INTRODUCCIÓN
Varios asuntos dividían a los
líderes religiosos y Jesús. Ellos rechazaban su declaración implícita y
explícita de que era el Mesías; negaban su estatus singular como Hijo de Dios;
rechazaban su exigencia de una reforma religiosa en términos de Sí mismo; y les
disgustaba mucho su ataque a la tradición. Como defensores de la ley según su
tradición religiosa y civil, a los dirigentes del pueblo les disgustaba la acusación
de Jesús de que en realidad eran inicuos.
La tradición era para ellos el desarrollo
vital y necesario de la ley; de esta manera se daba prioridad a la tradición por
sobre la ley. Los fariseos, sin embargo, veían su tradición como inseparable de
la ley. Pero Jesús atacó sus tradiciones como perversión de la ley.
La cuestión se enunció de manera
contundente en la tercera Pascua. Según Marcos 7: 1-23 ( Mt 15:1-20), los escribas
y fariseos atacaron a Jesús por la supuesta violación de la ley por parte de
algunos de sus discípulos. Estos comían «con manos inmundas, esto es, no
lavadas» (Mr 7: 2).
Esto no quiere decir que los discípulos
comían con las manos sucias, sino más bien con manos que no estaban ceremonialmente
purificadas. Esto era «la tradición de los ancianos» (v. 3). Era una forma
ritual de separación del mundo «impuro» y se veía como un aspecto de las leyes
y una forma de santidad.
El ataque de Jesús a esta costumbre
al parecer inocua se expresa de manera bien fuerte:
Respondiendo él, les dijo:
Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, como está escrito: Este pueblo
de labios me honra, Mas su corazón está lejos de mí.
Pues en vano me honran, enseñando
como doctrinas mandamientos de hombres.
Porque dejando el mandamiento de
Dios, os aferráis a la tradición de los hombres: los lavamientos de los jarros
y de los vasos de beber; y hacéis otras muchas cosas semejantes (Mr 7: 6-8).
A los discípulos de Jesús se les acusaba
de quebrantar la ley; la respuesta de Jesús fue negar la validez de la ley
religiosa hecha por el hombre, y llamar a la ley de ellos «mandamientos de
hombres», o «tradición de los hombres». A los escribas y fariseos los llamó
«hipócritas» y su adoración la describió como «vana» o fútil. El comentario de
Alexander sobre el versículo 7 es de interés:
La traducción literal de las
palabras hebreas es, y su temor de mí (o
sea, su adoración) es (o ha llegado a ser) un precepto de hombres,
una cosa enseñada.
Al aplicar nuestro Salvador el
pasaje a los hipócritas de su día, hace referencia en particular a los maestros
religiosos que corrompían la ley con sus tradiciones no autorizadas. Jesús
condena totalmente la elevación de una tradición inocua a un estatus igual al
de la ley de Dios e igualmente obligatoria para el hombre. Ley se refiere a la
ley de Dios, no a mandamientos de hombres. Así revirtió la acusación de los
escribas y fariseos contra algunos de los discípulos; ellos eran los que
quebrantaban la ley.
«Y hacéis otras muchas cosas
semejantes» (v. 8).
Una de estas cosas, entonces, se
cita específicamente:
Les decía también: Bien
invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición. Porque Moisés
dijo: Honra a tu padre y a tu madre; y: El que maldiga al padre o a la madre,
muera irremisiblemente. Pero vosotros decís: Basta que diga un hombre al padre
o a la madre: Es Corbán (que quiere decir, mi ofrenda a Dios) todo aquello con
que pudiera ayudarte, y no le dejáis hacer más por su padre o por su madre,
invalidando la palabra de Dios con vuestra tradición que habéis transmitido. Y
muchas cosas hacéis semejantes a éstas (Mr 7: 9-13).
A la ley mosaica (v. 10) se le
identifica como «el mandamiento de Dios» (v. 9) y «la palabra de Dios» (v. 13).
No se puede reducir la ley mosaica a la dimensión de una ley nacional solo para
Israel, ni tampoco a algo pasajero; es el mandamiento o palabra inmutable del
Dios inmutable. A los escribas y fariseos se les acusa de alterar, rechazar o
anular la ley de Dios.
La ley de Dios exige que uno
honre a sus padres, y que los ayude económicamente en su necesidad. Maldecir a
los padres de uno es hacerse merecedor de la pena de muerte. El no sostener a
los padres es una forma de maldecirlos, según Jesús.
Los escribas y fariseos, sin
embargo, eximían a los hombres de la obligación de sostener a sus padres. Al
decir que sus fondos eran «Corbán», podían especificar todo o parte de sus
ingresos como ofrenda para el templo o para los sacerdotes y levitas. «Que
tales cosas se permitían y aplaudían se puede probar por ciertos dictámenes del
Talmud, y especialmente por una famosa disputa entre el rabino Eliezer y su
hermano, en el cual el mismo acto que se describe aquí fue exonerado por este
último».
La religión, pues, se usaba para
condonar la violación de la ley de Dios (v. 12). Una vez más Jesús declaró: «Y
muchas cosas hacéis semejantes a estas» (v. 13). La violación de ellos de la
ley de Dios no era ocasional; era básica y radical. Estaban dejando sin efecto
la palabra de Dios mediante su tradición.
Los escribas y fariseos se
enorgullecían, nos informa San Pablo, de ser dirigentes de ciegos, «guías de
ciegos» (Ro 2:19). Veían sus tradiciones como instrumento válido e importante
para guiar a los ciegos. Informado de que los fariseos se habían ofendido por
sus comentarios, Jesús presionó el asunto incluso más:
Pero respondiendo él, dijo: Toda
planta que no plantó mi Padre celestial, será desarraigada. Dejadlos; son
ciegos guías de ciegos; y si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en el hoyo
(Mt 15: 13-14).
LOS FARISEOS ERAN «CIEGOS GUÍAS DE
CIEGOS», Y SU DESTINO ERA EL HOYO.
Pero incluso más, Jesús
enfáticamente rechazó toda ley excepto
las dictadas por Dios: «Toda planta que no plantó mi Padre celestial, será desarraigada».
Puesto que la cuestión en juego es la ley, al decir «planta» se refiere a la
ley, aunque hay más en la intención, porque se hace una generalización.
El ejemplo particular del cual se
hace la generalización es la ley de Dios, y el significado principal es la ley.
Cualquier orden jurídico que no haya sido dado por Dios, ni esté cimentado
fielmente en la ley de Dios, será desarraigado. No solo se condena el
antinomianismo, sino también el legalismo, que es sustituir la ley de Dios por
la ley del hombre.
Las cosas que contaminan al
hombre, que le hacen impuro ante Dios, vienen desde adentro. La iniquidad es la
sustitución del camino de Dios por el camino del hombre, de la ley de Dios por
la ley del hombre. La iniquidad declara: «¿Con que Dios os ha dicho…» (Gn 3: 1).
El acto externo de iniquidad es el producto de una contaminación interna, que
luego contamina el mundo exterior por sus acciones:
Pero decía, que lo que del hombre
sale, eso contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres,
salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los
homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la
envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez.
Todas estas maldades de dentro
salen, y contaminan al hombre (Mr 7: 20-23).
LOS FARISEOS ERAN AMBIENTALISTAS; LO
QUE VIENE DE AFUERA CONTAMINA AL HOMBRE.
Contra esto, Jesús enfáticamente
recalcó que el corazón del hombre era la fuente de contaminación. El
ambientalismo conduce al antinomianismo porque niega la responsabilidad a favor
de un condicionamiento ambiental.
La ley de Dios recalca la
responsabilidad y no le concede escapatoria al hombre. La pureza se estaba
volviendo progresivamente una cuestión ceremonial para los fariseos, una
cuestión de aislarse de un mundo contaminante. Sin embargo, según Jesús, todo
hombre es su propia fuente de contaminación; «de dentro», declaró, en contra de
los fariseos, y no de afuera, viene la contaminación.
Debido a este antinomianismo, los
fariseos estaban desarrollando lógicamente una nueva ley, la tradición de los
hombres, para escapar de la fuerza anti-ambientalista de la ley de Dios. Sus
lavamientos ceremoniales, pues, no eran inocuos; mediante tales lavamientos
daban por sentado que el mundo era la fuente de contaminación, y no su propia
naturaleza caída.
Era ineludible, por consiguiente,
que prefirieran sus tradiciones a la ley de Dios.
Al atacar a los fariseos, Jesús
estaba, por consiguiente, condenando toda forma de antinomianismo en toda
época. El antinomianismo nunca puede llamarse cristiano legítimamente.
Si el mundo es la fuente básica
de la contaminación, la lógica de la ley requiere un reacondicionamiento
ambiental; hay que rehacer al mundo a fin de salvar al hombre. Si la fuente
básica de contaminación sale, como Jesús declaró, «de dentro, del corazón de
los hombres», la salvación del hombre es la conversión o regeneración.
Hay que rehacer al hombre a fin
de que el mundo mismo pueda salvarse. Entonces, tenemos dos doctrinas opuestas
de salvación y de ley.