4. LA TRANSFIGURACIÓN

INTRODUCCIÓN

La relación entre Jesús y Moisés la recalcan los Evangelios. Como Moisés, Jesús da la ley desde el monte. Moisés medió entre Dios e Israel, estableciendo con eso la función del Moisés mayor. La profecía concerniente al Mesías era que sería como Moisés (Dt 18: 18-19). Así como Moisés guió al pueblo de Dios del cautiverio a la libertad, el Moisés mayor conduciría a la raza del pacto de Dios.
La comparación que se hace entre Moisés y Cristo es particularmente clara en los relatos de la transfiguración (Mt 17: 1-9; Mr 9: 2-10; Lc 9: 28-36). En varios puntos se marca la comparación.
Primero, el incidente ocurrió en un monte. La mayoría de comentaristas se preocupan más por identificar el monte que por analizar la significación de un retiro en un monte. La privacidad en otros lugares también habría sido posible. Es obvio, pues, que la selección de un monte invitaba a la comparación con Moisés, y Jesús de manera consciente cumplió la profecía implícita en la tipología. Así como Moisés subió al monte después del primer episodio desastroso para volver con nuevas tablas de la ley y fue transfigurado, Jesús ascendió al monte.
Él ya había dado la ley desde el monte, o sea, su confirmación de la ley en el Sermón del Monte. Ahora, como Moisés, iba a transfigurarse. El Moisés transfigurado dio las instrucciones para construir el tabernáculo; el Cristo transfigurado, que era el verdadero tabernáculo de la presencia de Dios, cumplía todo lo que los sacrificios del antiguo tabernáculo tipificaron. El hecho de que los discípulos tendieran a esperar la restauración literal del poder político de Israel quedó confirmado por la Transfiguración; en el contexto de sus expectativas insistentes, la Transfiguración pareció confirmar su esperanza.
Segundo, Jesús «se transfiguró delante de ellos». Mateo nos dice que «resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz» (Mt 17: 2). Marcos dice que «Y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, como la nieve, tanto que ningún lavador en la tierra los puede hacer tan blancos» (Mr 9: 3), y Lucas dice que «la apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido blanco y resplandeciente» (Lc 9: 29).
La transfiguración de Moisés, pues, se repite y supera.
Y aconteció que descendiendo Moisés del monte Sinaí con las dos tablas del testimonio en su mano, al descender del monte, no sabía Moisés que la piel de su rostro resplandecía, después que hubo hablado con Dios. Y Aarón y todos los hijos de Israel miraron a Moisés, y he aquí la piel de su rostro era resplandeciente; y tuvieron miedo de acercarse a él (Éx 34: 29-30).

Y CUANDO ACABÓ MOISÉS DE HABLAR CON ELLOS, PUSO UN VELO SOBRE SU ROSTRO.

Cuando venía Moisés delante de Jehová para hablar con él, se quitaba el velo hasta que salía; y saliendo, decía a los hijos de Israel lo que le era mandado.
Y al mirar los hijos de Israel el rostro de Moisés, veían que la piel de su rostro era resplandeciente; y volvía Moisés a poner el velo sobre su rostro, hasta que entraba a hablar con Dios (Éx 34: 33-35).
La experiencia de Moisés se repite en el monte para señalar a Jesús como el Moisés mayor.
Tercero, «Y les apareció Elías con Moisés, que hablaban con Jesús» (Mr 9: 4).
En sus personas, la ley y los profetas testificaron del Gran Legislador y el Profeta Supremo.
Hubo obviamente una competencia singular en cada caso. Uno era el gran representante de la Ley, que era un «ayo» o «tutor sirviente» que conducía a los hombres a Cristo; el otro, de toda la compañía santa de profetas. De uno se había dicho que «un profeta como él» vendría en los días postreros (Dt 18: 18), al que los hombres debían oír; del otro, que vendría de nuevo y que haría «volver el corazón de los padres hacia los hijos» (Mal 4: 5).
La conclusión del ministerio de cada uno no fue según «la muerte común de todos los hombres». Nadie conocía el sepulcro de Moisés (Dt 34: 6), y Elías había sido llevado en carro y caballos de fuego (2ª R 2: 11). Los hombres en la mente asociaban a ambos con la gloria del reino de Cristo. El Targum de Jerusalén sobre Éx 13. Relaciona la venida de Moisés con la del Mesías. Otra tradición judía predice su aparición con la de Elías. Su presencia ahora era un testimonio de que la obra de ellos había terminado, y que había venido la de Cristo.
Antes que testificar, sin embargo, que su obra había terminado, de lo cual el texto no da ningún indicio, la presencia de Moisés y Elías con Jesús testifica la unidad de todos ellos. Su obra y ministerio eran una palabra y un ministerio; no se puede hacer ninguna división entre Jesús, la ley y los profetas. Moisés y Elías «aparecieron rodeados de gloria» (Lc 9: 31), y Jesús mismo fue transfigurado y glorificado.

ASÍ QUE LOS TRES REVELAN JUNTOS LA GLORIA DE DIOS.

Cuarto, «hablaban de su partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén» (Lc 9:31), literalmente «el fallecimiento o partida de él». La palabra que se traduce «fallecimiento» en griego es exodon, de donde procede nuestra palabra española «éxodo». La selección de palabras por parte de Lucas no fue accidental. Moisés condujo al pueblo de Dios en su éxodo de Egipto; Elías presenció la apostasía de aquellos y así, implícitamente, el futuro éxodo de la Tierra Prometida.
Jesús estaba por lograr el verdadero éxodo en Jerusalén. Por su muerte expiatoria y resurrección, Jesús conduciría al pueblo de Dios de la tierra de esclavitud a la verdadera libertad. Hebreos 4 desarrolló este mismo argumento al contrastar a Josué y Jesús conforme cada uno condujo al pueblo de Dios a su sabbat o reposo.
El énfasis aquí recae en el éxodo que se cumpliría en Jerusalén, y no en la visión misma. Por lo tanto, cuando Pedro trató de concentrarse en el hecho de la visión antes que en su llamado a la acción en la historia, se descartó su declaración (Lc 9: 33).
Nixon llamó la atención al uso extenso del tema del éxodo en el Nuevo Testamento.
Unos pocos de los muchos eventos que se citan son el bautismo de Jesús en que ofició Juan, una «representación sacramental del éxodo histórico de Israel y, al mismo tiempo, una presentación del nuevo éxodo de la salvación»; los cuarenta días de tentación en el desierto «son una miniatura de los cuarenta años que 1 C. J. Gloucester y Bristol, comentario sobre Mateo 17. 3, en Ellicott, VI, 104.
Israel pasó en el desierto. Las tentaciones presentadas a Jesús son básicamente aquellas ante las cuales Israel había sucumbido»:
En donde ellos habían quedado insatisfechos con la provisión de maná de parte de Yahvé, Él es tentado a convertir las piedras en pan. En donde ellos pusieron a Dios a prueba en Masah exigiendo prueba de su presencia y poder.
Él es tentado a saltar del pináculo del templo para obligar a Dios a cumplir sus promesas. En donde ellos se olvidaron del Señor que los había sacado de Egipto y lo sustituyeron por un becerro de oro, Él es tentado a postrarse y adorar a Satanás. Se muestra que Cristo enfrenta las tentaciones no de manera arbitraria, sino deliberada, del sumario de Moisés en Deuteronomio de la historia de Israel en el desierto.
Si Jesús era el verdadero representante del pueblo de Dios, también se le debe mostrar como que tiene su peregrinaje en el desierto y ha soportado la prueba que demostró su persona, solo que sin pecado.
El envío de los setenta (Lc 10:1ss) también es un eco de la experiencia del éxodo (Nm 11: 16). «Debe haber, entonces, una nueva conquista de Canaán. Sus ciudades serán destruidas en un día de juicio (Mr 8: 12; Mt 16: 4; Mt 12: 39; Lc 7: 31)».
Quinto, de esta manera testificaron de Jesús la ley y los profetas, y Dios mismo, como el Moisés mayor. La voz de Dios desde la nube (símbolo de Dios el juez) declaró: «Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd» (Mt 17: 5). San Pedro nos dice exactamente lo que esto quiso decir:
Porque Moisés dijo a los padres: El Señor vuestro Dios os levantará profeta de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis en todas las cosas que os hable; y toda alma que no oiga a aquel profeta, será desarraigada del pueblo (Hch 3: 22-23).
Moisés dio la ley; los que rehusaban oírle rehusaban someterse a la ley de Dios; revelaban con ello su naturaleza no regenerada. Jesús es como Moisés; es el Gran y Supremo Legislador encarnado. Oírle a él es oír toda la ley y los profetas y mucho más. Rechazarle es rechazar la ley y los profetas así como a su persona.
Toda persona que no le oye será «desarraigada del pueblo». En Deuteronomio 18: 19, que Pedro citó, el texto dice: «yo le pediré cuenta». La amenaza o promesa de destrucción aparece en Éxodo 12: 15, 19; Levítico 17: 4, 9, etc. El significado último de «ser cortado» se requiere aquí y Pedro lo aplica porque desobedecer la Ley y Palabra de Jesucristo es ser radicalmente una persona inicua.
El «a él oiréis» de Dios no pedía que se oyera a Jesús a diferencia de a Moisés y a Elías, porque ellos aparecen en glorificada unidad con Él. El mandamiento de oír a Jesús es oír al Cristo, cuya palabra es la totalidad de las Escrituras, a diferencia de los escribas y fariseos, los dirigentes del pueblo.
Estos debían oír a Jesucristo, lo que quiere decir oír a Moisés y a Elías, y no a los poderes de este mundo, ni a sus filósofos ni dirigentes religiosos. Deben oír a Jesús antes que a los hombres de «una generación incrédula y perversa» (Lc 9: 41).
Es blasfemia, por consiguiente, hacer distinción entre la ley y Jesucristo. El hecho de que esto se hace es una evidencia de declinación y colapso religioso.
Como evidencia de este hecho, lo atestigua una carta de un estudiante de primer año de un seminario prominente que se enorgullece de su «ortodoxia»:
El Dr. D. puso todo el debate (del aborto) en la esfera puramente teórica cuando divorció de la sociedad la moralidad diciendo que, puesto que esta es una democracia, el estado tenía que basar su decisión respecto a las leyes del aborto en la voluntad de la mayoría del pueblo. Si el pueblo piensa que el aborto es dañino para la sociedad, deben prohibirlo; si no, ¡que lo hagan! Su antinomianismo es espantoso.
Supongo que esto es lo que hallo más preocupante aquí (más en los alumnos que en los profesores, pero en estos últimos hasta cierto punto): el antinomianismo. El antiguo dicho «Yo nunca mezclo la religión y la política»
Es tan malo en algunos de los individuos que cuando estaba tratando de debatir la ley de Dios en la política y en la sociedad con uno de los estudiantes aquí la primera semana que estuve aquí, me dijo que el problema conmigo era que yo era un «inhibido».
Ahora bien, he asociado muchas cosas con el deseo de guardar la ley de Dios, pero ¡¡¡nunca eso!!!
Una cosa que me molestó en cuanto a la cuestión del aborto era que más o menos todos aquí dan por sentado, incluso los que se oponen al aborto en general, que el «aborto terapéutico» es justificable moralmente. Si uno está tratando de salvar a la madre, el asesinato se justifica.
Así que asesinar (¿a cualquiera?) por una «buena causa» está bien. Es difícil ver por qué no pueden ver la falacia de eso. El asesinato es asesinato.
Tal posición es antibíblica y anticristiana, como todo antinomianismo ineludiblemente lo es.
NOTA. De una carta del 17 de octubre de 1970. (Con respecto a los casos en donde supuestamente el médico debe escoger entre la vida de la madre y la vida del hijo, no he podido hallar médicos que pudieran citar alguno de tales casos. No puedo creer que Dios jamás ponga a algún hombre en una situación en donde debe hacerla de Dios. Todo el asunto de abortos terapéuticos es un esfuerzo por producir situaciones el hombre debe hacerla de dios. RJR).

LA SALVACIÓN ES POR LA GRACIA DE DIOS Y POR FE; LA SANTIFICACIÓN ES POR LA LEY DE DIOS.

Los que están fuera de la gracia piensan que la ley es una acusación y una sentencia de muerte contra ellos. Los que están en el pacto están en un pacto de gracia que también es un pacto de obras. La gracia los capacita para realizar las obras que se exige de ellos.
La guerra de Jesús no fue contra Moisés, sino contra los escribas y fariseos que pervirtieron a Moisés. Es una perversión de las Escrituras hacer separación entre la ley, los profetas y Jesús. El monte de la transfiguración testifica de su unidad.
Foulkes ha señalado correctamente al pacto y a la ley como una unidad, el pacto como principio de predicción, y también base de la oración.
Es significativo también que para Israel la ley no es simplemente un enunciado de principios abstractos, un código cuidadosamente preparado de conducta formulado como tal. La ley es la expresión de la justicia y misericordia de Dios. Es el enunciado de los principios del pacto. El escenario del Antiguo Testamento de la ley es el otorgamiento del pacto en el éxodo. El decálogo empieza: «Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre».
La Ley, por consiguiente, no contiene un simple código para que Israel lo guarde, sino los principios de lo que ha hecho Dios en el pasado, que se mantienen invariables para el presente y para el futuro.

El antinomianismo ha promovido el desarrollo de una ley humanista, y la ley humanista ha estimulado el crecimiento del antinomianismo. Cuando los hombres han visto a la ley humanista asumir un carácter mesiánico y al mismo tiempo disolver los cimientos de la sociedad, ha sido fácil para ellos desarrollar una hostilidad teológica a la ley. En las Escrituras, sin embargo, se proclama la ley al pueblo elegido, al pacto de la gracia; y la oración inicial de la ley, como Foulkes notó, celebra esa gracia.