y poder significativo respecto a
la propiedad. La familia era ahora mucho más que una unidad social básica; era
en esencia el sistema social.
Fue el sistema social, sin embargo, sin los poderes agobiantes e inmorales de
un sistema de familia de adoración a los antepasados.
En la adoración a los
antepasados, la familia enfoca el pasado y es hostil al futuro. En el sistema
cristiano de familia, se interpreta la ley mosaica en términos de los dictados
del Nuevo Testamento respecto a la familia, y la perspectiva es en el futuro
del creyente, en el reino de Dios y sus requisitos para hoy y mañana.
Sin la autoridad de la familia,
la sociedad prácticamente se mueve a la anarquía social. La fuente de la
autoridad de la familia es Dios; la autoridad inmediata reside en el padre o
esposo (1A Co 11: 1-15). Si el padre abdica su autoridad, o si se le
niega su autoridad, se conduce a la anarquía social descrita en Isaías 3:12.
Las mujeres mandan sobre los
hombres; los hijos entonces adquieren libertad y poder indebidos y se vuelven
opresores de sus padres; los gobernantes emasculados en tal orden social hacen
descarriar al pueblo y destruyen la trama de la sociedad. El resultado final es
el colapso social y el cautiverio (Is 3: 16-26), y una situación de peligro y
ruina para las mujeres, un tiempo de «reproche» o «desgracia», en el cual las
mujeres en un tiempo independientes y feministas se humillan en su orgullo y buscan
la protección y seguridad de un hombre.
Siete mujeres, dijo Isaías, andan
en busca de un hombre en medio de las ruinas, cada una suplicando matrimonio y dispuestas
a ganarse ellas mismas el sustento con tal de que se les quite la desgracia y
vergüenza que abruma a una mujer sola e indefensa (Is 4: 1).
Isaías vio que la ausencia de la
autoridad del hombre produce caos social. El hombre como cabeza de la familia
es el necesario principio del orden, y también el principal en el orden. El
dominio sobre la naturaleza es un precepto de Dios para el hombre (Gn 1: 28), y
en la familia para el varón en la persona del esposo y padre (1A Co
11:1-15). El dominio como naturaleza y prerrogativa del macho se halla en todo
el mundo animal como parte del precepto divino en la creación.
En los animales, como Ardrey ha
señalado, es más importante el dominio que los impulsos sexuales y otros
impulsos. «El tiempo vendrá cuando el macho perderá todo interés en el sexo;
pero todavía luchará por su estatus». Es más, «el dominio en los animales
sociales es un instinto universal independiente del sexo». Este instinto del
macho por el dominio se revela en los animales de tres maneras: primero, en territorialidad (el
instinto e impulso de propiedad); segundo,
en estatus (el impulso por establecer dominio en términos de rango en un
orden rígidamente jerárquico); y tercero,
supervivencia (un orden como medio de supervivencia).
Esto es cierto en los animales en
su ambiente natural; los animales del zoológico, como viven en una sociedad de
beneficencia pública, están más absorbidos con el sexo. En el macho, el dominio
conduce a una potencia sexual y longevidad aumentadas.
Todavía más, «es una
característica curiosa que los instintos de orden son en su mayoría
masculinos». Los instintos femeninos sexuales y maternales son personales y en
cierto sentido anarquistas.
Estas características son ciertas
también de la vida humana. La mujer llega a absorberse con problemas de ley y
orden de una manera personal, como cuando su familia o la seguridad de su
familia corren peligro por su decadencia. El hombre se preocupa por los
problemas de la sociedad aparte de alguna condición de crisis; la mujer se
preocupa cuando la decadencia social tiene implicaciones personales, y su
preocupación entonces es seria.
COMENTARIO: Es
indicativo de la ceguera de los comentaristas al contexto de las Escrituras que
«reproche» consistentemente se toma como queriendo decir «sin hijos». A menudo
significa esto en una mujer casada; pero aquí las solteras en una situación de
anarquía y cautividad ven su posición como un «reproche» o «desgracia» porque
están totalmente indefensas y sin protección contra la incautación, ataque,
robo y embarazo sin casarse.
Los hombres y las mujeres se necesitan
unos a otros, y el orden santo es el matrimonio, la unión de un hombre y una
mujer bajo Dios y para su gloria y servicio.
Separados, despreciándose o en
discordia, el énfasis del hombre y la mujer tienden a ser unilaterales. Tal vez
el ejemplo más aleccionador, y casi al punto de caricatura, es el de Enrique
VIII de Inglaterra y la reina Catalina.
Catalina, más que Sir Tomás More,
merecía ser la santa católica romana de su tiempo. More fue fundamentalmente un
humanística; Catalina fue una mujer santa de intensa fe y valentía. Hija de la
gran reina Isabel de España, al igual que su hermana (erróneamente llamada
Juana la loca), tenía una absorción casi increíble de los aspectos puramente
personales de los asuntos.
Como resultado, su depravado padre,
Fernando, a quien Catalina amaba ciegamente, pudo usar a Catalina como peón por
el poder de España, casi hasta la destrucción de Inglaterra. (Fernando hizo
matar al esposo de Juana y usurpó el trono de Juana, y no tuvo escrúpulos para
aprovecharse de cualquier familiar). Catalina era igualmente ciega al tratar
con su esposo Enrique, en donde estaba en juego más que asuntos personales.
A Enrique VIII, por otro lado, no
se le puede ver en términos puramente personales (y femeninos), como una
persona afectada básicamente por sus lujurias.
Sí, Enrique fue un pecador en
eso, pero su motivo básico era el deseo de preservar de la anarquía al reino
teniendo un heredero varón. Antes del ascenso de su padre al trono, Inglaterra
había quedado en gran parte destrozada y en ruinas por una guerra sangrienta e
intermitente de sucesión.
El interés básico de Enrique era preservar
el orden mediante una sucesión dinástica fuerte y segura, lo que para él significaba
tener un heredero varón. Esta era la consideración moral fundamental de
Enrique, así como la relación personal era la consideración moral fundamental para
Catalina.
Enrique interpretaba todos los
eventos en términos de su principio y justificaba cada paso en términos del
mismo. Hombre talentoso e inteligente, también era inmaduro y santurrón. Pero
no estaba solo al considerar la situación de Inglaterra y la suya propia en
términos de asuntos impersonales de orden y sucesión. Lutero y Melanchton
estuvieron dispuestos a ver la respuesta al dilema de Enrique en una bigamia
legal, y el papa Clemente VII hizo una sugerencia parecida.
Se trató de disculpar ambas
cosas, con escaso mérito en los esfuerzos; sean cuales fueran sus razones,
estos líderes religiosos hicieron la sugerencia. Todos, como hombres, se
preocupaban por el escenario político y el problema del orden de Inglaterra a
diferencia del problema puramente personal de ley y orden entre Catalina y
Enrique.
Este episodio, en forma aguda y
extrema, revela las naturalezas diferentes del hombre y la mujer. Pero los
hombres que intervinieron en este acontecimiento triste por lo menos se
preocupaban por algún tipo de orden, aunque a veces cuando inmoralmente. Hoy,
los hombres, habiendo abdicado extensamente su masculinidad, se preocupan menos
por el orden y más por la gratificación. Como resultado, las mujeres, debido a
que está en juego su seguridad y la de sus hijos, participan en el problema de
la decadencia social y ley y orden.
La acción social y política,
entonces, se vuelve un interés femenino apremiante. Su interés subraya la
decadencia de la sociedad y el fracaso de los hombres. El que las mujeres se
interesen por su defensa por lo general quiere decir que un invasor aterrador
amenaza a la sociedad, o que dentro del orden social los hombres están dejando
de funcionar como hombres. El poder matriarcal entonces se desarrolla como
sustituto de un orden-ley normal.
LA SOCIEDAD MATRIARCAL ENTONCES ES LA
SOCIEDAD DECADENTE O EN RUINAS.
El carácter fuertemente
matriarcal de la vida de los negros se debe al fracaso moral de los hombres
negros, al no ser responsables, al no sostener a la familia y ejercer
autoridad.
Lo mismo es cierto de las tribus
aborígenes estadounidenses, que también hoy día son matriarcales. En tales
sociedades, las mujeres proveen una porción considerable de los ingresos de la
familia debido a que el abandono moral de los hombres lo hace necesario. Un
elemento fuertemente permisivo predomina en la educación de los hijos, y el
fracaso moral del varón se trasmite a la siguiente generación.
La misma tendencia hacia una
sociedad matriarcal es evidente en la cultura occidental hoy. Se debe recalcar
que, contrario a la opinión popular, una sociedad matriarcal no es una sociedad
en la cual gobiernan las mujeres, sino una sociedad en la que los hombres no ejercen
su dominio, y las mujeres se ven frente a una doble responsabilidad. Deben
hacer su propio trabajo, y encima de eso trabajar para conjurar la anarquía
producida por el fracaso moral del hombre. En una sociedad matriarcal, a las
mujeres las sobrecargan, no las promueven; las penalizan, y no las recompensan.
Los principios del orden de
familia cristiano los bosquejó en 1840 Matthew Sorin:
LOS DEBERES QUE BROTAN DE LA RELACIÓN
(DEL MATRIMONIO)
1. CARIÑO MUTUO.
Según el orden y la constitución
del gobierno divino, el hombre fue nombrado para gobernar los asuntos de esta
vida. Es su prerrogativa tener las riendas del gobierno doméstico, y de dirigir
el interés de la familia, a fin de llevarlos a una terminación feliz y
honorable. Este nombramiento de Dios se inició en el orden de la creación; y se
manifestó propiamente en el orden de la caída.
Pero con todo, así como es
derecho del esposo gobernar, también es su obligación gobernar con moderación y
amor; amar a su esposa «así como Cristo amó a la iglesia» Ef 5: 25. Y también,
la esposa no debe ofrecer la obediencia a regañadientes de un espíritu poco
amable, sino el servicio alegre de una mente gozosa, «para que también los que
no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas».
1ª Pedro 3: 1-5.
2. CONFIANZA MUTUA.
Nada es ni puede ser de mayor
importancia que esto para mantener el amor conyugal en ejercicio activo y
enérgico. Destruir la confianza es quitar los cimientos de todo lo que es
excelente o valioso en el círculo familiar.
3. ATENCIÓN Y RESPETO MUTUOS.
No la rutina sin sentido de las
atenciones ceremoniosas que, en ciertas ocasiones, se apiñan en el círculo
familiar, al parecer más para complacer al que observa que para expresar los
sinceros sentimientos del alma. Hablamos de ese simple, natural e impremeditado
gesto de respeto y atención que el amor sincero inspira.
4. AYUDA MUTUA.
La primera mujer le fue dada al
hombre, no para que viva del trabajo del hombre, ni para que trabaje para
ganarse la vida; fue diseñada para que sea una con él, participante lo mismo en
sus tristezas que en sus alegrías, ayuda idónea para él. Hay una ayuda triple
que los casados se deben uno al otro, y que brindan interés y gozo al círculo
familiar.
1.
Hay la ayuda para promover los intereses temporales de la familia.
2.
Otra vez, hay la ayuda mutua en el
mantenimiento del orden; en la educación y gobierno de los hijos.
Los derechos de los padres sobre
sus hijos son iguales. Si esos hijos son honorables y prósperos en el mundo, es
felicidad de ambos. Si son pródigos y viciosos, no es más desdicha de uno que
del otro.
Es, por tanto, un deber evidente
en sí mismo, y obligatorio de la manera más solemne para los padres, contribuir
con su destreza, influencia y autoridad unidas para «instruir a sus hijos en su
camino».
3.
Hay también una ayuda mutua en la
promoción del bienestar espiritual de ambos.
Además de estos conceptos
generales, podemos aquí, con propiedad, notar algunos otros deberes especiales
que esposo y esposa se deben mutuamente.
Se requiere que las mujeres
muestren un espíritu de subordinación, y que obedezcan a su esposo (Ef 5: 22).
Pero también se requiere del esposo que ame y proteja a su esposa (que cultive
por ella el afecto más tierno), que la proteja según su poder (en su persona,
salud, propiedad y reputación).
Todo lo que tiene que ver con la
comodidad de ella se debe conceder hasta donde esté a su alcance y con una
mente dispuesta y alegre. «Debe amar a su esposa así como Cristo amó a la
iglesia» (Ef. 5: 25). Se requiere de la esposa que reverencie a su esposo, no
como ser superior, sino como su superior en el mundo hogareño; y, por
consiguiente, que no usurpe la autoridad del hombre, «porque Adán fue formado
primero, y después Eva» (1ª Ti 2:14).
También es imperativo que el
esposo no se ridiculice ni se haga despreciable a los ojos de su esposa con
indecencia en sus palabras o relaciones viles y triviales. Debe mantener su
lugar, no mediante poder físico o fuerza bruta, sino por la excelencia de su
ejemplo y el desarrollo mental, la superioridad moral y el mejor tacto en el
manejo de los asuntos que es razonable esperar de sus relaciones, y que en la
mayoría de los casos asegurará una sumisión dispuesta y alegre a su autoridad
(1ª P 3: 3-7).
De nuevo, como es deber de la
mujer cuidar de la casa y no abandonarla como un espíritu desdichado que busca
descanso y no lo halla (Tit 2: 5), de la manera más incuestionable es
obligación del esposo hacer de ese hogar lo más interesante y alegre posible.
Las afirmaciones de Sorin se
citan, no porque sean destacadas o desusadamente buenas para interpretar las
Escrituras, sino porque reflejan la fe y práctica de los Estados Unidos
cristiano en la década de 1840. Como Bote señaló:
El libro es valioso no solo porque
da consejo característico sino también porque describe la vida del hogar
estadounidense a nivel de clase media. Sorin había nacido en el extranjero y
así que nos observa más detenidamente, dando menos por sentado en cuanto
nosotros de lo que lo haría un nativo de nuestro país. Pide disculpas por lo
inadecuado del libro, diciendo que pudiera haber sido escrito mejor «por
alguien especialmente adaptado a los principios y hábitos de la sociedad de
este país», pero es demasiado modesto.
SU OBJETIVIDAD ES RESPALDADA POR UNA
LUCIDEZ CONSIDERABLE.
Es precisamente en contra del
orden de familia descrito por Sorin que se dirige mucha de la actividad
vanguardista. La permisividad ataca
directamente a la autoridad paterna, y, tanto en el hogar como en las escuelas
es un concepto revolucionario.
Lo pertinaz de la permisividad
previene el crecimiento de la autodisciplina.
Muchos ven la falta de autodisciplina como la causa
de la delincuencia juvenil actual. Esta delincuencia brota de «una falta de
autodisciplina, y un grado de egoísmo que es increíble para los adultos que respetan
los derechos de otros y piensan en otros antes de actuar». Blaine añade:
La autodisciplina no crece como
Topsy, sino que es el resultado de un proceso de construcción en dos etapas en
el cual los padres son los impulsores primarios. La iglesia, la escuela, los
amigos y los héroes juegan una parte, también, pero es en el hogar en donde se
pone la piedra angular.
La falta de autodisciplina lleva
al engreimiento. Sin tener un
criterio de juicio autoritativo aparte de sí mismos, los jóvenes que se crían
permisivamente no tiene ningún criterio válido de autoevaluación. En otras
eras, los adolescentes han tenido adultos, y los hombres de veinte y treinta
han sido emprendedores.
La juventud de los hombres en la
Convención Constitucional de los Estados Unidos es evidencia de la madurez
temprana y capacidad temprana para la acción y progreso disciplinados de los
hombres de esa época. Pero esa madurez iba mano a mano con responsabilidad e
independencia, sostenimiento propio y autodisciplina: era un todo natural y
unificado.
La adolescencia permisiva exige:
«Óigannos», y aduce madurez en términos de crecimiento físico sin ninguna
madurez de acción y mente que la acompañe. El resultado es un engreimiento
basado en el estándar humanístico de su condición de un ser humano, una
persona. Esta inmadurez interna radical lleva a la delincuencia juvenil, a la
criminalidad adulta y a una tasa más alta de divorcio y de hijos ilegítimos.
Como ya se ha indicado, este
engreimiento del hombre como hombre destruye
todos los estándares excepto el de humanidad. Por, cuando unos
estudiantes visitaron la
antigua Unión Soviética, no vieron la naturaleza esencial de ese orden, porque no tenían otro criterio de juicio
excepto la ideología humanística. Concluyeron:
Las personas son personas, sin
que importe a cuál lado de la Cortina de Hierro llaman su patria. Eso, por lo
menos, parece ser el descubrimiento que hizo un grupo de 16 estudiantes del
Valle y sus maestros-dirigentes después de volver de una gira de estudio de
seis semanas por la Unión Soviética.
¡Este «descubrimiento» podrían
haberlo hecho sin viajar a la Unión Soviética! Pero, cuando el único estándar
es el hombre, cuando se halla que otros también son hombres, miembros por igual
de la humanidad, la coexistencia es una necesidad moral. No se piensa en el
carácter moral de los hombres, porque no se reconoce ninguna ley aparte del
hombre. Por tanto, un asunto importante de liberación golpea contra toda «autoridad ilegítima», contra
cualquier concepto de ley trascendental.
Con mucha razón, los escritores
ven como enemigo todo concepto de ley que tiene a Dios agazapado detrás. Lo
inmoral para ellos es lo «deshumanizante», o sea, cualquier cosa y toda cosa
que limite al hombre. Puesto que todo hombre es su propio soberano y ley bajo
este concepto humanística, Paul Goodman comenta: «Tal vez “soberanía” y “ley”
en cualquier sentido estadounidense, son conceptos obsoletos». Este anarquismo
hay ido tan lejos que «una corte militar de los Estados Unidos decretó que la
objeción de conciencia es una defensa válida para la acusación de estar ausente
sin licencia».
El caso tenía que ver con un
soldado que debía llenar de combustible los aviones a reacción y que estuvo «ausente
de su puesto sin licencia durante 41 días». Este anarquismo es un rasgo por
igual de jóvenes y viejos; los jóvenes solo están llevando el anarquismo de su
día un paso más allá. Un ejemplo absurdo del anarquismo de los padres es el caso
de una mujer, separada de su esposo por seis años, que todavía quiere celebrar el
25º aniversario de bodas con una gran fiesta.
Este anarquismo erosiona a la
familia y su autoridad en toda época. Reduce al padre a un cero a la izquierda,
y le da a la madre la carga imposible de ser la familia para los hijos. El
alcance hasta donde ha llegado esta desaparición legal y abdicación personal
del padre se ilustra fácilmente.
Mientras que el padre como fuente
de autoridad en un tiempo solía tener la custodia de los hijos en un divorcio,
hoy solo en seis estados (Alaska, Georgia, Luisiana, Carolina del Norte,
Oklahoma y Texas, «se continúa declarando al padre como “el guardián natural
preferido”»). Incluso más reveladora es la ley israelí que niega la nacionalidad
judía a todo judío cuya madre no sea judía, porque los hijos en esta ley se
clasifican en términos de su madre, y no de su padre.
TODO ESTO ES EROSIÓN, Y ES MUY REAL. PERO TAMBIÉN HAY PRESENTE UN ASALTO
LEGAL.
Desde dentro la iglesia viene la
demanda de «un genuino pluralismo de conducta sexual», que se nos dice «con
certeza tendrá lugar en dos aspectos principales».
Primero,
habrá «la
disolución del concepto de que el sexo y el matrimonio están inextricable y
exclusivamente ligados». Segundo, habrá
la gradual aceptación social, si acaso no la legalización, de la bigamia (o
poligamia) y la poliandria. En la próxima década o dos tal bigamia con
probabilidad se parecerá al antiguo patrón de tías solteras viviendo con la
familia.
La aceptación social de tal
«bigamia de ley común» bien puede ser la única manera de iniciar los cambios
requeridos. Los psicólogos preocupados por la salud mental de las personas
mayores han recomendado la legalización de la bigamia para personas mayores de
sesenta años. La iglesia, por supuesto, guarda silencio hasta aquí.
No tiene planes reales para los
envejecientes, ni para los solteros involuntarios.
Esperemos que no aguardará
demasiado antes de siquiera considerar los méritos de la poligamia (y
poliandria) para atender las necesidades de millones de personas para las
cuales no hay ninguna otra esperanza que ofrecer.
Pero esto no es nada comparado
con las opiniones de un médico suizo, que quiere no solo derechos legales
iguales sino subsidios legales especiales para los que practican incesto,
exhibicionismo, pedofilia, saliromanía, algolagnia, homosexualidad, escofilia,
y otras perversiones sexuales. El sistema de Ullerstam es hostil al orden-ley
cristiano y castigaría salvajemente el orden-ley marital cristiano.
Aparte de estas propuestas
teóricas, los pasos legales son bastante serios. En país tras país hay
movimientos para legalizar las uniones homosexuales; las leyes contra la
homosexualidad se han abandonado extensamente, así que existe una legalidad
tácita. Otras perversiones también de manera similar se dejan sin que se haga
nada. Las salvaguardas legales de la familia se eliminan cada vez más, así que de
nuevo la sociedad está amenazada por la anarquía de un estado antifamiliar de iniquidad
legalizada.
A nombre de la igualdad de
derechos, a las mujeres se les despoja de la protección de la familia y no se
les da lugar excepto la competición perversa de un mercado sexual en el cual lo
chocante, la perversión, la desviación y la agresión cada vez más exigen una
prima. Las mujeres que ganan con la igualdad de derechos son las que a todas
luces son hostiles a la ley cristiana.
La ley, se debe recordar, es
guerra contra lo que se define como mal y una protección de lo que se considera
bueno. En la estructura-ley en desarrollo de la ideología humanística, se libra
implícitamente una guerra contra los padres y la familia como malos, y se
extiende protección a los pervertidos y delincuentes bajo la presuposición de
que sus «derechos» necesitan protección.
8. LA SAGRADA FAMILIA
No es accidente que Jesucristo,
la segunda persona de la Trinidad, también fue miembro de una familia humana.
La encarnación fue una realidad, y básico para su realidad fue la natividad de
Jesús en una familia hebrea como heredero de linaje real. Cristo nació en
cumplimiento de la profecía, y en términos de las leyes básicas de la familia.
Varios aspectos de este hecho son
evidentes de inmediato. Primero, Jesucristo
nació como heredero del trono de David, y en cumplimiento de las promesas respecto
al significado futuro de ese trono. En 2ª Samuel 7: 12 Dios le declaró a David:
«Y cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus padres, yo levantaré después
de ti a uno de tu linaje, el cual procederá de tus entrañas, y afirmaré su reino».
Esta promesa se celebra en el Salmo 89 y el Salmo 132. Este reino del Mesías o
Cristo es «su reino» (2ª S 7: 12), y se define en términos Suyos.
Segundo,
el reino de
Cristo es restauración de la autoridad, ley y orden. Como se promete en Isaías
a los fieles, «restauraré tus jueces como al principio, y tus consejeros como
eran antes; entonces te llamarán Ciudad de justicia, Ciudad fiel» (Is 1: 26).
Puesto que en Sinaí se estableció a los jueces o autoridades (o como resultado de
Sinaí), la ley de Dios será restablecida como resultado del nuevo Sinaí, el
Gólgota, por el Moisés mayor, Jesucristo.
Por consiguiente, del Mesías se
habla como aquel en quien y bajo quien la ley y el orden se llevan a
cumplimiento. Él es el «Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno,
Príncipe de Paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el
trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en
justicia desde ahora y para siempre» (Is 9: 6, 7). También se nos dice de este
Renuevo de la raíz de Isaí que «juzgará con justicia a los pobres, y argüirá
con equidad por los mansos de la tierra» (Is 11: 4).
Él vendrá para traer justicia y
«matará al impío» (Is 11: 4), para restaurar el paraíso, a fin de que, figuradamente
hablando, el lobo y el cordero moren juntos (Is 11: 6, 9), y la tierra sea
restaurada a una mayor fertilidad y bendición: «Se alegrarán el desierto y la
soledad; el yermo se gozará y florecerá como la rosa» (Is 35: 1).
Tercero,
el reino de
Cristo no está limitado, como el de David, a Canaán: cubre toda la tierra.
Cristo dijo a los discípulos: «Bienaventurados los mansos, porque ellos
recibirán la tierra por heredad» (Mt 5:5). San Pablo dijo: «Porque no por la
ley fue dada a Abraham o a su descendencia la promesa de que sería heredero del
mundo, sino por la justicia de la fe» (Ro 4: 13). Esta importante declaración significa,
según Hodge:
La palabra heredero, en las
Escrituras, frecuentemente quiere decir poseedor
seguro. Heb 1: 2; 6: 17; 11:7s. Este uso de los términos probablemente
surgió del hecho de que entre
los judíos la posesión por herencia era mucho más segura y permanente que la obtenida por compra.
La promesa no fue para Abraham, ni para su simiente o sea,
ni para uno ni para otro. Ambos estuvieron
incluidos en la promesa. Y su simiente
no se refiere aquí a Cristo, como
en Gá 3:16, sino a sus hijos espirituales.
La segunda mitad del versículo,
como Murray lo señala, hablando de Romanos 4:13 en relación a 4: 16, 17, deja
en claro el significado de la ley y la fe con respecto a los herederos. Los
verdaderos herederos lo son por fe:
Y estos versículos también
establecen que no son los descendientes naturales de Abraham, sino todos, tanto
de la circuncisión como de la incircuncisión, los que son «de la fe de Abraham»
(v. 16). La «promesa» por lo tanto se da a todos los que creen y todos los que
creen son simiente de Abraham.
Los verdaderos herederos de
Abraham no son por sangre o ley, sino los que participan de la fe de Abraham.
Estos reciben su herencia del Rey, Jesucristo. «Y si vosotros sois de Cristo,
ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa» (Gá 3: 29).
Algunos tratan de negar el
reinado de Cristo sobre la tierra citando Juan 18: 36: «Mi reino no es de este
mundo». Pocos versículos son más mal interpretados. Como Wescott señaló, «sin
embargo él en efecto afirmó tener soberanía, soberanía de la cual la fuente y
el manantial no eran de la tierra sino del cielo».
«Mi reino no es de este mundo»
quiere decir que «no deriva sus orígenes ni su sostenimiento de fuentes
terrenales»6. En otras palabras, el reino de Cristo no se deriva de este
mundo, porque es de Dios y está
por encima del mundo.
Cuarto,
Cristo por
su nacimiento virginal fue una nueva creación, un nuevo Adán; como Adán un
milagro, una creación directamente de Dios; pero, a diferencia de Adán, quien
no tenía ningún enlace a ninguna humanidad previa, Cristo estuvo ligado a la
vieja humanidad por su nacimiento de María.
San Lucas citó a Adán y a Jesús
como «el hijo de Dios» (Lc 1: 34, 35; 3: 38). Cristo es pues «el segundo
hombre» o «el postrer Adán» (1ª Co 15: 45-47); el manantial de una nueva
humanidad.
Por su nacimiento de Dios, y de
la virgen María, Jesucristo es la cabeza de la nueva raza, como el nuevo Adán,
para proveerle a la tierra de una nueva simiente para reemplazar a la antigua
raza adámica.
El primer Adán fue tentado en el
paraíso y cayó. El nuevo Adán fue tentado en el desierto adánico y empezó allí
la restauración del paraíso: él «estaba con las fieras; y los ángeles le servían»
(Mr 1: 13). «El segundo hombre» restauró la comunión con los ángeles del cielo
y los animales de la tierra. Como el verdadero Adán, ejerció dominio (Gn 1: 28),
y como el Señor de la tierra emitió su ley en el monte, confirmando la ley que
anteriormente había dado por medio de Moisés (Mt 5:1—7:29).
En el mundo antiguo el rey era el
legislador, y un legislador era o el rey o un agente del rey, como en el caso
de Moisés. Jesús, al declarar en el sermón del monte «Yo les digo», declaró ser
el Rey, y por su Gran Comisión, dejó en claro que era rey de toda la tierra (Mt
28:18-19).
Quinto,
Jesucristo,
como Rey de la tierra, tiene derecho
de dominio. Esto quiere decir que ataca y derrota a todos los que niegan
su dominio. Como Dios declaró: «A ruina, a ruina, a ruina lo reduciré, y esto
no será más, hasta que venga aquel cuyo es el derecho, y yo se lo entregaré»
(Ez 21:27). Este derrocamiento de sus enemigos continúa hoy (He 12:25-29).
Sexto,
Jesucristo nació bajo la ley y a la ley, para cumplir
la ley. Este cumplimiento empezó desde su nacimiento, por su membrecía
en la sagrada familia, en la que, como hijo consciente de sus deberes, guardó
el quinto mandamiento todos sus días. Como heredero legal de un trono, se apropió
de las promesas de Dios, y, como rey legal de la tierra, está en el proceso de
desposeer a todos los falsos herederos y a todos los enemigos.
Séptimo,
Jesucristo
obedeció la ley de la familia. Como hijo consciente de sus deberes, desde la cruz
hizo arreglos para el cuidado de su madre. Entregó a Juan a María como su nuevo
hijo para que la cuidara. Pero el nuevo «hijo» que Cristo le dio a María fue en
términos de la familia de la fe (Jn 19:25-27), así que Cristo indicó que la
verdadera condición de heredero (porque el heredero hereda responsabilidades)
es más por fe que por sangre.
Este principio ya lo había declarado
anteriormente en referencia a su madre y hermanos. Cuando las dudas de estos
los llevaron a una posición de temor con respecto al llamamiento de Jesús, este
declaró que su verdadera familia es «todo aquel que hace la voluntad de mi
Padre que está en los cielos» (Mt 12:49-50). Con eso no rechazaba su
responsabilidad en cuanto a su madre, y de su cuidado se preocupó al morir.
En la sagrada familia, por
consiguiente, se ejemplifica con toda claridad la ley bíblica de la familia.
Sobre todo en su condición de heredero, Jesús demostró la responsabilidad del
heredero. Como heredero de una familia, cumplió sus responsabilidades de
familia; como heredero a un trono, cumplió sus obligaciones de realeza; y como
heredero de un manto racial como el segundo Adán, cumplió sus deberes para con
la raza. Por tanto, demostró que la
condición de heredero es una
responsabilidad.
9. LA LIMITACIÓN DE LA AUTORIDAD DEL
HOMBRE
El problema de la autoridad es
básico a la naturaleza de cualquier sociedad. Si se destroza su doctrina de
autoridad, una sociedad colapsa, o si no la mantiene unida solo el error total.
Ha llegado a ser común de parte de los eruditos evadir el hecho de que la
autoridad es algo religioso; el dios o poder supremo de cualquier sistema es
también la autoridad y legislador de ese sistema. Iverach, en línea con la
evasión humanística de la naturaleza de la autoridad, empezó su análisis diciendo
que «la palabra “autoridad”, según se usa en el lenguaje ordinario, siempre
implica cierta coerción.
El significado más común es el de
poder para imponer obediencia». Esto es por cierto verdad hasta donde ahí, pero
es falso por direccional mala orientación de su énfasis. Es como definir a un
hombre como una criatura que en su mayor parte es lampiño, tiene un pulgar y
camina erecto; técnicamente, esta definición es correcta; en la práctica, no
nos ha dicho nada, y ha evadido los hechos centrales respecto al hombre.
Iverach reconoció esta limitación, y por consiguiente llevó el argumento, paso
a paso, a la conclusión de que «toda autoridad es en última instancia autoridad
divina.
Esto es cierto lo mismo si
consideremos al mundo desde un punto de vista teísta o de un punto de vista
panteísta». Puesto que el punto de partida de toda autoridad es religioso, el punto
de partida de todo debate en cuanto a la autoridad debe ser religioso. Dios no
es el eslabón final en la autoridad sino el alfa y omega de toda autoridad.
Toda autoridad es en esencia
autoridad religiosa; la naturaleza de la autoridad depende de la naturaleza de
la religión. Si la religión es bíblica, la autoridad en todo punto es la
autoridad inmediata o mediata del Dios trino. Si la religión es humanística, la
autoridad es en todas partes implícita o explícitamente la conciencia autónoma
del hombre. Los hombres obedecen la autoridad en bases religiosas, o la
desobedecen en bases religiosas. Adán y Eva no fueron menos religiosos en su desobediencia
que en su obediencia.
Cuando dieron por sentado que el
hombre es autónomo y que tiene la libertad de decisión con respecto a la ley de
Dios, y la libertad para determinar lo que debe ser ley, tomaron una decisión
moral y también religiosa, y luego actuaron en obediencia a sus nuevas
presuposiciones religiosas. La desobediencia a la autoridad existente quiere
decir que se tiene en la vista a una nueva autoridad.
El irrespeto de desobediencia es
un desafío religioso a la autoridad; es la negación de esa autoridad a nombre
de otra. Cuando un hijo desafía a sus padres, diciendo: «No quiero, y no voy a
hacerlo», remplaza la autoridad paterna, y religiosa, con su propia voluntad;
opone sus propias demandas por autonomía e independencia moral en contra de las
afirmaciones de Dios en su palabra y a sus padres en su persona. Si el hijo
obedece solo por miedo, con todo es una obediencia religiosa, en que el poder,
o castigo, es la fuerza motivadora religiosa de su vida. Las religiones varían,
pero el hecho de que la autoridad es religiosa sigue constante.
La autoridad es poder legítimo;
es dominio y jurisdicción. Los hombres responden a la autoridad reconocida; se
resisten a obedecer a las autoridades que no reconocen como tales. Los
principales sacerdotes y ancianos del pueblo le hicieron una pregunta válida a
Jesús, pero por razones erradas, y sin querer reconocer cuál era su doctrina de
autoridad.
Pero la pregunta siguió en pie:
«¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Quién te dio esta autoridad?» (Mt 21: 23).
Ya habían visto cuál era la autoridad declarada de Jesús, y habían observado:
«Tú, siendo hombre, te haces Dios» (Jn 10: 33). Jesús basaba su autoridad en su
Padre, y en sí mismo como Dios encarnado.
SIN UNA DOCTRINA DE AUTORIDAD VÁLIDA,
NINGÚN ORDEN SUBSISTE.
Apelar al sentimiento o la
gratitud es fútil; o una doctrina religiosa de la autoridad obliga al hombre, o
este no está obligado, excepto por placer o conveniencia, lo cual no es vinculante
para nada. Si vamos de nuevo a la instrucción moral egipcia encontraremos ejemplos
de esto, como en las «Instrucciones» de un padre a su hijo:
Dobla el alimento que le das a tu
madre, cuídala así como ella te cuidó. Ella tuvo una carga pesada en ti, pero
no me la dejó a mí. Después que naciste ella siguió sintiendo el peso tuyo; sus
pechos estuvieron en tu boca por tres años, y aunque tu porquería era
nauseabunda, su corazón no se disgustaba.
Cuando tomes una esposa, recuerda
cómo tu madre te dio a luz, y también te crió; no permitas que tu esposa te
eche la culpa, ni hagas que levante sus manos al dios.
Considere también las palabras de
Ptahhotep, de la cuarta dinastía:
Si eres hombre de posición, debes
fundar una familia y amar a tu esposa en casa, como es debido. Llénale el
vientre, y pon vestido sobre su espalda; el ungüento es la receta para el
cuerpo de ella. Alegra su corazón, porque ella es campo lucrativo para su
señor.
Estas palabras son hermosas y
conmovedoras, y el sentimiento moral es digno de elogio pero inútil. Apela al
sentimiento, y no a una ley moral absoluta. No hay aquí ninguna autoridad
religiosa o moral que sostenga a la familia y proteja a la madre y esposa, ni
tampoco hay una autoridad civil para imponer esa ley religiosa; el bienestar de
la madre y de la esposa se dejan al parecer del individuo, y por tanto la
apelación es un esfuerzo inútil por tirar de las cuerdas de corazón; es una apelación
sin autoridad.
Si una doctrina de autoridad
encierra contradicciones, está destinada a desbaratarse a la larga conforme las
diversas hebras luchan una contra otra. Esta ha sido una parte continua de las
varias crisis de la civilización occidental. Debido a que se han hecho acomodos
entre la doctrina bíblica de la autoridad y el humanismo grecorromano, las
tensiones de autoridad han sido agudas y amargas. Como Clark escribió, con
referencia a la autoridad en los Estados Unidos de América:
Es una doctrina de la ley mosaica
y la ley cristiana que los gobiernos son ordenados divinamente y derivan su
poder de Dios. En el Antiguo Testamento se afirma que «de Dios es el poder»
(Sal 62: 11) que Dios «quita reyes, y pone reyes» (Dn 2: 21) y que «el Altísimo
tiene el dominio en el reino de los hombres, y lo da a quien él quiere» (Dn 4: 32).
De modo similar, en el Nuevo Testamento se afirma que «no hay autoridad sino de
parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas» (Ro 13:1).
En la ley romana se consideraba
originalmente que el poder del emperador le había sido conferido por el pueblo,
pero cuando Roma se hizo un estado cristiano su poder se consideró procedente
de Dios. En los Estados
Unidos también se ha reconocido a
Dios como la fuente del gobierno, aunque es pensamiento común que en un
gobierno republicano o democrático «todo poder es inherente en el pueblo».
Al principio en los Estados
Unidos de América no había duda, cualquiera que fuera la forma del gobierno civil, de que toda
autoridad legítima se derivaba de Dios. La influencia de la tradición clásica
revivió la autoridad del pueblo, que históricamente es a la vez compatible con
la monarquía, la oligarquía, la dictadura o la democracia, pero no es
compatible con la doctrina de la autoridad de Dios.
Como resultado, en los Estados
Unidos progresivamente la autoridad del nuevo dios, el pueblo, ha desplazado a
la autoridad de Dios. Cuando se invoca a Dios, se le ve como alguien que se
postra ante el pueblo, como un Dios que anhela democracia.
Esto no es menos cierto en otras
partes. En Inglaterra, la reina Elizabeth II, en su mensaje de Navidad de 1968,
declaró: «El mensaje esencial de Navidad es todavía que todos pertenecemos a la
gran hermandad del hombre. Si verdaderamente creemos que la hermandad del
hombre tiene un valor para el futuro del mundo, procuraremos respaldar las
organizaciones internacionales que promueven el entendimiento entre los pueblos
y naciones».
A Cristo, que vino a dividir a
los hombres en términos de sí mismo, la reina lo ve como uno que vino a unir a
los hombres en términos de la humanidad. Los marxistas, debido a que carecen de
esta posición esquizofrénica e hipócrita, suelen funcionar más vigorosa y
sistemáticamente. La autoridad marxista es rigurosamente humanística y la
impone mediante un terror total sin ambages.
Bajo una doctrina bíblica de
autoridad, debido a que «las [autoridades] que hay, por Dios han sido establecidas»
(Ro 13: 1), toda autoridad, sea en el hogar, la escuela, el estado, la iglesia,
o cualquier otra esfera, es autoridad subordinada y está bajo Dios y sujeta su
palabra. Esto quiere decir, primero, que
toda obediencia está sujeta a una obediencia previa a Dios y a su palabra,
porque «Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5: 29; 4: 19).
Aunque específicamente se ordena
la obediencia civil (Mt 23: 2, 3; Ro 13: 1-5; Tit 3:1; He 13: 7, 17; 1ª P 2: 13-
16; Mt 22: 21; Mr 12: 17; Lc 20: 25, etc.), es evidente también que el
requisito previo de obediencia a Dios debe prevalecer. Por eso los apóstoles
tenían órdenes de su Rey de proclamar el evangelio, y por consiguiente se
rehusaron a que las autoridades políticas les impusieran silencio (Hch 4: 18;
5: 29; 1ª Mac 2: 22).
Segundo,
toda
autoridad en la tierra, por estar bajo Dios y no ser Dios, es por naturaleza y
necesidad autoridad limitada. Esta naturaleza limitada de toda autoridad subordinada
se explica contundentemente en una serie de leyes, de las cuales una
interesante es Deuteronomio 25: 1-3: Si hubiere pleito entre algunos, y
acudieren al tribunal para que los jueces los juzguen, éstos absolverán al
justo, y condenarán al culpable.
Y si el delincuente mereciere ser
azotado, entonces el juez le hará echar en tierra, y le hará azotar en su
presencia; según su delito será el número de azotes. Se podrá dar cuarenta
azotes, no más; no sea que, si lo hirieren con muchos azotes más que éstos, se
sienta tu hermano envilecido delante de tus ojos.
Wright observó, de la última
frase:
Aplicarle a un hombre el castigo
debido por su transgresión no era deshonrarlo como israelita, pero azotarlo
indiscriminadamente en público era tratarle como un animal antes que con el
respeto debido a un semejante.
Este punto es importante. Puesto
que la ley bíblica no permitía en tiempos de obediencia el crecimiento de una
clase de criminales profesionales y delincuentes incorregibles, «el
delincuente» no es un criminal depravado sino un ciudadano y prójimo pecador.
Se le somete al castigo y es restaurado a la comunidad; no se le envilece, ni
se le degrada, ni se le trata a la ligera, a los ojos de la comunidad o las autoridades
mediante el castigo.
Es más, en una fecha posterior,
según Waller, el castigo «se infligía en la sinagoga, y la ley se leía mientras
tanto de Deuteronomio 28:58, 59, con uno o dos pasajes más». La lectura de
Deuteronomio 28:58, 59, es importante, declaraba que el castigo cumplía el
requisito de Dios y evitaba el castigo de Dios, porque «si no cuidares de poner
por obra todas las palabras de esta ley entonces Jehová aumentará
[extraordinariamente] tus plagas».
ESTO TRAE A ENFOQUE UN ASPECTO
SIGNIFICATIVO DE LA INTENCIÓN DE LA
LEY.
Al exigir la pena capital para
delincuentes incorregibles, la ley eliminaba
a los enemigos de la sociedad santa, los purgaba de la sociedad. Este es el lado de matar de la ley. Por otro lado, al exigir
restitución de otros ofensores
significativos, y el castigo corporal
(los azotes) aplicado a otros ofensores menores, la ley servía para restaurar
al hombre a la sociedad, para limpiar y
sanar. El que hacía
restitución, o que recibía los azotes, había pagado su deuda a la persona
ofendida y a la sociedad y era restaurado a la ciudadanía. La lectura de
Deuteronomio 28:58, 59 tenía en mente evitar el castigo destructor de Dios
mediante la aplicación del castigo sanador de Dios.
Donde la ley trata de sanar sin
matar, mata. El cirujano debe extraer un órgano irremediablemente enfermo para
salvar el cuerpo, para sanarlo de su infección.
Pero un dedo moderadamente
infectado no se corta; se purga de la infección a fin de mantenerlo como parte
funcional del cuerpo. Al matar o sanar, la autoridad del gobierno civil está
estrictamente gobernada y limitada por la palabra de Dios.
La autoridad de los jueces, pues,
es limitada; un máximo de cuarenta azotes, a fin de no poner distancia entre el
juez y el pueblo, a fin de que el ciudadano pecador no se vuelva súbdito del
juez en lugar de que ambos juntos sean súbditos de Dios el Rey. El castigo
siempre está sujeto a la ley de Dios; la sentencia normal es restitución; en
causas menores de controversia
personal, era castigo corporal, azotes.
La clase de ofensa que cubría el
castigo corporal es, entre otras, la de Levítico 19:14: «No maldecirás al
sordo, y delante del ciego no pondrás tropiezo, sino que tendrás temor de tu
Dios. Yo Jehová». Según Ginsburg, «el término sordo también incluye al ausente,
y por consiguiente fuera del alcance del oído». Todavía más, Según la
administración de la ley durante el segundo templo, esta prohibición estaba
dirigida contra todo tipo de maldiciones. Porque, decían, si maldecir a quien
no puede oír, y que, por consiguiente, no puede afligirse, está prohibido,
cuanto mucho más está prohibido maldecir al que oye, y que se enfurecerá a la
vez que se afligirá por eso.
Delante
del ciego no pondrás tropiezo. En Dt 27: 18 se pronuncia una maldición sobre los que hacen
descarriar al ciego. Ayudar a los que padecían de esta aflicción siempre se
consideraba un acto meritorio. De aquí que entre los servicios benevolentes que
Job rendía a sus vecinos, dice: «Yo era ojos al ciego» (Job 29: 15). Según la
interpretación que se obtiene en el tiempo de Cristo, esto se debía entender en
sentido figurado. Prohíbe la imposición sobre el ignorante, y dirigir
erradamente a los que buscan consejo, haciéndoles así caer. El apóstol aboga
por una delicadeza similar para el débil: «Más bien decidid no poner tropiezo u
ocasión de caer al hermano» (Ro 14:13).
Tercero,
la ley
afirma la supremacía de la palabra-ley
escrita de Dios. La autoridad del hombre está bajo Dios y es limitada;
la autoridad de Dios es ilimitada. Los hombres no tienen derecho de interpretar
la voluntad de Dios según sus deseos y antojos; la voluntad de Dios para el
hombre se declara en su palabra ley. La forma del orden civil puede variar:
puede ser una comunidad gobernada por jueces o gobernadores (Dt 17: 8-13), o
una monarquía (Dt 17: 14-20), pero la supremacía de la ley y autoridad de Dios
permanece.
La única autoridad en cualquier
esfera de gobierno, hogar, iglesia, estado, escuela u otra es la palabra
escrita de Dios (Dt 17:9-11). Esta palabra-ley se debe aplicar a las diversas
condiciones del hombre y a los diversos contextos sociales. «La palabra escrita es la cadena que sujeta.
Tampoco la relación variante entre la autoridad ejecutiva y legislativa
altera el principio».
Al que rehusaba reconocer la
autoridad de la palabra-ley de Dios sobre sí mismo cuando se había dado el
veredicto, se ejecutaba, porque así «quitarás el mal de en medio de Israel» o
lo purgarás de la tierra (Dt
17: 12, 13).
Si un rey gobernaba, debía ser:
(a)
un individuo del pueblo del pacto, o sea, un hombre de fe, porque el pacto
requiere fe;
(b)
no debía «aumentar caballos», o sea, instrumentos de guerra agresiva antes que
defensiva, ni «tomar muchas mujeres» (poligamia), y «ni plata ni oro amontonará
para sí en abundancia», porque su propósito debe ser la prosperidad del pueblo
bajo Dios antes que su propia riqueza; un estado rico quiere decir un pueblo
pobre;
(c)
el rey debe tener, leer y estudiar la palabra-ley de Dios «todos los días de su
vida, para que aprenda a temer a Jehová su Dios, para guardar todas las
palabras de esta ley y estos estatutos, para ponerlos por obra»; y
(d)
el propósito de su estudio no es solo promover el orden ley de Dios sino
también «para que no se eleve su corazón sobre sus hermanos» (Dt 17: 14-20).
Jesucristo, como verdadero Rey,
vino para cumplir la palabra-ley de Dios y establecer el dominio de Dios. «He
aquí, vengo; En el rollo del libro está escrito de mí; El hacer tu voluntad,
Dios mío, me ha agradado, Y tu ley está en medio de mi corazón» (Sal 40:7; He
10:7, 9). Según Wright, escribiendo sobre Deuteronomio 17:14-20, «es imposible
imaginarse tal escrito en alguna otra nación del antiguo Cercano Oriente.
El rey era súbdito de la ley
divina así como también los demás funcionarios de la nación». Pero en la ley
bíblica el rey, el juez, el sacerdote, el padre y las personas están todos bajo
la palabra-ley escrita de Dios, y mientras
más alto el cargo más importante es la
obediencia.
Entonces, cuarto, como ya es evidente, los
caprichos personales no pueden pasar por encima de la ley de Dios incluso en lo
que tiene que ver con nuestras propiedades. No se puede hacer a un lado a un
heredero legítimo y santo a favor de otro hijo, solo porque el padre ame más a
otro hijo. Esto se especifica en el caso de un matrimonio polígamo, donde el
primogénito pudiera ser hijo de una esposa aborrecida (Dt 21:15-17). En cualquier caso, el padre no está en
libertad de usar razones personales y no religiosas como criterio para la
herencia. La ley de Dios debe prevalecer. LAS ÚNICAS BASES LEGÍTIMAS DEL DERECHO
A LA HEREDAD SON RELIGIOSAS.
Debemos, por consiguiente,
concluir que la autoridad no es solo
un concepto religioso sino también total. Incluye el reconocimiento en
toda faceta de nuestra vida del
absoluto orden-ley de Dios. El punto de arranque de este reconocimiento es la familia: «Honra a tu padre y a
tu madre». De este mandamiento, con su requisito de que los hijos se sometan y obedezcan a la autoridad de sus
padres bajo Dios, viene la
educación básica y fundamental en la autoridad religiosa. Si se niega la autoridad del hogar, el hombre
está en rebelión contra la trama y estructura de la vida, y contra la vida misma. La obediencia, pues, lleva la
promesa de la vida.