3. ATAQUE AL ANTINOMIANISMO

INTRODUCCIÓN

Varios asuntos dividían a los líderes religiosos y Jesús. Ellos rechazaban su declaración implícita y explícita de que era el Mesías; negaban su estatus singular como Hijo de Dios; rechazaban su exigencia de una reforma religiosa en términos de Sí mismo; y les disgustaba mucho su ataque a la tradición. Como defensores de la ley según su tradición religiosa y civil, a los dirigentes del pueblo les disgustaba la acusación de Jesús de que en realidad eran inicuos.
La tradición era para ellos el desarrollo vital y necesario de la ley; de esta manera se daba prioridad a la tradición por sobre la ley. Los fariseos, sin embargo, veían su tradición como inseparable de la ley. Pero Jesús atacó sus tradiciones como perversión de la ley.
La cuestión se enunció de manera contundente en la tercera Pascua. Según Marcos 7: 1-23 ( Mt 15:1-20), los escribas y fariseos atacaron a Jesús por la supuesta violación de la ley por parte de algunos de sus discípulos. Estos comían «con manos inmundas, esto es, no lavadas» (Mr 7: 2).
Esto no quiere decir que los discípulos comían con las manos sucias, sino más bien con manos que no estaban ceremonialmente purificadas. Esto era «la tradición de los ancianos» (v. 3). Era una forma ritual de separación del mundo «impuro» y se veía como un aspecto de las leyes y una forma de santidad.
El ataque de Jesús a esta costumbre al parecer inocua se expresa de manera bien fuerte:
Respondiendo él, les dijo: Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, como está escrito: Este pueblo de labios me honra, Mas su corazón está lejos de mí.
Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres.
Porque dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres: los lavamientos de los jarros y de los vasos de beber; y hacéis otras muchas cosas semejantes (Mr 7: 6-8).
A los discípulos de Jesús se les acusaba de quebrantar la ley; la respuesta de Jesús fue negar la validez de la ley religiosa hecha por el hombre, y llamar a la ley de ellos «mandamientos de hombres», o «tradición de los hombres». A los escribas y fariseos los llamó «hipócritas» y su adoración la describió como «vana» o fútil. El comentario de Alexander sobre el versículo 7 es de interés:
La traducción literal de las palabras hebreas es, y su temor de mí (o sea, su adoración) es (o ha llegado a ser) un precepto de hombres, una cosa enseñada.
Al aplicar nuestro Salvador el pasaje a los hipócritas de su día, hace referencia en particular a los maestros religiosos que corrompían la ley con sus tradiciones no autorizadas. Jesús condena totalmente la elevación de una tradición inocua a un estatus igual al de la ley de Dios e igualmente obligatoria para el hombre. Ley se refiere a la ley de Dios, no a mandamientos de hombres. Así revirtió la acusación de los escribas y fariseos contra algunos de los discípulos; ellos eran los que quebrantaban la ley.
«Y hacéis otras muchas cosas semejantes» (v. 8).
Una de estas cosas, entonces, se cita específicamente:
Les decía también: Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición. Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre; y: El que maldiga al padre o a la madre, muera irremisiblemente. Pero vosotros decís: Basta que diga un hombre al padre o a la madre: Es Corbán (que quiere decir, mi ofrenda a Dios) todo aquello con que pudiera ayudarte, y no le dejáis hacer más por su padre o por su madre, invalidando la palabra de Dios con vuestra tradición que habéis transmitido. Y muchas cosas hacéis semejantes a éstas (Mr 7: 9-13).
A la ley mosaica (v. 10) se le identifica como «el mandamiento de Dios» (v. 9) y «la palabra de Dios» (v. 13). No se puede reducir la ley mosaica a la dimensión de una ley nacional solo para Israel, ni tampoco a algo pasajero; es el mandamiento o palabra inmutable del Dios inmutable. A los escribas y fariseos se les acusa de alterar, rechazar o anular la ley de Dios.
La ley de Dios exige que uno honre a sus padres, y que los ayude económicamente en su necesidad. Maldecir a los padres de uno es hacerse merecedor de la pena de muerte. El no sostener a los padres es una forma de maldecirlos, según Jesús.
Los escribas y fariseos, sin embargo, eximían a los hombres de la obligación de sostener a sus padres. Al decir que sus fondos eran «Corbán», podían especificar todo o parte de sus ingresos como ofrenda para el templo o para los sacerdotes y levitas. «Que tales cosas se permitían y aplaudían se puede probar por ciertos dictámenes del Talmud, y especialmente por una famosa disputa entre el rabino Eliezer y su hermano, en el cual el mismo acto que se describe aquí fue exonerado por este último».
La religión, pues, se usaba para condonar la violación de la ley de Dios (v. 12). Una vez más Jesús declaró: «Y muchas cosas hacéis semejantes a estas» (v. 13). La violación de ellos de la ley de Dios no era ocasional; era básica y radical. Estaban dejando sin efecto la palabra de Dios mediante su tradición.
Los escribas y fariseos se enorgullecían, nos informa San Pablo, de ser dirigentes de ciegos, «guías de ciegos» (Ro 2:19). Veían sus tradiciones como instrumento válido e importante para guiar a los ciegos. Informado de que los fariseos se habían ofendido por sus comentarios, Jesús presionó el asunto incluso más:
Pero respondiendo él, dijo: Toda planta que no plantó mi Padre celestial, será desarraigada. Dejadlos; son ciegos guías de ciegos; y si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en el hoyo (Mt 15: 13-14).

LOS FARISEOS ERAN «CIEGOS GUÍAS DE CIEGOS», Y SU DESTINO ERA EL HOYO.

Pero incluso más, Jesús enfáticamente rechazó toda ley excepto las dictadas por Dios: «Toda planta que no plantó mi Padre celestial, será desarraigada». Puesto que la cuestión en juego es la ley, al decir «planta» se refiere a la ley, aunque hay más en la intención, porque se hace una generalización.
El ejemplo particular del cual se hace la generalización es la ley de Dios, y el significado principal es la ley. Cualquier orden jurídico que no haya sido dado por Dios, ni esté cimentado fielmente en la ley de Dios, será desarraigado. No solo se condena el antinomianismo, sino también el legalismo, que es sustituir la ley de Dios por la ley del hombre.
Las cosas que contaminan al hombre, que le hacen impuro ante Dios, vienen desde adentro. La iniquidad es la sustitución del camino de Dios por el camino del hombre, de la ley de Dios por la ley del hombre. La iniquidad declara: «¿Con que Dios os ha dicho…» (Gn 3: 1). El acto externo de iniquidad es el producto de una contaminación interna, que luego contamina el mundo exterior por sus acciones:
Pero decía, que lo que del hombre sale, eso contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez.
Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre (Mr 7: 20-23).

LOS FARISEOS ERAN AMBIENTALISTAS; LO QUE VIENE DE AFUERA CONTAMINA AL HOMBRE.

Contra esto, Jesús enfáticamente recalcó que el corazón del hombre era la fuente de contaminación. El ambientalismo conduce al antinomianismo porque niega la responsabilidad a favor de un condicionamiento ambiental.
La ley de Dios recalca la responsabilidad y no le concede escapatoria al hombre. La pureza se estaba volviendo progresivamente una cuestión ceremonial para los fariseos, una cuestión de aislarse de un mundo contaminante. Sin embargo, según Jesús, todo hombre es su propia fuente de contaminación; «de dentro», declaró, en contra de los fariseos, y no de afuera, viene la contaminación.
Debido a este antinomianismo, los fariseos estaban desarrollando lógicamente una nueva ley, la tradición de los hombres, para escapar de la fuerza anti-ambientalista de la ley de Dios. Sus lavamientos ceremoniales, pues, no eran inocuos; mediante tales lavamientos daban por sentado que el mundo era la fuente de contaminación, y no su propia naturaleza caída.
Era ineludible, por consiguiente, que prefirieran sus tradiciones a la ley de Dios.
Al atacar a los fariseos, Jesús estaba, por consiguiente, condenando toda forma de antinomianismo en toda época. El antinomianismo nunca puede llamarse cristiano legítimamente.
Si el mundo es la fuente básica de la contaminación, la lógica de la ley requiere un reacondicionamiento ambiental; hay que rehacer al mundo a fin de salvar al hombre. Si la fuente básica de contaminación sale, como Jesús declaró, «de dentro, del corazón de los hombres», la salvación del hombre es la conversión o regeneración.

Hay que rehacer al hombre a fin de que el mundo mismo pueda salvarse. Entonces, tenemos dos doctrinas opuestas de salvación y de ley.