EL QUINTO MANDAMIENTO

1. LA AUTORIDAD DE LA FAMILIA

Antes de analizar la ley bíblica con respecto a honrar a los padres, y su autoridad, es necesario notar el extenso socavamiento de la doctrina bíblica de la familia.
En los diez mandamientos, cuatro leyes tienen que ver con la familia, tres de ellas directamente: «Honra a tu padre y a tu madre», «No cometerás adulterio»,
«No hurtarás», y «No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo» (Éx 20: 12, 14, 15, 17). El hecho de que la propiedad (y de aquí el robo) se orientaba a la familia aparece no solo en toda la ley, sino en el décimo mandamiento: codiciar, sea la propiedad, la esposa o los criados de otro, era un pecado contra la familia del prójimo. La familia es claramente central a la forma bíblica de la vida, y es la familia bajo Dios lo que tiene esta centralidad.
Pero se debe añadir que esta perspectiva bíblica es ajena a la cosmovisión darwiniana. El pensamiento evolucionista concede la centralidad de la familia, pero solo como hecho histórico. Se ve a la familia como la gran institución primitiva que ahora rápidamente está siendo superada, pero que es importante para los estudios del pasado evolucionista del hombre.
Se ve a la familia como la antigua colectividad o colectivismo que debe dar paso a «la nueva colectividad». Como el antiguo colectivismo que resiste el cambio, científicos sociales, educadores y clérigos evolucionistas atacan continuamente a la familia.
La antropología evolucionista que sirve de base de este ataque le debe mucho, después de Darwin a William Robertson Smith (1846-1894), La religión de los semitas. Darwin y Smith a su vez le dieron a Sigmund Freud (1856-1939) sus premisas básicas. En términos de esta perspectiva, según lo presenta Freud (pero también popularizados por La rama dorada, de Sir James G. Frazer), los orígenes de la familia están en el pasado primitivo del hombre antes que en el propósito creador de Dios.
La «horda primitiva», o sociedad primitiva, estaba dominada por el «padre primitivo violento», que expulsaba a los hijos y tenía posesión sexual exclusiva de la madre y las hijas. «El origen de la moralidad en cada uno de nosotros» viene del complejo de Edipo.
Los hijos rebeldes, que envidiaban y temían al padre, se unían, mataban y se comían al padre, y luego poseían sexualmente a la madre y a las hermanas. Su remordimiento y cargo de conciencia por sus acciones produjo tres tabúes básicos para el hombre: el parricidio, el canibalismo y el incesto. Para Freud, en el cristianismo, el hijo hace expiación en la cruz por matar al padre, y el canibalismo se transforma en sacramento: la comunión.
Con esto en mente, podemos entender por qué los antropólogos pueden decir:
«La familia es el más fundamental de todos los grupos sociales, y es universal en su distribución». La próxima oración nos informa, sin embargo, que la familia es una forma social «determinada culturalmente», o sea, es en su totalidad un producto evolucionista de la cultura del hombre. De igual forma, el tema de la «religión y ritos» se introduce en el curso de un análisis de la «extensión del parentesco».
El poder del padre y la seguridad de la familia están en la religión proyectada contra el medio ambiente hostil para darle al hombre un parentesco y favor participante.
De igual manera, se nos dice, hay dos clases de religiones, la religión de la madre, y la religión del padre.
Por esto, Van der Leeuw escribió:
«No hay nada más sagrado en la tierra que la religión de la madre, porque nos lleva de vuelta al secreto más profundo del alma, a la relación entre el hijo y su madre»; en estos términos Otto Kern ha cristalizado la esencia de nuestro tema. Creyendo que detrás de Poder se puede ver el bosquejo de una Forma, el hombre reconoce los rasgos de su propia madre; su soledad al verse confrontado con el Poder se transforma por tanto en la relación íntima con la madre.
El origen de los cultos de la fertilidad se ve en la adoración de la madre, una invocación a la fertilidad y también a un retorno a la seguridad del vientre. El culto a la madre conduce con el tiempo al culto del padre. Según Van der Leeuw, «para todo hombre su madre es una diosa, tal como su padre es un dios».
Todavía más, «la madre crea vida; el padre historia»; o sea, las religiones del culto a la fertilidad son cuestiones de prehistoria, y de culturas primitivas, en tanto que el padre como dios es una etapa del desarrollo del hombre en la historia. Van der Leeuw admitió, al comentar sobre Isaías 63: 16 y 64: 8, que el Dios bíblico «no es la figura del generador sino de un creador, cuyas relaciones con el hombre son el preciso opuesto del parentesco, y ante las cuales el hombre se postrará en dependencia profunda pero confiada», pero, habiendo notado esto, volvió a su tesis evolucionista.
La religión, pues, se ve como una proyección de la familia, y la familia debe, por consiguiente, ser destruida a fin de que la religión también pueda ser destruida. Pero eso no es todo. También se ve de manera similar a la propiedad privada como un resultado de la familia, y la abolición de la propiedad privada requiere la destrucción de la familia. Van der Leeuw habló de la relación entre la familia y la propiedad:
Entre muchos pueblos, todavía más, la propiedad también juega una parte en el elemento común de la familia. Porque la propiedad no es solo el objeto que el dueño posee. Es un poder, y en verdad un poder común. Así que hallamos el elemento común de la familia ligado a la sangre y a la propiedad; pero no está confinado a esto, porque es sagrado, y por consiguiente no se puede derivar sin ningún resto de lo dado.
Según Hoebel,
La naturaleza esencial de la propiedad se debe hallar en las relaciones sociales antes que en cualquier atributo inherente de la cosa u objeto que llamamos propiedad. La propiedad, en otras palabras, no es una cosa, sino una red funcional de relaciones sociales que gobierna la conducta de las personas con respecto al uso y disposición de las cosas.
Este es un truquito típico del intelectual humanística moderno: ¡deshacerse de un problema eliminándolo por definición! Para Hoebel, la propiedad no es «una cosa, sino una red funcional de relaciones sociales». Y, ¿qué gobiernan estas relaciones sociales? La última palabra de Hoebel lo dice claramente: ¡gobiernan cosas! ¿Qué son estas cosas si no propiedad?
Pero fue Federico Engels el que indicó más claramente el caso humanístico (y la tesis «marxista») respecto a la relación entre la propiedad y la familia. La familia monógama, sostenía, «se basa en la supremacía del hombre, y su propósito expreso es producir hijos de paternidad indisputable; tal paternidad se exige porque estos hijos deben más tarde llegar a la propiedad de su padre como sus herederos naturales».
La monogamia ha reducido la importancia de las mujeres y ha conducido a «la brutalidad hacia las mujeres que se esparce desde la introducción de la monogamia». La monogamia, y la familia individual moderna, descansa o «se basa en la esclavitud doméstica abierta u oculta de la esposa».
El matrimonio de grupo original ha dado lugar al matrimonio de pareja, y, finalmente, a la monogamia, cuyos concomitantes son «el adulterio y la prostitución». El comunismo quisiera abolir tanto la monogamia tradicional como la propiedad privada:
Nos estamos acercando a una rebelión social en la cual los cimientos económicos de la monogamia según ha existido hasta aquí desaparecerán con tanta certeza cómo los de su complemento: la prostitución. La monogamia surgió de la concentración de riqueza considerable en manos de un solo individuo un hombre y de la necesidad de legar esta riqueza a los hijos de ese hombre y a nadie más.
Habiendo surgido de causas económicas, ¿desaparecerá entonces la monogamia cuando estas causas desaparezcan? 0 Uno pudiera responder, y no sin razón: lejos de desaparecer, por el contrario, se realizará por completo. Porque con la transformación de los medios de producción en propiedad social desaparecerá también el trabajo pagado, el proletariado, y por consiguiente la necesidad de un cierto número estadísticamente calculable de mujeres que se entreguen por dinero.
La prostitución desaparece; la monogamia, en lugar de colapsar, por lo menos se vuelve una realidad también para los hombres. Con la transferencia de los medios de producción a propiedad común, la familia individual deja de ser la unidad económica de la sociedad.

LOS QUEHACERES DOMÉSTICOS PRIVADOS SE TRANSFORMAN EN INDUSTRIA SOCIAL.

El cuidado y educación de los hijos se vuelve un asunto público; la sociedad cuida a todos los niños por igual, sean legítimos o no. Esto elimina toda la ansiedad en cuanto a las «consecuencias» que hoy es el factor social más esencial moral tanto como económico que impide que una muchacha se entregue por completo al hombre que ama.
¿No será eso suficiente para producir un crecimiento gradual de relaciones sexuales sin cortapisas y con una opinión pública más tolerante respecto al honor de una doncella y a la vergüenza de una mujer? Y, finalmente, ¿no hemos visto que en el mundo moderno la monogamia y la prostitución son en verdad contradicciones, pero contradicciones inseparables, polos del mismo estado de la sociedad?
¿Puede la prostitución desaparecer sin arrastrar consigo a la monogamia al abismo?.
El concepto de Engels del matrimonio era que es un lazo de fácil disolución basado solo en el amor, con libertad para toda asociación sin castigo. Queda muy claro que el matrimonio bíblico quedaría abolido con la abolición de la propiedad privada.
Se hace evidente entonces por qué la educación humanística moderna, y en especial la educación marxista, es tan hostil a la familia, tan claramente dedicada a reemplazar la «vieja colectividad» de la familia con «la nueva colectividad»: el estado. Destruir la familia bíblica monógama quiere decir, desde su perspectiva, la destrucción, primero, de la religión, y segundo, de la propiedad privada. El marxista quiere «emancipar» a la mujer haciéndola una obrera industrial. Esto es «emancipación» por definición, porque liberta a la mujer del complejo bíblico de propiedad-religión-matrimonio.
A fin de contrarrestar estos conceptos humanísticos de la familia y del papel de los padres, hay que entender y recalcar la doctrina bíblica de la familia que muy claramente se centra en Dios. La doctrina humanística de la familia se centra en el hombre y se centra en la sociedad. Se ve a la familia como una institución social, que, en el curso de la evolución, proveyó la original y «vieja colectividad» y que ahora debe dar paso a la «nueva colectividad» conforme la humanidad se vuelve la verdadera familia del hombre.
Como ya se señaló, la primera característica de la doctrina bíblica es que a la familia se le ve en términos de una función y origen centrados en Dios. La familia es parte del propósito de Dios para el hombre, y su función para la gloria de Dios en su verdadera forma, así como también para permitirle al hombre su autorrealización bajo Dios.
Segundo, Génesis 1:27-30 deja en claro que Dios creó al hombre para que domine la tierra y ejerza dominio sobre ella bajo Dios. Aunque originalmente solo Adán fue creado (Gn 2:7), el mandato de la creación claramente se da al hombre en el estado casado, y con la creación de la mujer en mente. Entonces, el llamado a subyugar la tierra y ejercer dominio sobre ella es esencial para la función de la familia bajo Dios, y para el papel del hombre como cabeza de la familia.
Esto le da a la familia una función posesiva: subyugar la tierra y ejercer dominio sobre ella incluye a las claras la perspectiva bíblica de la propiedad privada. El hombre debe llevar a toda la creación el orden-ley de Dios, ejerciendo poder sobre la creación en nombre de Dios. La tierra fue creada «muy buena» pero todavía estaba sin desarrollarse en términos de subyugación y posesión por el hombre, el gobernador que Dios designó.
Este gobierno es particularmente el llamado del hombre como esposo y padre, y el de la familia como una institución. La caída del hombre no ha alterado este llamado, aunque ha hecho su cumplimiento imposible aparte de la obra regeneradora de Cristo.
Tercero, este ejercicio de dominio y posesión es claro que incluye responsabilidad y autoridad. El hombre es responsable ante Dios de su uso de la tierra, y debe, como gobernante fiel, desempeñar su llamado solo en términos del decreto o palabra real de su Soberano. Su llamamiento le confiere también autoridad por delegación. Dios le da al hombre autoridad sobre su familia y sobre la tierra. En el esquema marxista, la transferencia de la autoridad de la familia al estado ridiculiza toda idea de la familia como una institución.
La familia es, para todo propósito práctico, abolida cuandoquiera que el estado determina la educación, vocación, religión y disciplina del hijo. La única función restante para los padres es la procreación, y, mediante regulaciones del control de los nacimientos, esto también está sujeto ahora a un papel decreciente.
La familia en tal sociedad no es más que una reliquia del viejo orden, manteniéndose solo subrepticia e ilegalmente, y sujeta en todo momento a la autoridad del estado que interviene. En todas las sociedades modernas, la transferencia de la autoridad de la familia al estado se ha logrado en varios grados.
En la perspectiva bíblica, la autoridad de la familia es básica para la sociedad, y es autoridad que se centra en Dios. De aquí la división común de los mandamientos en dos tablas, o dos lados, de cinco cada uno, con el quinto mandamiento colocado junto a los que tienen que ver con el deber del hombre a Dios.
El significado de la familia, pues, no se debe buscar en la procreación sino en la autoridad y la responsabilidad centrada en Dios en términos de llamado del hombre a subyugar la tierra y ejercer dominio sobre ella.
Cuarto, la función de la mujer en este aspecto del orden ley de Dios es ser una ayuda idónea para el hombre en el ejercicio de su dominio y autoridad. Esta provee compañerismo en su llamamiento (Gn 2: 18) de modo que hay una comunidad en la autoridad, con la preeminencia clara del hombre.
El pecado del hombre es intentar usurpar la autoridad de Dios, y el pecado de la mujer es intentar usurpar la autoridad del hombre, y ambos esfuerzos son una futilidad mortal. Eva ejerció el liderazgo al someterse a la tentación; guió a Adán en lugar de dejarse guiar; Adán sucumbió al deseo de ser como Dios (Gn 3: 5), en tanto que actuaba menos que hombre al someterse al liderazgo de Eva.
Pero la autoridad de la mujer como ayuda idónea no es menos real que la de un primer ministro ante el rey; el primer ministro no es un esclavo porque no sea un rey, ni tampoco la mujer una esclava porque no sea un hombre.
La descripción de la mujer virtuosa, o esposa consagrada, en Proverbios 31:10-31 no es la de una esclava impotente ni de una parásita hermosa, sino más bien la de una muy competente esposa, administradora, mujer de negocios, y madre; una persona de autoridad real.
La clave, por consiguiente, para la doctrina bíblica de la familia se debe hallar en el hecho de su autoridad central, y el significado consecuente.

2. LA PROMESA DE VIDA

El quinto mandamiento lleva una significativa promesa al obediente, la promesa de la vida:
Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da (Éx 20:12).
Honra a tu padre y a tu madre, como Jehová tu Dios te ha mandado, para que sean prolongados tus días, y para que te vaya bien sobre la tierra que Jehová tu Dios te da (Dt 5:16).
Éxodo lo indica, y Deuteronomio, en forma ampliada, repite esta promesa de vida. Antes de analizar el significado de esta promesa, es necesario entender la condición, honrar a los padres. El comentario de Rylaarsdam es un ejemplo divertido de la interpretación modernista. Su interpretación de Éxodo 20: 12 dice:
El quinto (cuarto) mandamiento se halla en el punto de transición de la ley social a la civil. Honrar a los padres es una forma de piedad, aunque no una observancia cúltica. En Dt 5: 16 se añade la prosperidad a la promesa de largura de días en la tierra que se ofrece aquí. Los hijos menores estaban obligados a la obediencia estricta (21: 15, 17; Lv 20:9; Pr 30: 17).
Este mandamiento se refiere más especialmente al tratamiento de los ancianos impotentes que estaban a cargo de la persona. No se les debe enviar para que se los coman las bestias o mueran por la inclemencia del tiempo, como era el caso en algunas sociedades. La posesión de la tierra que tu Dios te da («está dando», «dará», puesto que en Deuteronomio el lugar es el Sinaí) depende del mantenimiento de los estándares de familia.

EN OTRAS PALABRAS, A LOS PADRES SE LES «HONRA» ¡SI NO SE LES EXPONE A LA MUERTE!

Por cierto, las costumbres de los esquimales no eran las costumbres del Cercano Oriente antiguo, y esta interpretación es en todo respecto errada a propósito. El requisito aquí es, primero, un honrar religioso a los padres, y, segundo, incluye un respeto general por los ancianos. Esto se exige con claridad en Levítico 19: 32:
«Delante de las canas te levantarás, y honrarás el rostro del anciano, y de tu Dios tendrás temor. Yo Jehová». El respeto por los ancianos era característico; según
Proverbios 16: 31: «Corona de honra es la vejez que se halla en el camino de justicia». Pero, como Levítico 19:32 dice con claridad, sin que importe el carácter moral de la generación más vieja, se les debe un básico respeto y honor. La justicia añade una «corona de gloria» a la generación de mayor edad.
La edad exigía respeto. Pablo pudo apelar a su edad como factor al tratar de persuadir a Filemón: «Más bien te ruego por amor, siendo como soy, Pablo ya anciano, y ahora, además, prisionero de Jesucristo» (Flm 9). El amor, la edad, y su encarcelamiento por Cristo le daban a Pablo autoridad moral.
Debido a este respecto exigido para la edad, es mucho más imperativo que con la edad crezcamos en sabiduría. Así, Pablo aconsejó «Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el amor, en la paciencia. Las ancianas asimismo sean reverentes en su porte; no calumniadoras, no esclavas del vino, maestras del bien» (Tit 2: 2, 3).
Esto nos lleva al primer principio general inherente en esta ley: honrar a los padres, y a todos los mayores que nosotros mismos, es un aspecto necesario de la ley básica de la herencia. Lo que heredamos de nuestros padres es la vida en sí misma, y también la sabiduría de su fe y experiencia conforme nos las trasmiten.

LA CONTINUIDAD DE LA HISTORIA DESCANSA EN ESTE HONOR Y HERENCIA.

Una edad rebelde rompe con el pasado y se vuelve contra los padres con hostilidad y veneno; se deshereda a sí misma. Respetar a nuestros mayores aparte de nuestros padres es respetar todo lo que es bueno en nuestra herencia cultural. Por cierto, el mundo no es perfecto, y ni siquiera se sujeta a la ley, pero, aunque venimos desnudos al mundo, no entramos a un mundo vacío.
Las casas, los huertos, los campos y los rebaños son labores del pasado, y somos más ricos por este pasado y debemos honrarlo. A nuestros padres especialmente, que proveyeron para nosotros y nos cuidaron, se les debe honrar por sobre todos los demás, porque, si no lo hacemos, pecamos contra Dios y también nos desheredamos.
Como veremos más adelante, hay una conexión estrecha entre desheredar una propiedad de familia y deshonrar a los padres y rechazar su honor y su herencia cultural. La herencia básica y cultural de la cultura y todo lo que ella incluye fe, educación, sabiduría, riqueza, amor, vínculos comunes, y tradiciones se cercenan y se niegan en donde no se honra a los padres y ancianos. El hecho trágico es que muchos padres se niegan a reconocer que sus hijos se han desheredado.
Un segundo principio general inherente en esta ley es el del progreso enraizado en el pasado, de la herencia como cimiento para el progreso. El mandamiento, hablando a los adultos, pide honor, no obediencia. Para los hijos, el requisito es obediencia: «Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo» (Ef 6: 1). «Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto agrada al Señor» (Col 3:20). La interpretación de Hodge de Efesios 6: 1 es excelente:

LA NATURALEZA O CARÁCTER DE ESTA OBEDIENCIA LO EXPRESAN LAS PALABRAS EN EL SEÑOR.

Debe ser religioso; brotando de la convicción de que tal obediencia es la voluntad del Señor. Esto lo hace un servicio más alto que si se lo rindiera por temor o por mero afecto natural. Asegura que será pronto, cordial y universal.
Que Kurios aquí se refiere a Cristo es claro por todo el contexto. En el capítulo precedente, v. 21, tenemos una exhortación general bajo la cual se incluye esta dirección especial a los hijos, y la obediencia que allí se requiere se la debe rendir en el temor de Cristo. En el siguiente versículo también Kurios constantemente tiene esta referencia, y por consiguiente también debe tenerla aquí.
La base de la obligación a la obediencia filial se la expresa en las palabras porque esto es justo. No se debe al carácter personal del padre, ni debido a su bondad, ni debido a que sea conveniente, sino porque es justo; una obligación que surge de la naturaleza de la relación entre padres e hijos, y que debe existir siempre que exista la relación.
Muchas culturas han tenido un honrar religioso de los padres, pero esto por lo general ha estado conectado con la adoración a los antepasados y ha sido un factor agobiante, mortal en la sociedad. El largo fracaso de China en cuanto a avanzar se debió por un lado a su relativismo, y, por otro, a la parálisis social producida por su sistema de familia.

EN LA FE BÍBLICA, LA FAMILIA HEREDA DEL PASADO A FIN DE CRECER FIRMEMENTE AL FUTURO.

Esposo y esposa llegan a ser una carne; tienen en su matrimonio un vínculo físico común, sexual, que los hace una carne. De aquí, las Escrituras declaran: «Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne» (Gn 2: 24).
El matrimonio exige que el hombre y su esposa avancen hacia adelante; rompen con la vieja familias para producir una nueva. Siguen vinculados a las familias viejas en que ambos representan una herencia cultural de dos familias específicas. Siguen unidos todavía más por el deber religioso de honrar a los padres. El crecimiento es real, y la dependencia es real; lo nuevo clara y llanamente crece y alcanza la potencialidad de lo viejo.
Por esto, de la iglesia se habla de buen grado como familia en las Escrituras.
San Pablo habló de sí mismo como padre de los creyentes de Corinto: «Porque aunque tengáis diez mil ayos en Cristo, no tendréis muchos padres; pues en Cristo Jesús yo os engendré por medio del evangelio» (1a Co 4: 15). De nuevo, escribió en Filemón 10, «te ruego por mi hijo Onésimo, a quien engendré en mis prisiones».
La iglesia es la familia de los fieles, y los vínculos de la fe son muy estrechos. Los lazos de familia son incluso más fuertes si el lazo es a la vez sangre y fe.
Con todo, otro aspecto de honrar se considerará de manera separada bajo el título de «La economía de la familia».
Lo que nos interesa ahora es la última parte de esta palabra-ley: la promesa de larga vida y prosperidad. Salomón repitió esta promesa de la ley, resumiéndola así: «Oye, hijo mío, y recibe mis razones, Y se te multiplicarán años de vida» (Pr 4: 10). En verdad, Proverbios 1—5 en su totalidad tiene que ver con esta promesa de vida.
Hodge, al analizar esta promesa, observó:

ESTA PROMESA EN SÍ MISMA TIENE UNA FORMA TEOCRÁTICA EN EL ANTIGUO TESTAMENTO.

Es decir, tiene una referencia específica a la prosperidad y largura de días en la tierra que Dios le había dado a su pueblo como herencia. El apóstol la generaliza dejando fuera las palabras de conclusión, y la hace una promesa no confinada a una tierra o pueblo, sino a los hijos obedientes en todas partes.
Si se pregunta si los hijos obedientes en verdad se distinguen por larga vida y prosperidad, la respuesta es que ésta, como todas las demás promesas similares, es una revelación de un propósito general de Dios, y da a conocer lo que será el curso usual de la providencia.
El que algunos hijos obedientes sean desdichados y de vida corta no es más inconsistente con esta promesa, que el que algunos hombres diligentes sean pobres sería inconsistente con la declaración: «la mano de los diligentes enriquece». La diligencia, por regla general, en efecto consigue riquezas; y los hijos obedientes, por regla general, son prósperos y felices.
La promesa general se cumple en los individuos, así como «servirá para la gloria de Dios, y para su propio bien».
Se ha planteado la pregunta en cuanto a la aplicación de la promesa: ¿es para la nación, o es la promesa para individuos? Como Rawlinson notó:

LA PROMESA SE PUEDE ENTENDER EN DOS SENTIDOS MUY DIFERENTES.

(1) Se puede tomar como que garantiza permanencia nacional al pueblo entre el cual se practica en general el respeto y la obediencia filial; o
(2) se puede entender en el sentido más sencillo y más literal de una promesa de que los hijos obedientes, por regla general, recibirán como recompensa la bendición de una vida larga.
En favor de la primera noción se han propuesto los hechos de la permanencia romana y china, junto con la probabilidad de que Israel abdicó su posesión e Canaán como consecuencia de su ruptura persistente de este mandamiento.
En favor de la segunda se puede aducir la aplicación del texto que hizo San Pablo (Ef 6:3), que es puramente personal y no étnica; y la exégesis del hijo de Sirac (Sab. 3: 6), que es similar. También vale la pena notar que un sabio egipcio, que escribió mucho antes que Moisés, declaró como resultado de su experiencia que los hijos obedientes en efecto alcanzaban la vejez en Egipto, y estableció el principio ampliamente, de que «el hijo que atiende las palabras de su padre llegará a viejo».
La referencia a Ben Sirac es a su declaración: «El que respeta a su padre tendrá larga vida; el que obedece al Señor será el consuelo de su madre» (Eclo 3:6). Esto no es solo una repetición de la ley, sino una observación del hecho. La realidad de la vida es que el que ama la vida, y honra al Dios que creó la vida, al reverenciar su ley y a sus padres bajo Dios, de verdad vive más feliz y tiene una vida más larga como regla.
Despreciar a los padres de uno, o aborrecerlos y deshonrarlos es despreciar la fuente inmediata de la vida de uno; es una forma de aborrecimiento propio, y es un desprecio voluntario de la herencia básica de la vida. Por la experiencia pastoral, se puede añadir que los que al ser reprendidos por su odio y actividad del deshonor hacia sus padres, y arrogantemente dicen: «Yo no pedí nacer», tienen una duración de vida limitada, o, en el mejor de los casos, muy desdichada.
Su curso de acción es suicida. Están diciendo, en efecto: «Yo no pedí vivir».
Esta misma promesa de vida por honrar a las fuentes inmediatas de la vida aparece en Deuteronomio 22:6, 7, y en Levítico 22:28: Y sea vaca u oveja, no degollaréis en un mismo día a ella y a su hijo (Lv 22:28).
Cuando encuentres por el camino algún nido de ave en cualquier árbol, o sobre la tierra, con pollos o huevos, y la madre echada sobre los pollos o sobre los huevos, no tomarás la madre con los hijos. Dejarás ir a la madre, y tomarás los pollos para ti, para que te vaya bien, y prolongues tus días (Dt 22:6, 7).
Una ley similar aparece en Éxodo 23:19: «No guisarás el cabrito en la leche de su madre». El lenguaje de la promesa claramente conecta esto con el quinto mandamiento. De Deuteronomio 22:6, 7, se nota: «El mandamiento se coloca a la par con el mandamiento relativo a los padres, por el hecho de que a la gente se le insta a la obediencia por la misma premisa en ambas instancias».
Pero es más que un caso de ser «colocado a la par»; el hecho se indica claramente que hay una ley básica involucrada. De nuevo, eso no lo hará decir, como W. L. Alexander lo hizo, que «estos preceptos tienen el propósito de promover sentimientos humanos hacia los animales inferiores».
Una premisa básica se afirma en el quinto mandamiento; en estas leyes que tienen que ver con aves, vacas, terneros y ovejas este principio se afirma y se ilustra en casos mínimos para ilustrar el alcance máximo de la ley. La tierra es del Señor y toda la vida es obra del Señor. El hombre no puede en ningún nivel tratar a la vida excepto bajo la ley, la ley de Dios. El clamor de algunos persas oprimidos de otra generación, «Somos hombres, ¡y tendremos leyes!», fue notable.
El hombre necesita la ley de Dios, y la ley del Señor requiere que honremos nuestra herencia en todo nivel. Desperdiciar nuestra herencia, sea en el mundo animal o a nivel de nuestra familia, es negar la vida. Es hacerlas de dios; es dar por sentado que nosotros nos hicimos a nosotros mismos y que podemos volver a hacer nuestro mundo. Pablo pudo exigir obediencia de los hijos a los padres diciendo: «es justo», es por naturaleza obligatorio y apropiado.

HONRAR A LOS PADRES SE COLOCA EN EL MISMO NIVEL DE GUARDAR EL SABBAT, EN LEVÍTICO 19: 1-3:

Habló Jehová a Moisés, diciendo: Habla a toda la congregación de los hijos de Israel, y diles: Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios.
Cada uno temerá a su madre y a su padre, y mis días de reposo guardaréis. Yo Jehová vuestro Dios.
Como Ginsburg señaló, solo dos veces en toda la ley se usa la expresión: «Habla a toda la congregación de Israel», en Éxodo 12:3, en la institución de la Pascua, y aquí.
Del versículo 3 «Cada uno temerá a su madre y a su padre», Ginsburg escribió:
El primer medio para alcanzar la santidad, que es hacer que el israelita refleje la santidad de Dios, es reverenciar de manera uniforme a sus padres. Por eso, el grupo de preceptos contenidos en este capítulo empieza con el quinto mandamiento del decálogo (Éx 20:12), o, como el apóstol lo dice, el primer mandamiento con promesa (Ef 6:2).
Durante el segundo templo, las autoridades espirituales ya llamaban la atención al hecho singular de que ésta es una de las tres instancias en las Escrituras en donde, contrario a la práctica usual, se menciona a la madre antes del padre; las otras dos son Gn 44: 20 y Lv 21:2. Puesto que los niños de ordinario temen al padre y aman a la madre, dicen que aquí se da preferencia a la madre a fin de inculcar el deber de temer a ambos por igual. La expresión «temer», sin embargo, la toman para incluir lo siguiente:
(1) no pararse ni sentarse en el lugar reservado para los padres;
(2) no responder ni oponerse a sus afirmaciones; y
(3) no llamarlos por su nombre de pila, sino más bien llamarnos padre o madre, o mi amo, mi señora.
En tanto que la expresión «honrar» que se usa en el pasaje paralelo de Éxodo 20: 12, entienden que incluye (1) proveerles comida y vestido, y (2) cuidarlos. Los padres son los representantes de Dios en la tierra; de aquí que así como a Dios se le debe a la vez «honrar» con nuestra sustancia (Pr 3:9), y se le debe «temer» (Dt 6:13), a nuestros padres también se les debe «honrar» (Éx 20: 12) y «temer» (cap. 19: 3); y así como al que blasfemaba el nombre de Dios había que apedrearlo (cap. 29: 16), así al que maldecía a su padre o madre había que apedrearlo (cap. 20:9).
Como Ginsburg señaló, la blasfemia a Dios y la maldición a los padres se igualan claramente en la ley. Para reflejar la santidad de Dios, el hombre debe empezar reverenciado a sus padres.
Ginsburg entonces notó, de la segunda cláusula de Levítico 19:3: «mis días de reposo guardaréis»,
Unido a este quinto mandamiento está el cuarto del decálogo. La educación de los hijos, que en sus primeras etapas de la comunidad hebrea giraba alrededor de los padres, la realizaban ellos especialmente por en los días del sabbat.
En este punto, Ginsburg se perdió el sentido teológico del texto y recurrió a un accidente histórico. Claro, el texto asocia a Dios y a los padres. A ambos hay que reverenciarlos: a Dios absolutamente, a los padres bajo Dios. La blasfemia contra Dios y la maldición a los padres merecen la muerte. Ambos son ataques contra la autoridad y orden fundamental. Es más, el sabbat como reposo y seguridad en Dios tiene que ver con el quinto mandamiento en que los padres proveen, aunque defectuosamente, algún tipo de reposo y seguridad para el hijo. Al hijo se le da vida y cuidado. El hogar representa un reposo, y el hogar piadoso es en verdad un reposo del mundo, una seguridad y promesa de victoria frente al mismo.
Tanto el sabbat como los padres representan una herencia de Dios de reposo, paz y victoria. Están por consiguiente estrechamente asociados en esta ley.
Bajo esta luz, volvamos a Deuteronomio 22:6, 7, al ave madre y sus huevos o pichones. Está claro que el mismo principio básico se aplica incluso a la vida animal. El hombre no puede explotar los recursos de la tierra de manera radical o total. La vida que le es dada para comida, debe usarla bajo la ley.
Pero, incluso si el pájaro en cuestión no es un ave apropiada para comida, se aplica el mismo principio. La cuestión en juego no es la preservación de la provisión de comida para el hombre, sino el uso reverencial de nuestra herencia en el Señor. No puede haber progreso sin respeto al pasado y a nuestra herencia en Él.

UN TERCER PRINCIPIO GENERAL QUE APARECE ES LA PROMESA DE VIDA POR OBEDIENCIA.

Algunas interpretaciones de esta promesa ya se han notado. La del Talmud también es interesante:
MISHNÁ. Un hombre no puede tomar un ave madre con sus pichones ni para limpieza del leproso. (Por cuyos ritos de purificación se requerían dos aves, una para ser sacrificada y la otra para ser puesta en libertad en el campo abierto, (Lv 14: 4). Si respeto a un precepto tan ligero —tiene que ver con algo que vale apenas un isar la Tora dice «para que te vaya bien, y para que puedas prolongar tus días», ¡cuánto más (debe ser la recompensa) la observancia de los preceptos más difíciles de la Tora!
Gemara. Se enseñaba: R. Jacob dice: No hay precepto en la Tora en donde la recompensa se indica por su lado, del cual no se pueda inferir la doctrina de la resurrección de los muertos. Por tanto, en conexión con honrar a los padres está escrito: «para que tus días se prolonguen, y que te vaya bien». De nuevo en conexión con la ley de soltar (leal ave madre) del nido está escrito: «para que te vaya bien, y se prolonguen tus días».
Ahora, en el caso en que el padre de un hombre le dice al hijo: «Sube a la terraza y tráeme algunos pichones», y este subió a la terraza del edificio, y soltó a la madre y tomó a los pichones, y a su regreso se cayó y murió, ¿dónde está la largura de días de este hombre, y donde está la felicidad de este hombre? Pero «para que tus días se prolonguen» se refiere al mundo que es totalmente largo, y «para que te vaya bien» se refiere al mundo que es totalmente bueno.
La nota del editor al pie de página de esto dice: «La promesa de bendición se cumplirá en el mundo venidero, y uno no debe esperar en este mundo recibir la recompensa de una buena obra». Esto da una interpretación radical del otro mundo que hace injusticia a la ley.
Un examen de otras promesas de vida en la ley indica con claridad cuán de veras terrenal es esta promesa:
Si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, e hicieres lo recto delante de sus ojos, y dieres oído a sus mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu sanador (Éx 15: 26).
No te inclinarás a sus dioses, ni los servirás, ni harás como ellos hacen; antes los destruirás del todo, y quebrarás totalmente sus estatuas. Mas a Jehová vuestro Dios serviréis, y él bendecirá tu pan y tus aguas; y yo quitaré toda enfermedad de en medio de ti. No habrá mujer que aborte, ni estéril en tu tierra; y yo completaré el número de tus días (Ex 23:24-26).
Y guarda sus estatutos y sus mandamientos, los cuales yo te mando hoy, para que te vaya bien a ti y a tus hijos después de ti, y prolongues tus días sobre la tierra que Jehová tu Dios te da para siempre (Dt 4: 40).
¡Quién diera que tuviesen tal corazón, que me temiesen y guardasen todos los días todos mis mandamientos, para que a ellos y a sus hijos les fuese bien para siempre! (Dt 5: 29).
Andad en todo el camino que Jehová vuestro Dios os ha mandado, para que viváis y os vaya bien, y tengáis largos días en la tierra que habéis de poseer (Dt 5: 33).
Y por haber oído estos decretos y haberlos guardado y puesto por obra, Jehová tu Dios guardará contigo el pacto y la misericordia que juró a tus padres.
Y te amará, te bendecirá y te multiplicará, y bendecirá el fruto de tu vientre y el fruto de tu tierra, tu grano, tu mosto, tu aceite, la cría de tus vacas, y los rebaños de tus ovejas, en la tierra que juró a tus padres que te daría. Bendito serás más que todos los pueblos; no habrá en ti varón ni hembra estéril, ni en tus ganados.
Y quitará Jehová de ti toda enfermedad; y todas las malas plagas de Egipto, que tú conoces, no las pondrá sobre ti, antes las pondrá sobre todos los que te aborrecieren. Y consumirás a todos los pueblos que te da Jehová tu Dios; no los perdonará tu ojo, ni servirás a sus dioses, porque te será tropiezo (Dt 7: 12-16).
Si no cuidares de poner por obra todas las palabras de esta ley que están escritas en este libro, temiendo este nombre glorioso y temible: JEHOVÁ TU DIOS, entonces Jehová aumentará maravillosamente tus plagas y las plagas de tu descendencia, plagas grandes y permanentes, y enfermedades malignas y duraderas; y traerá sobre ti todos los males de Egipto, delante de los cuales temiste, y no te dejarán. Asimismo toda enfermedad y toda plaga que no está escrita en el libro de esta ley, Jehová la enviará sobre ti, hasta que seas destruido.
Y quedaréis pocos en número, en lugar de haber sido como las estrellas del cielo en multitud, por cuanto no obedecisteis a la voz de Jehová tu Dios.
Así como Jehová se gozaba en haceros bien y en multiplicaros, así se gozará Jehová en arruinaros y en destruiros; y seréis arrancados de sobre la tierra a la cual entráis para tomar posesión de ella (Dt 28: 58-63).
Y les dijo: Aplicad vuestro corazón a todas las palabras que yo os testifico hoy, para que las mandéis a vuestros hijos, a fin de que cuiden de cumplir todas las palabras de esta ley. Porque no os es cosa vana; es vuestra vida, y por medio de esta ley haréis prolongar vuestros días sobre la tierra adonde vais, pasando el Jordán, para tomar posesión de ella (Dt 32: 46, 47).
Incluso una simple lectura de estos pasajes (y se pudieran citar más) deja en claro una serie de puntos. Primero, la promesa de vida se da para la totalidad de la ley.

EL QUINTO MANDAMIENTO TIENE PRIMACÍA EN ESTA PROMESA, PERO TODA LEY OFRECE VIDA.

Segundo, la promesa de vida es bien material y de este mundo. La promesa de vida eterna es bien definida en otras partes de las Escrituras, pero no se puede leer en estos pasajes. Tercero, la promesa no es solo para el hombre del pacto si obedece, sino también para su ganado, sus campos y sus árboles.
Quiere decir libertad de plagas y enfermedades. Quiere decir fertilidad y alumbramiento seguro. Quiere decir larga vida para el hombre del pacto y su familia. La ley, es, sin ninguna duda una promesa de vida para el hombre del pacto cuando anda en fe y obediencia.
Cuarto, la ley también es una promesa de muerte, de enfermedad, esterilidad y plaga para el desobediente. Reducir la ley, como algunos antinomianos lo hacen, a solo una promesa de muerte es negar su significado y a la larga su castigo. La ley no es una mera negación: su propósito es proscribir el pecado y proteger y cultivar la justicia.
En este respeto solo, la ley es una promesa de vida. Una ley contra el asesinato es una promesa de muerte para el asesino, y una promesa de vida y protección en la vida para el bueno. Eliminar la promesa de vida para el bueno quiere decir eliminar a la vez la promesa de muerte para el asesino. Cuando se eliminan los ladrones y asesinos de la sociedad, se protegen y se promueven la vida y la propiedad.
Cuando los antinomianos reducen la ley a una función meramente negativa, a muerte al pecado, implícitamente eliminan la pena de muerte también y preparan el camino para que el amor llegue a ser el redentor y el que da la vida en lugar de que sea Dios. Lo eliminan haciendo de un nuevo principio el dador de vida, el amor, el amor de Dios por el hombre y el amor del hombre por Dios; la muerte entonces se vuelve privación de amor, y el amor es el curalotodo para la privación.
Pero la doctrina bíblica de la expiación declara con claridad que la salvación del hombre es por las obras de Cristo de la ley, su perfecta obediencia como nuestro representante y cabeza federal, y su aceptación sustitutiva de nuestra sentencia de muerte. La ley nos sentencia a muerte, y somos hechos justos ante Dios por la ley, pero recibimos este hecho por fe.
La fe no elimina la transacción legal involucrada, ni tampoco el requisito de que nosotros ahora mostremos los frutos de la salvación, obras buenas. La fe descansa en un cimiento de ley.
Quinto, la promesa de la vida que la ley ofrece no es meramente una remoción de las condiciones de muerte, o sea, la eliminación como si fuera de asesinos, aunque eso es importante. Es también el hecho de que Dios, como el dador de vida, prospera nuestra vida y nos hace florecer en ella. Como Cristo Jesucristo declaró: «Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia» (Jn 10: 10).
La promesa de vida por obediencia es pues una premisa básica de la ley, porque la ley es inseparable de la vida. La ley es una condición básica de la vida.
Un cuarto principio general implícito en el quinto mandamiento es que deshonrar a los padres es deshonrarse uno mismo, e invitar la muerte; y de manera similar, deshonrarse uno mismo es deshonrar a los padres. Según Levítico 21: 9, « la hija del sacerdote, si comenzare a fornicar, a su padre deshonra; quemada será al fuego». Ginsburg comentaba:
En tanto que a la hija casada de un laico que se había descarriado se castigaba con la muerte por estrangulación (ver cap. 20: 10; Dt 22:23, 24), a la hija de un sacerdote que se desgraciaba se le castigaba con la pena más severa de muerte por fuego. Aunque la condenación del compañero culpable en el delito no se menciona aquí, su sentencia era muerte por estrangulación.
El pecado de ella constituye, pues, una triple ofensa, un pecado contra Dios, contra su padre y contra sí misma. La ley en un sentido es una promesa de vida para los vivos; los muertos se alejan de ella, porque su motivo no es la vida sino la profanidad.

3. LA ECONOMÍA DE LA FAMILIA

La palabra propiedad, en un tiempo una de las palabras más prestigiosas del mundo, ha llegado en años recientes a tener una mala connotación debido al ataque socialista deliberado contra el concepto. La palabra, sin embargo, fue importante lo suficiente para ser un aspecto básico de libertad para los hombres durante la Guerra de Independencia estadounidense, cuando el clamor de arenga era «Libertad y propiedad».
Ahora, sin embargo, incluso los que más defienden la propiedad se cohíben de su uso más amplio: la inclusión de personas. La mayoría de mujeres se resentirían si se les describe como propiedad. Pero la palabra propiedad se debe considerar más bien como un término altamente posesivo y afectuoso antes que frío.
Viene del adjetivo latino propius, que quiere decir «no común con otros, especial, separado, individual, peculiar, particular, apropiado». También tiene el sentido de «duradero, constante, permanente». San Pablo dice claramente que el esposo y la esposa, respecto al sexo, tienen un derecho de propiedad del uno al otro (1ª Co 7:4, 5).
Incluso más, se puede decir que un hombre tiene a su esposa como su propiedad, y también a sus hijos. Pero debido a que su esposa e hijos tienen ciertos derechos individuales, particulares, especiales y continuos en él, ellos también tienen un derecho de propiedad en él. Las leyes, en varias ocasiones, han subrayado estos derechos de propiedad en las personas; por ejemplo, algunos estados no permiten que un padre desherede a un hijo; a los hijos se les da un cierto grado permanente de derechos de propiedad en el padre.
De modo similar, la mayoría de estados no permiten que se desherede a la esposa; se salvaguarda su derecho de propiedad en su esposo. El estado ahora afirma tener derecho de propiedad sobre todo hombre por las leyes de la herencia. En un tiempo, las leyes de Roma permitían que el padre vendiera a sus hijos en base a sus derechos de propiedad, poder muy común en toda la historia. LAS RAZONES FUNDAMENTALES DE ESTE PODER ERAN LA PROTECCIÓN DE LA FAMILIA:
para mantener la vida continua de la familia en tiempo de crisis económica, se vendía a un miembro más joven, a menudo una muchacha, sobre el principio de que era mejor que la familia sobreviviera una crisis perdiendo un miembro y no que todos se murieran de hambre.
En el Japón se ha practicado la venta de hijas a casas de prostitución para sobrevivir una crisis económica. Tales prácticas eran rutina y normales en tiempos bíblicos. La ley bíblica las prohibió a los hebreos: No haya ramera de entre las hijas de Israel, ni haya sodomita de entre los hijos de Israel (Dt 23: 17).
No contaminarás a tu hija haciéndola fornicar, para que no se prostituya la tierra y se llene de maldad. Mis días de reposo guardaréis, y mi santuario tendréis en reverencia. Yo Jehová (Lv 19:29, 30).
De esta manera la ley prohíbe fuertemente esta salida de una crisis económica. Incluso más significativo es el hecho de que en Levítico 19:29, 30, esta prohibición de la prostitución claramente va asociada con la observancia del sabbat y la reverencia al santuario; los dos versículos son en efecto una ley, y están separados de los demás versículos por la declaración: «Yo Jehová».
El reposo del hombre en el Señor requiere un cuidado y supervisión santos con respecto a sus hijos, y la reverencia por el santuario es incompatible con la venta de los hijos para la prostitución.
Solo en un sentido podía un padre «vender» una hija bajo la ley bíblica: en matrimonio. Esto aparece en Éxodo 21: 7-11:
Y cuando alguno vendiere su hija por sierva, no saldrá ella como suelen salir los siervos. Si no agradare a su señor, por lo cual no la tomó por esposa, se le permitirá que se rescate, y no la podrá vender a pueblo extraño cuando la desechare. Más si la hubiere desposado con su hijo, hará con ella según la costumbre de las hijas. Si tomare para él otra mujer, no disminuirá su alimento, ni su vestido, ni el deber conyugal. Y si ninguna de estas tres cosas hiciere, ella saldrá de gracia, sin dinero.
El matrimonio normalmente era por dote: el novio le daba una dote a la novia, lo que constituía protección de ella y herencia de los hijos. Si no había dote, no había matrimonio, sino solo concubinato. Pero aquí, es claramente el matrimonio lo que se tiene en mente, y la palabra que se usa es matrimonio.
La muchacha es tomada como esposa bien sea para el hombre o para uno de sus hijos. Ella queda legalmente protegida de ser concubina o esclava; no se la puede enviar a los campos como esclava. La muchacha tenía los privilegios de una esposa con dote, porque había una dote. La dote en este caso iba a la familia de la muchacha, y no a ella ni a sus hijos. Si el posible esposo decidía no casarse con ella, se le devolvía la dote; la muchacha quedaba «redimida».
Si él o un hijo se casaba con ella, y luego le negaba el derecho de esposa, ella tenía base legítima para el divorcio, y se iba sin ninguna restauración de la dote. La referencia al «deber conyugal» era su derecho a la cohabitación.
Si la muchacha en cuestión no agradaba a la nueva familia después del desposorio, y antes de la consumación, esta residía con esa familia hasta que su familia u otro posible esposo devolvía la dote. Esto es evidente en Levítico 19: 20, en donde «no estuviere rescatada» se traduce con mayor precisión, «no ha sido redimida por completo o enteramente». Si durante ese tiempo la muchacha era seducida o fornicaba, «era azotada», o, con mayor precisión, «debería haber visitación o interrogación» para determinar la verdad del asunto. Este castigo (azotes) lo recibía «solo cuando se demostraba que ella había consentido al pecado» (Lv 19: 20-22).
La dote era una parte importante del matrimonio. La encontramos primero en Jacob, que trabajó siete años para Labán para ganar la dote de Raquel (Gen 29: 18). El pago por este servicio le pertenecía a la esposa como su dote, y Raquel y Lea pudieron decir indignadas de sí mismas que su padre las había «vendido», porque él se había quedado con la dote (Gn 31: 14-15).
Era capital de la familia; representaba la seguridad de la esposa en caso de divorcio en el que el esposo era el culpable. Si ella era culpable, perdía la dote. No podía negársela a los hijos. Hay indicaciones de que la dote normal equivalía a unos tres años de salario.
La dote por tanto representaba fondos provistos por el padre del novio, o por el novio mediante trabajo, usada para estimular la vida económica de la nueva familia. Si el padre de la novia añadía a esto, era su privilegio, y era costumbre, pero la dote básica venía del novio o su familia. La dote era la bendición del padre al matrimonio de su hijo, o una prueba del carácter del joven al trabajar por ella. Una dote nada usual aparece en lo que Saúl le exigió a David: cien prepucios de filisteos (1ª S 18: 25-27). Saúl exigió una prueba que pensaba que sería demasiado difícil para David, pero que David cumplió.
La dote europea es lo inverso del principio bíblico: el padre de la joven la da como obsequio al novio. Esto ha llevado a una situación dañina respecto al matrimonio y a la familia. Las muchachas llegan a ser, en un sistema así, una carga. En la Italia de los siglos XIV y XV, «los padres llegaban a aterrarse por el nacimiento de una niña, en vista de la ingente dote que tendrían que proveer para ella, y cada año los precios en el mercado del matrimonio subían».
Esto llevaba a la destrucción virtual de la familia, en tanto que la dote bíblica fortalecía a la familia. El novio quería el precio más alto antes de aceptar a una joven, y el padre buscaba a alguien que no lo dejara en bancarrota con sus exigencias. Las protestas del clero no sirvieron para nada.
En su forma bíblica, la dote tenía como propósito ser cimiento económico para la nueva familia. Este aspecto permaneció por largo tiempo en los Estados
Unidos. «Según una antigua costumbre estadounidense, el padre de la novia le daba a ella una vaca, que sería la madre de un nuevo hato para proveer leche y carne para la nueva familia».
En casos de seducción y violación, la parte culpable tenía que darle a la joven la dote de una virgen. Si seguía el matrimonio, el hombre perdía para siempre todo derecho a divorciarse de ella (Éx 22: 16, 17; Dt 22: 28, 29). Si no, la joven en tal caso iba a casarse con otro con una dote doble, una de 50 siclos de plata del que la sedujo, y otra de su esposo.
La dote de la joven no era solo lo que el padre le daba, y lo que el esposo le entregaba, sino también la sabiduría, destreza y carácter que traía al matrimonio.
Como Ben Sirac escribió, «Una hija juiciosa será un tesoro para su marido, la que se porta mal será el sufrimiento de su padre» (Sab 22:4).
La importancia de una buena esposa o una nuera piadosa para la familia es evidente en toda cultura, pero en una sociedad centrada en la familia, su valor es mucho mayor. Ben Sirac comentó muy bien sobre esas cosas:
La mujer malvada es como un yugo suelto: poner la mano en él es tan arriesgado como agarrar un escorpión. Una mujer bebedora es un gran escándalo, no podrá remediar su deshonor. Una mujer sin pudor se reconoce en sus ojos, en su mirada descarada.
Mantén a raya a una muchacha provocadora, no sea que se aproveche de tu complacencia. Ten cuidado con seguir a una mujer seductora; no te hagas ilusiones: solo quiere ganarte. El viajero sediento abre la boca y toma cualquier agua que encuentre: ella también se coloca frente a cualquier palo y a cualquier flecha abre su aljaba.
La gracia de una esposa regocija a su marido, pero su saber actuar lo reconforta hasta la médula de sus huesos. Una mujer que sabe callarse es un don del Señor; nada es comparable con la que es bien educada. Una mujer modesta es doblemente encantadora, la que es casta es un tesoro inestimable.
Así como el sol se levanta sobre las montañas del Señor, así es el encanto de una buena esposa en una casa bien ordenada. Como la lámpara que brilla en un candelabro sagrado, así es un hermoso rostro en un cuerpo armonioso.
Como columnas de oro en una base de plata, así son unas lindas piernas en unos talones bien plantados (Sab 26: 7-18).
Esto, por supuesto, refleja un estándar hebreo popular; la posición bíblica se indica mejor en Proverbios 31:10-31. Una diferencia conspicua es que Ben Sirac reflejaba una preferencia común por una esposa silenciosa; esto no es el requisito bíblico, que dice: «Abre su boca con sabiduría, Y la ley de clemencia está en su lengua» (Pr 31: 26).
Ben Sirac pedía una esposa callada; Dios habla más bien de una esposa que habla, pero que habla con sabiduría y bondad. Los hombres como pecadores prefieren el estándar de Ben Sirac, y las mujeres como pecadoras quieren el privilegio y derecho de hablar sin requisito de sabiduría y bondad.
Se debe añadir, antes de dejar el tema de la dote, que, puesto que esto a menudo incluía a la familia, la familia ejercía considerable autoridad y a menudo escogía a la esposa. En el caso de Isaac, fue su padre quien escogió a Rebeca como esposa, y quien le dio la dote; Isaac se deleitó en la esposa escogida.
En el caso de Jacob, Jacob escogió a Raquel y proveyó su propia dote. El elemento de decisión paternal no estuvo ausente en el caso de Jacob, puesto que Rebeca e Isaac enviaron a Jacob a Padán-aram para que se casara (Gn 27:46—28:9). Tampoco el consentimiento del novio estaba ausente en la decisión paternal en cuanto al arreglo matrimonial.
El punto principal en la ley de Éxodo 21:7-11, la «venta» de una hija, tiene referencia a esto: la joven en la familia de la nueva familia podía hallar o no aprobación del esposo en perspectiva; y, si no, había que «redimirla».
Otro aspecto básico de la economía de la familia es el hecho del sustento. Esto tiene un aspecto doble. Primero, los padres tienen la obligación de proveer para los hijos, y sustentarlos material y espiritualmente. La educación cristiana es un aspecto básico de este sustento. Los padres tienen la obligación de alimentar y vestir al hijo, tanto el cuerpo como el alma, y son responsables ante Dios del desempeño de esta obligación. Segundo, los hijos, cuando adultos, tienen una obligación también este respecto de contribuir material y espiritualmente para sus padres según sea necesario.
Ben Sirac se refirió a esta obligación en Sabiduría 3: 12, 17. Esta obligación la subrayó enfáticamente Jesucristo, quien desde la cruz puso el cuidado y sustento de su madre María en manos de San Juan: «Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre» (Jn 19:26, 27). Las declaraciones orales de un criminal moribundo eran un testamento legal, como Buckler destacó:
Dalman ha mostrado que entre los derechos y responsabilidades del criminal moribundo estaban la disposición testamentaria de sus posesiones y derechos.
Por ejemplo:
La legislación marital judía insistía en que todo se debía resolver de manera definitiva antes de que fuera demasiado tarde. Sucedía, por ejemplo, que un crucificado le daba a su esposa, poco antes de expirar, la libertad de casarse de nuevo, y así se podía redactar el documento de divorcio, lo que le daba el derecho de casarse con otro hombre antes de la muerte del presente esposo.
El caso de nuestro Señor fue paralelo al de un hombre casado, en que lo que estaba en juego era un principio de dominium. Cómo primogénito de María, tenía la autoridad y la responsabilidad, que habría recaído en su segundo hijo, Jacobo. Ese recaer automático era al parecer indeseable, así que nuestro Señor usó la autoridad que poseía como criminal moribundo para ponerla al cuidado de aquel en quien el más confiaba: el discípulo amado.
La implicación de esto es también que, hasta ese momento, Jesús había cumplido con la responsabilidad de cuidar de su madre viuda. Los otros hijos pueden haber ayudado, pero el manejo del asunto estaba en manos de Jesús.
Jesús también condenó a los que le daban a Dios, pero no cumplían con la responsabilidad de sustentar a sus padres:
Respondiendo él, les dijo: Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, como está escrito:
Este pueblo de labios me honra, Mas su corazón está lejos de mí.
Pues en vano me honran, Enseñando como doctrinas mandamientos de hombres.
Porque dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres: los lavamientos de los jarros y de los vasos de beber; y hacéis otras muchas cosas semejantes.
Les decía también: Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición. Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre; y: El que maldiga al padre o a la madre, muera irremisiblemente. Pero vosotros decís: Basta que diga un hombre al padre o a la madre: Es Corbán (que quiere decir, mi ofrenda a Dios) todo aquello con que pudiera ayudarte, y no le dejáis hacer más por su padre o por su madre, invalidando la palabra de Dios con vuestra tradición que habéis transmitido.
Y muchas cosas hacéis semejantes a éstas (Mr 7: 6-13). Jesús, como hijo mayor y principal heredero nombró a Juan como el principal heredero en su familia y le dio la responsabilidad del cuidado de María.
Esto ilustra muy bien un aspecto central de la ley bíblica de la familia y de la herencia bíblica: el principal heredero sostenía y cuidaba a los padres, según fuera necesario. Abraham vivió con Isaac y Jacob, no con Ismael, ni con los hijos de Cetura.
Isaac vivió con Jacob, no con Esaú; y Jacob vivió bajo el cuidado y supervisión de José, y por consiguiente le dio a José una doble porción al adoptar a los dos hijos de José como sus herederos en términos iguales con los demás hijos (Gn 48:5, 6).
Lo inverso también es verdad: el hijo que sustenta y cuida a los padres ancianos es el heredero principal y verdadero. El que los padres o la ley civil dictaminen otra cosa es ir contra el orden santo. La herencia no es cuestión de compasión o sentimiento sino de orden santo, y hacer a un lado este principio es pecado.
La cuestión de herencia y testamentos se puede entender mejor si examinamos la palabra bíblica que se usa para testamento: bendición. Una herencia es precisamente eso, una bendición, y para que el padre confiera una bendición o la bendición central a un hijo que no es creyente, o a un hijo rebelde y hostil, es bendecir el mal. Aunque algunas porciones de los testamentos bíblicos tienen un elemento de profecía divina así como también disposición testamentaria, es importante notar que combinan bendiciones y maldiciones, como atestiguan las palabras de Jacob a Rubén, Simeón y Leví (Gn 48:2-7). Desheredar a un hijo es una maldición total.
La regla general de la herencia era la primogenitura limitada; o sea, el hijo mayor, que tenía el deber de sustentar a la familia entera en caso de necesidad, o de gobernar el clan, recibía una doble porción. Si había dos hijos, las propiedades se dividían en tres porciones, y el hijo menor recibía una tercera parte. Los padres tenían la obligación de dar una herencia, hasta donde sus medios se lo permitieran (2ª Co 12:14).
El padre no podía desheredar a un primogénito piadoso debido a sentimientos personales, tales como disgusto con la madre del hijo o preferencia por una segunda esposa (Dt 21: 15-17). Tampoco podía favorecer a un hijo impío, un delincuente incorregible, que mereciera morir (Dt 21:18-21).
Si no había hijo, la herencia iba a la hija o hijas (Nm 27: 1-11). Si por motivo de desobediencia o incredulidad un hombre en efecto no tenía hijo, la hija se convertía en heredera e hijo por así decirlo. Si no habían hijos ni hijas, heredaba el próximo pariente consanguíneo (Nm 27: 9-11). El hijo de una concubina podía heredar, a menos que se le enviara lejos o se le diera una indemnización (Gn 21: 10; 25:1-6).
Una criada podía ser la heredera de su patrona (Pr 30:23), y un esclavo también podía heredar (Gn 15:1-4), puesto que en un sentido era miembro de la familia. Los esclavos extranjeros también podían heredar (Lv 25:46). La herencia de una tribu no se podía transferir a otra, o sea, la tierra de una región no se podía enajenar (Nm 36:1-12).
Un príncipe podía darle propiedad a sus hijos como herencia, pero no a un siervo, para que esto no llegara a ser un medio de recompensarlos a detrimento de su familia (Ez 46: 16, 17). Si un príncipe le daba tierra a un criado, en el año de libertad esta revertía a los hijos del príncipe. El príncipe no podía confiscar la herencia ni la tierra de la gente; o sea, la propiedad no se podía incautar o confiscar (Ez 46:18).

ESTE ÚLTIMO ES UN PUNTO IMPORTANTE EN VISTA DE LA SITUACIÓN CONTEMPORÁNEA.

Las leyes bíblicas de la herencia son leyes de Dios; las leyes modernas de la herencia son leyes del estado. El estado, todavía más, está haciéndose progresivamente el principal, y algunas veces, en algunos países, el único heredero. El estado está diciendo en efecto que recibirá la bendición por sobre todos los demás.
Sin embargo hay una justicia y lógica perversa en la posición del estado: está apropiándose del doble papel de padre e hijo. Ofrece educar a todos los hijos y sostener a todas las familias necesitadas como el gran padre de todos. Ofrece sustento a los ancianos como el verdadero hijo y heredero que tiene el derecho de apropiarse de toda la herencia. En ambos papeles, sin embargo, es el gran corruptor y está en guerra con el orden que Dios estableció: la familia.
Un aspecto final de la economía de la familia: en toda la historia la agencia básica de beneficencia ha sido la familia. La familia, al proveer para sus miembros enfermos y necesitados, al educar a los hijos, al cuidar de los padres, y al enfrentar emergencias y desastres, ha hecho y está haciendo más de lo que el estado jamás ha hecho o puede hacer.
La intromisión del estado en el ámbito de la beneficencia pública y la educación lleva a la bancarrota de las personas y de la propiedad y a la deterioración progresiva del carácter. La familia se fortalece al cumplir obligaciones que siempre llevan a la declinación de los estados de beneficencia pública.

LA FAMILIA ES LA UNIDAD ECONÓMICA BÁSICA DE LA SOCIEDAD, Y LA MÁS FUERTE.

No puede prosperar ninguna sociedad que debilita a la familia, bien sea al eliminar las responsabilidades de la familia en cuanto a la educación y el bienestar, o al limitar el control de la familia sobre su propiedad y herencia por usurpación.
Un punto final. La ley bíblica de la primogenitura estaba gobernada por el estándar previo de requisitos morales y religiosos. Mientras en la historia de Europa occidental la primogenitura gobernaba casi sin excepción, en la historia bíblica, las excepciones son casi la regla. En el registro bíblico, la herencia por primogenitura sin calificación moral es rara.
Vez tras vez, se hace a un lado al primogénito en casos de fracaso moral. Por tanto, está bien claro que las consideraciones espirituales y morales gobernaban la herencia, desde los días de los patriarcas hasta la provisión testamentaria que Cristo hizo para María desde la cruz.

4. LA EDUCACIÓN Y LA FAMILIA

Un aspecto fundamental del sustento que los padres le debían al hijo es la educación en el sentido más amplio de la palabra. Esto incluye, primero que nada, castigo.
Según Proverbios 13:24: «El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo corrige». También: «Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza; Mas no se apresure tu alma para destruirlo» (Pr 19: 18); los padres entonces se inclinaban a ser tiernos de corazón tanto como ahora, pero la necesidad de castigo no se puede hacer a un lado por lástima necia. El castigo puede ser un salvavidas para el hijo: «No rehúses corregir al muchacho; Porque si lo castigas con vara, no morirá. Lo castigarás con vara, Y librarás su alma del Seol» (Pr 23: 13, 14).
El castigo es necesario, como Kidner lo señala, porque Proverbios afirma:
Primero, «La necedad está ligada en el corazón del muchacho»; exige más que palabras sacarla de allí (22:15). En segundo lugar, el carácter (en el cual la sabiduría mismo se incorpora) es una planta que crece más fuerte con alguna poda (cf. 15: 32, 33; 5:11, 12; He 12: 11); y esto desde los días más tempranos (13:24b: «desde temprano»; cf. 22:6: «Instruye al niño en su camino, Y aun cuando fuere viejo no se apartará de él»). En «el muchacho consentido» el único producto predecible es la vergüenza (29:15).

PERO EL CASTIGO NO ES SUSTITUCIÓN DE LA INSTRUCCIÓN SÓLIDA, DE LA ENSEÑANZA APROPIADA.

Así que, segundo, los padres tienen la obligación de proveerle al hijo educación santa. «El principio de la sabiduría es el temor de Jehová» (Pr 1:7); «El temor de Jehová es el principio de la sabiduría» (Pr 9:10). La sabiduría descansa en la fe, y el verdadero conocimiento tiene como presuposición al Dios soberano. No puede haber neutralidad en la educación.
La educación por el estado tendrá fines estatistas. La educación por la iglesia se dirigirá a promover a la iglesia. La escuela no puede estar subordinada ni a la iglesia ni al estado. En los días de Cristo se enseñaba a los hombres a ofrendar a Dios, antes que proveer para sus padres (Mr 7:7-13). Por tanto, el pecado se enseñaba como virtud.
De los hijos se requiere que obedezcan a sus padres. La contraparte de esto es la obligación de los padres de enseñar a sus hijos los elementos fundamentales de la obediencia: la ley de Dios. La misma ley requiere esto:
Porque ¿qué nación grande hay que tenga dioses tan cercanos a ellos como lo está Jehová nuestro Dios en todo cuanto le pedimos? Y ¿qué nación grande hay que tenga estatutos y juicios justos como es toda esta ley que yo pongo hoy delante de vosotros? Por tanto, guárdate, y guarda tu alma con diligencia, para que no te olvides de las cosas que tus ojos han visto, ni se aparten de tu corazón todos los días de tu vida; antes bien, las enseñarás a tus hijos, y a los hijos de tus hijos (Dt 4:7-9).
Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes (Dt 6: 6, 7).
Una vez cada siete años, en el año sabático, los hijos y los adultos debían oír la lectura de la ley por entero (Dt 31: 10-13).
Muy temprano, los dirigentes religiosos de Israel asumieron la tarea de la educación. El profeta Natán llegó a ser el instructor del joven Jedidías (Amado de Jehová) o Salomón (2ª S 12: 25).
Tercero, debido a que la ley es intensamente práctica, la educación hebrea era intensamente práctica. La opinión común era que el que no enseñaba a su hijo la ley y un oficio, la capacidad para trabajar, lo criaba para que fuera un necio y ladrón.
Se dice que Simeón, hijo del famoso Gamaliel, observó: «No aprender, sino hacer es lo principal». Josefo, en su obra Contra Apio, comparó la educación de los hebreos con la de los griegos. La educación griega se desvió de lo severamente práctico a lo abstracto y teórico, señaló, en tanto que la ley bíblica tenía una relación saludable entre el principio y la práctica.
Cuarto, la educación bíblica, como estaba centrada en la familia y recalcaba la responsabilidad de padres e hijos, producía personas responsables. Una persona criada y educada en la doctrina de que tiene la responsabilidad de cuidar de sus padres según surja la necesidad, proveer para sus hijos, y, hasta donde pueda, dejar una herencia de disciplina y ejemplo moral así como de riqueza material, es una persona altamente sintonizada con la responsabilidad.
En un sistema educativo así, el estado no es la parte responsable, sino la familia, y el hombre tiene la obligación de ser jefe competente y proveedor de su familia, y la esposa una ayuda idónea hábil para su esposo. El abandono de una educación orientada a la familia lleva a la destrucción de la masculinidad, y deja a las mujeres como lujos para los hombres o competidoras agresivas contra los hombres. Los hombres y las mujeres, al perder su función, giran en la inestabilidad sin un sentido legítimo de función.
La educación moderna abstrae el conocimiento; el especialista se enorgullece de no saber nada fuera de su campo y lleva su negativa de relacionar su conocimiento a otros aspectos como placa de honor. Si el erudito busca relatividad social, de nuevo es sin un principio trascendental, y el resultado es una inmersión en el proceso social sin una estructura de valor. Todo lo demás se descarta como insulso excepto el proceso que al momento llega a ser la estructura encarnada.
En la educación moderna, el estado es el educador, y se estima que el estado es la agencia responsable antes que el hombre. Tal perspectiva resulta en destrucción del alumno, cuya lección básica se vuelve dependiente del estado. Se mira al estado, en lugar de al individuo y a la familia, en busca de decisión y acción moral, y el papel moral del individuo es asentir y postrarse ante el estado. La educación estatista es, por lo menos implícitamente, contraria a la Biblia, aun cuando le dé a la Biblia un lugar en su plan de estudios.
Quinto, básico en el llamamiento de todo hijo es ser un miembro de una familia. Casi todos los hijos un día llegarán a ser esposos y esposas, y padres o madres.
La escuela estatista es destructora de este llamamiento. Sus esfuerzos por atender la necesidad son esencialmente externos y mecánicos, o sea, cursos de economía doméstica, educación sexual y cosas parecidas. Pero la educación esencial para la vida de familia es la vida de la familia y una escuela y una sociedad orientada a la familia. Quiere decir educación bíblica. Quiere decir disciplina, y educación en la responsabilidad santa.
La escuela estatista, todavía más, básicamente entrena a las mujeres para que sean hombres; no en balde tantas se sienten desdichadas por ser mujeres. Tampoco los hombres están más contentos de que el dominio en la educación moderna se transfiera del hombre al estado, y progresivamente al hombre se le priva de su hombría. La principal víctima de la educación moderna es el estudiante varón.
Puesto que el dominio es según el propósito creativo de Dios un aspecto básico del hombre, cualquier educación que disminuye el llamamiento del hombre a ejercer dominio también disminuye al hombre en algún grado.

SEXTO, LA EDUCACIÓN BÍBLICA HACÍA ÉNFASIS EN EL APRENDIZAJE, APRENDIZAJE SANTO.

Los proverbios judíos recalcaban esto. Ya nos hemos referido a uno: «Así como al hombre se le exigía que enseñara a su hijo a la Tora, también se le exigía que le enseñara un oficio». Todavía más: «El que le enseña al hijo de su prójimo la Tora, es como si lo hubiera engendrado». Pero, sobre todo, «un ignorante no puede ser santo».
Puesto que la santidad no es un acto de generación espontánea sino que requiere conformidad con la ley y justicia de Dios, el ignorante no puede ser santo. Todavía más, puesto que el conocimiento no es surge por sí mismo, y el significado de lo fáctico no viene de hechos sino del Creador, el conocimiento requiere como presuposición en todo aspecto el conocimiento de Dios, cuyo temor es el principio de la sabiduría y el conocimiento.
Se necesita más que nunca recalcar que los mejores y más fieles educadores son los padres bajo Dios. La mejor escuela es la familia. En el aprendizaje, ninguna lección en una escuela o universidad se compara a las tareas rutinarias de la madre que en poco tiempo enseña la lengua materna a un bebé que no habla ninguna lengua.
Ninguna tarea en la educación se iguala a esto. La educación moral del niño, la disciplina de buenos hábitos, es una herencia de los padres al hijo que supera todas las demás. La familia es la escuela primera y básica del hombre.

5. LA FAMILIA Y LA DELINCUENCIA

El problema de la delincuencia juvenil aparece en una ley de importancia central, pero desdichadamente descuidada por los comentaristas, en lo que tiene que ver con alguna pertinencia a nuestra sociedad. La ley dice:
Si alguno tuviere un hijo contumaz y rebelde, que no obedeciere a la voz de su padre ni a la voz de su madre, y habiéndole castigado, no les obedeciere; entonces lo tomarán su padre y su madre, y lo sacarán ante los ancianos de su ciudad, y a la puerta del lugar donde viva; y dirán a los ancianos de la ciudad: Este nuestro hijo es contumaz y rebelde, no obedece a nuestra voz; es glotón y borracho. Entonces todos los hombres de su ciudad lo apedrearán, y morirá; así quitarás el mal de en medio de ti, y todo Israel oirá, y temerá (Dt 21: 18-21).

LA LEY ES BIEN CLARA; ¡SI LOS INTÉRPRETES FUERAN IGUAL DE CLAROS!

En este punto, vemos la interpretación talmúdica en su peor aspecto. Hay mucha palabrería en cuanto a lo que constituye un hijo; se le define en términos de barba y vello púbico. Por ejemplo, R. Hisda dijo: «Si un menor engendra a un hijo, este último no cae bajo la categoría de un hijo obstinado y rebelde, porque está escrito: Si un hombre tiene un hijo, pero no si un hijo (es decir, uno que todavía no ha alcanzado la edad de hombre) tiene un hijo».
También se informa de una discusión en cuanto a la edad cuando la actividad sexual del muchacho deja de ser «inocente» y se vuelve pecado. La discusión pornográfica que sigue no arroja ninguna luz sobre el texto sino que refleja los esfuerzos legalistas para tergiversar el significado de la palabra y forzar un sentido extraño.
Como juristas de nuestros días, y como la Corte Suprema de los Estados Unidos, se hace todo esfuerzo para dejar nula e inválida la ley limitando el alcance de su aplicación. El hijo no es culpable de beber vinos costosos, porque no podía beber demasiado, ¡así que debe referirse al vino italiano barato! De nuevo, si el delincuente quedaba sexualmente incapacitado por un accidente en el nacimiento, por supuesto que no era hijo, se nos dice.
Al analizar esta ley es preciso reconocer ciertas cosas. Primero, indica una limitación en el poder de la familia. Un padre romano tenía el poder de vida y muerte sobre sus hijos. Podía dejarlos a la intemperie como infantes, ni matarlos cuando jóvenes, y este poder aparece en muchas culturas.
El padre como dios daba vida, y como dios la quitaba. Pero, como Kline notó, «el castigo era el límite de la imposición de autoridad de los padres (v. 18)». De hecho, Las leyes hasta este punto no apuntan solo a la defensa, sino también a la limitación, de la autoridad paterna.
Si el hijo de alguien era inmanejable y refractario, y no escuchaba la voz de sus padres, aun cuando ellos lo castigaran, su padre y madre debían llevarlo y conducirlo a los ancianos de la ciudad a la puerta del lugar. Los ancianos no son considerados aquí como jueces en el estricto sentido de la palabra, sino como magistrados, que tenían que defender la autoridad paterna y administrar la vigilancia local.
En la ley bíblica, toda vida está bajo Dios y su ley. Bajo la ley romana, el padre era la fuente y señor de la vida. El padre podía abortar al hijo, o matarlo después del nacimiento. El poder de abortar, y el poder de matar, van mano a mano, sea en manos de los padres o del estado. Cuando se aplica el uno, pronto también se aplica el otro. Restaurar el aborto como derecho legal es restaurar el asesinato judicial o paterno.
Es significativo que, conforme se mata a víctimas inocentes, y no se les aplica la pena capital a sus asesinos, los mismos hombres que abogan por la vida del asesino también demandan el «derecho» al aborto. Gary North notó, en un plantel universitario de importancia, que el mismo demostrador llevaba un día un letrero: «Abolición de la pena capital», y «Legalización del aborto» al día siguiente. Cuando a un profesor de ideología liberal se le llamó la atención a esto, su respuesta fue: «No hay contradicción en eso». Tenía razón; la tesis es, condenar al inocente y dejar libre al culpable.
Segundo, la ley requiere que la familia se alinee con la ley y orden en lugar de ponerse de lado de un miembro criminal. Wright opinaba que «es altamente improbable que los padres a menudo apelen a tal ley». Los padres no son testigos de queja en el sentido normal, y como resultado no se les requiere que sean verdugos como los testigos normalmente lo eran (Dt 17:7). Son «los hombres de la ciudad» los que deben ser los verdugos, y de aquí que es una queja en un sentido muy real de la comunidad contra un miembro criminal.
De nada sirve aducir humanitarismo aquí. En esos días, en las culturas vecinas el padre tenía el poder de matar a sus hijos y a menudo lo hacía. En tanto que los hebreos tenían un estándar diferente, ni su ley ni sus vidas se movían en términos del humanitarismo moderno.
Si los padres se negaban a quejarse contra su hijo, se hacían culpables de condonar o participar en sus crímenes. Su papel era por tanto formal pero necesario; ¿iba la familia a alinearse con la justicia o en términos de sus vínculos sanguíneos?
En vista de la fuerte naturaleza de las lealtades de familia, la participación de los padres era necesaria a fin de asegurar la libertad del conflicto y también poner a la familia firmemente en contra de sus miembros criminales. El que un padre se negara a presentar una queja en un caso así sería convertirse en parte de la transgresión y defensor de la transgresión. El principio requerido era tajante: no la sangre sino la ley debe gobernar.

TERCERO, LA LEY BÍBLICA ES NORMA JURÍDICA , Y ESTA LEY NO TRATA SOLO DE LOS HIJOS.

Quiere decir que si a un hijo, a quien sus padres aman y es el heredero, se le debe denunciar su transgresión, ¿cuánto mucho más a otros familiares? Una familia que entrega a su hijo a la ley, entregará a cualquiera. De este modo, las hijas quedaban claramente incluidas. La ley dice: «No haya ramera de entre las hijas de Israel, ni haya sodomita de entre los hijos de Israel» (Dt 23: 17).
«No contaminarás a tu hija haciéndola fornicar, para que no se prostituya la tierra y se llene de maldad» (Lv 19: 29). La evidencia indicaría que ninguna joven hebrea podía convertirse en una delincuente incorregible, y, en período de ley y orden, seguir viva. Es significativo que el término que se usa en Proverbios para prostituta es mujer extraña, una extranjera.
Esto tiene dos interpretaciones posibles. Posiblemente, la hija que se hacía prostituta era excluida de la familia y de la nación y ya no era miembro del pueblo del pacto sino una extranjera. Más probable, como la lectura literal claramente indica, la prostituta era una extranjera.
Está claro entonces que el propósito de esta ley era que se ejecutara a todos los criminales incorregibles y habituales. Si había que ejecutar a un hijo criminal, ¿cuánto mucho más a un prójimo u otro hebreo que se había vuelto criminal incorregible? Si la familia debe alinearse con la ejecución de un hijo delincuente incorregible, ¿no va a exigir la muerte del criminal habitual de la comunidad?
El que esa era la intención de la ley aparece en el propósito indicado, «así quitarás el mal de en medio de ti, y todo Israel oirá, y temerá». El propósito de la ley es eliminar por entero de la nación al elemento criminal, una clase criminal profesional. A la familia no se le permite el privilegio perverso de decir: «Vamos a respaldar a nuestro muchacho, venga lo que venga»; la familia misma debe unirse en la guerra contra el delito. Puesto que la ley es un plan para el futuro, ese plan claramente significa la eliminación toda transgresión como un factor significativo en la sociedad piadosa.
Esta ley ha tenido su efecto en la ley estadounidense, en que los criminales habituales todavía técnicamente son culpables de prisión vitalicia después de tantas convicciones, pero estas leyes son un reflejo debilitado y en declinación de la ley bíblica. Originalmente, en los Estados Unidos se podía ejecutar a los criminales habituales, y algunos estados todavía tienen tal legislación en sus libros.
Puesto que la ley bíblica no tiene sentencia de prisión sino solo de restitución, su opinión del delito es que el acto del delito lo comete, no un delincuente profesional, sino un ciudadano débil, que debe restaurar los bienes robados más por lo menos una cantidad igual, a fin de que él mismo sea restaurado a su ciudadanía en la comunidad. La ley bíblica no reconoce a un elemento delictivo profesional; al delincuente potencialmente habitual hay que ejecutarlo tan pronto como dé clara evidencia de serlo.

CUARTO, EN ESTE PUNTO VIENE A LA VISTA EL FACTOR DE LA COMPASIÓN.

La noción común humanística es que tal ley es inmisericorde. La perspectiva bíblica es que no lo es, y que, de hecho, la perspectiva moderna no refleja ninguna compasión, sino compasión errada. ¿Se debe tener compasión del criminal o de la comunidad?

LA LEY BÍBLICA EXIGE COMPASIÓN PARA EL OFENDIDO, NO PARA EL OFENSOR.

La compasión, de hecho, se prohíbe específicamente como mal en algunos casos. Claro, en la ley respecto al hijo delincuente, se prohíbe la compasión por el hijo. Pero en otras leyes específicamente se tiene la compasión como prohibida:
Y consumirás a todos los pueblos que te da Jehová tu Dios; no los perdonará tu ojo, ni servirás a sus dioses, porque te será tropiezo (Dt 7: 16).
Si te incitare tu hermano, hijo de tu madre, o tu hijo, tu hija, tu mujer o tu amigo íntimo, diciendo en secreto: Vamos y sirvamos a dioses ajenos, que ni tú ni tus padres conocisteis, de los dioses de los pueblos que están en vuestros alrededores, cerca de ti o lejos de ti, desde un extremo de la tierra hasta el otro extremo de ella; no consentirás con él, ni le prestarás oído; ni tu ojo le compadecerá, ni le tendrás misericordia, ni lo encubrirás, sino que lo matarás; tu mano se alzará primero sobre él para matarle, y después la mano de todo el pueblo (Dt 13: 6-9).
Pero si hubiere alguno que aborreciere a su prójimo y lo acechare, y se levantare contra él y lo hiriere de muerte, y muriere; si huyere a alguna de estas ciudades, entonces los ancianos de su ciudad enviarán y lo sacarán de allí, y lo entregarán en mano del vengador de la sangre para que muera. No le compadecerás; y quitarás de Israel la sangre inocente, y te irá bien (Dt 19: 11-13).
Y no le compadecerás; vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie (Dt 19:21).
Si algunos riñeren uno con otro, y se acercare la mujer de uno para librar a su marido de mano del que le hiere, y alargando su mano asiere de sus partes vergonzosas, le cortarás entonces la mano; no la perdonarás (Dt 25:11-12).
En Deuteronomio 7:16 se prohíbe la compasión para los perversos habitantes de Canaán; la compasión de Dios por ellos, y su paciencia, había durado por siglos. Ya había pasado el tiempo para la compasión; era tiempo para el castigo y la muerte.
En Deuteronomio 13:6-9 se prohíbe la compasión para el que subvierte la fe, aun cuando esa persona sea un pariente cercano y querido. Los cimientos del orden santo están en juego, y la compasión aquí es un mal.
En Deuteronomio 19: 11-13, se prohíbe la compasión para el asesino en caso de asesinato premeditado. No se pueden aducir circunstancias mitigantes contra el hecho de asesinato premeditado.
En Deuteronomio 19:21 se indica la ley general de justicia; el castigo debe ajustarse al delito; debe haber una restitución comparable o la muerte. No se puede usar la compasión para hacer a un lado la justicia.
En Deuteronomio 25:11-12, ninguna mujer, al defender a su esposo que está peleando con otro hombre, puede intentar ayudar a su esposo mutilando la sexualidad del otro hombre. Tal ofensa era particularmente aterradora. Es la única instancia en la ley bíblica en donde la mutilación es el castigo, y su significación es de importancia central. Una esposa debe ser, bajo Dios, ayuda idónea para su esposo, pero solo y siempre bajo la ley de Dios.
En una pelea entre dos hombres, ella no puede tener ventaja injusta contra el asaltante de su esposo. La ley requiere que se quede dentro de la ley de Dios, y una mujer nunca puede ayudar a su esposo contra la ley. Si eso fuera permitido, el hombre pudiera hacerse a un lado y dejar que su esposa rompa la ley por él con impunidad.
Un amor sin ley está bajo la sentencia de la ley. Joab amaba a David como ningún otro aparte de Jonatán, y Joab a menudo tenía razón cuando David estaba equivocado, pero el amor de Joab era a menudo un amor fuera de la ley, y eso solo le ganó el odio de su pariente David, y el castigo final.
En el caso de la esposa sin ley, el hecho de la mutilación era una tétrica advertencia pública: una mano o cónyuge sin ley no era ni mano ni ayuda para nada. Su brazo mutilado era un tétrico recordatorio para todos de la prohibición del amor sin ley. No había que compadecerla, porque la compasión siempre debe moverse en términos de la ley, porque si no se vuelve condonación del mal. Sea una esposa, esposo, o hijo involucrado, la compasión nunca debe salirse de la ley.
Quinto, la falta del hijo transgresor implica un ataque o guerra contra la autoridad fundamental. De Deuteronomio 21:18, Schroeder escribió: «Este disputa la autoridad paterna y divina en disposición y vida con pleno conocimiento y propósito aunque la tiene ante él». En el v. 19, añadió: «Además de la autoridad paterna, la civil corre peligro, y de aquí el caso pasa de aquello, a esto». Todavía más, como Manley notó: «Viendo que los padres están como representantes de Dios para sus hijos, la rebelión obstinada se considera equivalente a blasfemia, y se le aplica el mismo castigo».
Sexto, el principio de la pena capital (de lo cual diré más después) interviene aquí. La vida es creada por Dios, gobernada por su ley, y se debe vivir en términos de su palabra-ley. Toda transgresión enfrenta el castigo máximo; las ofensas capitales requieren la pena de muerte aquí y ahora aplicada por las autoridades civiles.
Ni los padres ni el estado son los creadores de la vida, y por consiguiente no pueden fijar los términos de la vida. En este hecho se halla la mayor salvaguarda de la libertad del hombre; sí, el estado piadoso trata severamente a los ofensores, pero limita estrictamente el poder del estado en los demás puntos en términos de la palabra de Dios. El poder de los padres de igual modo queda limitado bajo el orden piadoso; la familia bíblica nunca tiene los poderes despóticos de la familia romana o china.
Los padres en todo momento están limitados por la palabra-ley de Dios. La ley bíblica claramente favorece al piadoso y trata con severidad al impío. Como Waller escribió de la ley respecto al hijo delincuente, «manifiestamente esta imposición, si se aplica, sería una gran protección para el país contra los personajes impíos, y lo libraría de uno de los más grandes elementos de las clases peligrosas».
Séptimo, Los cargos formales contra el hijo son de interés especial. Hemos notado el ataque fundamental a la autoridad, cubierto por las palabras «obstinado y rebelde». Según Waller, «las palabras hebreas se volvieron proverbiales como la peor forma de reproche». «Glotón y borracho» (cf. Pr 23:20-22, en donde se hallan las mismas dos palabras) añade al cuadro de un delincuente rebelde, antisocial e incorregible. El Talmud, con su reinterpretación de cada término, hizo que la ley fuera virtualmente inaplicable a cualquier persona.
La ley, por su generalización, pinta a un delincuente incorregible cuya conducta general confirma su naturaleza impía. El carácter confirmado del hijo establece, entre otras cosas, esto: el hijo delincuente y rebelde ha negado su herencia de fe y ley; en su significado último, esta rebelión contra su herencia espiritual es una rebelión contra la vida misma. De aquí, la sentencia de muerte. No es un personaje débil, es fuerte, pero su carácter está dedicado al mal.
La familia es la cuna terrenal de la vida, y la familia santa da una herencia de vida. Renunciar a esta herencia es renunciar a la vida. No todo hijo rebelde va hasta este punto en su rebelión, pero el principio de su rebelión es con todo un rechazo de su herencia en el pleno sentido de esa palabra.
Octavo, como hemos visto, la ley es una forma de guerra. Por la ley, hay la abolición de ciertos hechos, y a las personas que cometen esos hechos o se les ejecuta o se le lleva a ajustarse a la ley. La ley así protege a cierta clase, a los que cumplen la ley; y todo orden-ley es en efecto un subsidio a las personas de la ley.
Si la ley no impone esa protección, con el tiempo se destruye. Si la ley no ejecuta al criminal incorregible y profesional, está creando una crisis social seria y conduciendo cada vez más a la anarquía. En Los Ángeles, California, en 1968, por ejemplo, el uso de las resbaladeras en los parques municipales se hizo difícil para los niños.
Algunos delincuentes juveniles estaban enterrando botellas rotas con las puntas hacia arriba en la arena debajo de las resbaladeras. Los delincuentes juveniles intervenían en tantas otras actividades que las condiciones resultantes estaban más allá del control efectivo de la policía. De nuevo.
El uso de marihuana está tan extendido en el área de la Bahía que simplemente no está en el ámbito de posibilidad para las agencias de imposición de la ley detenerla.
En Berkeley, un sábado por la noche pueden haber más de 2000 fiestas de hierba en progreso; ¿puede haber un informante o un agente de policía en cada una?.
Virtualmente en todo aspecto de actividad criminal, el delincuente incorregible y el criminal profesional están adquiriendo velozmente un mayor poder de ataque.
Son más numerosos que la policía, son un ejército vasto de delincuentes dedicados. Las cortes, al hacer difícil que se les declare convictos, están en efecto subsidiando la transgresión, y haciendo la guerra contra los que acatan la ley.

6. EL PRINCIPIO DE AUTORIDAD

La educación estatista y la intervención estatista en la vida de la familia conduce poco a poco al derrumbe de la familia. No en balde el principio de autoridad está en juego en la familia.
La familia no es solo el primer medio ambiente del niño, sino también su primera escuela, donde recibe su educación básica; su primera iglesia, en donde se le enseña sus primeras lecciones fundamentales respecto a Dios y la vida; su primer estado, en donde aprende los elementos de ley y orden y los obedece; y su primera vocación, en donde al niño se le da trabajo que hacer, y responsabilidades en términos del mismo. El mundo esencial de un niño pequeño es la familia, su padre y su madre en particular. Meredith ha resumido el asunto de manera apta: «A los ojos de un niño pequeño, ¡el padre está en el lugar de Dios mismo! Porque el padre es el proveedor, el protector, el que lo ama, el maestro y el legislador del niño».
De aquí que son los teólogos los que a través de los siglos han enseñado obediencia a los magistrados civiles, y a todas las autoridades debidamente constituidas, bajo el encabezamiento del quinto mandamiento. Se ha visto ya cuán profundamente involucrada en toda autoridad está la autoridad de los padres. La destrucción de la posición y autoridad de la familia es la destrucción de toda la sociedad y la introducción de la anarquía.
Pero la introducción de la anarquía radical es también lo que sigue sistemáticamente al ataque contra la familia. La rebelión estudiantil de la década de 1960 tenía como su base el anarquismo. Por eso Jorge Immendorff, de 23 años, de Alemania, pidió una rebelión antes que una reforma, porque «no se puede mejorar la basura; así que la rebelión es la única respuesta». La necesidad es «empezar de la nada» con un solo estándar: «la vida misma».
Anthony Duckworth, de 21 años, de Inglaterra, declara que «en Oxford y Cambridge los maestros jóvenes quieren determinar las normas administrativas, decidir en cuanto a textos y cursos, dormitorios y comidas. Quieren tomar las riendas». Es más, según John D. Rockefeller III, de 62 años, «en lugar de preocuparnos sobre cómo suprimir la rebelión juvenil; los de la generación mayor debemos preocuparnos de cómo sustentarla». Según Rockefeller, este «idealismo» juvenil se debe sostener y promover.
Pero, ¿qué es lo que Rockefeller nos está pidiendo que sustentemos y aceptemos»? Primero, la rebelión estudiantil y juvenil tiene una premisa inmoral: la afirmación de que los jóvenes tienen el «derecho» de controlar y gobernar las propiedades de otros. Si una universidad le pertenece al estado, a una iglesia, o a una corporación privada, el estudiante puede recibir una educación allí en términos de esa institución.
Es libre para formar sus propias instituciones, pero, como estudiante o instructor, está en una institución en términos fijados por aquellos cuyos derechos de propiedad gobiernan la institución. Los estudiantes se quejan de «coerción», pero sus movimientos están entre los más coercitivos del siglo. El hijo no tiene derecho de gobernar a sus padres, ni los alumnos a su institución educativa, ni los empleados a su patrono.
Segundo, la meta de la rebelión estudiantil es el poder amoral, no esperanzas «idealistas». Hacer de «la vida misma» el estándar quiere decir que no hay estándar excepto la anarquía. Pedir que se «empiece de la nada» es pedir la destrucción de toda ley y orden de modo que el anarquista pueda aprovechar lo que el dueño actual posee. Tercero, este anarquismo es inevitable en una generación de estudiantes a quienes no se les ha enseñado a obedecer a sus padres ni a toda la autoridad debida, ni a honrar a quienes se les debe honor. Para citar a Meredith nuevo.
El mandamiento original de «honrar» a padre y madre se aplica a todos nosotros por toda la vida. Pero en este lugar a los hijos específicamente se les dice que obedezcan a sus padres «en el Señor» (Ef 6:1, 2).
Debido a su total falta de experiencia y juicio, es absolutamente necesario que al niño se le enseñe a OBEDECER a sus padres al instante y sin cuestionamiento. Explicaciones y razones para esto se le pueden y se le deben dar al niño de tiempo en tiempo. Pero al momento en que se da una orden paternal, ¡puede que no haya ni tiempo ni oportunidad para explicar por qué!
Por consiguiente, es imperativo que al niño se le enseñe el HÁBITO de la obediencia incuestionable a sus padres. Porque, hasta que el niño pequeño se desarrolle, sus padres están para él en lugar de Dios. Y Dios los considera RESPONSABLES de enseñar y dirigir apropiadamente al hijo.
Por implicación directa, el padre está obligado por el quinto mandamiento a hacerse a honorable. Para que se le honre a uno, uno debe ser honorable.

TODO PADRE DEBE DARSE CUENTA DE QUE ¡PARA EL NIÑO ÉL REPRESENTA A DIOS!.

El padre representa a Dios, porque representa el orden-ley de Dios. A los jueces, en la ley, se les menciona como «dioses», así como también a los profetas (Éx 21: 6; 22: 8; 1a S 28: 13; Sal 82: 1, 6; Jn 10:35). Puesto que los padres representan el orden-ley de Dios, deben, por un lado, ser obedientes a ese orden-ley, y por otro lado, se les debe obedecer como representantes de ese reino.
En Éxodo 21:6, la versión Reina Valera dice jueces en donde el hebreo dice Elohim, dioses; lo mismo es cierto en Éxodo 22:8. La Biblia de las Américas, y la versión del texto masorético [en inglés], dice «dios» y en una nota al pie de página «jueces». En 1 Samuel 28:13, la hechicera de Endor, al ver a Samuel, exclamó: «He visto dioses que suben de la tierra» o, en la LBLA: «Veo a un ser divino subiendo de la tierra». Es claro que se refiere al profeta.
En el Salmo 82:1, 6, a las autoridades civiles se les menciona como «dioses», uso confirmado por Jesucristo (Jn 10:35). Por esto, debido a que todas las autoridades representan el orden-ley de Dios, al quinto mandamiento a menudo se le ha asociado con la primera tabla de la ley, o sea, con los que tienen referencia a nuestras obligaciones a Dios, en contraste con la segunda tabla, los que tienen referencia a nuestras obligaciones para con nuestro prójimo.
Hay validez en esta división en dos tablas, aunque no se pueden llevar demasiado lejos y es hasta cierto punto artificial, puesto que todos los mandamientos tienen referencia a nuestra obligación a Dios.
Calvino consideró la incorporación de este mandamiento en la primera tabla como tontería. Es curioso, pero trató de usar Romanos 13:9 a favor de su posición, así como también Mateo 19:19, pero estos pasajes no son concluyentes en este asunto. Más pertinentes son las varias leyes, previamente tratadas, que relacionan la obediencia a los padres a la observancia del sabbat y el evadir la idolatría ( Lv 19:1-4).
Pero, volvamos al punto más importante: el asunto de la obediencia. La mentalidad humanística suele aducir que la obediencia sin cuestionamiento y fiel que la ley exige de los hijos es destructiva para la mente. La persona libre, dicen, es producto de rebelión, de constante desafío a la autoridad, y la verdadera educación debe estimular a los niños y adolescentes a romper con la autoridad y negar sus afirmaciones.
La «cultura» de la juventud hoy es esta exigencia de realización instantánea combinada con un rechazo a la autoridad. Ross Snyder, en Young People and their Culture, escribe que «los jóvenes de nuestro tiempo están muy convencidos de que todo es para ahora mismo, y en toda la plenitud posible para ellos en su período de desarrollo».
Esta exigencia de realización instantánea es característica del infantilismo. El nene llora cuando tiene hambre y vacía su vejiga e intestinos a voluntad. Llora con frustración y cólera cuando la gratificación no es instantánea. No sorprende que una generación criada de manera permisiva tenga una alta aptitud para la cólera destructiva y revolucionaria, a menudo acompañada por las acciones de orinar y defecar alegremente en público, y una baja aptitud para el trabajo y estudio disciplinados.
La esencia de la mentalidad revolucionaria es la exigencia de la utopía instantánea, de la gratificación instantánea, y una cólera destructiva, infantil, contra todo orden que no se lo provee. Freud acuñó los términos personalidad oral y anal; los términos no tienen relevancia en ninguna edad de madurez ni para los hombres de madurez; son aptos para describir la personalidad ambivalente de una edad infantil y permisiva y de sus personas.
Pero las raíces van más adentro. John Locke formuló la psicología sin raíces de la fe humanística con su concepto de pizarra limpia. La verdadera educación, sostenía, requería que se borrara por completo de la mente todas las nociones preconcebidas, implícitas en las enseñanzas de los padres, religión y sociedad.
En términos del concepto y la psicología de Locke, la educación debe ser revolucionaria.
Añádase a esto el hombre natural de Rousseau, y todas las nociones preconcebidas, todas las formas de herencia del pasado, se vuelven cadenas que de Locke, Rousseau y Darwin. Darwin, por su fe evolucionista, redujo todo en el pasado a un nivel inferior y más primitivo, y así añadió justificación a la exigencia de un cambio total, de una revolución.
Esta hostilidad a la disciplina y obediencia ha invadido casi todas las disciplinas en el siglo XX. En el arte, la capacidad de dominar y utilizar habilidades en el uso de pinturas en el dibujo se hace a un lado a favor de la expresión «espontánea» e «inconsciente» que carece de razón y forma.
En la religión, a la experiencia se le da prioridad por encima de la doctrina o se reemplaza. En la política, la autoridad viene desde abajo, del nivel más bajo, y el líder «carismático» es el demagogo que satisface mejor a las masas. En la música, el emocionalismo indisciplinado es el galardón más preciado, y así por el estilo. La animosidad contra la obediencia y la disciplina es general y profunda.

PERO LA MENTE QUE FUNCIONA MEJOR ES LA MENTE OBEDIENTE Y DISCIPLINADA.

El niño disciplinado y obediente no es un adolescente servil sino un hombre libre.
En virtud de la disciplina de la obediencia, tiene mejor dominio de sí mismo y puede dominar mejor su campo de desempeño.
El antiguo humanismo, debido a que creció en el contexto de una disciplina cristiana, podía producir una mente disciplinada. Montaigne (n. 1533), al dar consejos sobre cómo educar al hijo, habló sin ningún sentido de novedad al describir la buena educación de su día:
Unos pocos años de la vida están reservados para la educación, no más de los primeros quince o dieciséis; aprovecha bien estos años, adulto, si quieres educar al hijo para una madurez correcta. Deja fuera los asuntos superfluos. Si quieres hacer algo constructivo, confronta al niño con discursos filosóficos, esos que no son demasiado complicados, por supuesto, y sin embargo los que valen la pena explicar.
Trata esos discursos en detalle; el niño es capaz de digerir este asunto desde el momento en que puede más o menos manejarse por sí mismo [Montaigne en realidad escribió: «desde el momento en que es destetado», pero probablemente no quiso decirlo demasiado literalmente]; el niño, en cualquier caso, podrá recibir discursos filosóficos mucho mejor que un intento de enseñarle a escribir y leer; esto es mejor que espere un poco.
Puesto que en el día de Montaigne no se destetaba al niño tan apresuradamente cómo en nuestros días, no hay razón para dudar del enunciado de Montaigne. En los Estados Unidos puritanos, eran las madres las que enseñaban a los niños a leer, cuando éstos tenían entre dos y cuatro años.
Van den Berg cita dos ejemplos de niños maduros de la era de Montaigne y después. Merecen que se citen con algún detalle:
Tenemos en efecto alguna información sobre la naturaleza del niño en tiempos de Montaigne: la vida de Teodoro Agripa d’Aubigne, hugonote, amigo de Enrique IV, nacido en 1550. Montaigne nació en 1533, así que había alcanzado la edad de la discreción cuando d’Aubigne era todavía un niño.
Observando a jóvenes contemporáneos de este d’Aubigne, Montaigne no notó nada en cuanto a la maduración. De d’Aubigne se dice que leía griego, latín y hebreo cuando tenía seis años, y que tradujo a Platón al francés cuando todavía no había cumplido los ocho años.
Montaigne recomendaba la lectura y explicación de discursos filosóficos a los niños; pues bien, si un niño de ocho años puede traducir Platón, ¿qué objeciones puede haber para leerle una versión traducida cuando tiene cuatro años?
Cuando d’Aubigne tenía todavía ocho años, fue a la ciudad de Amboise, acompañado de su padre, poco después de que habían ejecutado a un grupo de hugonotes. Vio los cuerpos decapitados; y a petición de su padre juró vengarlos.
Dos años más tarde lo capturaron los inquisidores; la reacción del muchacho de diez años a la amenaza de muerte en la hoguera fue bailar de alegría ante la fogata. El horror de la misa le quitó su miedo al fuego, fue su propio comentario posterior, como si un niño de diez años pudiera saber lo que quería decir con eso.
Y sin embargo, un niño que había traducido a Platón y que había estado por cuatro años acostumbrado a leer clásicos, ¿no podía tal niño saber lo que quiere, y saber lo que estaba haciendo? Pero difícilmente se le podría llamar niño. Una persona que observa de manera inteligente los efectos de una ejecución, que pronuncia un juramento al que será fiel el resto de su vida, que se da cuenta por sí mismo del significado de la santa comunión, y que se imagina el horror de la muerte en la hoguera, no es un niño, sino un hombre.
Cuando Montaigne murió, otro niño estaba en el umbral de grandes descubrimientos: Blas Pascal, nacido en 1623, escribió cuando tenía doce años, sin ninguna ayuda, un tratado sobre el sonido que los expertos contemporáneos tomaron en serio.
Más o menos al mismo tiempo resultó que oyó la palabra matemáticas; le preguntó a su padre lo que quería decir, y le fue dada la siguiente respuesta incompleta (incompleta, porque su padre tenía miedo de que un interés en las matemáticas pudiera disminuir su interés en otras ciencias): «Matemáticas, acerca de lo cual te diré más tarde, es la ciencia que se ocupa de la construcción de cifras perfectas y el descubrimiento de las propiedades que contienen».
El joven Pascal rumiaba esta respuesta durante sus horas libres, y sin ayuda, construyó círculos y triángulos que lo llevaron al descubrimiento del tipo de propiedades que su padre debe haber querido decir; por ejemplo, que la suma de los ángulos de un triángulo es igual a dos ángulos rectos.
Debemos conceder que d’Aubigne y Pascal fueron hombres destacados y niños prodigio. Pero se debe añadir que en la música, las ciencias y en muchos otros campos, los niños prodigio eran mucho más comunes entonces que ahora.
También debemos reconocer que el nivel intelectual entonces era muy alto incluso entre las personas del pueblo. El nivel de predicación es amplia evidencia de esto.
La capacidad de los miembros de la iglesia para escuchar sermones largos de, a veces hasta dos horas, y reproducir todos los treinta o cuarenta puntos fielmente más adelante en la semana, y debatirlos y discutirlos, está bien documentado. No había falta de iniquidad en esa era, pero también había un alto orden de disciplina, y esta disciplina promovía el uso de la inteligencia.
Los hombres que, en los primeros siglos de la era cristiana, y en la era de la Reforma y posteriores, establecieron los cimientos de la civilización y libertad occidentales eran hombres de fe y disciplina, hombres instruidos en la academia de la obediencia.
Las Escrituras exigen un respecto santo por el poder y la autoridad como debidamente constituidos y ordenados por Dios. Éxodo 22: 28 declara: «No injuriarás a los jueces, ni maldecirás al príncipe de tu pueblo». De nuevo, la NVI traduce «jueces» como «Dios» y en las notas al pie de página dice «los jueces».
Calvino notó, de este pasaje, Levítico 19: 32, Deuteronomio 16: 18 y 20: 9 que «en el quinto mandamiento se abarcan por sinécdoque todos los superiores, los que están en autoridad».
Primero, dice que debemos pensar y hablar reverentemente de los jueces y otros que ejercen el oficio de magistrado; tampoco se debe cuestionar que, en el uso ordinario del hebreo, Él repite lo mismo dos veces; y consecuentemente que a las mismas personas se les llama «dioses» y «gobernantes del pueblo».
El nombre de Dios en sentido figurado, pero de lo más razonable se aplica a los magistrados, sobre quienes Él ha puesto una marca de su gloria como ministros de su autoridad divina. Como ya hemos visto, honor se debe dar a los padres, debido a que Dios los ha asociado consigo mismo en la posesión del nombre, y aquí esa misma dignidad se pide también para los jueces, a fin de que las personas los reverencien, porque son representantes de Dios, sus subalternos y vicarios.
Cristo, el expositor más seguro, lo explica así cuando cita el pasaje de Salmo 82: 6: «Yo dije: Vosotros sois dioses, y todos vosotros hijos del Altísimo» (Jn 10: 34), o sea, «que se les llama dioses a quienes vino la palabra de Dios», que se debe entender, no de la instrucción general dirigida a todos los hijos de Dios, sino del mandamiento especial para gobernar.
Es señal de exaltación de los magistrados que Dios no solo los considera en lugar de los padres, sino que también nos los presenta dignificados por su propio nombre; de donde también parece claro que se les debe obedecer no solo por temor al castigo, «sino también por causa de la conciencia» (Ro 13:5), y se les debe honrar con reverencia, a fin de no menospreciar a Dios en ellos. Si alguien objeta que sería incorrecto alabar los vicios de aquellos a quienes percibimos que abusan de su poder, la respuesta es fácil: aunque a los jueces hay que respetarlos aunque no sean lo mejor, ese honor con que están investidos no es para encubrir el vicio.
Tampoco Dios ordena que aplaudamos sus errores, sino más bien que todas las personas deploren con tristeza en silencio, en lugar de levantar conmoción en un espíritu licencioso y sedicioso, y así subvertir el gobierno político.
Que esta obediencia santa no constituye endoso ni sumisión al mal es evidente en forma abundante por la historia de los profetas del Antiguo Testamento, y la historia de la iglesia cristiana. Más bien, la obediencia santa es la mejor base para resistir al mal, porque se levanta primordialmente en términos de una obediencia más alta a Dios y por consiguiente es, en obediencia independiente, y en resistencia a los tiranos, obediente a la autoridad más alta de Dios.
Pero en un punto el comentario de Calvino refleja (en la primera oración del segundo párrafo que antecede), no el pensamiento bíblico, sino el romano, cuando compara a los gobernantes con los padres y les adscribe autoridad paternal.
Lo que es común entre padres, gobernantes, maestros y amos no es paternidad sino autoridad. Es un error serio adscribir poder paternal a un gobernante y al estado. Los padres representan ante el niño la autoridad de Dios; el magistrado o gobernante civil representa la autoridad de Dios en términos de un orden-ley civil para los ciudadanos; ellos, padres y gobernantes, tienen autoridad en común, no paternidad, e incluso con respecto a la autoridad, es de clase diferente.
La ley romana, debido a que divinizaba al estado, hizo del estado y su gobernante en efecto el dios del pueblo, y del pueblo los hijos de ese dios. El emperador era el padre de su nación, y esto es un serio aspecto de la teología civil.
La educación fuertemente clásica de los eruditos medievales y de la Reforma a menudo los hizo descarriarse. Un versículo que a veces se cita como evidencia del papel paternal del estado es Isaías 49: 23. Pero este versículo se refiere al remanente de Israel, que sería restaurado a Jerusalén y restablecido como estado bajo la protección de otros estados, que serían como «nodrizas».
La referencia es al restablecimiento de la comunidad hebrea bajo Nehemías, con la protección del Imperio Medopersa. La imaginería no tiene nada que ver con un papel paternal del estado y sí con el papel protector superior de un gran imperio hacia un orden civil pequeño que estaba reconstituyendo.

LA AUTORIDAD PRIMORDIAL Y BÁSICA EN EL ORDEN, LEY DE DIOS ES LA FAMILIA.

Todas las demás autoridades debidas de modo similar representan el orden-ley de Dios, pero en diferentes ámbitos. Si los hijos no obedecen a los padres, no se honrará ni obedecerá a ninguna otra autoridad. Por lo tanto, la ley habla de la autoridad clave en términos de aquellos cuyo orden de autoridad social persiste o cae. Básico a la autoridad en todo campo es la representación del orden-ley de Dios.
El estado es así establecido a fin de extender la justicia de Dios. Deuteronomio 16: 18-20 dice:
Jueces y oficiales pondrás en todas tus ciudades que Jehová tu Dios te dará en tus tribus, los cuales juzgarán al pueblo con justo juicio. No tuerzas el derecho; no hagas acepción de personas, ni tomes soborno; porque el soborno ciega los ojos de los sabios, y pervierte las palabras de los justos. La justicia, la justicia seguirás, para que vivas y heredes la tierra que Jehová tu Dios te da.
Sería ridículo proponer la paternidad como propósito de esta ley; su meta es la justicia civil. Básico para el establecimiento de esa justicia es la autoridad.
Y el quinto mandamiento, al hablar de los padres, y por implicación de todas las autoridades ordenadas por Dios, está estableciendo, antes que nada, la autoridad de Dios. Dios sabe, después de todo, que padres, gobernantes, clérigos, maestros y amos, son pecadores. Dios no está interesado en establecer pecadores: la expulsión del Edén, y el constante castigo en la historia, es evidencia elocuente de eso.
Pero la manera de Dios de desestablecer a los pecadores y establecer su ordenley es exigir que se obedezca a esas autoridades. Esta obediencia se le rinde primero a Dios y es parte del establecimiento del orden de Dios. El pecado conduce a la anarquía revolucionaria; la obediencia santa conduce a un orden santo.

7. LA FAMILIA Y LA AUTORIDAD

Los romanos conquistaron Judea, pero, más tarde, cuando el cristianismo conquistó a Roma, los romanos dijeron de esta fe bíblica de origen hebreo, Victi victoribus leges dederunt», «los conquistados les dieron sus leyes a los conquistadores».
La ley bíblica ha alterado en gran parte la ley del Imperio Romano posterior y del occidente cristiano, y fundamental en este cambio es la alteración de la ley de la familia.
Justiniano y su emperatriz, Teodora, instituyeron en el siglo VI la reforma legal básica cristiana. Zimmerman ha resumido las reformas cristianas básicas con respecto al sexo y la familia. Primero, «públicamente se permitían solo las relaciones heterosexuales en el matrimonio».
Todas las demás relaciones sexuales aparte de las relaciones maritales normales eran ahora ilegales y pecado. Segundo, esta aplicación de todas las demás formas de sexualidad como «objetables» se «aplicaba a toda clase social» sin distinción. La familia llegó a ser la manera legal y normal de la vida para todos. El prefacio a esta parte del código Novellae decía:
La legislación previa había tratado de aspectos de estos asuntos de manera gradual. Ahora tratamos de compilarlos y dar a las personas ciertas reglas claras de conducta para hacer de la familia (de nupttis) la forma estándar de vida para todos los seres humanos en todo tiempo y en todas partes. El propósito de esto es garantizar la inmortalidad artificial de las especies humanas. ESTA ES LA MANERA CRISTIANA DE VIVIR.
Tercero, por ley se declararon punibles las actividades sexuales prohibidas, especialmente en las formas de sexo comercializado. Cuarto, Zimmerman señala que «se hicieron ilegales los contratos fundamentales, que incluían actividades sexuales fuera de la familia como pago por sustento o regalos». Todas las partes en un contrato así estarían participando en un acto ilegal. Entre otras cosas, el concubinato perdió su estatus legal. Quinto, estos pasos legales fueron «parte de un movimiento más amplio para hacer de la familia la manera pública definida de vida y estatus».
El resultado de esta legislación fue la reorientación de la civilización. Fue la creación de un «sistema de familia que encajaría mejor en la grandeza planeada. Los autores nunca consideraron perfecto a un hombre. Procuraron inscribir al hombre promedio en un sistema social que podría alcanzar una gran unidad mundial civilizada».
Los efectos de esta legislación fueron extensos. Dos aspectos importantes de cambio fueron la herencia y la propiedad. Las consideraciones de familia gobernaban ahora las leyes de la herencia y la propiedad, y la esposa legítima y sus hijos tenían un estatus que no se le daba a una concubina o amante y sus hijos.
La limitación de la herencia a la familia legítima hizo de la familia el agente y poder significativo respecto a la propiedad. La familia era ahora mucho más que una unidad social básica; era en esencia el sistema social. Fue el sistema social, sin embargo, sin los poderes agobiantes e inmorales de un sistema de familia de adoración a los antepasados.
En la adoración a los antepasados, la familia enfoca el pasado y es hostil al futuro. En el sistema cristiano de familia, se interpreta la ley mosaica en términos de los dictados del Nuevo Testamento respecto a la familia, y la perspectiva es en el futuro del creyente, en el reino de Dios y sus requisitos para hoy y mañana.
Sin la autoridad de la familia, la sociedad prácticamente se mueve a la anarquía social. La fuente de la autoridad de la familia es Dios; la autoridad inmediata reside en el padre o esposo (1A Co 11: 1-15). Si el padre abdica su autoridad, o si se le niega su autoridad, se conduce a la anarquía social descrita en Isaías 3:12.
Las mujeres mandan sobre los hombres; los hijos entonces adquieren libertad y poder indebidos y se vuelven opresores de sus padres; los gobernantes emasculados en tal orden social hacen descarriar al pueblo y destruyen la trama de la sociedad. El resultado final es el colapso social y el cautiverio (Is 3: 16-26), y una situación de peligro y ruina para las mujeres, un tiempo de «reproche» o «desgracia», en el cual las mujeres en un tiempo independientes y feministas se humillan en su orgullo y buscan la protección y seguridad de un hombre.
Siete mujeres, dijo Isaías, andan en busca de un hombre en medio de las ruinas, cada una suplicando matrimonio y dispuestas a ganarse ellas mismas el sustento con tal de que se les quite la desgracia y vergüenza que abruma a una mujer sola e indefensa (Is 4: 1).
Isaías vio que la ausencia de la autoridad del hombre produce caos social. El hombre como cabeza de la familia es el necesario principio del orden, y también el principal en el orden. El dominio sobre la naturaleza es un precepto de Dios para el hombre (Gn 1: 28), y en la familia para el varón en la persona del esposo y padre (1A Co 11:1-15). El dominio como naturaleza y prerrogativa del macho se halla en todo el mundo animal como parte del precepto divino en la creación.
En los animales, como Ardrey ha señalado, es más importante el dominio que los impulsos sexuales y otros impulsos. «El tiempo vendrá cuando el macho perderá todo interés en el sexo; pero todavía luchará por su estatus». Es más, «el dominio en los animales sociales es un instinto universal independiente del sexo». Este instinto del macho por el dominio se revela en los animales de tres maneras: primero, en territorialidad (el instinto e impulso de propiedad); segundo, en estatus (el impulso por establecer dominio en términos de rango en un orden rígidamente jerárquico); y tercero, supervivencia (un orden como medio de supervivencia).
Esto es cierto en los animales en su ambiente natural; los animales del zoológico, como viven en una sociedad de beneficencia pública, están más absorbidos con el sexo. En el macho, el dominio conduce a una potencia sexual y longevidad aumentadas.
Todavía más, «es una característica curiosa que los instintos de orden son en su mayoría masculinos». Los instintos femeninos sexuales y maternales son personales y en cierto sentido anarquistas.
Estas características son ciertas también de la vida humana. La mujer llega a absorberse con problemas de ley y orden de una manera personal, como cuando su familia o la seguridad de su familia corren peligro por su decadencia. El hombre se preocupa por los problemas de la sociedad aparte de alguna condición de crisis; la mujer se preocupa cuando la decadencia social tiene implicaciones personales, y su preocupación entonces es seria.
COMENTARIO: Es indicativo de la ceguera de los comentaristas al contexto de las Escrituras que «reproche» consistentemente se toma como queriendo decir «sin hijos». A menudo significa esto en una mujer casada; pero aquí las solteras en una situación de anarquía y cautividad ven su posición como un «reproche» o «desgracia» porque están totalmente indefensas y sin protección contra la incautación, ataque, robo y embarazo sin casarse.
Los hombres y las mujeres se necesitan unos a otros, y el orden santo es el matrimonio, la unión de un hombre y una mujer bajo Dios y para su gloria y servicio.
Separados, despreciándose o en discordia, el énfasis del hombre y la mujer tienden a ser unilaterales. Tal vez el ejemplo más aleccionador, y casi al punto de caricatura, es el de Enrique VIII de Inglaterra y la reina Catalina.
Catalina, más que Sir Tomás More, merecía ser la santa católica romana de su tiempo. More fue fundamentalmente un humanística; Catalina fue una mujer santa de intensa fe y valentía. Hija de la gran reina Isabel de España, al igual que su hermana (erróneamente llamada Juana la loca), tenía una absorción casi increíble de los aspectos puramente personales de los asuntos.
Como resultado, su depravado padre, Fernando, a quien Catalina amaba ciegamente, pudo usar a Catalina como peón por el poder de España, casi hasta la destrucción de Inglaterra. (Fernando hizo matar al esposo de Juana y usurpó el trono de Juana, y no tuvo escrúpulos para aprovecharse de cualquier familiar). Catalina era igualmente ciega al tratar con su esposo Enrique, en donde estaba en juego más que asuntos personales.
A Enrique VIII, por otro lado, no se le puede ver en términos puramente personales (y femeninos), como una persona afectada básicamente por sus lujurias.
Sí, Enrique fue un pecador en eso, pero su motivo básico era el deseo de preservar de la anarquía al reino teniendo un heredero varón. Antes del ascenso de su padre al trono, Inglaterra había quedado en gran parte destrozada y en ruinas por una guerra sangrienta e intermitente de sucesión.
El interés básico de Enrique era preservar el orden mediante una sucesión dinástica fuerte y segura, lo que para él significaba tener un heredero varón. Esta era la consideración moral fundamental de Enrique, así como la relación personal era la consideración moral fundamental para Catalina.
Enrique interpretaba todos los eventos en términos de su principio y justificaba cada paso en términos del mismo. Hombre talentoso e inteligente, también era inmaduro y santurrón. Pero no estaba solo al considerar la situación de Inglaterra y la suya propia en términos de asuntos impersonales de orden y sucesión. Lutero y Melanchton estuvieron dispuestos a ver la respuesta al dilema de Enrique en una bigamia legal, y el papa Clemente VII hizo una sugerencia parecida.
Se trató de disculpar ambas cosas, con escaso mérito en los esfuerzos; sean cuales fueran sus razones, estos líderes religiosos hicieron la sugerencia. Todos, como hombres, se preocupaban por el escenario político y el problema del orden de Inglaterra a diferencia del problema puramente personal de ley y orden entre Catalina y Enrique.
Este episodio, en forma aguda y extrema, revela las naturalezas diferentes del hombre y la mujer. Pero los hombres que intervinieron en este acontecimiento triste por lo menos se preocupaban por algún tipo de orden, aunque a veces cuando inmoralmente. Hoy, los hombres, habiendo abdicado extensamente su masculinidad, se preocupan menos por el orden y más por la gratificación. Como resultado, las mujeres, debido a que está en juego su seguridad y la de sus hijos, participan en el problema de la decadencia social y ley y orden.
La acción social y política, entonces, se vuelve un interés femenino apremiante. Su interés subraya la decadencia de la sociedad y el fracaso de los hombres. El que las mujeres se interesen por su defensa por lo general quiere decir que un invasor aterrador amenaza a la sociedad, o que dentro del orden social los hombres están dejando de funcionar como hombres. El poder matriarcal entonces se desarrolla como sustituto de un orden-ley normal.

LA SOCIEDAD MATRIARCAL ENTONCES ES LA SOCIEDAD DECADENTE O EN RUINAS.

El carácter fuertemente matriarcal de la vida de los negros se debe al fracaso moral de los hombres negros, al no ser responsables, al no sostener a la familia y ejercer autoridad.
Lo mismo es cierto de las tribus aborígenes estadounidenses, que también hoy día son matriarcales. En tales sociedades, las mujeres proveen una porción considerable de los ingresos de la familia debido a que el abandono moral de los hombres lo hace necesario. Un elemento fuertemente permisivo predomina en la educación de los hijos, y el fracaso moral del varón se trasmite a la siguiente generación.
La misma tendencia hacia una sociedad matriarcal es evidente en la cultura occidental hoy. Se debe recalcar que, contrario a la opinión popular, una sociedad matriarcal no es una sociedad en la cual gobiernan las mujeres, sino una sociedad en la que los hombres no ejercen su dominio, y las mujeres se ven frente a una doble responsabilidad. Deben hacer su propio trabajo, y encima de eso trabajar para conjurar la anarquía producida por el fracaso moral del hombre. En una sociedad matriarcal, a las mujeres las sobrecargan, no las promueven; las penalizan, y no las recompensan.
Los principios del orden de familia cristiano los bosquejó en 1840 Matthew Sorin:

LOS DEBERES QUE BROTAN DE LA RELACIÓN (DEL MATRIMONIO)

1. CARIÑO MUTUO.

Según el orden y la constitución del gobierno divino, el hombre fue nombrado para gobernar los asuntos de esta vida. Es su prerrogativa tener las riendas del gobierno doméstico, y de dirigir el interés de la familia, a fin de llevarlos a una terminación feliz y honorable. Este nombramiento de Dios se inició en el orden de la creación; y se manifestó propiamente en el orden de la caída.
Pero con todo, así como es derecho del esposo gobernar, también es su obligación gobernar con moderación y amor; amar a su esposa «así como Cristo amó a la iglesia» Ef 5: 25. Y también, la esposa no debe ofrecer la obediencia a regañadientes de un espíritu poco amable, sino el servicio alegre de una mente gozosa, «para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas». 1ª Pedro 3: 1-5.

2. CONFIANZA MUTUA.

Nada es ni puede ser de mayor importancia que esto para mantener el amor conyugal en ejercicio activo y enérgico. Destruir la confianza es quitar los cimientos de todo lo que es excelente o valioso en el círculo familiar.

3. ATENCIÓN Y RESPETO MUTUOS.

No la rutina sin sentido de las atenciones ceremoniosas que, en ciertas ocasiones, se apiñan en el círculo familiar, al parecer más para complacer al que observa que para expresar los sinceros sentimientos del alma. Hablamos de ese simple, natural e impremeditado gesto de respeto y atención que el amor sincero inspira.

4. AYUDA MUTUA.

La primera mujer le fue dada al hombre, no para que viva del trabajo del hombre, ni para que trabaje para ganarse la vida; fue diseñada para que sea una con él, participante lo mismo en sus tristezas que en sus alegrías, ayuda idónea para él. Hay una ayuda triple que los casados se deben uno al otro, y que brindan interés y gozo al círculo familiar.
1. Hay la ayuda para promover los intereses temporales de la familia.
2. Otra vez, hay la ayuda mutua en el mantenimiento del orden; en la educación y gobierno de los hijos.
Los derechos de los padres sobre sus hijos son iguales. Si esos hijos son honorables y prósperos en el mundo, es felicidad de ambos. Si son pródigos y viciosos, no es más desdicha de uno que del otro.
Es, por tanto, un deber evidente en sí mismo, y obligatorio de la manera más solemne para los padres, contribuir con su destreza, influencia y autoridad unidas para «instruir a sus hijos en su camino».
3. Hay también una ayuda mutua en la promoción del bienestar espiritual de ambos.
Además de estos conceptos generales, podemos aquí, con propiedad, notar algunos otros deberes especiales que esposo y esposa se deben mutuamente.
Se requiere que las mujeres muestren un espíritu de subordinación, y que obedezcan a su esposo (Ef 5: 22). Pero también se requiere del esposo que ame y proteja a su esposa (que cultive por ella el afecto más tierno), que la proteja según su poder (en su persona, salud, propiedad y reputación).
Todo lo que tiene que ver con la comodidad de ella se debe conceder hasta donde esté a su alcance y con una mente dispuesta y alegre. «Debe amar a su esposa así como Cristo amó a la iglesia» (Ef. 5: 25). Se requiere de la esposa que reverencie a su esposo, no como ser superior, sino como su superior en el mundo hogareño; y, por consiguiente, que no usurpe la autoridad del hombre, «porque Adán fue formado primero, y después Eva» (1ª Ti 2:14).
También es imperativo que el esposo no se ridiculice ni se haga despreciable a los ojos de su esposa con indecencia en sus palabras o relaciones viles y triviales. Debe mantener su lugar, no mediante poder físico o fuerza bruta, sino por la excelencia de su ejemplo y el desarrollo mental, la superioridad moral y el mejor tacto en el manejo de los asuntos que es razonable esperar de sus relaciones, y que en la mayoría de los casos asegurará una sumisión dispuesta y alegre a su autoridad (1ª P 3: 3-7).
De nuevo, como es deber de la mujer cuidar de la casa y no abandonarla como un espíritu desdichado que busca descanso y no lo halla (Tit 2: 5), de la manera más incuestionable es obligación del esposo hacer de ese hogar lo más interesante y alegre posible.
Las afirmaciones de Sorin se citan, no porque sean destacadas o desusadamente buenas para interpretar las Escrituras, sino porque reflejan la fe y práctica de los Estados Unidos cristiano en la década de 1840. Como Bote señaló:
El libro es valioso no solo porque da consejo característico sino también porque describe la vida del hogar estadounidense a nivel de clase media. Sorin había nacido en el extranjero y así que nos observa más detenidamente, dando menos por sentado en cuanto nosotros de lo que lo haría un nativo de nuestro país. Pide disculpas por lo inadecuado del libro, diciendo que pudiera haber sido escrito mejor «por alguien especialmente adaptado a los principios y hábitos de la sociedad de este país», pero es demasiado modesto.

SU OBJETIVIDAD ES RESPALDADA POR UNA LUCIDEZ CONSIDERABLE.

Es precisamente en contra del orden de familia descrito por Sorin que se dirige mucha de la actividad vanguardista. La permisividad ataca directamente a la autoridad paterna, y, tanto en el hogar como en las escuelas es un concepto revolucionario.
Lo pertinaz de la permisividad previene el crecimiento de la autodisciplina.
Muchos ven la falta de autodisciplina como la causa de la delincuencia juvenil actual. Esta delincuencia brota de «una falta de autodisciplina, y un grado de egoísmo que es increíble para los adultos que respetan los derechos de otros y piensan en otros antes de actuar». Blaine añade:
La autodisciplina no crece como Topsy, sino que es el resultado de un proceso de construcción en dos etapas en el cual los padres son los impulsores primarios. La iglesia, la escuela, los amigos y los héroes juegan una parte, también, pero es en el hogar en donde se pone la piedra angular.
La falta de autodisciplina lleva al engreimiento. Sin tener un criterio de juicio autoritativo aparte de sí mismos, los jóvenes que se crían permisivamente no tiene ningún criterio válido de autoevaluación. En otras eras, los adolescentes han tenido adultos, y los hombres de veinte y treinta han sido emprendedores.
La juventud de los hombres en la Convención Constitucional de los Estados Unidos es evidencia de la madurez temprana y capacidad temprana para la acción y progreso disciplinados de los hombres de esa época. Pero esa madurez iba mano a mano con responsabilidad e independencia, sostenimiento propio y autodisciplina: era un todo natural y unificado.
La adolescencia permisiva exige: «Óigannos», y aduce madurez en términos de crecimiento físico sin ninguna madurez de acción y mente que la acompañe. El resultado es un engreimiento basado en el estándar humanístico de su condición de un ser humano, una persona. Esta inmadurez interna radical lleva a la delincuencia juvenil, a la criminalidad adulta y a una tasa más alta de divorcio y de hijos ilegítimos.
Como ya se ha indicado, este engreimiento del hombre como hombre destruye todos los estándares excepto el de humanidad. Por, cuando unos estudiantes visitaron la antigua Unión Soviética, no vieron la naturaleza esencial de ese orden, porque no tenían otro criterio de juicio excepto la ideología humanística. Concluyeron:
Las personas son personas, sin que importe a cuál lado de la Cortina de Hierro llaman su patria. Eso, por lo menos, parece ser el descubrimiento que hizo un grupo de 16 estudiantes del Valle y sus maestros-dirigentes después de volver de una gira de estudio de seis semanas por la Unión Soviética.
¡Este «descubrimiento» podrían haberlo hecho sin viajar a la Unión Soviética! Pero, cuando el único estándar es el hombre, cuando se halla que otros también son hombres, miembros por igual de la humanidad, la coexistencia es una necesidad moral. No se piensa en el carácter moral de los hombres, porque no se reconoce ninguna ley aparte del hombre. Por tanto, un asunto importante de liberación golpea contra toda «autoridad ilegítima», contra cualquier concepto de ley trascendental.
Con mucha razón, los escritores ven como enemigo todo concepto de ley que tiene a Dios agazapado detrás. Lo inmoral para ellos es lo «deshumanizante», o sea, cualquier cosa y toda cosa que limite al hombre. Puesto que todo hombre es su propio soberano y ley bajo este concepto humanística, Paul Goodman comenta: «Tal vez “soberanía” y “ley” en cualquier sentido estadounidense, son conceptos obsoletos». Este anarquismo hay ido tan lejos que «una corte militar de los Estados Unidos decretó que la objeción de conciencia es una defensa válida para la acusación de estar ausente sin licencia».
El caso tenía que ver con un soldado que debía llenar de combustible los aviones a reacción y que estuvo «ausente de su puesto sin licencia durante 41 días». Este anarquismo es un rasgo por igual de jóvenes y viejos; los jóvenes solo están llevando el anarquismo de su día un paso más allá. Un ejemplo absurdo del anarquismo de los padres es el caso de una mujer, separada de su esposo por seis años, que todavía quiere celebrar el 25º aniversario de bodas con una gran fiesta.
Este anarquismo erosiona a la familia y su autoridad en toda época. Reduce al padre a un cero a la izquierda, y le da a la madre la carga imposible de ser la familia para los hijos. El alcance hasta donde ha llegado esta desaparición legal y abdicación personal del padre se ilustra fácilmente.
Mientras que el padre como fuente de autoridad en un tiempo solía tener la custodia de los hijos en un divorcio, hoy solo en seis estados (Alaska, Georgia, Luisiana, Carolina del Norte, Oklahoma y Texas, «se continúa declarando al padre como “el guardián natural preferido”»). Incluso más reveladora es la ley israelí que niega la nacionalidad judía a todo judío cuya madre no sea judía, porque los hijos en esta ley se clasifican en términos de su madre, y no de su padre.

TODO ESTO ES EROSIÓN, Y ES MUY REAL. PERO TAMBIÉN HAY PRESENTE UN ASALTO LEGAL.

Desde dentro la iglesia viene la demanda de «un genuino pluralismo de conducta sexual», que se nos dice «con certeza tendrá lugar en dos aspectos principales».
Primero, habrá «la disolución del concepto de que el sexo y el matrimonio están inextricable y exclusivamente ligados». Segundo, habrá la gradual aceptación social, si acaso no la legalización, de la bigamia (o poligamia) y la poliandria. En la próxima década o dos tal bigamia con probabilidad se parecerá al antiguo patrón de tías solteras viviendo con la familia.
La aceptación social de tal «bigamia de ley común» bien puede ser la única manera de iniciar los cambios requeridos. Los psicólogos preocupados por la salud mental de las personas mayores han recomendado la legalización de la bigamia para personas mayores de sesenta años. La iglesia, por supuesto, guarda silencio hasta aquí.
No tiene planes reales para los envejecientes, ni para los solteros involuntarios.
Esperemos que no aguardará demasiado antes de siquiera considerar los méritos de la poligamia (y poliandria) para atender las necesidades de millones de personas para las cuales no hay ninguna otra esperanza que ofrecer.
Pero esto no es nada comparado con las opiniones de un médico suizo, que quiere no solo derechos legales iguales sino subsidios legales especiales para los que practican incesto, exhibicionismo, pedofilia, saliromanía, algolagnia, homosexualidad, escofilia, y otras perversiones sexuales. El sistema de Ullerstam es hostil al orden-ley cristiano y castigaría salvajemente el orden-ley marital cristiano.
Aparte de estas propuestas teóricas, los pasos legales son bastante serios. En país tras país hay movimientos para legalizar las uniones homosexuales; las leyes contra la homosexualidad se han abandonado extensamente, así que existe una legalidad tácita. Otras perversiones también de manera similar se dejan sin que se haga nada. Las salvaguardas legales de la familia se eliminan cada vez más, así que de nuevo la sociedad está amenazada por la anarquía de un estado antifamiliar de iniquidad legalizada.
A nombre de la igualdad de derechos, a las mujeres se les despoja de la protección de la familia y no se les da lugar excepto la competición perversa de un mercado sexual en el cual lo chocante, la perversión, la desviación y la agresión cada vez más exigen una prima. Las mujeres que ganan con la igualdad de derechos son las que a todas luces son hostiles a la ley cristiana.
La ley, se debe recordar, es guerra contra lo que se define como mal y una protección de lo que se considera bueno. En la estructura-ley en desarrollo de la ideología humanística, se libra implícitamente una guerra contra los padres y la familia como malos, y se extiende protección a los pervertidos y delincuentes bajo la presuposición de que sus «derechos» necesitan protección.

8. LA SAGRADA FAMILIA

No es accidente que Jesucristo, la segunda persona de la Trinidad, también fue miembro de una familia humana. La encarnación fue una realidad, y básico para su realidad fue la natividad de Jesús en una familia hebrea como heredero de linaje real. Cristo nació en cumplimiento de la profecía, y en términos de las leyes básicas de la familia.
Varios aspectos de este hecho son evidentes de inmediato. Primero, Jesucristo nació como heredero del trono de David, y en cumplimiento de las promesas respecto al significado futuro de ese trono. En 2ª Samuel 7: 12 Dios le declaró a David: «Y cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus padres, yo levantaré después de ti a uno de tu linaje, el cual procederá de tus entrañas, y afirmaré su reino». Esta promesa se celebra en el Salmo 89 y el Salmo 132. Este reino del Mesías o Cristo es «su reino» (2ª S 7: 12), y se define en términos Suyos.
Segundo, el reino de Cristo es restauración de la autoridad, ley y orden. Como se promete en Isaías a los fieles, «restauraré tus jueces como al principio, y tus consejeros como eran antes; entonces te llamarán Ciudad de justicia, Ciudad fiel» (Is 1: 26). Puesto que en Sinaí se estableció a los jueces o autoridades (o como resultado de Sinaí), la ley de Dios será restablecida como resultado del nuevo Sinaí, el Gólgota, por el Moisés mayor, Jesucristo.
Por consiguiente, del Mesías se habla como aquel en quien y bajo quien la ley y el orden se llevan a cumplimiento. Él es el «Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre» (Is 9: 6, 7). También se nos dice de este Renuevo de la raíz de Isaí que «juzgará con justicia a los pobres, y argüirá con equidad por los mansos de la tierra» (Is 11: 4).
Él vendrá para traer justicia y «matará al impío» (Is 11: 4), para restaurar el paraíso, a fin de que, figuradamente hablando, el lobo y el cordero moren juntos (Is 11: 6, 9), y la tierra sea restaurada a una mayor fertilidad y bendición: «Se alegrarán el desierto y la soledad; el yermo se gozará y florecerá como la rosa» (Is 35: 1).
Tercero, el reino de Cristo no está limitado, como el de David, a Canaán: cubre toda la tierra. Cristo dijo a los discípulos: «Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad» (Mt 5:5). San Pablo dijo: «Porque no por la ley fue dada a Abraham o a su descendencia la promesa de que sería heredero del mundo, sino por la justicia de la fe» (Ro 4: 13). Esta importante declaración significa, según Hodge:
La palabra heredero, en las Escrituras, frecuentemente quiere decir poseedor seguro. Heb 1: 2; 6: 17; 11:7s. Este uso de los términos probablemente surgió del hecho de que entre los judíos la posesión por herencia era mucho más segura y permanente que la obtenida por compra.
La promesa no fue para Abraham, ni para su simiente o sea, ni para uno ni para otro. Ambos estuvieron incluidos en la promesa. Y su simiente no se refiere aquí a Cristo, como en Gá 3:16, sino a sus hijos espirituales.
La segunda mitad del versículo, como Murray lo señala, hablando de Romanos 4:13 en relación a 4: 16, 17, deja en claro el significado de la ley y la fe con respecto a los herederos. Los verdaderos herederos lo son por fe:
Y estos versículos también establecen que no son los descendientes naturales de Abraham, sino todos, tanto de la circuncisión como de la incircuncisión, los que son «de la fe de Abraham» (v. 16). La «promesa» por lo tanto se da a todos los que creen y todos los que creen son simiente de Abraham.
Los verdaderos herederos de Abraham no son por sangre o ley, sino los que participan de la fe de Abraham. Estos reciben su herencia del Rey, Jesucristo. «Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa» (Gá 3: 29).
Algunos tratan de negar el reinado de Cristo sobre la tierra citando Juan 18: 36: «Mi reino no es de este mundo». Pocos versículos son más mal interpretados. Como Wescott señaló, «sin embargo él en efecto afirmó tener soberanía, soberanía de la cual la fuente y el manantial no eran de la tierra sino del cielo».
«Mi reino no es de este mundo» quiere decir que «no deriva sus orígenes ni su sostenimiento de fuentes terrenales»6. En otras palabras, el reino de Cristo no se deriva de este mundo, porque es de Dios y está por encima del mundo.
Cuarto, Cristo por su nacimiento virginal fue una nueva creación, un nuevo Adán; como Adán un milagro, una creación directamente de Dios; pero, a diferencia de Adán, quien no tenía ningún enlace a ninguna humanidad previa, Cristo estuvo ligado a la vieja humanidad por su nacimiento de María.
San Lucas citó a Adán y a Jesús como «el hijo de Dios» (Lc 1: 34, 35; 3: 38). Cristo es pues «el segundo hombre» o «el postrer Adán» (1ª Co 15: 45-47); el manantial de una nueva humanidad.
Por su nacimiento de Dios, y de la virgen María, Jesucristo es la cabeza de la nueva raza, como el nuevo Adán, para proveerle a la tierra de una nueva simiente para reemplazar a la antigua raza adámica.
El primer Adán fue tentado en el paraíso y cayó. El nuevo Adán fue tentado en el desierto adánico y empezó allí la restauración del paraíso: él «estaba con las fieras; y los ángeles le servían» (Mr 1: 13). «El segundo hombre» restauró la comunión con los ángeles del cielo y los animales de la tierra. Como el verdadero Adán, ejerció dominio (Gn 1: 28), y como el Señor de la tierra emitió su ley en el monte, confirmando la ley que anteriormente había dado por medio de Moisés (Mt 5:1—7:29).
En el mundo antiguo el rey era el legislador, y un legislador era o el rey o un agente del rey, como en el caso de Moisés. Jesús, al declarar en el sermón del monte «Yo les digo», declaró ser el Rey, y por su Gran Comisión, dejó en claro que era rey de toda la tierra (Mt 28:18-19).
Quinto, Jesucristo, como Rey de la tierra, tiene derecho de dominio. Esto quiere decir que ataca y derrota a todos los que niegan su dominio. Como Dios declaró: «A ruina, a ruina, a ruina lo reduciré, y esto no será más, hasta que venga aquel cuyo es el derecho, y yo se lo entregaré» (Ez 21:27). Este derrocamiento de sus enemigos continúa hoy (He 12:25-29).
Sexto, Jesucristo nació bajo la ley y a la ley, para cumplir la ley. Este cumplimiento empezó desde su nacimiento, por su membrecía en la sagrada familia, en la que, como hijo consciente de sus deberes, guardó el quinto mandamiento todos sus días. Como heredero legal de un trono, se apropió de las promesas de Dios, y, como rey legal de la tierra, está en el proceso de desposeer a todos los falsos herederos y a todos los enemigos.
Séptimo, Jesucristo obedeció la ley de la familia. Como hijo consciente de sus deberes, desde la cruz hizo arreglos para el cuidado de su madre. Entregó a Juan a María como su nuevo hijo para que la cuidara. Pero el nuevo «hijo» que Cristo le dio a María fue en términos de la familia de la fe (Jn 19:25-27), así que Cristo indicó que la verdadera condición de heredero (porque el heredero hereda responsabilidades) es más por fe que por sangre.
Este principio ya lo había declarado anteriormente en referencia a su madre y hermanos. Cuando las dudas de estos los llevaron a una posición de temor con respecto al llamamiento de Jesús, este declaró que su verdadera familia es «todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mt 12:49-50). Con eso no rechazaba su responsabilidad en cuanto a su madre, y de su cuidado se preocupó al morir.
En la sagrada familia, por consiguiente, se ejemplifica con toda claridad la ley bíblica de la familia. Sobre todo en su condición de heredero, Jesús demostró la responsabilidad del heredero. Como heredero de una familia, cumplió sus responsabilidades de familia; como heredero a un trono, cumplió sus obligaciones de realeza; y como heredero de un manto racial como el segundo Adán, cumplió sus deberes para con la raza. Por tanto, demostró que la condición de heredero es una responsabilidad.

9. LA LIMITACIÓN DE LA AUTORIDAD DEL HOMBRE

El problema de la autoridad es básico a la naturaleza de cualquier sociedad. Si se destroza su doctrina de autoridad, una sociedad colapsa, o si no la mantiene unida solo el error total. Ha llegado a ser común de parte de los eruditos evadir el hecho de que la autoridad es algo religioso; el dios o poder supremo de cualquier sistema es también la autoridad y legislador de ese sistema. Iverach, en línea con la evasión humanística de la naturaleza de la autoridad, empezó su análisis diciendo que «la palabra “autoridad”, según se usa en el lenguaje ordinario, siempre implica cierta coerción.
El significado más común es el de poder para imponer obediencia». Esto es por cierto verdad hasta donde ahí, pero es falso por direccional mala orientación de su énfasis. Es como definir a un hombre como una criatura que en su mayor parte es lampiño, tiene un pulgar y camina erecto; técnicamente, esta definición es correcta; en la práctica, no nos ha dicho nada, y ha evadido los hechos centrales respecto al hombre. Iverach reconoció esta limitación, y por consiguiente llevó el argumento, paso a paso, a la conclusión de que «toda autoridad es en última instancia autoridad divina.
Esto es cierto lo mismo si consideremos al mundo desde un punto de vista teísta o de un punto de vista panteísta». Puesto que el punto de partida de toda autoridad es religioso, el punto de partida de todo debate en cuanto a la autoridad debe ser religioso. Dios no es el eslabón final en la autoridad sino el alfa y omega de toda autoridad.
Toda autoridad es en esencia autoridad religiosa; la naturaleza de la autoridad depende de la naturaleza de la religión. Si la religión es bíblica, la autoridad en todo punto es la autoridad inmediata o mediata del Dios trino. Si la religión es humanística, la autoridad es en todas partes implícita o explícitamente la conciencia autónoma del hombre. Los hombres obedecen la autoridad en bases religiosas, o la desobedecen en bases religiosas. Adán y Eva no fueron menos religiosos en su desobediencia que en su obediencia.
Cuando dieron por sentado que el hombre es autónomo y que tiene la libertad de decisión con respecto a la ley de Dios, y la libertad para determinar lo que debe ser ley, tomaron una decisión moral y también religiosa, y luego actuaron en obediencia a sus nuevas presuposiciones religiosas. La desobediencia a la autoridad existente quiere decir que se tiene en la vista a una nueva autoridad.
El irrespeto de desobediencia es un desafío religioso a la autoridad; es la negación de esa autoridad a nombre de otra. Cuando un hijo desafía a sus padres, diciendo: «No quiero, y no voy a hacerlo», remplaza la autoridad paterna, y religiosa, con su propia voluntad; opone sus propias demandas por autonomía e independencia moral en contra de las afirmaciones de Dios en su palabra y a sus padres en su persona. Si el hijo obedece solo por miedo, con todo es una obediencia religiosa, en que el poder, o castigo, es la fuerza motivadora religiosa de su vida. Las religiones varían, pero el hecho de que la autoridad es religiosa sigue constante.
La autoridad es poder legítimo; es dominio y jurisdicción. Los hombres responden a la autoridad reconocida; se resisten a obedecer a las autoridades que no reconocen como tales. Los principales sacerdotes y ancianos del pueblo le hicieron una pregunta válida a Jesús, pero por razones erradas, y sin querer reconocer cuál era su doctrina de autoridad.
Pero la pregunta siguió en pie: «¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿Quién te dio esta autoridad?» (Mt 21: 23). Ya habían visto cuál era la autoridad declarada de Jesús, y habían observado: «Tú, siendo hombre, te haces Dios» (Jn 10: 33). Jesús basaba su autoridad en su Padre, y en sí mismo como Dios encarnado.

SIN UNA DOCTRINA DE AUTORIDAD VÁLIDA, NINGÚN ORDEN SUBSISTE.

Apelar al sentimiento o la gratitud es fútil; o una doctrina religiosa de la autoridad obliga al hombre, o este no está obligado, excepto por placer o conveniencia, lo cual no es vinculante para nada. Si vamos de nuevo a la instrucción moral egipcia encontraremos ejemplos de esto, como en las «Instrucciones» de un padre a su hijo:
Dobla el alimento que le das a tu madre, cuídala así como ella te cuidó. Ella tuvo una carga pesada en ti, pero no me la dejó a mí. Después que naciste ella siguió sintiendo el peso tuyo; sus pechos estuvieron en tu boca por tres años, y aunque tu porquería era nauseabunda, su corazón no se disgustaba.
Cuando tomes una esposa, recuerda cómo tu madre te dio a luz, y también te crió; no permitas que tu esposa te eche la culpa, ni hagas que levante sus manos al dios.
Considere también las palabras de Ptahhotep, de la cuarta dinastía:
Si eres hombre de posición, debes fundar una familia y amar a tu esposa en casa, como es debido. Llénale el vientre, y pon vestido sobre su espalda; el ungüento es la receta para el cuerpo de ella. Alegra su corazón, porque ella es campo lucrativo para su señor.
Estas palabras son hermosas y conmovedoras, y el sentimiento moral es digno de elogio pero inútil. Apela al sentimiento, y no a una ley moral absoluta. No hay aquí ninguna autoridad religiosa o moral que sostenga a la familia y proteja a la madre y esposa, ni tampoco hay una autoridad civil para imponer esa ley religiosa; el bienestar de la madre y de la esposa se dejan al parecer del individuo, y por tanto la apelación es un esfuerzo inútil por tirar de las cuerdas de corazón; es una apelación sin autoridad.
Si una doctrina de autoridad encierra contradicciones, está destinada a desbaratarse a la larga conforme las diversas hebras luchan una contra otra. Esta ha sido una parte continua de las varias crisis de la civilización occidental. Debido a que se han hecho acomodos entre la doctrina bíblica de la autoridad y el humanismo grecorromano, las tensiones de autoridad han sido agudas y amargas. Como Clark escribió, con referencia a la autoridad en los Estados Unidos de América:
Es una doctrina de la ley mosaica y la ley cristiana que los gobiernos son ordenados divinamente y derivan su poder de Dios. En el Antiguo Testamento se afirma que «de Dios es el poder» (Sal 62: 11) que Dios «quita reyes, y pone reyes» (Dn 2: 21) y que «el Altísimo tiene el dominio en el reino de los hombres, y lo da a quien él quiere» (Dn 4: 32). De modo similar, en el Nuevo Testamento se afirma que «no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas» (Ro 13:1).
En la ley romana se consideraba originalmente que el poder del emperador le había sido conferido por el pueblo, pero cuando Roma se hizo un estado cristiano su poder se consideró procedente de Dios. En los Estados
Unidos también se ha reconocido a Dios como la fuente del gobierno, aunque es pensamiento común que en un gobierno republicano o democrático «todo poder es inherente en el pueblo».
Al principio en los Estados Unidos de América no había duda, cualquiera que fuera la forma del gobierno civil, de que toda autoridad legítima se derivaba de Dios. La influencia de la tradición clásica revivió la autoridad del pueblo, que históricamente es a la vez compatible con la monarquía, la oligarquía, la dictadura o la democracia, pero no es compatible con la doctrina de la autoridad de Dios.
Como resultado, en los Estados Unidos progresivamente la autoridad del nuevo dios, el pueblo, ha desplazado a la autoridad de Dios. Cuando se invoca a Dios, se le ve como alguien que se postra ante el pueblo, como un Dios que anhela democracia.
Esto no es menos cierto en otras partes. En Inglaterra, la reina Elizabeth II, en su mensaje de Navidad de 1968, declaró: «El mensaje esencial de Navidad es todavía que todos pertenecemos a la gran hermandad del hombre. Si verdaderamente creemos que la hermandad del hombre tiene un valor para el futuro del mundo, procuraremos respaldar las organizaciones internacionales que promueven el entendimiento entre los pueblos y naciones».
A Cristo, que vino a dividir a los hombres en términos de sí mismo, la reina lo ve como uno que vino a unir a los hombres en términos de la humanidad. Los marxistas, debido a que carecen de esta posición esquizofrénica e hipócrita, suelen funcionar más vigorosa y sistemáticamente. La autoridad marxista es rigurosamente humanística y la impone mediante un terror total sin ambages.
Bajo una doctrina bíblica de autoridad, debido a que «las [autoridades] que hay, por Dios han sido establecidas» (Ro 13: 1), toda autoridad, sea en el hogar, la escuela, el estado, la iglesia, o cualquier otra esfera, es autoridad subordinada y está bajo Dios y sujeta su palabra. Esto quiere decir, primero, que toda obediencia está sujeta a una obediencia previa a Dios y a su palabra, porque «Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5: 29; 4: 19).
Aunque específicamente se ordena la obediencia civil (Mt 23: 2, 3; Ro 13: 1-5; Tit 3:1; He 13: 7, 17; 1ª P 2: 13- 16; Mt 22: 21; Mr 12: 17; Lc 20: 25, etc.), es evidente también que el requisito previo de obediencia a Dios debe prevalecer. Por eso los apóstoles tenían órdenes de su Rey de proclamar el evangelio, y por consiguiente se rehusaron a que las autoridades políticas les impusieran silencio (Hch 4: 18; 5: 29; 1ª Mac 2: 22).
Segundo, toda autoridad en la tierra, por estar bajo Dios y no ser Dios, es por naturaleza y necesidad autoridad limitada. Esta naturaleza limitada de toda autoridad subordinada se explica contundentemente en una serie de leyes, de las cuales una interesante es Deuteronomio 25: 1-3: Si hubiere pleito entre algunos, y acudieren al tribunal para que los jueces los juzguen, éstos absolverán al justo, y condenarán al culpable.
Y si el delincuente mereciere ser azotado, entonces el juez le hará echar en tierra, y le hará azotar en su presencia; según su delito será el número de azotes. Se podrá dar cuarenta azotes, no más; no sea que, si lo hirieren con muchos azotes más que éstos, se sienta tu hermano envilecido delante de tus ojos.
Wright observó, de la última frase:
Aplicarle a un hombre el castigo debido por su transgresión no era deshonrarlo como israelita, pero azotarlo indiscriminadamente en público era tratarle como un animal antes que con el respeto debido a un semejante.
Este punto es importante. Puesto que la ley bíblica no permitía en tiempos de obediencia el crecimiento de una clase de criminales profesionales y delincuentes incorregibles, «el delincuente» no es un criminal depravado sino un ciudadano y prójimo pecador. Se le somete al castigo y es restaurado a la comunidad; no se le envilece, ni se le degrada, ni se le trata a la ligera, a los ojos de la comunidad o las autoridades mediante el castigo.
Es más, en una fecha posterior, según Waller, el castigo «se infligía en la sinagoga, y la ley se leía mientras tanto de Deuteronomio 28:58, 59, con uno o dos pasajes más». La lectura de Deuteronomio 28:58, 59, es importante, declaraba que el castigo cumplía el requisito de Dios y evitaba el castigo de Dios, porque «si no cuidares de poner por obra todas las palabras de esta ley entonces Jehová aumentará [extraordinariamente] tus plagas».

ESTO TRAE A ENFOQUE UN ASPECTO SIGNIFICATIVO DE LA INTENCIÓN DE LA LEY.

Al exigir la pena capital para delincuentes incorregibles, la ley eliminaba a los enemigos de la sociedad santa, los purgaba de la sociedad. Este es el lado de matar de la ley. Por otro lado, al exigir restitución de otros ofensores significativos, y el castigo corporal (los azotes) aplicado a otros ofensores menores, la ley servía para restaurar al hombre a la sociedad, para limpiar y sanar. El que hacía restitución, o que recibía los azotes, había pagado su deuda a la persona ofendida y a la sociedad y era restaurado a la ciudadanía. La lectura de Deuteronomio 28:58, 59 tenía en mente evitar el castigo destructor de Dios mediante la aplicación del castigo sanador de Dios.
Donde la ley trata de sanar sin matar, mata. El cirujano debe extraer un órgano irremediablemente enfermo para salvar el cuerpo, para sanarlo de su infección.
Pero un dedo moderadamente infectado no se corta; se purga de la infección a fin de mantenerlo como parte funcional del cuerpo. Al matar o sanar, la autoridad del gobierno civil está estrictamente gobernada y limitada por la palabra de Dios.
La autoridad de los jueces, pues, es limitada; un máximo de cuarenta azotes, a fin de no poner distancia entre el juez y el pueblo, a fin de que el ciudadano pecador no se vuelva súbdito del juez en lugar de que ambos juntos sean súbditos de Dios el Rey. El castigo siempre está sujeto a la ley de Dios; la sentencia normal es restitución; en causas menores de controversia personal, era castigo corporal, azotes.
La clase de ofensa que cubría el castigo corporal es, entre otras, la de Levítico 19:14: «No maldecirás al sordo, y delante del ciego no pondrás tropiezo, sino que tendrás temor de tu Dios. Yo Jehová». Según Ginsburg, «el término sordo también incluye al ausente, y por consiguiente fuera del alcance del oído». Todavía más, Según la administración de la ley durante el segundo templo, esta prohibición estaba dirigida contra todo tipo de maldiciones. Porque, decían, si maldecir a quien no puede oír, y que, por consiguiente, no puede afligirse, está prohibido, cuanto mucho más está prohibido maldecir al que oye, y que se enfurecerá a la vez que se afligirá por eso.
Delante del ciego no pondrás tropiezo. En Dt 27: 18 se pronuncia una maldición sobre los que hacen descarriar al ciego. Ayudar a los que padecían de esta aflicción siempre se consideraba un acto meritorio. De aquí que entre los servicios benevolentes que Job rendía a sus vecinos, dice: «Yo era ojos al ciego» (Job 29: 15). Según la interpretación que se obtiene en el tiempo de Cristo, esto se debía entender en sentido figurado. Prohíbe la imposición sobre el ignorante, y dirigir erradamente a los que buscan consejo, haciéndoles así caer. El apóstol aboga por una delicadeza similar para el débil: «Más bien decidid no poner tropiezo u ocasión de caer al hermano» (Ro 14:13).
Tercero, la ley afirma la supremacía de la palabra-ley escrita de Dios. La autoridad del hombre está bajo Dios y es limitada; la autoridad de Dios es ilimitada. Los hombres no tienen derecho de interpretar la voluntad de Dios según sus deseos y antojos; la voluntad de Dios para el hombre se declara en su palabra ley. La forma del orden civil puede variar: puede ser una comunidad gobernada por jueces o gobernadores (Dt 17: 8-13), o una monarquía (Dt 17: 14-20), pero la supremacía de la ley y autoridad de Dios permanece.
La única autoridad en cualquier esfera de gobierno, hogar, iglesia, estado, escuela u otra es la palabra escrita de Dios (Dt 17:9-11). Esta palabra-ley se debe aplicar a las diversas condiciones del hombre y a los diversos contextos sociales. «La palabra escrita es la cadena que sujeta. Tampoco la relación variante entre la autoridad ejecutiva y legislativa altera el principio».
Al que rehusaba reconocer la autoridad de la palabra-ley de Dios sobre sí mismo cuando se había dado el veredicto, se ejecutaba, porque así «quitarás el mal de en medio de Israel» o lo purgarás de la tierra (Dt 17: 12, 13).
Si un rey gobernaba, debía ser:
(a) un individuo del pueblo del pacto, o sea, un hombre de fe, porque el pacto requiere fe;
(b) no debía «aumentar caballos», o sea, instrumentos de guerra agresiva antes que defensiva, ni «tomar muchas mujeres» (poligamia), y «ni plata ni oro amontonará para sí en abundancia», porque su propósito debe ser la prosperidad del pueblo bajo Dios antes que su propia riqueza; un estado rico quiere decir un pueblo pobre;
(c) el rey debe tener, leer y estudiar la palabra-ley de Dios «todos los días de su vida, para que aprenda a temer a Jehová su Dios, para guardar todas las palabras de esta ley y estos estatutos, para ponerlos por obra»; y
(d) el propósito de su estudio no es solo promover el orden ley de Dios sino también «para que no se eleve su corazón sobre sus hermanos» (Dt 17: 14-20).
Jesucristo, como verdadero Rey, vino para cumplir la palabra-ley de Dios y establecer el dominio de Dios. «He aquí, vengo; En el rollo del libro está escrito de mí; El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, Y tu ley está en medio de mi corazón» (Sal 40:7; He 10:7, 9). Según Wright, escribiendo sobre Deuteronomio 17:14-20, «es imposible imaginarse tal escrito en alguna otra nación del antiguo Cercano Oriente.
El rey era súbdito de la ley divina así como también los demás funcionarios de la nación». Pero en la ley bíblica el rey, el juez, el sacerdote, el padre y las personas están todos bajo la palabra-ley escrita de Dios, y mientras más alto el cargo más importante es la obediencia.
Entonces, cuarto, como ya es evidente, los caprichos personales no pueden pasar por encima de la ley de Dios incluso en lo que tiene que ver con nuestras propiedades. No se puede hacer a un lado a un heredero legítimo y santo a favor de otro hijo, solo porque el padre ame más a otro hijo. Esto se especifica en el caso de un matrimonio polígamo, donde el primogénito pudiera ser hijo de una esposa aborrecida (Dt 21:15-17). En cualquier caso, el padre no está en libertad de usar razones personales y no religiosas como criterio para la herencia. La ley de Dios debe prevalecer. LAS ÚNICAS BASES LEGÍTIMAS DEL DERECHO A LA HEREDAD SON RELIGIOSAS.

Debemos, por consiguiente, concluir que la autoridad no es solo un concepto religioso sino también total. Incluye el reconocimiento en toda faceta de nuestra vida del absoluto orden-ley de Dios. El punto de arranque de este reconocimiento es la familia: «Honra a tu padre y a tu madre». De este mandamiento, con su requisito de que los hijos se sometan y obedezcan a la autoridad de sus padres bajo Dios, viene la educación básica y fundamental en la autoridad religiosa. Si se niega la autoridad del hogar, el hombre está en rebelión contra la trama y estructura de la vida, y contra la vida misma. La obediencia, pues, lleva la promesa de la vida.