8. LA LEY EN HECHOS Y LAS EPÍSTOLAS

INTRODUCCIÓN

Pocas cosas ilustran mejor lo que ha sucedido en círculos teológicos que un examen del Biblical and Theological Dictionary que se publicó en 1832. Para Watson, la ley no fue sobreseída; más bien, la era cristiana pidió una aplicación más intensiva y amplia de la misma. Watson mostró que el Nuevo Testamento no solo enunció de nuevo todo el Decálogo, sino que extendió su fuerza.
Así que tenemos la obligación de todo el Decálogo como se establece plenamente en el Nuevo Testamento y en el Antiguo, como si hubiera sido reestablecido formalmente; y el que ningún restablecimiento formal del mismo tuviera lugar es en sí mismo una prueba presuntiva de que el Legislador nunca lo consideró temporal, que la formalidad de una reedición pudiera haber supuesto.
Es importante comentar, sin embargo, que aunque las leyes morales de la dispensación mosaica pasaron al código cristiano, están allí en otras y más altas circunstancias; así que el Nuevo Testamento es una dispensación más perfecta del conocimiento de la voluntad moral de Dios que el Antiguo. En particular,
(1) Se extienden más expresamente al corazón, como lo hizo nuestro Señor en su Sermón del Monte; allí nos enseña que el pensamiento y el propósito interno de cualquier transgresión es una violación de la Ley que prohíbe su comisión externa y visible.
(2) Los principios sobre los cuales se fundan se ponen en práctica en el Nuevo Testamento en una mayor variedad de deberes, que, al abrazar más perfectamente las relaciones sociales y civiles de la vida, son de un carácter más universal.
(3) Hay un mandamiento mucho más ampliado de virtudes positivas y particulares, especialmente las que constituyen el temperamento cristiano.
(4) Por todos los actos abiertos que están inseparablemente vinculados con principios correspondientes en el corazón, a fin de constituir obediencia aceptable, cuyos principios supone la regeneración del alma por el Espíritu Santo. Esta renovación moral, por consiguiente, se sostiene como necesaria para nuestra salvación, y se promete como parte de la gracia de nuestra redención por Cristo.
(5) Al estar vinculada a las promesas de ayuda divina, que es peculiar a una ley conectada con provisiones evangélicas.
(6) Al tener una ilustración viva en el ejemplo perfecto y práctico de Cristo.
(7) Por las sanciones más altas derivadas de la relación más clara de un estado futuro, y amenazas de castigo eterno.
Se sigue de esto que tenemos en el evangelio la revelación más completa y perfecta de la ley moral jamás dada a los hombres; e incluso una manifestación más exacta del esplendor, perfección y gloria de esa ley, bajo la cual los ángeles y nuestros progenitores en el paraíso fueron colocados, y que es a la vez el deleite e interés de los seres más perfectos y felices obedecer.
Contraste esta declaración de Watson, uno de los hombres más grandes de la historia wesleyana, con el trabajo de un erudito británico evangélico moderno, F. F. Bruce.
Las «Conferencias Payton» de Bruce en 1968, en el Seminario Teológico Fuller,
Pasadena, California, analizaron The New Testament Development of Old Testament Themes [El desarrollo en el Nuevo Testamento de temas Del Antiguo Testamento].
La obra antinomiana de Bruce ignora la ley por entero: «El gobierno de Dios» se considera en el capítulo II sin ninguna referencia a la Ley de Dios2. El capítulo IV trata de «La victoria de Dios» y empieza con un enunciado importante:
La salvación de Dios es la victoria de Dios; como en el Éxodo, así en el acto redentor de Cristo la victoria de Dios es la salvación de su pueblo. Las palabras hebreas que denotan «salvación» fácilmente se traducen «victoria» en nuestras versiones comunes al inglés cuando el contexto hace esta traducción preferible.
Exactamente. Pero debido a que Bruce deja de lado la ley, que es un aspecto central del plan y programa de Dios para la victoria, solo puede mirar a la victoria en la muerte, el martirologio y en el fin del mundo. «El conquistador en jefe es el Mesías davídico que aparece, sin embargo, como el Cordero sacrificial restaurado a la vida después de ganar su victoria por sumisión a la muerte; sus seguidores participan en su victoria por sumisión similar»4. Esto es un programa para la derrota.
Uno de los textos principales usados por los antinomianos es Hechos 15: 5:
«Pero algunos de la secta de los fariseos, que habían creído, se levantaron diciendo:
Es necesario circuncidarlos, y mandarles que guarden la ley de Moisés». ¿Cómo se debe entender esto? No hay evidencia en lo absoluto de que los Diez Mandamientos dejaran de ser ley después del Concilio de Jerusalén; las Epístolas repetidas veces vuelven a enunciar la ley. San Pablo, en Efesios 6: 2, no solo vuelve a enunciar el quinto mandamiento, sino que nos recuerda sus promesas, todas todavía válidas. Este concilio nunca rechazó las leyes de Dios contra el pecado.

LA CUESTIÓN ERA LA JUSTIFICACIÓN; EL JUDAÍSMO HABÍA USADO MAL LA LEY.

Primero, la había reemplazado con tradiciones del hombre que había convertido en ley; y
segundo, la ley, que era el camino de santificación, fue hecha el camino de justificación.
Esto fue el problema en el fariseísmo y en los judaizantes. Pablo en Antioquía declaró de Jesucristo:
Sabed, pues, esto, varones hermanos: que por medio de él se os anuncia perdón de pecados, y que de todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado todo aquel que cree (Hch 13: 38-39).
Esta era la cuestión, justificación por la ley. Además, los fariseos llamaban a sus interpretaciones rabínicas «la ley de Moisés», aunque Cristo las llamó «tradiciones de los hombres». Plumptre correctamente llamó la declaración de Pablo en Antioquía sobre la justificación «el germen de todo lo que fue más característico en la enseñanza posterior de San Pablo».
Pablo nunca atacó la ley como vía de santificación, sino solo como el camino de justificación. La cuestión en el concilio fue la conversión de algunos gentiles; hasta ese momento, todos los convertidos habían sido judíos que ya estaban en el antiguo pacto y ley. Pero se añadieron miembros directamente por conversión.
Fue la protesta y fraseo de los fariseos lo que leemos en Hechos 15: 5: «Es necesario circuncidarlos, y mandarles que guarden la ley de Moisés». Por ley, así, se quería decir la ley según la veía la tradición rabínica. Fue este «yugo» contra el que Pedro protestó (Hch 15: 10). Él no se hubiera atrevido a llamar la obediencia a la ley de Dios tentar a Dios.
La cuestión, San Pedro indicó, es que los hombres se salvan por «la gracia del Señor Jesucristo» (Hch 15: 11); la cuestión era la doctrina de la justificación. También en cuestión estaba la ley ceremonial y las leyes de separación. Los judíos convertidos no necesitaban instrucción; ya observaban todo lo necesario, o sea, las leyes bíblicas (Hch 15: 21).
Plumptre, hablando sobre en el versículo 21, escribió:
Los judíos, que oían la ley en sus sinagogas todos los sabbats, no necesitaban instrucción. Se puede dar por sentado que se adherirían a las reglas ahora especificadas. Por eso, en el versículo 23, la carta encíclica se dirige exclusivamente a «los hermanos gentiles».
Claramente, el versículo 21 recalca el carácter todavía obligatorio de la ley y no inquieta a los convertidos judíos que obedecían la ley. El uso de la palabra «sinagogas» puede referirse a las sinagogas judías, a las que todavía asistían muchos, o a las reuniones cristianas.
La instrucción a los cristianos gentiles se resume en el versículo 20: «sino que se les escriba que se aparten de las contaminaciones de los ídolos, de fornicación, de ahogado y de sangre». ¿Quería decir esto que los gentiles estaban libres para tener otros dioses, para blasfemar, deshonrar a los padres, asesinar, robar, dar falso testimonio o codiciar? Claro que no, e igual de obvio, el asunto no era si se debía mantener la ley, sino ¿cómo se debía mantener: como medio de justificación o de santificación?
Claro, se rechazó la ley como el camino de justificación y se retuvo como el camino de santificación. Las instrucciones de Hechos 15: 20 y 29 claramente presuponen la ley y recalcan hasta que punto se retuvo la ley.
Primero, a los creyentes gentiles se les ordena que se abstengan de «la contaminación de ídolos». En el versículo 29 esto se define como comer «carnes ofrecidas a los ídolos». Un serio problema existía en las ciudades, puesto que las carnes se sacrificaban a los ídolos y comerlas representaba un rito religioso. «Josefo dice que algunos de los judíos de Roma vivían exclusivamente de frutas, por temor de comer algo impuro». Más tarde, en Romanos 14, San Pablo revisó esta regla; Calvino habló de la regla de Pablo como remodelación de la ley. ¿Significa este cambio que ninguna ley quedaba vigente?
Por el contrario, el concilio y San Pablo sostuvieron que una ley de Dios estaba en juego; la cuestión era cómo mantener la obediencia a esa ley. La contaminación de los ídolos, en términos de la ley de separación, había que evitarla como cuestión de ley.
Si un hombre podía considerar los ídolos como nada, y la carne simplemente como comida, su conciencia no tendría problemas, ni tampoco el uso de la carne lo comprometería; él sería un «fuerte» que no se contaminaba por comer carne. Los débiles, sin embargo, tenían razón al evitar la carne, pues para ellos no había separación interna posible.

EN CUALQUIER CASO, SE RESPETABA LA LEY.

Segundo, debían abstenerse de fornicación, de pecados sexuales en general y de la lascivia. Para muchos paganos, estos actos no eran pecados y a veces eran actos religiosos. Debido a la proclividad de los paganos a los pecados sexuales, especialmente en esa época, se recalcaron de manera particular tales ofensas.
Los paganos condenaban el robo y el asesinato, pero la moralidad del día veía las ofensas sexuales con indiferencia creciente.
Tercero, lo «ahogado» se debía evitar como comida, y, cuarto, la sangre. Estas dos se relacionan estrechamente, porque los animales estrangulados no se desangran.
Muchos prefieren tales carnes. La ley, sin embargo, específicamente prohibía que se comiera sangre (Gn 9: 4; Lv 3: 17; 17: 14; Dt 12: 16, 23). Esta ley jamás fue enmendada o alterada en las Epístolas. Por tanto, de los cuatro mandamientos del concilio a los gentiles, tres tenían que ver con la comida. En lugar de declarar que la ley había terminado, el concilio de Jerusalén sin rodeos estableció o sostuvo la ley como el camino de santificación y retuvo incluso los aspectos dietéticos de la misma.
Hay un cambio significativo, no obstante. En Hechos 15: 5, la exigencia de los fariseos en la iglesia era también la circuncisión. De esta exigencia se les dijo a los gentiles en la encíclica, que «algunos que han salido de nosotros, a los cuales no dimos orden, os han inquietado con palabras, perturbando vuestras almas, mandando circuncidaros y guardar la ley» (Hch 15: 24).
La circuncisión, entonces, se abandonó, y el bautismo de Pedro de los gentiles se sostuvo, como la marca del pacto renovado; el guardar de la ley en el sentido farisaico de ser justificado por la ley (Hch 13: 39) se rechazó. Bruce se equivoca al dar por sentado que la cuestión en juego era «la obligación de guardar la ley mosaica». Lenski sostiene que «todas estas regulaciones levíticas (concernientes a comidas) habían sido abrogadas». Explica la decisión del concilio como pragmática:
Santiago menciona esto: porque los judíos cristianos eran de veras sensibles respecto a ellos. Ellos sabían también que estos puntos de la ley fueron abrogados, pero sentían todavía horror de comer sangre o de cualquier carne que hubiera retenido la sangre. A los cristianos gentiles se les pidió que respetaran este sentimiento y, por motivos de amor fraternal, y solo por éstos, se abstuvieran de comer sangre y carne que todavía tuviera su sangre.
Pero el asunto en cuestión no eran los sentimientos de los cristianos judíos como tales; ninguna consideración al respecto entra en el texto. Al decir que la cuestión es de «motivos de amor fraternal, y solo por estos, se abstuvieran de comer sangre»,
Lenski está leyendo en el texto lo que no está allí. La cuestión la suscitaron los fariseos en la iglesia claramente por un falso concepto de la ley y de la justificación.
En Colosenses 2: 16 San Pablo dice que no se nos debe juzgar respecto a carnes (el comer carnes ofrecidas a los ídolos), o sabbats. No hay evidencia de que los sabbats hubieran sido abolidos por este enunciado. Si el incidente que San Pablo describe en Gálatas 2:11-21 es el mismo de Hechos 13:39, o relativo al mismo, y por consiguiente precedió al concilio, el temor en juego era que San Pedro, temeroso de la crítica de los fariseos de la iglesia, se aviniera a su práctica. El principio de San Pablo era que ninguna barrera artificial se podía levantar por comidas para acercarse a los gentiles y convertirlos.
Pasando ahora a Romanos, hallamos que San Pablo, lejos de hacer a un lado la ley y sus castigos, apela a la pena de muerte contra los homosexuales como un hecho establecido y continuo (Ro 1: 32). De la expresión «el juicio (u ordenanza) de Dios», Murray comenta: «“la ordenanza de Dios” en este caso es la ordenanza judicial de Dios» que expresamente pide la muerte, aquí más que una muerte temporal, aunque la incluye.
En Romanos 6:14, sin embargo, San Pablo declara: «No estáis bajo la ley, sino bajo la gracia». Murray de nuevo es exacto:

«LEY» EN ESTE CASO SE DEBE ENTENDER EN EL SENTIDO GENERAL DE LA LEY COMO LEY.

El que esto no se debe entender en el sentido de la ley mosaica como un plan total aparece muy claramente en el hecho de que muchos que estuvieron bajo el plan total mosaico fueron receptores de gracia y en ese respecto estuvieron bajo gracia, y también en el hecho de que el alivio de la ley mosaica como economía no pone por sí mismo a las personas en la categoría de estar bajo la gracia. La ley se debe entender, por consiguiente, en términos mucho más amplios de una ley como mandamiento.
El comentario de Charles Hodge también es muy certero. Escribiendo sobre el mismo versículo, Hodge dijo:
Por ley aquí no se debe entender la ley mosaica. El sentido no es: «El pecado no tendrá dominio sobre ustedes, porque la ley mosaica quedó abrogada».
La palabra no se debe tomar en su sentido más amplio. Es la regla del deber lo que liga a la conciencia como una expresión de la voluntad de Dios. Esto queda claro:
(1) Del uso de la palabra en toda esta epístola y en otras partes del Nuevo Testamento.
(2) De toda la doctrina de redención, que enseña que la ley de la cual somos librados por la muerte de Cristo no es la ley mosaica; no somos librados solo del judaísmo, sino de la obligación de cumplir la ley de Dios como condición para la salvación.
La ley en este sentido general es un camino de salvación; es creer que, al guardar la ley general de Dios según la sabe, el hombre se salva a sí mismo y merece el cielo.
El no tener la ley como camino de salvación no le da al hombre el derecho a pecar (Ro 6: 15-16); el hombre tiene el deber de obedecer a Dios ahora como «siervo de la justicia» antes que como «siervo del pecado» (Ro 6: 17-23).
Según Murray: «hay que vincular Romanos 7: 1-6 con lo que el apóstol ha dicho en 6:14: «No estáis bajo la ley, sino bajo la gracia»14. En Romanos 7:4 Pablo dice haber llegado a estar «muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo»; como señaló Murray, «la muerte es nuestra muerte a la ley por la muerte de Cristo».
Pablo usa la ilustración del matrimonio: así como una mujer «está sujeta por la ley al marido mientras éste vive; pero si el marido muere, ella queda libre de la ley del marido» (v. 2), así también nosotros, por la muerte de Cristo por nosotros, estamos muertos a la ley. El asunto en esta ilustración no es que la ley esté muerta, sino que nosotros en Cristo estamos muertos, o sea, la sentencia de muerte se cumple contra nosotros. Como Hodge notó: «No es la ley lo que muere». Para volver a la ilustración, si un esposo muere, no es la institución del matrimonio lo que muere, sino un hombre en particular que ha muerto para el matrimonio.
¿Cuál es, entonces, el significado de esta ilustración y frase? En el versículo 5, se nos dice que, mientras éramos pecadores, el efecto de la ley en nuestra vida era mostrar nuestra rebelión contra Dios; la ley de Dios nos hizo mucho más celosos para reiterar nuestro libre albedrío en rebelión. El resultado fue «fruto para muerte».
La ley fue una sentencia de muerte para nosotros; declaró que, por nuestra apostasía, nuestra ruptura del pacto con Dios, merecíamos morir. La sentencia de muerte contra nosotros se cumplió en la persona de Jesucristo. Ahora estamos judicialmente muertos ante la ley.
Por consiguiente, a los que son verdaderamente salvos la ley nunca los puede volver a sentenciar a muerte. Sin embargo, como resucitados de la muerte del pecado, por la obra de Cristo, ahora somos «de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios» (v. 4). El pecador, que se ha hecho a sí mismo dios a sus propios ojos (Gn 3: 5), está en guerra contra Dios; la ley de Dios solo lo incita a más guerra.
La ley pues nos impulsaba a más esclavitud al pecado. Por la regeneración, sin embargo, nuestra unión ya no es con el pecado, sino con Cristo. Como estamos vivos en Cristo, ahora estamos vivos para la ley, no como una sentencia de muerte contra nosotros, sino como lo que representa nuestra nueva vida, «el régimen nuevo del Espíritu» (v. 6), nuestra vida en Cristo, por la cual la ley es ahora nuestra feliz forma de vida.
La Ley no muere; el viejo hombre, el hombre no regenerado, muere; el hombre nuevo, regenerado, tiene ahora una nueva relación con la ley, no ya en «las pasiones pecaminosas» sino en «el régimen nuevo del Espíritu». En tanto que para el pecador la violación de la ley de Dios es el impulso y naturaleza de su ser, para el hombre regenerado la obediencia a la ley en Cristo es el deleite de su ser.
Pablo declara en forma enfática que «la ley es espiritual» (7: 14); «la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno» (v. 12); la ley, además, «era para vida» (v 10); en su pecado, debido a que estaba entonces en principio quebrantando la ley porque es buena, está de acuerdo en que «la ley es buena» (v. 16). Como hombre redimido, que se esfuerza por su salvación y crece en santificación, puede declarar: «Según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios» (v. 22).
«La ley del pecado», su naturaleza caída, muerta judicialmente en Cristo pero no erradicada de su ser, hace guerra contra su nueva naturaleza, de modo que un aspecto de su ser, el nuevo hombre, sirve «a la ley de Dios», otro, «a la ley del pecado» (vv. 23-25). Claro, la ley es el estándar para el nuevo hombre. En verdad, la meta de la santificación es «que la justicia de la ley se [cumpla] en nosotros» (8:4). El comentario de Murray aquí de nuevo merece notarse:
Es mucho más significativo en este contexto porque él había representado la liberación del poder del pecado en 6:14 como que procedía del hecho de que no estábamos «bajo la ley» sino «bajo la gracia». En el capítulo 7 ha vuelto al tema y ha mostrado que no estamos «bajo la ley» porque hemos «muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo» y «ahora estamos libres de la ley» (7:4, 6).
También ha demostrado que la ley fue para muerte porque el pecado tomó ocasión de la ley para obrar todo tipo de pasiones pecaminosas (7:8-13). Y, finalmente en este capítulo acaba de hablar de la impotencia de la ley (8: 3).
¿Cómo, entonces, puede interpretar la santidad del estado cristiano como cumplimiento de las exigencias de la ley? El hecho, sin embargo, no se puede disputar, y es prueba concluyente de que la ley de Dios tiene su relevancia normativa más plena en ese estado que es producto de la gracia. Interpretar las relaciones de la ley y la gracia de otra manera es ir contra la importancia clara del texto. Hemos sido preparados para esto, sin embargo, en notificaciones previas a este mismo efecto (3: 31; 6: 15; 7: 12, 14, 16, 22, 25).
Y en el análisis siguiente del tema de la santificación hay abundante corroboración (13: 8-10).
El término «cumplido» expresa el carácter plenario del cumplimiento que la ley recibe e indica que la meta contemplada en el proceso santificador es nada menos que la perfección que requiere la ley de Dios17.
Brevemente, para repetir el asunto, no es la ley la que está muerta, sino que somos nosotros los que morimos en Cristo, y estamos, por consiguiente, muertos para la ley en cuanto a su acusación y sentencia de muerte. Como hombres regenerados, en las palabras de Murray, «la ley de Dios tiene su relevancia normativa más plena en ese estado que es producto de la gracia. Interpretar las relaciones de la ley y la gracia de otra manera es ir en contra del alcance claro del texto».
Gálatas 2: 19 se debe leer en el mismo sentido: «Yo por la ley soy muerto para la ley, a fin de vivir para Dios». De nuevo, la ley no está muerta, sino más bien el pecador. En Gálatas 2: 21 el contraste es entre la justificación por la ley y la justificación por la gracia de Dios por medio de Jesucristo; en el uso de la ley como medio de justificación no se puede adquirir ninguna justicia.
En Gálatas 5: 16-18 el contraste es entre el camino de «la carne», la naturaleza humana caída sin ayuda, y el camino del Espíritu, el nuevo hombre redimido y ayudado. La ley se asocia en este contexto con «la carne», de manera que la referencia es claramente al uso errado de la Ley como camino de justificación. En Efesios 2:15 la referencia a la ley es sin duda a ella como sentencia de muerte para el incrédulo.
San Pablo, pues, no respalda a los que declaran que la ley está muerta, ni a los que sostienen que el hombre redimido está muerto a la ley. San Pablo no solo reafirma la ley, sino que carta tras carta apela a la ley para resolver conflictos en la iglesia, para dar instrucciones, y dar consejo respecto a la santificación.

 Murray tiene razón: «La ley de Dios tiene su relevancia normativa más plena en ese estado que es producto de la gracia».